domingo, 1 de noviembre de 2015

EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 1





Paula estaba parada ante la ventana, hipnotizada por la lluvia que no había parado en toda la mañana, cuando un reluciente Mercedes negro se detuvo delante de la tienda de antigüedades.


Parecía una escena de una película, se dijo con el corazón acelerado, mientras esperaba que bajara del vehículo el visitante que había estado esperando… Pedro Alfonso.


Hasta su nombre le daba escalofríos. Era uno de los empresarios más ricos del país y le precedía su fama de hombre sin escrúpulos. Cuando el jefe de Paula, Philip, había sacado a la venta la preciosa tienda de antigüedades situada enfrente del Támesis, el señor Alfonso había demostrado su interés al instante.


De nuevo, Paula deseó que su jefe estuviera allí, pero, por desgracia, Philip estaba ingresado en el hospital. En su ausencia, le había pedido a ella que se ocupara de la venta en su nombre.


Era un momento agridulce para Paula. Después de haberse pasado años trabajando para Philip, había llegado a albergar la esperanza de poder dirigir su negocio algún día. Además, estaba enamorada de aquel lugar. Por eso, su predisposición hacia el potencial comprador no era demasiado positiva.


Por la ventana, vio cómo el chófer abría la puerta del pasajero y bajaba del coche un hombre con un impecable traje de corte italiano. En cuanto posó la vista en su fuerte mandíbula y sus ojos de color azul cristalino, contuvo el aliento. De forma inexplicable, tuvo la sensación de que estaba a punto de enfrentarse a su mayor miedo y, al mismo tiempo, su mayor deseo.


Obligándose a salir del trance en que había caído contemplando al recién llegado a través del cristal, se alisó el vestido y se acercó a la puerta. Cuando abrió, se dio cuenta de que la altura de su visitante la hacía parecer casi diminuta.


–¿Pedro Alfonso? – dijo ella, levantando la vista hacia él– . Adelante. Soy la ayudante del señor Houghton, Paula Chaves. Me ha pedido que lo reciba en su nombre.


El atractivo francés entró. Estrechó la mano de Rose con una elegante inclinación de cabeza.


–Encantado de conocerla, señorita Chaves. Aunque siento que su jefe esté enfermo. ¿Puedo preguntar cómo se encuentra? – inquirió el recién llegado con cortesía.


Antes de responder, Paula cerró la puerta y colocó el cartel de Cerrado fuera para que no los molestaran. Mientras, aprovechó para intentar recuperar la calma.


El contacto de su mano y el sonido grave y aterciopelado de su voz le habían puesto la piel de gallina. Esperaba no haberse sonrojado demasiado o, al menos, que él no se hubiera dado cuenta.


–Me gustaría poder decir que está mejor, pero el médico me ha comunicado que todavía se encuentra en estado crítico.


–C´est la vie. Así son las cosas. Pero deseo que se mejore.


–Gracias. Se lo diré de su parte. Bueno, ¿ahora quiere acompañarme a la oficina para comenzar la reunión?


–Antes de hablar de nada, me gustaría que me mostrara el edificio, señorita Chaves. Después de todo, he venido por eso.


Aunque había acompañado sus palabras con una encantadora sonrisa, era obvio que estaba ante un hombre que no se dejaba distraer de su objetivo, por muy educado que fuera, se dijo ella. Y su objetivo en ese momento era decidir si quería comprar la tienda de antigüedades o no.


–Claro. Será un placer.


Paula lo guio a la planta alta, hacia tres grandes salas que estaban abarrotadas de obras de arte y antigüedades. Hacía un poco más de frío allí arriba. Frotándose los brazos que el vestido sin mangas dejaba al descubierto, se arrepintió de no haber tomado su chaqueta de la oficina.


–Son habitaciones muy espaciosas, teniendo en cuenta lo viejo que es el edificio – señaló ella– . Espero que le guste lo que ve, señor Alfonso.


Con una ligera sonrisa, su interlocutor levantó la vista hacia ella.


Entonces, cuando sus miradas se encontraron, Paula pasó los segundos más excitantes de su vida. Deseó haber hecho una elección más afortunada de palabras. Por nada del mundo había querido invitar a un hombre como aquel a mirarla. ¿Acaso él pensaba que lo había dicho con segundas intenciones? Según la prensa del corazón, Pedro Alfonso tenía debilidad por las mujeres extremadamente bellas y ella sabía que no se encontraba, ni de lejos, dentro de esa categoría.


–Por ahora, me gusta mucho lo que veo, señorita Chaves – contestó él, sin apartar la vista.


–Me alegro – repuso ella, mientras su temperatura subía al instante– . Puede tomarse el tiempo que quiera para observarlo todo.


–Eso haré, se lo aseguro.


–Bien.


Bajando la mirada, Paula se cruzó de brazos, tratando de pasar lo más inadvertida posible. Minutos después, se sorprendió a sí misma contemplándolo de reojo mientras él examinaba la sala con detenimiento. De vez en cuando, él se ponía en cuclillas para comprobar en qué estado estaban las paredes o tocaba las vigas de madera de la habitación. 


Era fascinante ver cómo pasaba sus fuertes y grandes manos por la madera y daba golpecitos ocasionales en la pared con los nudillos.


Por una parte, ella comprendía que quisiera comprobar en qué estado se encontraba el edificio en el que quería invertir. 


Sin embargo, le resultaba preocupante que no mostrara interés alguno por el contenido de la sala. Philip le había dicho que tenía urgencia por vender su empresa, pues su débil salud le iba a obligar a retirarse y pagar interminables facturas médicas. Aunque su jefe también contaba con traspasar el negocio de las antigüedades al mismo comprador.


Sumida en aquellas reflexiones, el peso de la responsabilidad que había asumido al aceptar ocuparse de la venta le resultó todavía mayor.


–Discúlpeme, pero la he visto tiritar un par de veces – comentó de pronto el visitante– . ¿Tiene frío? Quizá quiera ir abajo a por su chaqueta, Paula…


Cuando la recorrió otro escalofrío, no fue por la temperatura de la sala, sino por lo íntimo que había sonado su nombre en los labios de Pedro Alfonso.


La noche anterior, para prepararse para la entrevista, había buscado información sobre él en Internet. Al parecer, era un hombre implacable y con un insaciable apetito de éxito. Se decía que iba siempre tras lo mejor de lo mejor, sin importarle cuánto costara. Además, tenía fama de mujeriego y era conocido por salir con las mujeres más impresionantes.


No podía bajar la guardia ni un momento, se dijo Paula. De ninguna manera iba a dejar que el encanto de aquel hombre la influyera a la hora de cerrar ningún trato de negocios.


–Creo que eso voy a hacer – contestó ella sin titubear– . Si quiere ver las otras salas que hay en esta planta, puede hacerlo Volveré enseguida.


Con una cortés inclinación de cabeza, Pedro Alfonso asintió y, luego, volvió su atención al edificio.


Poco después, cuando Paula regresó, él estaba en la habitación más alejada, donde se guardaban los artículos de más valor. Le sorprendió encontrarlo admirando una de las vitrinas de cristal donde se guardaban las joyas y se preguntó si lo habría juzgado mal. Quizá, además de en el edificio, él estuviera interesado en continuar con el negocio de antigüedades.


Sin poder evitar sonreír, ella se acercó con curiosidad por saber qué era lo que había despertado su interés. Se trataba de un exquisito anillo de perlas y diamantes del siglo XIX, la pieza más valiosa de la colección.


–Es bonito, ¿verdad?


–Sí, lo es. Se parece mucho al anillo que mi padre le regaló a mi madre cuando su negocio comenzó a despegar – comentó él con aire ausente, y suspiró– . Pero las perlas y los diamantes no eran auténticos, no podría habérselo permitido en aquellos tiempos.


Paula se sintió enternecida por su tono nostálgico. De pronto, le pareció un hombre triste y vulnerable.


–Estoy segura de que a su madre le gustó el anillo tanto como si hubiera sido este mismo. Lo importante era lo que representaba, no lo que costaba – señaló ella y, ante el silencio de él, que seguía absorto contemplando la joya, añadió– : Puede que le interese saber que este anillo se lo regaló la familia de un soldado a una enfermera que asistió a los heridos de la guerra de Crimea.


Pedro posó los ojos en ella, lleno de interés. A Paula se le quedó la boca seca y se estremeció sin poder evitarlo.


–Dicen que cada foto tiene su historia – comentó él– . Sin duda, pasa lo mismo con las joyas. Pero deje que le pregunte algo. ¿Cree que la enfermera en cuestión era muy hermosa y que el soldado herido era un apuesto oficial?


Su pregunta, acompañada por un pícaro brillo en los ojos, tomó a Paula por sorpresa. Inundada de calor, respiró hondo para recuperar la calma y no sonrojarse, mientras le sostenía la mirada.


–Fuera atractivo o no, poco después de que se hubieran conocido, el soldado murió a causa de las heridas. Es una historia muy triste, ¿no le parece? No sabemos si llegaron a quererse, pero la entrega del anillo a la enfermera está documentada en los archivos históricos de la familia.


–Adivino que a usted le gusta pensar que el soldado y la enfermera se amaban, Paula – indicó él, recorriéndola con su intensa mirada.


Sintiéndose en tela de juicio, ella se encogió de hombros.


–¿Por qué no? ¿Quién podría negarles los pequeños momentos de felicidad que podían haber compartido en medio de su terrible situación? Pero la verdad es que nunca sabremos lo que pasó en realidad.


Lo que Paula sí sabía era que tenía que apartarse un poco más de Pedro. Le había subido tanto la temperatura que estaba empezando a sudar.


–Si ya ha terminado de echar un vistazo, podemos ir al despacho para hablar, ¿le parece bien?


–Por supuesto. ¿Puede preparar café?


–Claro. ¿Cómo lo toma?


–¿Cómo cree que me gusta, Paula? A ver si lo adivina.


Si Pedro se había propuesto desarmarla con su tono juguetón, era una buena táctica para hacerla sucumbir, caviló Paula. Después de todo, ¿qué mujer no se sentiría halagada por sus atenciones? Sin embargo, ella no estaba de humor para dejarse seducir con tanta facilidad. Tenía que llevar a cabo una tarea importante. Debía vender la tienda de antigüedades en nombre de su jefe y lograr el mejor trato posible. Nada podía distraerla de su objetivo.


Sin dedicarle ni una mirada más, se giró y se dirigió a las escaleras.


–De acuerdo. Lo más probable es que le guste solo y bien cargado, pero tal vez también quiera un par de cucharaditas de azúcar para endulzarlo. ¿He acertado?


–Estoy impresionado. Pero no vayas a pensar que sabes lo que me gusta en otros aspectos, Paula.


Aunque lo había dicho con tono festivo, a ella no le pasó desapercibido que había empezado a hablarle de tú. 


Además, intuyó que era una especie de advertencia. Para haber llegado a la cima, Pedro Alfonso debía de ser experto en conocer las debilidades de las personas que podían suponerle posibles obstáculos para lograr sus objetivos







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