lunes, 2 de noviembre de 2015
EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 2
Cuando Paula volvió al despacho con el café, Pedro estaba sentado de espaldas a ella. Aprovechó para fijarse en su ancha espalda. También se dio cuenta de que tenía el pelo castaño oscuro con reflejos dorados.
Como si no hubiera sido bastante para captar su atención, un aroma a elegante colonia masculina impregnaba el ambiente. Tras humedecerse los labios con la lengua, Paula dejó la bandeja sobre el escritorio victoriano de madera.
Luego, se sentó en una bonita silla tallada que solía ocupar Philip.
Estar cara a cara delante de Pedro Alfonso no era algo que el pulso de una mujer pudiera resistir. Su rostro era bello y fuerte como el de una escultura de Miguel Ángel. Sin embargo, sus ojos azules no parecían tan cálidos como cuando, en la planta de arriba, le había contado la enternecedora historia del anillo que su padre le había regalado a su madre.
De hecho, mientras la recorría con la mirada, a Paula le recordaron al océano helado de los polos. Un poco alarmada, se sonrojó, preguntándose por qué la observaba así.
Ella nunca se había considerado a sí misma hermosa, por eso, le desconcertaba e inquietaba la penetrante mirada de aquel hombre.
Entonces, Pedro le dedicó otra irresistible sonrisa.
–¿Te importa servir el café? Así podremos comenzar. Tengo una agenda muy ocupada hoy y me gustaría cerrar nuestro trato lo antes posible.
–Lo dice como si hubiera tomado una decisión.
–Así es. Después de haber visto el edificio por dentro, estoy preparado para hacer una oferta.
De inmediato, Paula se percató alarmada de que, de nuevo, él se había referido al edificio, no al negocio de antigüedades. Sintió un nudo en el estómago.
–Me gustaría llegar a un acuerdo hoy – continuó él con tono suave.
Al parecer, Pedro daba por hecho que ella estaría de acuerdo con la venta. ¿No la creía capaz de negarse? ¿Quizá pensaba que podía intimidarla con su riqueza y su estatus?
Mordiéndose la lengua, Paula decidió que era mejor dejar su respuesta para el final. Era mejor escuchar y ordenar sus pensamientos primero.
–Con dos cucharaditas de azúcar, ¿verdad? – preguntó ella, mientras servía el café, consciente de que él observaba todos sus movimientos con atención.
–Eso es.
Evitando su mirada, ella le tendió la taza y se sirvió la suya.
–¿Puede aclararme algo? Se ha referido a la venta del edificio, si no he entendido mal.
–Exacto.
–Discúlpeme, pero creo que mi jefe le ha dejado claro que lo que vende es su negocio de antigüedades, junto con el edificio. Ambas cosas no pueden separarse. ¿Usted no está interesado en la tienda?
–Eso es, Paula. Pero, por favor, puedes llamarme Pedro. No sé si lo sabes, pero dirijo una importante cadena de restaurantes y me gustaría instalar aquí uno de ellos. Es una localización perfecta. Además, debo confesar que las antigüedades no me interesan en absoluto. Hoy en día, no dan muchos beneficios. ¿No es esa la razón por la que tu jefe quiere venderla?
Paula se quedó petrificada un momento. Estaba furiosa y avergonzada al mismo tiempo.
–No es necesario ser tan brutal.
–Los negocios son brutales, ma chère… no te equivoques.
–Bueno, pues Philip quiere vender porque está enfermo y ya no tiene energías para dirigir su negocio. La tienda de antigüedades siempre ha sido su mayor orgullo y le aseguro que, si se encontrara bien, no la vendería por nada del mundo.
Pedro suspiró.
–Ya. Pero supongo que, como resulta que está enfermo, quiere aprovechar la oportunidad para conseguir todo el dinero que pueda con la venta, mientras sea posible. ¿No es así?
Paula volvió a sonrojarse. Le temblaban las manos. No podía tomar ninguna decisión importante en ese estado. Sin embargo, Pedro había acertado. Philip necesitaba vender.
Aunque también esperaba que el negocio perviviera y, si ella no lograba conseguirlo, le habría fallado a su jefe y mentor, al mejor amigo de su padre. Solo podía hacer una cosa.
Recuperando la calma, miró al francés a los ojos.
–Es verdad que el señor Houghton necesita vender, pero como me ha confesado que no le interesa lo más mínimo el negocio de antigüedades y solo quiere el edificio, me temo que no puedo vendérselo a usted. No sería correcto. Siento que no sea lo que tenía planeado y espero que lo entienda.
–No. No lo entiendo. Me interesa el edificio, sí, y estoy dispuesto a pagar por él. ¿Cuántos posibles compradores han llamado desde que tu jefe sacó la tienda a la venta? – preguntó él con mirada heladora– . Adivino que, dada la situación de crisis que vivimos, no muchos. ¿Tal vez yo sea el único? Si fuera tú, Paula, aceptaría mi oferta por el bien de tu jefe. Créeme, él solo te echará en cara haberte atrevido a rechazarla. ¿De verdad quieres perder la fe y confianza que el pobre hombre ha puesto en ti?
Inundada por una oleada de rabia, Paula clavó los ojos en aquel tipo, que ya no le parecía encantador. Al parecer, estaba decidido a hacerse con aquel local situado junto al Támesis a toda costa.
–Creo que ya es suficiente. Le he dado mi última palabra y va a tener que aceptarla – le espetó ella.
–¿De verdad? ¿Y crees que puedes decirle a un hombre de negocios que se rinda tan fácilmente solo porque tú lo digas? – replicó él con tono burlón.
Intentando controlar lo furiosa que le ponía su insolencia, ella se cruzó de brazos.
–No soy quien para decirle a nadie lo que tiene que hacer. Pero conozco a mi jefe y sé lo mucho que la tienda de antigüedades significa para él. Muchas veces me ha dejado claro que quiere traspasarla junto con el edificio y le fallaría si no cumpliera sus deseos. En su nombre, le agradezco su interés, pero nuestra reunión ha terminado. Lo acompañaré a la puerta.
–No tan rápido.
Cuando Pedro se levantó, Paula adivinó que su negativa a vender le había tomado del todo por sorpresa y estaba haciendo un esfuerzo para controlar su enfado. Él no había esperado tener que enfrentarse a una discusión. De todas maneras, ella no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer.
–Mira, no he venido a perder el tiempo – continuó él– . He venido por una única razón, para comprar un edificio que está en venta. ¿Es posible que reconsideres tu decisión si acepto comprar las antigüedades también? No dudo que algunas de ellas puedan ser de interés para algún que otro coleccionista.
Su comentario no sirvió para arreglar las cosas. Pedro no quería las antigüedades por su belleza o significado histórico, ni siquiera para continuar con el negocio, sino solo porque estaba pensando en su valor económico, comprendió Paula.
–Algunas son muy valiosas – confirmó ella– . Pero, por desgracia, su propuesta no hace más que demostrar que no tiene interés en las antigüedades. Por eso, no pienso considerar su oferta, señor Alfonso.
El hombre de negocios se sacó una cartera de cuero de un bolsillo interior de su impecable chaqueta, extrajo una tarjeta de visita y la lanzó al escritorio.
–Cuando hayas tenido tiempo de pensar las cosas sin dejar que tus emociones interfieran, Paula, seguro que quieres llamarme para cerrar un trato. Adiós – dijo él con una gélida mirada.
Ella dio las gracias al Cielo al ver que se iba. Sin embargo, no pudo evitar preguntarse si había tomado la decisión correcta.
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