domingo, 1 de noviembre de 2015

MI FANTASIA: EPILOGO






Dos años después.


Maison du Soleil. La Casa del Sol. La recién restaurada plantación de Luisiana resultó ser el primer paso de Paula Chaves Alfonso hacia la libertad, y una vida llena de
bendiciones.


La fachada fue pintada de blanco y amarillo y no tenía ni una gota de negro. Dentro, las habitaciones de la primera planta se habían restaurado siguiendo los planos originales, y el cuarto de niños de la primera planta era la sala de estar, mientras que la habitación que en el pasado fue un lugar lleno de tristeza se convirtió en el santuario de Paula, el
despacho desde donde dirigía su empresa de asesoramiento y diseño.


Sin embargo, su mayor logro estaba saliendo por la puerta principal de la mano de Pedro. Cuando padre e hija caminaron hacia la mesa preparada en el jardín, Paula
dejó de recoger los restos de la fiesta de cumpleaños para mirarlos. La niña, con el pelo moreno y rizado y los ojos azules como el cielo de verano, era idéntica a su padre, y
nació casi un año después de que Paula y Pedro intercambiaran sus votos matrimoniales en una remota playa de Barbados.


-Ven aquí, Celeste -dijo Paula, poniéndose de rodillas.


La niña echó a correr con pasos inciertos hacia su madre, y ésta la tomó en brazos.


-¿Ya te has bañado? Hueles muy bien.


-Entre mantenerla dentro de la bañera y sacarle los restos de tarta del pelo y las orejas, el baño ha sido toda una aventura -dijo Pedro, sonriendo.


Celeste bostezó y apoyó la cabeza en el hombro de su madre.


-Está muy cansada -dijo Paula-, pero así dormirá todo el trayecto hasta Shreveport y Eloisa podra conducir mas tranquila


Eloisa se había ofrecido a llevarse a la niña de vacaciones con ella durante una semana, que Paula y Pedro iban a aprovechar para estar unos días solos.


-Creo que ya se ha ido todo el mundo excepto...


-Ven a darle un beso de despedida al tío Jaime.


En cuanto oyó la voz del anciano, Celeste se zafó de los brazos de su madre y salió corriendo hacia el todoterreno de Eloisa.


Pedro se acercó a Paula y le pasó un brazo por la cintura.


Juntos vieron cómo su hija se subía a la silla de ruedas del anciano, algo que había aprendido a hacer recientemente
y le encantaba.


-Sin duda Jaime se ha convertido en el abuelo adoptivo perfecto para ella -comentó Pedro.


-Lo único que siento es que cuando él muera quizá no lo recuerde.


Pedro le apretó ligeramente la cadera.


-Tranquila, si ha llegado hasta aquí, seguro que todavía vivirá unos cuantos años más.


A Paula le hubiera gustado verlo, pero tenía la sensación de que el tiempo de Jaime en la tierra estaba llegando a su fin, aunque logró seguir con vida incluso después de finalizados los trabajos de restauración de la plantación. Y durante su embarazo. Y después del nacimiento de Celeste.


Poco antes de subir al coche de Eloisa que iba a llevarlo de vuelta a la residencia donde vivía, Jaime quiso hablar unos momento en privado con Paula. Paula empujó la silla de
ruedas del anciano hacia la hilera de pacanas y se detuvo debajo de la cabaña en el árbol donde el anciano había jugado en su infancia.


-¿De qué querías hablarme, Jaime?


-Hoy he hablado con la señorita Celeste -dijo el hombre tras dejar escapar un suspiro.


-Lo sé. Cada día sabe más palabras.


-No la niña. La hermana del señor Pedro.


Paula mantuvo la calma, a pesar de su sorpresa.


-¿Dónde la ha visto?


-En la rotonda, mientras contemplaba su retrato junto al de la señorita Laura. Me ha pedido que le dé un mensaje.


Algunos asegurarían que eran los desvaríos de un anciano, pero Paula sabía que no era así.


-¿Qué le ha dicho?


-Que le dé las gracias por devolver a su hermano a la vida y por amarlo. Después me ha dicho que ahora se iría a descansar.


En muchos sentidos, Pedro también le había devuelto la vida a ella y le había ofrecido una vida mucho mejor.


-Gracias por decírmelo. El anciano suspiró.


-Estoy cansado, señorita Paula. Yo también estoy preparado para reunirme con mi familia.


Paula apoyó la mano en la mejilla del hombre con los ojos empañados.


-Lo entiendo, pero le echaremos de menos.


-No llore por mí, señorita Paula. He tenido una buena vida, y usted la tendrá también. Cuide de la niña y de su hombre. Él depende de usted.


-Y yo de él.


—Por supuesto que sí, porque su destino era comprenderla. Y el suyo amarla.


Paula le dio un largo abrazo.


-Y no lo ignoré -dijo, recordando su consejo.


Paula se tomó su tiempo para empujar de nuevo al anciano hasta el vehículo que lo esperaba. Jaime se había convertido en una parte tan importante de sus vidas que cada
despedida era más difícil por temor a que fuera la última.


Mientras Pedro ayudaba a Jaime a subir al coche y Eloisa metía la silla de ruedas en el maletero, Paula se inclinó por la puerta abierta para despedirse de su hija. Comprobó los cinturones y después le dio un beso en la mejilla.


-Pórtate bien con Eloisa, cariño. Nos veremos dentro de unos días.


Celeste respondió metiéndose el dedo en la boca. Eloisa se montó detrás del volante.


-Lo pasará estupendamente jugando con mi sobrina, ya lo verás.


-Lo sé, pero llámanos si se pone muy difícil e iremos a recogerla. Y no se te olvide llamar cuando llegues.


Eloisa le ofreció una picara sonrisa.


-Llamaré y dejaré que el teléfono suene dos veces antes de colgar. Así sabréis que he llegado bien, por si estáis ocupados con otra cosa.


Paula fue a preguntarle a qué se refería, pero ya lo sabía. Y lo cierto era que pensaba estar muy ocupada con su marido durante muchas horas.


Por fin el coche se alejó y Paula sintió las manos de Pedro en la cintura, apretándola contra él. Se volvió hacia él y lo vio con la mirada perdida en el horizonte y una
expresión sombría en el rostro.


-¿Qué pasa, Pedro?


-Nada -respondió él, y suspiró-. Estaba pensando lo mucho que te hubiera querido. Y lo mucho que tú la hubieras querido a ella.


Paula no tenía que preguntar a quién se refería.


-Si se parecía a su hermano, seguro que sí -se puso de puntillas y le dio un beso en los labios-. Y ahora que tenemos una semana entera para nosotros, ¿dónde propones que la pasemos?


-En la cama.


-Bueno, teniendo en cuenta que tu hija ha heredado tu insomnio, no nos vendrá mal una buena cura de sueño.


Pedro le apretó contra él masajeándole las nalgas.


-No me refería a eso, y lo sabes.


-No lo sé, porque para lo único que utilizamos la cama es para dormir.


Pedro le pasó la lengua por el lóbulo de la oreja


-Bien, entonces vamos al salón azul.


Paula se estremeció.


-Ya hemos estado allí. De hecho, creo que hemos estado en todas las habitaciones al menos una vez, si no dos desde que terminaron las obras.


-¿Has hecho alguna vez el amor contra el tronco de un árbol, señora Alfonso?


-No, señor Alfonso, pero prefiero el salón rojo a tener el trasero lleno de arañazos.


-Entonces al salón rojo -dijo él-. Pero antes tienes que acceder a una cosa.


-Ya sabes que siempre estoy abierta a todas las posibilidades.


-¿También a tener otro hijo?


Dado que no habían hablado de tener más hijos, Paula estaba más que dispuesta a hablar de ello.


-No me negaría a tener un hijo, sobre todo si se parece a mí, ya que mi hija ha salido a su padre.


Pedro sacudió la cabeza.


-Yo prefiero las chicas. Son mucho más interesantes y complejas que los hombres.


-Pedro, tú no tienes nada de simple ni aburrido -le aseguró ella, que tenía experiencia de primera mano.


Después de un apasionado beso y unas excitantes caricias, Pedro dijo:
-¿Por qué no vamos dentro y empezamos con ese niño?


Paula le apretó las nalgas.


-Es la mejor idea que has tenido en todo el día.


Mientras se dirigían a la casa agarrados por la cintura, Paula pensó lo mucho que habían recorrido juntos, desde la inmensa tristeza del principio a las risas más espontáneas y sinceras de ahora. Desde las sombras a la luz. Y como él prometió, Pedro le había llevado a lugares muy especiales, tanto dentro como fuera de su mundo privado. Pero principalmente le había mostrado su corazón, que por fin había empezado a cicatrizar, y también el poder absoluto del amor.






Fin






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