lunes, 19 de octubre de 2015

EL DESAFIO: CAPITULO 6





Cuando entraron en el ascensor privado unos minutos después, Paula se preguntó si ese silencio que había entre los dos le estaría resultando a Pedro tan incómodo como a ella. Probablemente no. Su ofrecimiento de acompañarla a su apartamento había sido un gesto de educación, nada más, y uno que ella sabía que se disiparía en cuanto el ascensor llegara a su planta en unos segundos.


–¿Esta noche no llevas contigo a tus guardaespaldas? –preguntó él fríamente al acompañarla a la puerta.


Ella esbozó una sonrisa desprovista de humor.


–Hasta mi padre admite que aquí no los necesito. Es el dueño de todo el edificio, controla toda la seguridad y a nadie se le permite ni entrar ni salir sin su consentimiento –explicó con cierto desdén mientras Pedro la observaba.


–¿No es eso llevar un poco al extremo el papel de padre protector?


–Posiblemente –admitió ella.


–¿Y por qué demonios lo soportas? –le preguntó con impaciencia.


–No creo que sea asunto tuyo.


Pedro frunció el ceño con frustración ante la respuesta.


–¿Cuánto tiempo lleva en silla de ruedas?


Paula le lanzó una mirada de sorpresa.


–Casi veinte años.


–¿Y no crees que habría sido buena idea decírmelo antes de que lo hubiera conocido esta noche?


–No sé… No se me ocurrió. Ni a tu hermano tampoco, claro –dijo con impaciencia–. He crecido viendo a mi padre en silla de ruedas, así que ahora ni siquiera me doy cuenta de que está en una.


No, claro que no, y tenía razón; de todos modos, Miguel tampoco se había molestado en avisarlo. Una cosa más sobre la familia Chaves que su hermano mayor había olvidado mencionarle.


–¿Cómo pasó? –preguntó Pedro con delicadeza.


–Eh… un accidente –respondió con frialdad.


–¿Qué clase de accidente?


–Un accidente de coche. Se rompió la espalda y lleva en silla de ruedas desde entonces. Fin de la historia –abrió la puerta con su llave de tarjeta–. Gracias por…


–¡Invítame a pasar, Paula!


Paula abrió los ojos de par en par ante la intensidad de la expresión de Pedro; esos brillantes ojos se iluminaron al mirarla.


–No creo que sea una buena idea.


–¿Porque tu padre no lo aprobaría? –le preguntó con sorna.


–Mi negativa no tiene nada que ver con mi padre –y sí mucho con el hecho de que llevaba toda la noche sintiéndose atraída por él como no recordaba haberse sentido atraída por ningún otro hombre. No le encontraba explicación, solo sabía que se sentía atraída hacia él como una polilla al fuego… y probablemente con los mismos resultados. Porque si cedía a esa atracción acabaría gravemente achicharrada.


–Pues yo creo que tiene que ver con él.


–No lo entiendes.


–Tienes razón, no lo entiendo –respondió sacudiendo la cabeza con impaciencia–. No entiendo por qué una joven tan preciosa y con tanto talento permite que su dominante padre le dirija la vida.


–Mi padre no es… –se detuvo y respiró hondo–. Como te he dicho, no puedes entenderlo.


–Pues entonces invítame a tomar un café y explícamelo –dijo alzando las manos y colocándolas a ambos lados de su cuerpo, sobre el marco de la puerta.


Ella se quedó atónita y se puso nerviosa ante su repentina proximidad.


–Ya has tomado café en casa de mi padre.


–¡Por el amor de…! ¿Puedes invitarme a pasar a tu piso, Paula?


–Te he dicho que no me parece buena idea –era una idea muy mala cuando se sentía tan atraída por todo él, por su pelo, sus musculosos hombros, su abdomen plano, sus piernas larguísimas…


–Probablemente no lo sea, pero invítame de todos modos.


–¿A qué viene todo esto? –le preguntó con mirada de perplejidad.


–Lo mire por donde lo mire, ha sido una noche horrible. Cuando he llegado, he oído a mi anfitriona decir que no le gusto.


–Que no estaba segura de que me gustaras –lo corrigió ruborizada–. Y mi padre ya te ha explicado la razón del comentario.


–En parte, sí. Un hombre interesante tu padre –añadió con brusquedad–. El anfitrión perfecto, tan gentil y encantador.


–¿Por qué suenas tan burlón al decirlo?


–Probablemente porque tu padre, por muy educado que haya sido, me ha estado advirtiendo que me mantenga alejado –dijo exasperado.


–No lo entiendo –respondió ella sacudiendo la cabeza aturdida; parecía que se habían llevado muy bien durante la cena–. ¿De qué te ha advertido que te mantengas alejado?


–De ti –respondió mirándola.


Ella abrió los ojos de par en par.


–¿De mí?


–Tu padre ha aprovechado la oportunidad después de que hayas salido del comedor para advertirme de un modo muy sutil y decirme que preferiría que en el futuro me mantenga bien alejado de su hija.


–Oh, no –se sintió palidecer; sabía que su padre era perfectamente capaz de haber hecho algo así.


Y por primera vez en su vida lamentaba esa actitud tan protectora. Por primera vez en su vida quería lo que quería, y esa noche, después de haberse ido sintiendo cada vez más atraída hacia él, había descubierto que quería, que deseaba a Pedro Alfonso.


–Sí –confirmó Pedro con rotundidad–. ¿Lo hace con todos los hombres que conoces o me ha elegido por alguna razón en especial?


–No tengo ni idea –pero estaba dispuesta a descubrirlo, a tener una conversación cara a cara con su padre; eso sería lo primero que haría a la mañana siguiente–. Hablaré con él… ¿De verdad que te ha dicho eso? –le preguntó avergonzada.


–De verdad que sí –le confirmó.


–En ese caso, te pido disculpas. No tengo ni idea de por qué se le ha ocurrido pensar que tú… Por qué se le ha ocurrido pensar que hay alguna posibilidad de que los dos… –se detuvo al darse cuenta de que estaba empeorando la situación aún más, si es que eso era posible.


¿Cómo podía su padre haber hecho algo así? ¿Cómo podía haberla humillado de ese modo ante un hombre al que tendría que ver a diario durante dos semanas, al menos? Un hombre por el que se sentía atraída como si fuera un imán.


–Invítame a pasar, por favor, Paula –insistió.


Ella lo miró con indecisión y nerviosismo al captar el ronco tono de su voz y ver el brillo que se había intensificado en esos ojos dorados.


–¿Por qué insistes tanto en que te invite a pasar? –por lo poco que lo conocía tenía la impresión de que ese hombre siempre hacía lo que quería sin esperar a que nadie lo invitara–. ¿No serás un vampiro ni nada así, no? –añadió con tono animado en un intento de aliviar la tensión sexual que los rodeaba.


–No creo. ¡Aunque sí que he mordido algún cuello que otro!


Paula se arrepintió al instante de haber bromeado.


–¿Por qué estás empeñado en que te invite a mi piso? –repitió con decisión, tentada, sí, muy tentada, tanto por Pedro como por la idea de, por una vez en su vida, desbaratar los planes de su padre y de los guardaespaldas.


–Porque no creo que necesites otro hombre mandón y dominante diciéndote lo que tienes que hacer.


–Mi padre es… Tiene motivos para comportarse como lo hace… Tú no lo entiendes –repitió en voz baja.


–Tienes razón, no lo entiendo. ¡No entiendo por qué una mujer tan bella e inteligente permite que su padre le dicte cómo vivir su vida!


¿Cómo podría alguien comprender el miedo con el que había vivido su padre a diario durante los últimos veinte años, el pavor a que cualquier día pudieran arrebatarle a su hija?


Del mismo modo que le habían arrebatado a su amada esposa…






EL DESAFIO: CAPITULO 5






Paula sintió cierto grado de satisfacción al ver la mirada de inquietud de Pedro Alfonso al darse cuenta de que los dos sabían que había considerado que pasar una velada… y tal vez también una noche entera… con la preciosa actriz era mejor que aceptar una invitación de un importante cliente.


–No pasa nada. Y sí, pasé una noche muy agradable, gracias.


Su padre se rio suavemente.


–Hoy en día poco se le escapa a la prensa, Pedro. Es el precio que uno tiene que pagar cuando es conocido.


–Claramente –respondió antes de dar un trago de whisky.


Paula sintió cierta admiración por el hecho de que Pedro no hubiera intentado excusarse; muchos hombres, ante alguien tan poderoso como su padre, habrían intentado salir airosos de la situación, pero estaba claro que Pedro no tenía ninguna intención de disculparse ante nadie por lo que hacía o elegía no hacer.


–¿Te apetece ver la colección de joyas antes de cenar, Pedro?


–Me encantaría, gracias.


Paula los acompañó hasta el santuario de su padre, impresionada al oír cómo Pedro mostraba entre susurros su admiración y conocimiento por las preciosas joyas que Damian había coleccionado a lo largo de los años.


Verdaderamente era una colección impresionante y única con docenas y docenas de piezas inestimables, varios collares, pulseras y anillos que, en un tiempo, habían sido propiedad de la zarina Alejandra. Pero cada pieza de esa magnífica colección tenía su propia historia y su padre había pasado años aprendiendo cada una de esas historias.


La velada se relajó mucho más una vez volvieron al salón y mantuvieron una interesante discusión sobre la exposición, sobre política y, cómo no, sobre deporte, en especial sobre fútbol americano. Paula había participado durante los dos primeros temas, pero el fútbol americano la aburría, ¡tanto que Pedro no pudo evitar sonreír al verla contener un bostezo!


–Damian, creo que estamos aburriendo a Paula –dijo mucho más relajado que al principio.


–¿Doch?


–Estoy un poco cansada, solo es eso –le aseguró Paula a su padre con una sonrisa.


–Es tarde –añadió Pedro–. Ya es hora de que me marche.


–Por favor, no te vayas por mí. Es que llevo una semana muy ajetreada, eso es todo.


–No, de verdad debería irme. Mañana tengo que trabajar. ¿Quieres que te acompañe a casa, Paula?


Ella sintió cómo se le aceleró el corazón ante la idea de que el guapo Pedro la acompañara a la puerta, y de que, tal vez, incluso le diera un beso de buenas noches…


Estaba claro que había bebido demasiado del excelente vino de su padre ¡porque Pedro no había insinuado lo más mínimo que estuviera interesado en darle un beso de buenas noches!


No, su ofrecimiento de acompañarla había sido, sin duda, fruto de la educación y, posiblemente, una concesión a los anticuados modales de su padre.


–Es muy caballeroso por tu parte, Pedro –dijo su padre sorprendentemente antes de que Paula tuviera oportunidad de responder–. Mi hija se ha vuelto demasiado independiente para mi gusto después de sus años de universidad.


Pedro vio el brillo de irritación en la mirada de Paula antes de que pudiera enmascararlo. ¿Significaba eso que no le hacía ninguna gracia que esos guardaespaldas la siguieran día y, probablemente, noche también? Imaginaba que debía de ser extremadamente agobiante además de un obstáculo para su vida personal.


Lo cual planteaba una pregunta: ¿tenía Paula un hombre en su vida? Imaginaba que haría falta ser un hombre muy decidido para salir con la hija de Damian Chaves y, sobre todo, para soportar la opresiva presencia de esos guardaespaldas cada vez que los dos salieran juntos. Y en cuanto a que pasara algo más íntimo… bueno, ¡eso tenía que ser una pesadilla logística y emocional!


Además, todo ello planteaba la pregunta de por qué la propia Paula lo soportaba. Era una veinteañera preciosa, y claramente inteligente si se había licenciado en Stanford y tal como mostraban los comentarios tan acertados que había hecho esa noche durante las conversaciones que habían mantenido. También estaba bien cualificada y poseía un verdadero talento para el diseño, así que ¿por qué seguía permitiendo que su padre limitara y vigilara cada uno de sus movimientos de ese modo tan obsesivo?


Ese era un aspecto más del misterio sin resolver en el que Paula se estaba convirtiendo para él…


Un misterio que Pedro quería descubrir cuanto más tiempo pasaba en su compañía.


–¿Paula? –preguntó al acercarse a su sillón antes de marcharse.


–Bien –respondió ella tensa–. No tengo ningún problema en que me acompañes al piso de abajo en el ascensor, si es lo que quieres.


Pedro enarcó las cejas.


–¿Vives en este edificio?


–Sí –sus ojos se iluminaron con un brillo de desafío al mirarlo.


–Entiendo…


–Lo dudo mucho.


–Paula –apuntó su padre con tono de reprobación.


Ella cerró los ojos brevemente y respiró hondo antes de volver a abrirlos y esbozar una sonrisa de tensa educación.


–Gracias, Pedro , te agradecería mucho que me acompañaras hasta la puerta –dijo antes de ir a darle un beso a su padre–. Hasta mañana, papá –añadió con tono suave y cariñoso.


–Hasta mañana, maya doch –respondió el anciano besándola en la mejilla antes de añadir–: Ha sido un placer conocerte y charlar contigo esta noche, Pedro.


–Lo mismo digo, señor –dijo Pedro distraídamente y con la mirada clavada en Paula, que salió del comedor sin mirarlos a ninguno.


–Mi colección de joyas es muy preciada para mí, Pedro .


–Es impresionante –contestó lentamente y no muy seguro de a qué venía ese repentino cambio de tema.


–Cada pieza es inestimable, pero por muy bella y valiosa que sea mi colección, valoro a mi hija mucho más que a cualquier rubí o diamante.


«Ah… ya…».


–Y por ello siempre haré lo que esté en mi poder para asegurar su bienestar y su felicidad.


–Es comprensible –respondió Pedro con cierta brusquedad.


–¿Sí? –contestó Damian con el mismo tono desafiante.


Era la primera vez que Pedro recibía las advertencias del padre de una mujer, pero sí, creía que lo comprendía todo.


–Paula ya es mayor, Damian –añadió.


–Sí que lo es, pero aun así, tal vez deberías saber que no miraré bien a ningún hombre que le haga daño a mi hija, tanto si es intencionadamente como si no –esos ojos verdes, tan parecidos a los de su hija, se iluminaron con un brillo de advertencia.


–Gracias por una noche tan agradable, señor –dijo Pedro estrechándole la mano con educación.


–Alfonso –respondió el hombre estrechándole la mano brevemente y mirándolo fijamente.








EL DESAFIO: CAPITULO 4





Te gusta ese tal Pedro que va a venir a cenar con nosotros esta noche?


Paula, con la mano temblorosa, se detuvo mientras le servía a su padre la habitual copa de whisky de malta que tomaba antes de cenar. Esperó unos segundos a que la mano le dejara de temblar y a recomponerse antes de terminar de servirla y después se giró para llevarle el vaso a su padre.


–¿Te he dicho lo guapo que estás esta noche, papá? –le dijo con tono animado.


–A un hombre de setenta y nueve años no se le puede llamar guapo –dijo con un marcado acento a pesar de llevar más de media vida viviendo en los Estados Unidos–. Distinguido, tal vez, pero estoy demasiado viejo como para que me llamen guapo.


–Pues a mí siempre me pareces guapo, papá –le aseguró Paula con cariño.


Y así era. Por mucho que su padre estuviera a punto de cumplir los ochenta, su habitual vitalidad lo hacía parecer mucho más joven, su cabello gris aún se veía abundante, y tenía un rostro afilado y firme a pesar de que sus ojos ya no eran de un verde tan intenso como el de color musgo de ella.


–Estás evitando responder a mi pregunta.


Y tal vez era porque Paula no tenía ni idea de qué había animado a su padre a formularle esa pregunta.


Había vuelto a pasar todo el día en la galería dando los últimos retoques. Primero había sentido ciertos nervios ante la posibilidad de volver a ver a Pedro, y después decepción cuando se había marchado de la galería a las cuatro habiendo visto al carismático propietario apenas de pasada.


Una decepción por la que se había reprendido mientras se había dado un baño. Pedro Alfonso no era un hombre por el que debería sentirse interesada. Era arrogante, burlón y, lo más importante, no tenía el más mínimo interés por ella.


Aun así, no había podido resistirse a encender el ordenador y buscarlo en Internet después de salir del baño y sentarse en la cama con su albornoz y el pelo envuelto en una toalla. 


Se había dicho que lo estaba haciendo porque necesitaba saber todo lo que pudiera sobre el hombre al que su padre había invitado a cenar esa noche, y no porque ese hombre despertara en ella unas reacciones físicas que le resultaban especialmente incómodas.


Pasaron varios minutos de búsqueda hasta que encontró una fotografía de él de la noche anterior disfrutando de una cena íntima en un exclusivo restaurante de Nueva York con la preciosa actriz Jennifer Nichols que, obviamente, era el compromiso previo que le había hecho rechazar la invitación de su padre. Disgustada, había desconectado el ordenador.


Había decidido que Pedro no era más que un mujeriego y se había negado a malgastar su tiempo y sus emociones en él.


–Sigues evitando la pregunta, Paula –le dijo su padre con delicadeza.


–Pues probablemente es porque no sé a qué viene esa pregunta, papá.


–Estás muy guapa esta noche, maya doch.


–¿Con eso estás diciendo que normalmente no lo estoy? –bromeó.


Su padre sonrió.


–Sabes que para mí siempre estás preciosa, Paula, pero esta noche parece que te hayas esforzado especialmente para estarlo.


Y probablemente era porque, después de haber visto la fotografía de Pedro Alfonso con la actriz Jennifer Nichols, eso era exactamente lo que había hecho. Lo cual había sido una tontería por su parte ya que jamás podría competir con la belleza y la sofisticación de una actriz de primera. Aunque tampoco es que quisiera hacerlo. Pedro Alfonso no significaba nada para ella, al igual que ella no significaba nada para él.


–Y no creo que te hayas esforzado especialmente por mí, así que, ¿te gusta Pedro?


Paula soltó un suspiro de exasperación.


–No lo conozco lo suficiente como para que me guste o no, papá.


–Ayer estuviste un rato a solas con él.


–Creía que, cuando salí de Stanford, quedamos en que seguiría teniendo mi cuadrilla de seguridad, pero que solo te informarían si estaba en peligro.


–Y en eso quedamos –le confirmó su padre con aire despreocupado–. Y eso no ha cambiado, ni cambiará. Tu equipo de seguridad no me ha dado esa información, Paula. 
No tengo por qué cuando tengo a mi propio equipo.


–Así que uno de los obreros que me acompañaron ayer a la galería era uno de tus hombres –supuso con impaciencia–. Papá, no deberías haberlo hecho –suspiró.


–Solo me interesa saber de qué hablasteis durante los veintitrés minutos que estuvisteis solos en su despacho.


–¿Veintitrés minutos? –repitió Paula incrédula–. ¿Cronometraste el tiempo que estuve dentro?


–Mis hombres lo hicieron, sí –respondió su padre sin inmutarse–. ¿Eres consciente de la reputación que tiene Alfonso con las mujeres?


–Papá, ¡no pienso seguir hablando de este tema contigo! –dijo alzando las manos–. Mi reunión de ayer con Pedro Alfonso fue estrictamente profesional. mi reunión de ayer con él fue por ti, he de añadir –sintió un rubor en las mejillas al recordar aquellos breves segundos, justo antes de que saliera del despacho, en los que había parecido que iba a besarla. Justo antes de que ella hubiera puesto punto final a esa posibilidad de acercamiento por su nerviosismo.


–No quiero ver cómo ese hombre te hace daño, maya doch.


–Y yo te aseguro que eso no va a pasar –insistió Paula con firmeza–. Ya te he dicho que aún no he decidido si me gusta o no Pedro Alfonso.


–Pues es una pena porque he decidido que a mí sí me gustas, Paula –dijo una voz exasperantemente familiar.


Paula sintió cómo el color se disipaba de sus mejillas al girarse bruscamente y encontrarse a Pedro Alfonso junto a la puerta, detrás del mayordomo de su padre; acababa de llegar y estaba arrebatadoramente guapo con un traje negro y esa melena color ébano peinada hacia atrás dejando despejado su precioso rostro.


Pedro casi se rio a carcajadas al ver el gesto de consternación de Paula al darse cuenta de que había oído el comentario que había hecho sobre él. Sin embargo, no había llegado a reírse. No solo no era divertido oírle decir que no estaba segura de si le gustaba o no, sino que su belleza esa noche le había robado el aliento necesario para reírse.


Paula llevaba un vestido del tono verde musgo de sus ojos que se aferraba a sus curvas con dos tirantes y que dejaba al descubierto sus hombros y sus brazos, su escote, y unas largas piernas esbeltas y torneadas, y resaltadas por unos tacones que hacían que alcanzara el metro ochenta. Tenía su salvaje melena pelirroja recogida a la altura de las sienes por unas horquillas de diamantes, pero el resto caía en forma de cascada ondulada por su espalda para posarse por encima de ese torneado trasero que tanto le había gustado mirar el día antes, cuando ella había salido de su despacho.


–Señor, el señor Alfonso–dijo el inexpresivo mayordomo al anunciar la llegada de Pedro.


–Adelante, señor Alfonso –le dijo su anfitrión con tono suave.


Pedro le dirigió al mayordomo una sonrisa antes de entrar en el salón y fijarse en que Damian Chaves estaba sentado en una silla de ruedas en lugar de en uno de los sillones de terciopelo crema.


–Confío en que entenderá por qué no me levanto a saludarlo, señor Alfonso –dijo secamente ante la mirada de sorpresa de Pedro.


Una sorpresa que él rápidamente enmascaró bajo una sonrisa educada al cruzar la sala para estrecharle la mano al anciano.


–No hay problema. Y, por favor, llámeme «Pedro». A pesar de no estar segura de si le gusto o no, su hija ya me llama así –añadió suavemente antes de lanzarle una desafiante mirada a Paula. Pero esa mirada no se debía al comentario previo, sino al hecho de que no le hubiera avisado de que su padre estaba en silla de ruedas.


Aunque, por otro lado, tenía que reconocer que eso habría sido difícil ya que, si bien Paula había hecho lo que le había pedido y le había dejado su dirección a su secretaria, él se había asegurado de que los dos no se vieran durante las horas que ella había estado en la galería ese día. Porque estaba enfadado. Consigo mismo, no con Paula.


Paula no sabía que la noche anterior con Jennifer Nichols había sido un desastre por la simple razón de que no había podido dejar de pensar en ella. O, al menos, su rebelde cuerpo se había negado a dejar de pensar en ella.


Tanto que no había sentido el más mínimo deseo por irse a la cama con la bella actriz y se había limitado a besarla en la mejilla antes de llevarla a casa, antes de irse solo a su piso y meterse en su cama vacía. Aunque no para dormir plácidamente, por desgracia, ya que una parte de su anatomía se había negado a claudicar, e incluso cuando finalmente había logrado quedarse dormido, en sus sueños no había dejado de hacerle el amor a Paula.


Como resultado, llevaba todo el día de mal humor y sin ninguna gana de ver o hablar con la mujer que le había provocado su actual falta de deseo sexual por cualquier otra, algo que nunca antes le había pasado y que no le gustaba que le estuviera pasando ahora.


–No culpes a Paula por su comentario. Lo que has oído ha sido solo el resultado de una broma por mi parte.


Pedro se preguntó exactamente qué le habría dicho Damian a su hija para provocarle esa respuesta tan vehemente, y esa curiosidad se vio ensalzada por el repentino rubor que tiñó las mejillas de Paula.


–¿Te apetece tomarte una copa de whisky conmigo antes de cenar? –le ofreció su anfitrión educadamente.


–Gracias, Damian –asintió Pedro viendo cómo Paula cruzaba la sala en silencio.


–Espero que tu compromiso de anoche resultara próspero.


Pedro, que estaba mirando a Paula, se giró hacia su anfitrión y supo, por la dureza de su expresión, que Damian Chaves se había percatado del interés que tenía por su hija y que no estaba seguro de si aprobarlo o no. ¿Estaría al tanto, también, de con quién había tenido un compromiso la noche anterior?


El tono burlón de esos ojos tan desafiantes indicaban que la respuesta a esa pregunta era un rotundo «sí». Damian sabía exactamente dónde y con quién había estado la noche anterior.


–De verdad, papá, no deberíamos avergonzar a Pedro preguntándole si disfrutó o no de su cita de anoche con la señorita Nichols –dijo Paula con sorna al entregarle el vaso de whisky evitando deliberadamente el contacto con su mano.


¡Genial! Al parecer, Paula también sabía con quién había estado y esa mirada burlona indicaba que había sacado sus propias conclusiones sobre cómo había terminado la noche.









domingo, 18 de octubre de 2015

EL DESAFIO: CAPITULO 3





Una decisión que Pedro tuvo que plantearse cuando, dos horas más tarde, su secretaria acompañó a Paula Chaves a su despacho.


Había estado extremadamente ocupado esas dos horas para evitar que la joven lo pillara desprevenido de nuevo. Su conversación telefónica con Miguel no había sido de mucha ayuda ya que su hermano no había mostrado ningún interés en el hecho de que Paula Chaves fuera una veinteañera, y no una mujer de mediana edad, tal como Pedro había dado por hecho. Miguel simplemente había repetido que su deber era tener contenta a la señorita Chaves.


Internet había demostrado ser de más ayuda en lo que respectaba a Paula, revelando que había nacido cuando su madre, Ana Chaves, tenía treinta años y su padre superaba los cincuenta, lo cual hacía que ahora Paula tuviera veinticuatro. También decía que Ana había muerto cinco años después de que Paula naciera, pero no había datos sobre las causas de esa muerte tan prematura. También aparecía una lista de los colegios a los que había asistido antes de ir a la Universidad de Standford, licenciarse en Arte y Diseño y ocupar un puesto en el vasto imperio empresarial de su padre.


Pero nada de ello modificó el efecto que causó en Pedro cuando entró en su despacho a las once en punto.


En algún momento de la mañana se había quitado la gruesa sudadera negra para dejar expuesta una reveladora camiseta blanca ajustada bajo la que no llevaba nada más. 


Sus pechos eran pequeños y respingones, coronados por unos oscuros pezones que se marcaban contra la tela blanca por encima de un abdomen esbelto. Se había vuelto a quitar la gorra y esa abundante cascada de pelo rojo caía sobre la estrechez de sus hombros y la esbeltez de su espalda; una melena salvaje que hacía que Pedro deseara acariciarla. El endurecimiento de su miembro le dijo que su cuerpo había decidido, contradiciendo su previa decisión de mantenerse alejado de esa joven, que también le gustaba lo que veía.


–¿Señor Alfonso? –dijo Paula al ver que no parecía tener intención de levantarse a saludarla, ya que se quedó sentado detrás de la mesa de mármol negra situada delante de los ventanales de la espaciosa sala.


Se había quitado la chaqueta y la había colgado en una percha; su pelo desprendía un brillo ébano que contrastaba con la blancura de su camisa de seda. Tal como había sospechado antes, sus anchos hombros, su musculado pecho y la tersura de su abdomen no le debían absolutamente nada a la perfecta confección de su traje de diseño.


Paula apartó la mirada deliberadamente de toda esa descarada masculinidad para observar el resto de la espaciosa habitación, que desprendía la lujosa elegancia asociada a las galerías mundialmente conocidas. Esa reputación y la opulencia de esa galería habían sido, sin duda, las razones por las que su padre había elegido a Arcángel como el medio para exponer su colección.


Aun así, Paula sabía que a su padre no le haría ninguna gracia la falta de modales que Pedro Alfonso estaba mostrando hacia su única hija.


–¿Le viene mal ahora mismo? –le preguntó ella fríamente al girarse para mirarlo.


–No, en absoluto –respondió él levantándose, por fin, para ponerse la chaqueta–. ¿Has decidido prescindir de tus guardaespaldas? –le preguntó con una mirada algo burlona.


Paula le devolvió la misma mirada.


–Están justo al otro lado de la puerta –dijo asintiendo hacia la puerta.


Pedro Alfonso sonrió al apoyarse en su mesa de mármol y cruzarse de brazos sobre ese musculoso pecho destilando una peligrosa masculinidad.


–¿Y eso es porque no supongo ninguna amenaza para ti?


Era simplemente porque Paula les había dicho a Rich y a Andy que ahí era donde tenían que esperarla. A ellos no les había hecho ninguna gracia, pero ella se había mostrado firme. Sin embargo, ahora sola en el despacho de Pedro Alfonso, bien consciente de su depredadora masculinidad y de ese pícaro brillo de nuevo visible en esos ojos dorados, ya no estaba tan segura de haber tomado la decisión correcta.


Pedro Alfonso era un hombre peligrosamente atractivo con reputación de mujeriego. Un hombre de encuentros ocasionales que estaba a años luz de la limitada experiencia de Paula. Y esa era precisamente la razón por la que se había mostrado tan brusca con él esa mañana: nunca antes se había relacionado con un hombre tan poderosamente atractivo como Pedro Alfonso. En realidad, básicamente solo había tratado con su padre y sus guardaespaldas.


Su padre se había convertido en una especie de ermitaño tras la muerte de su madre, al mismo tiempo que se había vuelto obsesivamente protector con ella. Y esa protección, representada por Andy y Rich, implicaba que solo había tenido alguna que otra cita en los últimos años, y siempre con hombres a los que su padre había dado su aprobación y que habían pasado el control de seguridad al que se los sometía antes de que ella pudiera aceptar, siquiera, una invitación para salir a Comer una pizza.


Pedro Alfonso, encantador por fuera, pero con un interior decidido y férreo, no parecía un hombre al que pudiera importarle mucho que lo sometieran a controles de seguridad si decidía que estaba interesado por una mujer.


Y no es que Paula pensara que pudiera llegar a estar interesado por ella nunca; dudaba mucho que fuera lo suficientemente bella o sofisticada como para despertar el interés de un hombre tan atractivo y solicitado como sabía que era Pedro Alfonso. Un hombre que podía tener a la mujer que quisiera. Pero Paula, a pesar de lo poco que lo conocía, sabía que a Pedro no le importaría si tenía o no la aprobación de su padre, ni se molestaría por el hecho de que Rich y Andy estuvieran al otro lado de su puerta si es que de pronto sentía ganas de besarla…


¿Pero qué demonios le pasaba? ¿En qué estaba pensando? 


Cualquiera creería que estaba deseando que Pedro la encontrara atractiva. ¡Y hasta que la besara!


Lo cual era ridículo. Solo estaba en las galerías para supervisar la instalación y la seguridad de la colección de joyas de su padre, nada más. El hecho de que no pudiera sacarse de la cabeza la suavidad de su pelo moreno, de ese brillo dorado de sus ojos, de los duros contornos de su hermoso rostro y de los músculos de su cuerpo era irrelevante ya que no tenía ninguna intención de permitirse seguir sintiéndose atraída por él. Porque la protección de su padre no permitiría que lo hiciera.


–Lo he preparado todo para que puedas bajar al sótano a las doce en punto para comprobar la seguridad –la informó Pedro ahora con un tono más enérgico y con una mirada comedida–. Espero que te venga bien.


–Perfectamente, gracias –asintió fríamente–. ¿Es consciente de que, una vez la colección esté instalada, habrá dos hombres del equipo de seguridad de mi padre apostados en la sala este vigilando la colección en todo momento?


–Eso creo –asintió lacónicamente.


–¿Es que no lo aprueba?


–No es cuestión de si lo apruebo o no, pero, si quieres que te diga la verdad, me resulta insultante que tu padre lo vea necesario –añadió con clara impaciencia.


Ella se encogió de hombros.


–Dudo que mi padre desconfíe de que usted o sus empleados puedan robarle la colección.


–¡Vaya, eso es muy reconfortante!


Paula pensaba que no había que darle más vueltas al tema; su padre no escatimaría en seguridad por mucho que a Pedro le resultara insultante.


–Bueno, ¿de qué quería hablar conmigo, señor Alfonso?


–Creía que habíamos quedado en llamarnos «Paula» y «Pedro» –le recordó secamente–. Eso de «señor Alfonso» hace que parezca mi arisco hermano mayor –dijo con mueca de disgusto.


Paula enarcó las cejas.


–¿Te refieres a Miguel que visitó a mi padre hace unas semanas?


–Has podido identificarlo con mi descripción, ¿verdad?


Paula se encogió de hombros.


–Pues a mí me pareció muy educado… aunque sí que un poco… esquivo.


–¿De verdad conoces a mi hermano Miguel?


Ella abrió los ojos de par en par ante su tono.


–Estuve presente cuando mi padre y él firmaron los contratos para la exposición, sí.


¿Pero qué demonios…?


Pedro acababa de hablar con Miguel y su hermano no había reconocido que hubiera visto en persona a Paula Chaves. Sí, era cierto que tampoco se lo había preguntado directamente, pero Miguel tampoco se lo había mencionado. Ni justo antes, ni cuando los dos habían hablado sobre el tema en la boda de Gabriel; una conversación en la que Miguel tampoco se había molestado en contradecirlo cuando él había supuesto que Paula Chaves sería una mujer de mediana edad.


–He visto unas fotos preciosas en el periódico del domingo de la boda de tu hermano pequeño… Gabriel, ¿verdad? Los tres os parecéis mucho.


Pedro, que había estado observando la punta de sus brillantes zapatos negros, levantó la mirada hacia Paula, entrecerrando los ojos contra el sol que se colaba por la ventana y que resaltaba esos reflejos dorados en esa gloriosa melena rojiza y hacía destacar el verde de sus ojos sobre esa suave piel cremosa y esos labios tan…


Se maldijo antes de sentarse de nuevo; su erección ya había palpitado ante la visión de esos carnosos labios ligeramente separados.


Y esa era una reacción totalmente inaceptable para él; siempre le había gustado la idea de no tener que complicarse ni comprometerse con todas esas rubias de largas piernas que tanto lo atraían y con las que pasaba unas semanas disfrutando, principalmente en la cama, y sin esperar nada más. Paula Chavesy el hecho de quién era, de quién era su padre, hacía que la atracción que estaba sintiendo por ella fuera de lo más complicada.


Por desgracia, su masculinidad, que había vuelto a endurecerse rápidamente, parecía tener una opinión muy distinta sobre el tema; sin embargo, él prefirió ignorarla.


–Sí, nos parecemos. Y fue una boda muy bonita. Todo lo bonita que puede ser una boda –añadió con desdeñosa falta de interés.


Paula sonrió ante la clara aversión de Pedro Alfonso por las bodas y el matrimonio.


–¡Seguro que no es contagioso como el sarampión y la varicela!


–¡Si lo es, soy inmune!


–Por suerte para ti. ¿Es eso todo lo que querías hablar conmigo?


Pedro Alfonso batió sus oscuras pestañas, sorprendido, como si por un instante hubiera olvidado que era él el que le había pedido reunirse. Sin embargo, ocultó su expresión rápidamente encogiéndose de hombros y diciendo:
–No. ¿Por qué no te sientas un momento? Dejando a un lado el tema de la seguridad, he pensado que deberíamos decidir exactamente qué papel vas a desempeñar en Arcángel durante el tiempo que dure la exposición.


–Como ya he dicho, todo eso está detallado en el contrato que mi padre y tu hermano firmaron hace semanas.


–He tenido oportunidad de leerlo con mayor detenimiento y no me puedo creer que quieras estar aquí metida todo el tiempo durante las próximas dos semanas.


–¿No puedes?


–No, no puedo. Ahora que las vitrinas están instaladas y todo está en su sitio, aquí no hay nada más que hacer. Te felicito por tu trabajo, por cierto –añadió a regañadientes–. Las vitrinas son exquisitas.


–Gracias –aceptó con timidez.


Paula llevaba casi cuatro meses trabajando con las vitrinas de exposición, desde que su padre le había propuesto la idea de exponer su colección de joyas en una de las galerías de Nueva York. Cada vitrina, de peltre y cristal biselado para no desmerecer la belleza de las propias joyas, tenía su propio código de seguridad, un código que solo Paula y su padre conocían.


–Resultarán más impresionantes aún cuando las joyas estén dentro.


–Seguro que sí –asintió Pedro con brusquedad–. La exposición no comienza hasta el sábado, imagino que no tardarás más de un día o dos en organizar la muestra.


–Es una colección muy amplia.


–Aun así…


Pedro, ¿es que intentas librarte de mí?


Y no estaría equivocada al pensarlo, admitió Pedro para sí con cada vez más impaciencia. Maldita sea, debía ocuparse de toda la galería en general, no solo de esa exposición, y no tenía ni tiempo ni ganas de satisfacer los caprichos y exigencias de la familia Chaves.


–No, en absoluto –dijo con tono suave.


–He hablado con mi padre por teléfono hace un momento y me pide que te transmita sus felicitaciones y te invita a cenar en su casa esta noche, si te viene bien.


Pedro frunció el ceño ante la invitación; sabía que Damian Chaves era huraño y dado a recluirse, pero ahora parecía que lo estaba invitando a cenar en su casa. Bueno, tal vez era comprensible teniendo en cuenta que Pedro era el hermano al mando de la galería de Nueva York, la misma a la que el hombre le había confiado su preciada colección.


No obstante, preferiría no tener más relación de la debida con la familia, y con Paula en particular. Y, sobre todo, lo que menos quería era que Damian fuera testigo de su notable reacción física ante su hija.


–¿Pedro?


–Me temo que esta noche ya tenía un compromiso –¡gracias a Dios!


–Ya… –se quedó más que sorprendida ante su rechazo.


Y no cabía duda de que esa sorpresa se debía al hecho de que a no demasiada gente se le ocurriría rechazar una invitación del poderoso Damian Chaves, contando, claro, con que tuvieran el privilegio de recibirla. Pedro sabía que desde un punto de vista profesional él tampoco debería rechazarla, sino más bien cambiar su cita con la actriz Jennifer Nichols para otro día. Eso era lo que Miguel habría esperado que hiciera, pero dado que en ese momento no tenía ninguna gana de complacer a su hermano, ¡le importaba un comino lo que pensara!


Paula sabía que a su padre no le haría ninguna gracia que Pedro hubiera rechazado su invitación y, al mismo tiempo, no podía evitar admirar a Pedro por ello. Adoraba a su padre, pero eso no impedía que fuera totalmente consciente de que su poder lo había acostumbrado demasiado a salirse siempre con la suya, a imponer su voluntad sobre los demás, a esperar que todos obedecieran sus órdenes. Sin embargo, estaba claro que Pedro Alfonso no era una de esas personas.


–Mi padre me ha dicho también que si no podías, eligieras otra fecha que te resultara más apropiada.


–A ver… –dijo abriendo su agenda sobre el escritorio–. Parece que mañana por la noche la tengo libre de momento.


–Avísame mañana si eso cambia –respondió Paula, a la que le divertía, más que molestarle, la determinación de Pedro de no dejarse avasallar por su padre.


–¿Aún sigues decidida a venir a la galería cada día?


–Eso es lo que mi padre espera que haga.


Pedro se relajó contra el respaldo de su silla de piel negra.


–¿Y siempre haces lo que espera tu padre?


Paula se puso tensa ante el provocador tono de su voz.


–Si lo hago, se angustia menos, así que sí –le confirmó con brusquedad.


–¿Angustia? –preguntó enarcando una ceja con gesto burlón.


–Sí –Paula no tenía ninguna intención de darle más explicaciones.


Los motivos que su padre tuviera para ser tan protector con ella no eran asunto ni de Pedro Alfonso, ni de nadie. Era lo que era y Paula lo aceptaba. Y si alguna vez se sentía molesta por la necesidad de su padre de protegerla, eso era problema suyo, no de Pedro.


Ahora su depredadora mirada dorada la recorría deliberadamente y sin piedad, haciendo que sus pezones se inflamaran ante esos ojos posados en la prominencia de sus pechos rozando la camiseta. Respiró hondo con suavidad sintiendo cómo el algodón resultaba abrasivo contra su piel desnuda y una ardiente humedad se instalaba entre sus muslos.


A su cuerpo no parecía importarle ni que Pedro se hubiera propuesto deliberadamente despertarle esa respuesta ni que, sin duda, estuviera divirtiéndose a su costa a medida que la tirantez de sus pezones se convertía en una tortura insoportable y la humedad de entre sus muslos iba en aumento como si se estuviera preparando para las caricias y la entrada de ese hombre.


Pero a Paula sí le importaba. No iba a permitir que ningún hombre se riera de ella por muy poca experiencia que tuviera en el terreno masculino, y mucho menos el arrogante y burlón Pedro Alfonso.


Se levantó bruscamente y dijo:
–Le diré a mi padre que has aceptado su invitación para mañana por la noche.


Pedro apartó a regañadientes la mirada de los pechos de Paula; había disfrutado mucho viendo esos pezones inflamarse y revelar que no era inmune a su penetrante mirada.


Pero solo le hizo falta ver su rostro, su verde mirada acusatoria, la palidez de sus mejillas y el gesto de su barbilla para sentirse como un completo canalla por haberse comportado tan mal. Estaba furioso con su inesperada respuesta física ante esa mujer, con Miguel por haberlo puesto en esa situación, e incluso un poco con Damian por la misma razón, pero eso no le daba derecho a pagar su rabia con Paula.


Se levantó, bordeó el escritorio y los dos quedaron de pie separados por escasos centímetros.


–¿Tú también cenarás mañana con nosotros? –le preguntó con suavidad.


Ella lo miró con recelo.


–Creo que mi padre esperará que esté presente como anfitriona, sí.


–¿Es que no vives con tu padre?


–No del todo –respondió sonriendo ligeramente al pensar en su piso. Estaba ubicado en el mismo edificio que albergaba el ático de su padre, un edificio que era de su propiedad. No era toda la independencia que le habría gustado, pero sí que era mejor de lo que se había esperado después de volver de Stanford.



–¿Y qué significa eso?


Ella sacudió la cabeza; su padre no hablaba de esos temas con nadie y parte de ese secretismo se lo había contagiado a ella.


–Significa que mañana por la noche estaré en casa de mi padre.


–¿Pero no vas a decirme dónde vives?


–No.


–¿Ni siquiera si me ofreciera a recogerte para ir juntos?


–No. Y sé que mi padre tiene intención de enviarte uno de sus coches para recogerte. Me ha pedido que le confirme si tu piso sigue estando en la Quinta Avenida.


Pedro se sintió incómodo; Damian Chaves parecía saber demasiado sobre él, mucho más de lo que él sabía sobre ese hombre o sobre su hija.


–Sí –le confirmó–. Dale las gracias de mi parte, pero preferiría ir en mi coche –porque eso significaba que podría marcharse cuando se hubiera cansado. Además, se sentía molesto por la idea de que el arrogante Damian quisiera organizarlo.


–Sé que mi padre preferiría que te recogiera uno de sus coches.


–Y yo preferiría llevar el mío –repitió de modo implacable.


–Dudo mucho que sepas dónde vive.


–Dudo que mucha gente lo sepa.


–No mucha.


–Tal vez podrías dejarle la dirección a mi secretaria mañana, después de que hayas vuelto a hablar con tu padre, claro.


Ella se mordió el labio inferior dirigiendo de forma instantánea la atención de Pedro a esos labios, carnosos y ligeramente coloreados, y a sus ojos. Pedro fue consciente al momento del error que había cometido al mirarla porque se sintió como si se estuviera ahogando en esas profundidades verdes.


Al igual que era consciente de que estaba siendo arrastrado hacia ella, como por un imán.


–Debería ir a comprobar la seguridad ahora –dijo Paula bruscamente al dar un paso atrás apartándose de él–. Le pasaré tu mensaje a mi padre.


–Muy bien –se puso recto maldiciendo por dentro la atracción que sentía cada vez más por Paula Chaves, y esperando sinceramente que su cita de esa noche con Jennifer se la sacara de la cabeza… ¡y le calmara el cuerpo!–. ¿Quieres que baje contigo al sótano?


Paula esbozó una sonrisa ante su evidente falta de entusiasmo.


–Creo que puedo encontrar el camino, gracias.


Pedro la miró irritado.


–Estaba siendo educado.


–Ya me he dado cuenta.


Pedro le abrió la puerta del despacho y se quedó algo desconcertado al encontrarse de pronto siendo el centro de atención de dos pares de gafas de sol y dos guardaespaldas.


–Les aseguro que la señorita Chaves no ha sufrido ningún daño en mi despacho –dijo con tono socarrón.


No hubo ni una mínima sonrisa por parte de esos dos adustos rostros.


–Buenos días, señor Alfonso –murmuró ella antes de echar a andar hacia el ascensor seguida por los dos hombres.


La presencia de los guardaespaldas no impidió que pudiera ver el trasero en forma de corazón de Paula resaltado por esos vaqueros ajustados; una visión que su excitado cuerpo disfrutó.


Estaba metido en un buen lío, admitió para sí con un gruñido, ¡si solo con ver las perfectas curvas de sus nalgas su miembro se inflamaba de ese modo!