lunes, 19 de octubre de 2015

EL DESAFIO: CAPITULO 4





Te gusta ese tal Pedro que va a venir a cenar con nosotros esta noche?


Paula, con la mano temblorosa, se detuvo mientras le servía a su padre la habitual copa de whisky de malta que tomaba antes de cenar. Esperó unos segundos a que la mano le dejara de temblar y a recomponerse antes de terminar de servirla y después se giró para llevarle el vaso a su padre.


–¿Te he dicho lo guapo que estás esta noche, papá? –le dijo con tono animado.


–A un hombre de setenta y nueve años no se le puede llamar guapo –dijo con un marcado acento a pesar de llevar más de media vida viviendo en los Estados Unidos–. Distinguido, tal vez, pero estoy demasiado viejo como para que me llamen guapo.


–Pues a mí siempre me pareces guapo, papá –le aseguró Paula con cariño.


Y así era. Por mucho que su padre estuviera a punto de cumplir los ochenta, su habitual vitalidad lo hacía parecer mucho más joven, su cabello gris aún se veía abundante, y tenía un rostro afilado y firme a pesar de que sus ojos ya no eran de un verde tan intenso como el de color musgo de ella.


–Estás evitando responder a mi pregunta.


Y tal vez era porque Paula no tenía ni idea de qué había animado a su padre a formularle esa pregunta.


Había vuelto a pasar todo el día en la galería dando los últimos retoques. Primero había sentido ciertos nervios ante la posibilidad de volver a ver a Pedro, y después decepción cuando se había marchado de la galería a las cuatro habiendo visto al carismático propietario apenas de pasada.


Una decepción por la que se había reprendido mientras se había dado un baño. Pedro Alfonso no era un hombre por el que debería sentirse interesada. Era arrogante, burlón y, lo más importante, no tenía el más mínimo interés por ella.


Aun así, no había podido resistirse a encender el ordenador y buscarlo en Internet después de salir del baño y sentarse en la cama con su albornoz y el pelo envuelto en una toalla. 


Se había dicho que lo estaba haciendo porque necesitaba saber todo lo que pudiera sobre el hombre al que su padre había invitado a cenar esa noche, y no porque ese hombre despertara en ella unas reacciones físicas que le resultaban especialmente incómodas.


Pasaron varios minutos de búsqueda hasta que encontró una fotografía de él de la noche anterior disfrutando de una cena íntima en un exclusivo restaurante de Nueva York con la preciosa actriz Jennifer Nichols que, obviamente, era el compromiso previo que le había hecho rechazar la invitación de su padre. Disgustada, había desconectado el ordenador.


Había decidido que Pedro no era más que un mujeriego y se había negado a malgastar su tiempo y sus emociones en él.


–Sigues evitando la pregunta, Paula –le dijo su padre con delicadeza.


–Pues probablemente es porque no sé a qué viene esa pregunta, papá.


–Estás muy guapa esta noche, maya doch.


–¿Con eso estás diciendo que normalmente no lo estoy? –bromeó.


Su padre sonrió.


–Sabes que para mí siempre estás preciosa, Paula, pero esta noche parece que te hayas esforzado especialmente para estarlo.


Y probablemente era porque, después de haber visto la fotografía de Pedro Alfonso con la actriz Jennifer Nichols, eso era exactamente lo que había hecho. Lo cual había sido una tontería por su parte ya que jamás podría competir con la belleza y la sofisticación de una actriz de primera. Aunque tampoco es que quisiera hacerlo. Pedro Alfonso no significaba nada para ella, al igual que ella no significaba nada para él.


–Y no creo que te hayas esforzado especialmente por mí, así que, ¿te gusta Pedro?


Paula soltó un suspiro de exasperación.


–No lo conozco lo suficiente como para que me guste o no, papá.


–Ayer estuviste un rato a solas con él.


–Creía que, cuando salí de Stanford, quedamos en que seguiría teniendo mi cuadrilla de seguridad, pero que solo te informarían si estaba en peligro.


–Y en eso quedamos –le confirmó su padre con aire despreocupado–. Y eso no ha cambiado, ni cambiará. Tu equipo de seguridad no me ha dado esa información, Paula. 
No tengo por qué cuando tengo a mi propio equipo.


–Así que uno de los obreros que me acompañaron ayer a la galería era uno de tus hombres –supuso con impaciencia–. Papá, no deberías haberlo hecho –suspiró.


–Solo me interesa saber de qué hablasteis durante los veintitrés minutos que estuvisteis solos en su despacho.


–¿Veintitrés minutos? –repitió Paula incrédula–. ¿Cronometraste el tiempo que estuve dentro?


–Mis hombres lo hicieron, sí –respondió su padre sin inmutarse–. ¿Eres consciente de la reputación que tiene Alfonso con las mujeres?


–Papá, ¡no pienso seguir hablando de este tema contigo! –dijo alzando las manos–. Mi reunión de ayer con Pedro Alfonso fue estrictamente profesional. mi reunión de ayer con él fue por ti, he de añadir –sintió un rubor en las mejillas al recordar aquellos breves segundos, justo antes de que saliera del despacho, en los que había parecido que iba a besarla. Justo antes de que ella hubiera puesto punto final a esa posibilidad de acercamiento por su nerviosismo.


–No quiero ver cómo ese hombre te hace daño, maya doch.


–Y yo te aseguro que eso no va a pasar –insistió Paula con firmeza–. Ya te he dicho que aún no he decidido si me gusta o no Pedro Alfonso.


–Pues es una pena porque he decidido que a mí sí me gustas, Paula –dijo una voz exasperantemente familiar.


Paula sintió cómo el color se disipaba de sus mejillas al girarse bruscamente y encontrarse a Pedro Alfonso junto a la puerta, detrás del mayordomo de su padre; acababa de llegar y estaba arrebatadoramente guapo con un traje negro y esa melena color ébano peinada hacia atrás dejando despejado su precioso rostro.


Pedro casi se rio a carcajadas al ver el gesto de consternación de Paula al darse cuenta de que había oído el comentario que había hecho sobre él. Sin embargo, no había llegado a reírse. No solo no era divertido oírle decir que no estaba segura de si le gustaba o no, sino que su belleza esa noche le había robado el aliento necesario para reírse.


Paula llevaba un vestido del tono verde musgo de sus ojos que se aferraba a sus curvas con dos tirantes y que dejaba al descubierto sus hombros y sus brazos, su escote, y unas largas piernas esbeltas y torneadas, y resaltadas por unos tacones que hacían que alcanzara el metro ochenta. Tenía su salvaje melena pelirroja recogida a la altura de las sienes por unas horquillas de diamantes, pero el resto caía en forma de cascada ondulada por su espalda para posarse por encima de ese torneado trasero que tanto le había gustado mirar el día antes, cuando ella había salido de su despacho.


–Señor, el señor Alfonso–dijo el inexpresivo mayordomo al anunciar la llegada de Pedro.


–Adelante, señor Alfonso –le dijo su anfitrión con tono suave.


Pedro le dirigió al mayordomo una sonrisa antes de entrar en el salón y fijarse en que Damian Chaves estaba sentado en una silla de ruedas en lugar de en uno de los sillones de terciopelo crema.


–Confío en que entenderá por qué no me levanto a saludarlo, señor Alfonso –dijo secamente ante la mirada de sorpresa de Pedro.


Una sorpresa que él rápidamente enmascaró bajo una sonrisa educada al cruzar la sala para estrecharle la mano al anciano.


–No hay problema. Y, por favor, llámeme «Pedro». A pesar de no estar segura de si le gusto o no, su hija ya me llama así –añadió suavemente antes de lanzarle una desafiante mirada a Paula. Pero esa mirada no se debía al comentario previo, sino al hecho de que no le hubiera avisado de que su padre estaba en silla de ruedas.


Aunque, por otro lado, tenía que reconocer que eso habría sido difícil ya que, si bien Paula había hecho lo que le había pedido y le había dejado su dirección a su secretaria, él se había asegurado de que los dos no se vieran durante las horas que ella había estado en la galería ese día. Porque estaba enfadado. Consigo mismo, no con Paula.


Paula no sabía que la noche anterior con Jennifer Nichols había sido un desastre por la simple razón de que no había podido dejar de pensar en ella. O, al menos, su rebelde cuerpo se había negado a dejar de pensar en ella.


Tanto que no había sentido el más mínimo deseo por irse a la cama con la bella actriz y se había limitado a besarla en la mejilla antes de llevarla a casa, antes de irse solo a su piso y meterse en su cama vacía. Aunque no para dormir plácidamente, por desgracia, ya que una parte de su anatomía se había negado a claudicar, e incluso cuando finalmente había logrado quedarse dormido, en sus sueños no había dejado de hacerle el amor a Paula.


Como resultado, llevaba todo el día de mal humor y sin ninguna gana de ver o hablar con la mujer que le había provocado su actual falta de deseo sexual por cualquier otra, algo que nunca antes le había pasado y que no le gustaba que le estuviera pasando ahora.


–No culpes a Paula por su comentario. Lo que has oído ha sido solo el resultado de una broma por mi parte.


Pedro se preguntó exactamente qué le habría dicho Damian a su hija para provocarle esa respuesta tan vehemente, y esa curiosidad se vio ensalzada por el repentino rubor que tiñó las mejillas de Paula.


–¿Te apetece tomarte una copa de whisky conmigo antes de cenar? –le ofreció su anfitrión educadamente.


–Gracias, Damian –asintió Pedro viendo cómo Paula cruzaba la sala en silencio.


–Espero que tu compromiso de anoche resultara próspero.


Pedro, que estaba mirando a Paula, se giró hacia su anfitrión y supo, por la dureza de su expresión, que Damian Chaves se había percatado del interés que tenía por su hija y que no estaba seguro de si aprobarlo o no. ¿Estaría al tanto, también, de con quién había tenido un compromiso la noche anterior?


El tono burlón de esos ojos tan desafiantes indicaban que la respuesta a esa pregunta era un rotundo «sí». Damian sabía exactamente dónde y con quién había estado la noche anterior.


–De verdad, papá, no deberíamos avergonzar a Pedro preguntándole si disfrutó o no de su cita de anoche con la señorita Nichols –dijo Paula con sorna al entregarle el vaso de whisky evitando deliberadamente el contacto con su mano.


¡Genial! Al parecer, Paula también sabía con quién había estado y esa mirada burlona indicaba que había sacado sus propias conclusiones sobre cómo había terminado la noche.









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