lunes, 19 de octubre de 2015

EL DESAFIO: CAPITULO 5






Paula sintió cierto grado de satisfacción al ver la mirada de inquietud de Pedro Alfonso al darse cuenta de que los dos sabían que había considerado que pasar una velada… y tal vez también una noche entera… con la preciosa actriz era mejor que aceptar una invitación de un importante cliente.


–No pasa nada. Y sí, pasé una noche muy agradable, gracias.


Su padre se rio suavemente.


–Hoy en día poco se le escapa a la prensa, Pedro. Es el precio que uno tiene que pagar cuando es conocido.


–Claramente –respondió antes de dar un trago de whisky.


Paula sintió cierta admiración por el hecho de que Pedro no hubiera intentado excusarse; muchos hombres, ante alguien tan poderoso como su padre, habrían intentado salir airosos de la situación, pero estaba claro que Pedro no tenía ninguna intención de disculparse ante nadie por lo que hacía o elegía no hacer.


–¿Te apetece ver la colección de joyas antes de cenar, Pedro?


–Me encantaría, gracias.


Paula los acompañó hasta el santuario de su padre, impresionada al oír cómo Pedro mostraba entre susurros su admiración y conocimiento por las preciosas joyas que Damian había coleccionado a lo largo de los años.


Verdaderamente era una colección impresionante y única con docenas y docenas de piezas inestimables, varios collares, pulseras y anillos que, en un tiempo, habían sido propiedad de la zarina Alejandra. Pero cada pieza de esa magnífica colección tenía su propia historia y su padre había pasado años aprendiendo cada una de esas historias.


La velada se relajó mucho más una vez volvieron al salón y mantuvieron una interesante discusión sobre la exposición, sobre política y, cómo no, sobre deporte, en especial sobre fútbol americano. Paula había participado durante los dos primeros temas, pero el fútbol americano la aburría, ¡tanto que Pedro no pudo evitar sonreír al verla contener un bostezo!


–Damian, creo que estamos aburriendo a Paula –dijo mucho más relajado que al principio.


–¿Doch?


–Estoy un poco cansada, solo es eso –le aseguró Paula a su padre con una sonrisa.


–Es tarde –añadió Pedro–. Ya es hora de que me marche.


–Por favor, no te vayas por mí. Es que llevo una semana muy ajetreada, eso es todo.


–No, de verdad debería irme. Mañana tengo que trabajar. ¿Quieres que te acompañe a casa, Paula?


Ella sintió cómo se le aceleró el corazón ante la idea de que el guapo Pedro la acompañara a la puerta, y de que, tal vez, incluso le diera un beso de buenas noches…


Estaba claro que había bebido demasiado del excelente vino de su padre ¡porque Pedro no había insinuado lo más mínimo que estuviera interesado en darle un beso de buenas noches!


No, su ofrecimiento de acompañarla había sido, sin duda, fruto de la educación y, posiblemente, una concesión a los anticuados modales de su padre.


–Es muy caballeroso por tu parte, Pedro –dijo su padre sorprendentemente antes de que Paula tuviera oportunidad de responder–. Mi hija se ha vuelto demasiado independiente para mi gusto después de sus años de universidad.


Pedro vio el brillo de irritación en la mirada de Paula antes de que pudiera enmascararlo. ¿Significaba eso que no le hacía ninguna gracia que esos guardaespaldas la siguieran día y, probablemente, noche también? Imaginaba que debía de ser extremadamente agobiante además de un obstáculo para su vida personal.


Lo cual planteaba una pregunta: ¿tenía Paula un hombre en su vida? Imaginaba que haría falta ser un hombre muy decidido para salir con la hija de Damian Chaves y, sobre todo, para soportar la opresiva presencia de esos guardaespaldas cada vez que los dos salieran juntos. Y en cuanto a que pasara algo más íntimo… bueno, ¡eso tenía que ser una pesadilla logística y emocional!


Además, todo ello planteaba la pregunta de por qué la propia Paula lo soportaba. Era una veinteañera preciosa, y claramente inteligente si se había licenciado en Stanford y tal como mostraban los comentarios tan acertados que había hecho esa noche durante las conversaciones que habían mantenido. También estaba bien cualificada y poseía un verdadero talento para el diseño, así que ¿por qué seguía permitiendo que su padre limitara y vigilara cada uno de sus movimientos de ese modo tan obsesivo?


Ese era un aspecto más del misterio sin resolver en el que Paula se estaba convirtiendo para él…


Un misterio que Pedro quería descubrir cuanto más tiempo pasaba en su compañía.


–¿Paula? –preguntó al acercarse a su sillón antes de marcharse.


–Bien –respondió ella tensa–. No tengo ningún problema en que me acompañes al piso de abajo en el ascensor, si es lo que quieres.


Pedro enarcó las cejas.


–¿Vives en este edificio?


–Sí –sus ojos se iluminaron con un brillo de desafío al mirarlo.


–Entiendo…


–Lo dudo mucho.


–Paula –apuntó su padre con tono de reprobación.


Ella cerró los ojos brevemente y respiró hondo antes de volver a abrirlos y esbozar una sonrisa de tensa educación.


–Gracias, Pedro , te agradecería mucho que me acompañaras hasta la puerta –dijo antes de ir a darle un beso a su padre–. Hasta mañana, papá –añadió con tono suave y cariñoso.


–Hasta mañana, maya doch –respondió el anciano besándola en la mejilla antes de añadir–: Ha sido un placer conocerte y charlar contigo esta noche, Pedro.


–Lo mismo digo, señor –dijo Pedro distraídamente y con la mirada clavada en Paula, que salió del comedor sin mirarlos a ninguno.


–Mi colección de joyas es muy preciada para mí, Pedro .


–Es impresionante –contestó lentamente y no muy seguro de a qué venía ese repentino cambio de tema.


–Cada pieza es inestimable, pero por muy bella y valiosa que sea mi colección, valoro a mi hija mucho más que a cualquier rubí o diamante.


«Ah… ya…».


–Y por ello siempre haré lo que esté en mi poder para asegurar su bienestar y su felicidad.


–Es comprensible –respondió Pedro con cierta brusquedad.


–¿Sí? –contestó Damian con el mismo tono desafiante.


Era la primera vez que Pedro recibía las advertencias del padre de una mujer, pero sí, creía que lo comprendía todo.


–Paula ya es mayor, Damian –añadió.


–Sí que lo es, pero aun así, tal vez deberías saber que no miraré bien a ningún hombre que le haga daño a mi hija, tanto si es intencionadamente como si no –esos ojos verdes, tan parecidos a los de su hija, se iluminaron con un brillo de advertencia.


–Gracias por una noche tan agradable, señor –dijo Pedro estrechándole la mano con educación.


–Alfonso –respondió el hombre estrechándole la mano brevemente y mirándolo fijamente.








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