sábado, 18 de julio de 2015
VOTOS DE AMOR: CAPITULO 12
–¡Paula! –la voz aguda de David temblaba de furia–. He leído en la prensa que estás casada. Pero eres mía, Pau. No debieras haber permitido que otro hombre te pusiera las manos encima. Me has traicionado y debes pagar por ello, zorra…
Paula pulsó con dedos temblorosos la tecla para finalizar la llamada mientras el acosador le lanzaba una retahíla de obscenidades. Era la primera vez que la amenazaba de verdad, pero la policía seguía sin dar con él y no podía hacer nada para ayudarla.
Paula se sentía acosada y cada vez más preocupada. A pesar de que había cambiado de nuevo el número del móvil, David lo había vuelto a averiguar.
El día después de la cena de solidaridad habían aparecido en la prensa fotos de Pedro y ella besándose en la pista de baile, y las columnas de cotilleo se explayaban sobre el hecho de que estaban casados y especulaban sobre el estado de su relación.
Las llamadas de David se habían reanudado y eran cada vez más amenazadoras.
–¿Estás segura de que estarás bien mientras Emilia y yo nos vamos al Caribe? –le preguntó Ryan acercándose a ella, que estaba sentada en el jardín de la casa de su amigo–. Puedes quedarte hasta que la policía atrape al chiflado que te persigue. ¿Te ha vuelto a llamar? A Emilia no le importaría que pospusiéramos el viaje.
–No me ha vuelto a llamar –mintió ella–. Y no quiero que cambiéis de planes.
Ryan la observó preocupado.
–No me gusta la idea de que vuelvas a tu casa. Preferiría que fueras a la de Carla y Benja.
–Tendría que contarles lo del acosador. No quiero molestarlos.
Le sonó el móvil y se sobresaltó. Miró la pantalla y suspiró aliviada al reconocer el número, al tiempo que se le aceleraba el pulso.
–¿Se ha puesto en contacto contigo el acosador desde que hablamos ayer? –le preguntó Pedro sin más preámbulos y sin responder a su pregunta sobre el tiempo que hacía en Nueva York–. Supongo que le habrás dicho a la policía que ha averiguado tu nuevo número y que te ha llamado varias veces esta semana.
–Les he informado de las llamadas.
–¿Te ha llamado hoy?
No podía decirle la verdad con Ryan escuchando la conversación, ya que sabía que cancelaría sus vacaciones.
–No, hoy no. Igual se ha cansado de jugar –afirmó con despreocupación fingida.
–No creo que esté jugando –dijo Pedro con sequedad–. Deberías dejarme contratar a un guardaespaldas para protegerte mientras ese hombre suponga una amenaza.
–No exageres. No quiero llevar guardaespaldas.
Él, irritado, lanzó un suspiro.
–Sé que no quieres aceptar mi ayuda, pero, en este caso, tu empeño en ser independiente es ridículo.
Paula estaba al borde de un ataque de nervios después de la llamada de David, por lo que montó en cólera.
–No soy una niña, sé cuidarme. No tienes que preocuparte. Voy a visitar a mi madre en Derbyshire. Creo que se siente sola al haber perdido a mi padre. Tal vez el acosador pierda interés al no estar yo en Londres.
Al darse cuenta de que podría pasarse todo el día discutiendo con Pedro, añadió con rapidez:
–Tengo que colgar. Espero que todo vaya bien por allí –afirmó en tono conciliador antes de finalizar la llamada.
VOTOS DE AMOR: CAPITULO 11
En cuanto abrió los ojos, Paula recordó lo sucedido la noche anterior.
Era increíble, pero había dormido como un tronco, sin soñar con el acosador.
Se dio la vuelta en la cama y entrecerró los ojos porque el sol entraba por la ventana, lo cual la extrañó, ya que recordaba haber corrido las cortinas.
–Siento haberte despertado –dijo Pedro desde la puerta.
Ella se sobresaltó al ver que se acercaba a la cama con una taza de té que dejó en la mesilla.
Paula pensó que era injusto que, incluso después de haber dormido en el sofá, pareciera recién salido de una revista de moda, con su traje gris claro hecho a medida, su cara camisa blanca y la corbata azul, que hacía juego con sus ojos.
–No importa. Ya es hora de que me levante –el reloj indicaba que eran las nueve y media–. No suelo dormir hasta tan tarde.
Él se encogió de hombros.
–Tuviste una noche agitada.
Ella pensó que se refería a la pasión que se había desatado entre ambos cuando la había besado. Pero él se había negado a poseerla y a aceptar lo que le ofrecía. Por eso se quedó sorprendida por lo que dijo a continuación.
–Tengo que ir a Nueva York hoy. Lo habría anulado, pero ha surgido un problema que requiere mi presencia. Quiero que vengas conmigo. El acosador anda suelto y la policía no tiene muchas pistas sobre su paradero. Creo que no debieras quedarte sola hasta que lo encuentren.
Se sentó en el borde de la cama y su proximidad aumentó las pulsaciones de Paula. Contuvo el aliento cuando él agarró un mechón de cabello y se lo enrolló en el dedo.
–Mi preocupación por tu seguridad no es la única razón de que quiera que me acompañes a Estados Unidos –murmuró–. ¿Y si volvemos a empezar, Paula? Cuando acabe lo que tengo que hacer en Nueva York, podríamos pasar unos días allí para volver a conocernos.
Su atractiva sonrisa estuvo a punto de ser la perdición de Paula. Una parte de ella deseaba con desesperación aceptar su propuesta, pero se dio cuenta de que no le sonreía con los ojos, y, bajo su encantadora apariencia, lo notaba reservado.
Aquel cambio inesperado sobre su matrimonio levantó sus sospechas.
–¿Por qué? –le preguntó con frialdad.
A él le sorprendió la pregunta. Era evidente que la nueva Paula ya no estaba loca por él como cuando se casaron.
Para convencerla de que se reconciliaran tendría que ser más abierto con ella.
–Reconozco que muchos de los problemas que nos llevaron a separarnos se debieron a que no quería hablar de mis sentimientos, especialmente sobre los referentes a la pérdida de la niña. Me educaron para ocultar mis emociones, y ese hábito se prolongó durante mi vida adulta.
–Tu actitud hacia mí cambio cuando perdí al bebé –afirmó ella con voz ronca–. No entendía por qué. Al principio éramos felices. Pasábamos mucho tiempo juntos, y no solo en la cama
Lanzó un suspiro antes de proseguir.
–Perder al bebé me dejó destrozada. Pero las cosas habían cambiado, tú habías cambiado antes del aborto. En Italia, cuando estábamos en Casa Celeste, de pronto dejaste de ser el hombre con el que me había casado.
Recordó la lujosa villa a orillas del lago Albano. Casa Celeste llevaba cuatrocientos años en manos de la familia Alfonso pero Pedro prefería vivir en un piso moderno en el centro de Roma o, cuando estaba en Londres, en la casa de Grosvenor Square.
Cuando Paula visitó por primera vez Casa Celeste se quedó anonadada: parecía un museo. Pedro le explicó que su padre había sido un ávido coleccionista de arte y antigüedades.
Al preguntarle sobre su padre, Pedro apretó los labios, lo cual hizo pensar a Paula que su relación no había sido buena.
–Tuve la sensación, cuando estábamos en la villa, de que creías que nuestro matrimonio había sido un error. Yo no encajaba en tu sofisticado estilo de vida, no era una mujer que figuraba en sociedad como aquellas a las que estabas acostumbrado. Me parecía que te avergonzabas de mí.
Él la miró con genuina sorpresa.
–Eso es ridículo.
–¿En serio? Entonces, explícame por qué te volviste un desconocido en ese viaje, alguien frío y distante.
Él frunció el ceño.
–Eso fue producto de tu imaginación.
–Dormiste en otra habitación, en el otro extremo de la casa.
–Me fui a otro dormitorio porque te sentías incómoda por lo avanzado de tu embarazo y tenías mucho calor si compartíamos la cama.
Paula no lo creyó, ya que recordaba lo bien que funcionaba el aire acondicionado de la villa. Entonces, la única razón que se le ocurrió de que él hubiera insistido en que durmieran en habitaciones separadas fue que había dejado de resultarle atractiva a causa de su embarazo. A ella le encantaba su vientre redondo, pero, al poner la mano de Pedro en él la primera vez para que sintiera al bebé moverse, él se había puesto tenso y la había retirado.
Esa reacción la había sorprendido porque, unos días antes de ir a Italia, él la había acompañado a hacerse una ecografía y los rasgos se le habían dulcificado al ver a su hija en la pantalla. Estaba perfectamente formada y sana, y el corazón le latía con fuerza. No había razón alguna para que el embarazo no siguiera adelante, ninguna señal de lo que sucedería días después de llegar a Casa Celeste.
–Estabas inquieto en la villa –insistió ella.
Habían ido a Italia porque él tenía que asistir a una reunión en las oficinas centrales de AE en Roma.
Era agosto y, a Paula, el calor le resultaba insoportable, por lo que se habían mudado a Casa Celeste, donde hacía más fresco. En el momento en que entraron en la casa, ella notó un cambio en Pedro.
La primera noche, a Paula la habían despertado los gritos de él en sueños, pero él atribuyó la pesadilla al hecho de haber bebido vino en exceso, y le dijo que no recordaba lo que había soñado.
A partir de entonces, él durmió en otra habitación, pero ella estaba segura de que aquellos sueños continuaron.
–Tenías pesadillas. Te oía gritar en sueños.
Él se encogió de hombros.
–Recuero que tuve una pesadilla la primera noche y que había bebido mucho vino, cuyo sabor me pareció extraño. Supongo que se había echado a perder, lo cual explicaría mi agitado sueño.
–No, también las tuviste otras noches. Gritabas como un animal herido. Tenían que ser sueños horribles.
Pedro se puso tenso.
–¿Cómo me oías? Mi habitación estaba lejos de la tuya y los muros de Casa Celeste son muy gruesos.
Ella se sonrojó y deseó no haber iniciado aquella conversación.
–Una noche estaba al lado de la puerta de tu dormitorio y te oí gritar. No tenía sentido lo que decías. Repetías sin parar: «Era lo que quería hacer. Quería matarla». No sabía a qué te referías, y supuse que soñabas.
Pedro sabía perfectamente lo que significaban sus sueños, pero no tenía intención alguna de explicárselo.
–¿Por qué habías ido a mi habitación? ¿Te sentías mal?, ¿estabas preocupada por el bebé?, ¿notaste algo que te indicara que el embarazo no iba bien?
–No, nada de eso. Fui a tu habitación porque quería que hiciéramos el amor.
Ella observó un destello de una emoción indefinible en los ojos de Pedro, cuyos labios esbozaron una sonrisa de satisfecha arrogancia.
–¿Por qué te sorprende? Hasta el viaje a Italia, nuestra vida amorosa había sido apasionada.
–Sí, ciertamente demostraste la falsedad de la teoría de que el embarazo puede tener un efecto negativo en la libido femenina.
Pedro la recordó en el segundo trimestre de embarazo. Ya no tenía náuseas matinales y la piel le resplandecía, el cabello le brillaba y su cuerpo había desarrollado curvas exuberantes que a él le resultaban muy excitantes. El embarazo había incrementado el goce del sexo por parte de ella, lo cual a él le provocaba un intenso placer.
Antes de ir a Italia hacían el amor todas las noches, pero la reaparición de las pesadillas le recordó que no debía haberse comprometido con ella.
–No me avergüenza reconocer que echaba de menos el sexo cuando decidiste que durmiéramos en habitaciones separadas –afirmó Paula.
Habían dormido así varias noches, antes de que ella perdiera el bebé. Después, la vida ya no volvió a ser la misma. Al regresar a Londres, él había tratado de consolarla, sin resultado, y pensó que se merecía que lo rechazara.
–¿Por qué no entraste en la habitación y me dijiste que querías hacer el amor?
Ella se encogió de hombros.
–No pude.
No quería decirle que había tenido miedo de que la rechazara a causa del embarazo.
–Cuando me di cuenta de que tenías una pesadilla, pensé en despertarte, pero dejaste de gritar y me pareció que lo mejor era no molestarte.
La voz comenzó a temblarle.
–Dos días después perdí al bebé y dejó de haber razones para seguir juntos. La semana pasada me dijiste que te casaste conmigo porque estaba embarazada. Por eso me sorprende que me pidas que volvamos a empezar.De todos modos, no puedo ir a Nueva York. He compuesto nuevas canciones para el próximo álbum del grupo y vamos a ir al estudio de grabación esta semana.
–¿No podrías aplazar la sesión de grabación?
–No. Interviene mucha más gente: ingenieros de sonido, técnicos del estudio… Somos músicos profesionales –afirmó ella en tono seco–. Mi carrera es tan importante para mí como lo es AE para ti.
Pedro se esforzó en ocultar su irritación.
–Soy consciente de que tu carrera con las Stone Ladies es tu máxima prioridad, pero el acosador te hizo daño anoche al tratar de agarrarte. Supongo que te tomarás en serio tu seguridad.
–Por supuesto, y te agradezco tu interés. Pero no es necesario. Anoche le envié un SMS a Ryan contándole lo del acosador, y me ha invitado a pasar unos días con él y con Emilia.
Miró el reloj de la mesilla.
–De hecho, no tardarán en llegar a recogerme. Ryan me ha dicho que llamará dos veces al timbre para que sepa que es él.
Pedro sintió el aguijón de los celos, a pesar de saber que el guitarrista se había comprometido con su novia. Recordó que Lorena, la segunda esposa de su padre, lo acusaba de estar celoso de cualquier hombre que la mirara.
Los celos que él sentía de los amigos de Paula demostraban que no era mejor que su progenitor. Era probable que un monstruo impredecible y violento habitara en su interior, como le había sucedido a su padre.
La idea le produjo náuseas.
Revivió la imagen de Franco extendiendo una mano hacia Lorena mientras estaban en el balcón. Unos segundos después, ella cayó al vacío. El grito que lanzó perseguiría a Pedro eternamente.
El timbre de la puerta sonó dos veces, y Pedro volvió a la realidad.
–Ha llegado la caballería –afirmó en tono sardónico.
Se levantó y se dirigió a la puerta, pero se detuvo en el umbral.
–¿Me prometes que tendrás cuidado, piccola?
¿Cómo podía parecer a Paula que se preocupaba por ella cuando sabía perfectamente que no le importaba nada?
Se encogió de hombros.
–Te lo prometo.
–Bene –dijo él con voz suave y una sonrisa que la dejó sin respiración.
Paula cerró los ojos. Cuando los abrió, él ya se había ido.
VOTOS DE AMOR: CAPITULO 10
El sofá de Paula probablemente era muy cómodo como tal, pero no para que durmiera en él un hombre de la altura de Pedro. Aunque, tal vez la mala noche que había pasado no se debiera únicamente al sofá, pensó mientras se levantaba y se acariciaba el mentón. La excitación le había impedido dormir, por lo que se había dedicado a revivir lo sucedido en las horas anteriores.
Paula tenía parte de razón al acusarlo de no haber entendido que buscara consuelo en la música. Se había sentido celoso de que buscara la compañía de sus amigos, pero era cierto que no la había apoyado cuando lo había necesitado, debido a su incapacidad para manifestar sus sentimientos.
A pesar de los problemas de su matrimonio, no se había imaginado que lo fuera a abandonar.Paula había rehecho su vida y no lo necesitaba ni económica ni emocionalmente.
Pero la noche anterior lo había necesitado.
Era significativo que, al huir del acosador, no le hubiera dicho al portero que llamara a la policía, sino que hubiera corrido hacia él en busca de ayuda.
Y la forma en que había respondido cuando la había besado era otra prueba de que le importaba mucho más de lo que estaba dispuesta a reconocer.
Por otro lado, la amenaza de su tío de nombrar presidente de AE a su primo Mauro lo obligaba a seguirle el juego. La realidad era que tenía que demostrar a su tío que se había reconciliado con su esposa. El incidente con el acosador le había ofrecido la oportunidad de acercarse a Paula y convencerla de que le diera otra oportunidad. Solo él sabría que la reconciliación sería temporal.
VOTOS DE AMOR: CAPITULO 9
Pedro se había quitado el esmoquin y desabrochado los botones superiores de la camisa. Estaba recostado en el sofá, con las piernas estiradas y los brazos cruzados en la nuca, en una actitud de indolente relajación que distaba mucho de la tensión que se apoderó de Paula al mirar su hermoso rostro.
–Vi que salías y supuse que te habías ido a casa.
–Fui a recoger una cosa al coche y tomé prestada tu llave para poder entrar de nuevo. Estabas hablando con el policía, por lo que no me viste ir a la cocina –indicó con la cabeza la taza que había sobre la mesa de centro–. Te he preparado un té.
Paula miró hacia la bolsa que había en el suelo.
–Siempre llevo una bolsa en el coche con lo necesario por si tengo que pasar una noche fuera.
Sin duda para cuando una mujer lo invitara a pasar la noche juntos, pensó ella, devorada por los celos.
El brillo juguetón de los ojos masculinos fue la gota que colmó el vaso.
–Espero que encuentres un sitio cómodo para pasar la noche.
Él se echó a reír y palmeó el sofá.
–Estoy seguro de que tu sofá es muy cómodo.
–No hay ningún motivo para que te quedes. Echaré la llave en las dos cerraduras, y el acosador no podrá entrar.
–Deja que me quede, cara –pidió él sonriendo.
–Esto es ridículo. No quiero que te quedes.
Él se levantó y se acercó a ella.
–Si me marcho, exigiré que me devuelvas las cosas que me pertenecen y que te llevaste sin permiso.
–¿Qué cosas? –ella se puso rígida cuando él le agarró el dobladillo de la camiseta, su camiseta, que le llegaba justo por debajo de las caderas. Contuvo el aliento cuando él comenzó a levantársela.
–¿De verdad quieres que te devuelva esta vieja camiseta? –preguntó ella con voz ahogada.
–Me gusta.
Si seguía levantándosela dejaría sus senos desnudos al descubierto. Ella suspiró al imaginar que se la quitaba y que le agarraba los senos con las manos. Sería una inconsciente si le dejaba seguir, pero ¿cuándo se había comportado de manera sensata en lo que se refería a Pedro?
Este estaba tentado de quitarle la camiseta, atraerla hacia sí y acariciarla para redescubrir cada curva y cada hueco de su cuerpo. Así era como siempre se habían comunicado mejor, pero el brillo de los ojos de Paula le indicó que estaba a punto de derrumbarse. El acosador la había aterrorizado y lo que necesitaba en aquel momento era compasión, no pasión.
–Deja de luchar contra mí, Paula –dijo él con suavidad–. Sabes que no ganarás. Siéntate y bébete el té antes de que se enfríe.
De pronto, las piernas se negaron a sostenerla y se dejó caer en el sofá. Él se sentó a su lado.
–He estado mirando las fotos –afirmó Pedro indicando las que había en la pared.
–Las hago para tener un recuerdo de cada ciudad en la que actúan las Stone Ladies. Normalmente tocamos solo una noche en cada una, pero tengo una lista de lugares a los que me gustaría volver para verlos con calma.
–Siempre me he preguntado por qué os llamáis las Stone Ladies cuando dos de los miembros del grupo son varones.
Ella sonrió.
–El nombre se refiere a un antiguo círculo de piedras situado cerca del pueblo donde todos nosotros nos criamos. La leyenda dice que a un grupo de damas de la corte les gustaba tanto bailar que el rey montó en cólera cuando lo hicieron en sabbath y, como castigo, las convirtió en estatuas de piedra. A todos los miembros del grupo nos gustaba la leyenda, ya que tuvimos tantas dificultades para tocar como las damas para bailar, porque no nos dejaban ensayar en nuestras casas. Mi padre quería que estudiara, no que cantara. Nuestros progenitores no entendían lo que significaba la música para nosotros. Pensaban que era una pérdida de tiempo.
–Supongo que, ahora, tu padre estará orgulloso de ti.
–Murió hace unos meses. No le interesaba mi música ni el éxito del grupo. No estuve a la altura de sus expectativas.
–¿En qué sentido?
–Mi hermano era su favorito. Simon era muy inteligente y pensaba ir a la universidad para estudiar Medicina. Mi padre estaba muy orgulloso de él. Se quedó destrozado cuando murió. Yo no pude sustituirle. No me interesaba la escuela, y mi padre se mofaba de mis sueños de vivir de la música. No fui la persona que mi padre deseaba.
Miró a Pedro.
–Cuando nos casamos, tampoco fui la persona que deseabas –afirmó con rotundidad.
Él frunció el ceño.
–No tenía expectativas sobre ti. Cuando nos casamos, esperaba que fueras feliz en tu papel de esposa. Pero no te bastó.
–Lo que deseabas era una seductora anfitriona que organizara cenas y fiestas e impresionara a tus invitados con su conversación ingeniosa y con su estilo –afirmó Paula con amargura–. Fracasé como anfitriona. Además, la ropa que llevaba no era de mi estilo, sino la que tú decidías que me pusiera.
–Reconozco que hubo veces en que tu atuendo hippy no era adecuado. AE es sinónimo de estilo y calidad suprema, por lo que necesitaba una esposa que me ayudara a representar las características de la empresa.
–Pero así era yo. La imagen hippy, como la denominas, era mi estilo. No te pareció mal cuando nos conocimos.
Pedro reconoció que, por aquel entonces, no se fijó mucho en su ropa porque lo único que deseaba era quitársela.
–Estabas dispuesto a convertirme en la esposa perfecta, del mismo modo que mi padre había tratado de convertirme en la hija perfecta. Pero ni a ti ni a él os interesaba como persona. Y, al igual que mi padre, tampoco tú te preocupaste por mi música ni me animaste en mi carrera de cantante.
Él apretó los dientes.
–Cuando nos casamos no estabas empeñada en ser cantante. Dijiste que seríamos felices viviendo en Londres y me diste la impresión de que estarías contenta siendo esposa y madre de nuestro futuro bebé.
Sus palabras atravesaron el corazón de Paula como un puñal.
–Pero no pude ser madre –dijo con voz ronca–. Es cierto que en los primeros meses de casados solo pensaba en mi embarazo –«y en ti», pensó, recordando al hombre encantador y atento con quien se había casado–. Después de perder a Arianna me quedé sin nada. Por razones que no entendía, te habías convertido en un desconocido. Lo único que me quedaba era la música. Componer canciones y cantar con el grupo fue mi único consuelo en esos días terribles.
Tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.
Volver al pasado siempre era doloroso, pero esa noche, después del miedo que había pasado, le resultaba insoportable.
–No tiene sentido que sigamos hablando –dijo levantándose bruscamente–. Debimos haberlo hecho hace dos años. Uno de los motivos por los que me marché fue por tu negativa a hablar de los asuntos importantes, como el aborto. Me sentía desolada y tú no me apoyabas.
Él también se levantó.
–Tal vez habríamos hablado más si hubieras estado más tiempo en casa. He perdido la cuenta de las noches en que volvía y habías salido con tus amigos –afirmó Pedro mirándola con frialdad–. No me eches toda la culpa. No pudimos resolver los problemas de nuestro matrimonio porque nunca estabas en casa.
Ella negó con la cabeza.
–Eras tú el que estabas ausente de nuestra relación. No en el sentido físico, sino en el plano emocional. Mis amigos me ofrecieron lo que tú eras incapaz de ofrecerme: apoyo emocional. Nunca nos diste la oportunidad de hablar de nuestros sentimientos ante la pérdida de nuestra hija. Incluso ahora, cuando menciono a Arianna, te cierras en banda.
–¿Qué sentido tiene volver una y otra vez a aquello?
Vio que ella se estremecía porque le había alzado la voz. Y tenía razón: el nunca perdía el control.
Solo una vez había visto a su padre emocionado. Fue el día del entierro de su madre. Pedro había visto descender el ataúd a la tumba sin derramar una lágrima, ya que su padre siempre le había dicho que los hombres de su familia no lloraban.
Más tarde, mientras subía a acostarse, oyó un sonido procedente del despacho de su progenitor, un sonido como el que emitiría un animal herido.
Miró por la puerta entreabierta y vio a su padre hecho un ovillo en el suelo y sollozando sin parar. Se asustó. A los ocho años de edad, decidió que no quería sentir semejante dolor, que no amaría a nadie tanto como para que su pérdida lo destruyera.
Volvió a la realidad y vio que Paula lo miraba con amargura.
–Eres de piedra, ¿verdad? Pareces un hombre que lo tiene todo, pero eres una cáscara vacía, Pedro. No tienes sentimientos. Me das pena.
Sus palabras le dolieron. ¿Qué sabía ella de los sentimientos que ocultaba en su interior? En realidad, ¿qué sabía de él?
Pero que no supiera nada era culpa suya, se dijo, ya que se había negado a demostrar sus emociones a Paula por miedo a lo que pudieran revelar de sí mismo.
–No necesito que me compadezcas –dijo agarrándola de la muñeca y atrayéndola hacia sí–. Solo hay una cosa que necesito de ti. Insistes en que debiéramos haber hablado
más, pero ninguno de los dos quería desperdiciar el tiempo hablando porque nos deseábamos.
–El sexo no hubiera resuelto los problemas –gritó ella mientras, asustada, trataba de soltarse.
Dos meses después del aborto, Pedro le pidió que hicieran el amor y ella se negó. Desde entonces, un abismo se abrió entre ellos. Él no se lo volvió a pedir.
En aquella época, ella estaba enfadada por su falta de apoyo. Pero, tal vez, lo que él pretendía era acercarse a ella de ese modo, ya que en la cama siempre se habían entendido perfectamente.
Mientras pensaba en el pasado, se había olvidado del peligro que corría. ¿Cuándo había deslizado Pedro el brazo por su cintura? Él la atrajo hacia sí y la rodeó con el otro brazo estrechándola con fuerza. Ella lo miró a los ojos, pero su exigencia de que la soltara murió antes de que pudiera pronunciarla cuando la boca de él se acercó a la suya con sus propias exigencias y la besó con fuerza, pasión y maestría.
Él deslizó una mano hasta sus nalgas y le apretó la pelvis contra su excitada masculinidad. A ella le resultó vergonzosamente excitante. Bajo una fachada civilizada, Pedro era un hombre primitivo y apasionado.
Hacía tanto que no lo sentía en su interior…
Ese pensamiento debilitó su resolución de resistirse, y, cuando él deslizó la mano bajo el dobladillo de la camiseta y le acarició el estómago, ella contuvo el aliento y deseó que subiera la mano y le acariciara los senos.
Él le rozó un pezón con el pulgar y ella ahogó un grito. Él aprovechó que había abierto la boca para introducirle la lengua. Todos sus sentidos se vieron inundados por él.
Recordó la primera vez que habían hecho el amor y que estaba abrumada por las reacciones de su cuerpo inexperto.
Pedro pasó al otro seno y le acarició el pezón con dos dedos, lo cual le produjo una exquisita sensación que hizo que lanzara un gemido y echara el cuello hacia atrás para que él lo recorriera con los labios. Él tiró del cuello de la camiseta para besarle la clavícula.
–¡Por Dios! ¿Qué te ha pasado en el hombro?
Paula había notado al desvestirse para acostarse que se le estaba comenzando a formar un cardenal.
–El acosador me agarró mientras corría hacia el ascensor, pero conseguí soltarme.
Se estremeció al recordar los terribles momentos antes de que las puertas del ascensor se cerraran y el rostro de David crispado de furia.
Pedro vio el miedo reflejado en sus ojos y sintió ira hacia el acosador y hacia sí mismo. Paula había corrido a su encuentro en busca de ayuda. La amarga verdad era que, lejos de estar a salvo con él, suponía un peligro para ella.
Sus celos infundados de Ryan eran la prueba de que había heredado el monstruo que poseía a su padre. La única manera de controlarlo era evitar que despertara.
Entonces, ¿qué demonios hacía acariciando a Paula?
Se apartó de ella y se mesó el cabello.
–Pasaré la noche aquí –afirmó con brusquedad.
Le daba igual lo que ella dijera. Su hombro magullado era un recordatorio del terror que debía de haber sentido cuando el acosador la había abordado.
Frunció el ceño al recordar algo que ella le había dicho después del ataque.
–¿A qué te referías al decir que el acosador te había regalado flores funerarias?
–Ah, los lirios blancos. Supongo que David no tenía intenciones siniestras, pero, desde el funeral de mi hermano, odio los lirios blancos. La iglesia estaba llena de ellos. El recuerdo más intenso que guardo de aquel día es el perfume de los lirios, que desde entonces asocio con la muerte.
–No tenía ni idea de que no te gustaran.
Recordó que le había llevado al hospital un ramo después del aborto. No era un gesto adecuado después de haber perdido al bebé, pero no sabía qué otra cosa hacer. Se sentía incapaz de consolarla.
Fuera de la habitación, oyéndola sollozar, el corazón se le había hecho pedazos. Pero desde la infancia había aprendido de su padre a reprimir las emociones, por lo que fue incapaz de responder a Paula como ella necesitaba y de manifestar que él también estaba destrozado por la pérdida de su hija.
Cuando encontró el ramo de lirios en la papelera le pareció la prueba de que ella lo culpaba del aborto. Era como si al rechazar las flores lo rechazara a él. Pero tal vez las hubiera tirado porque era incapaz de soportar los tristes recuerdos que le traían de su hermano.
Observó el rostro pálido de Paula y, después, consultó el reloj y se sorprendió al ver que eran las dos de la mañana.
–Será mejor que trates de dormir. Esta noche estás a salvo.
Paula reprimió una amarga risa. ¿No se daba cuenta Pedro que rechazarla bruscamente como acababa de hacer era cien veces más doloroso para ella que la herida que le había causado el acosador?
Se sonrojó al recordar cómo la había traicionado el cuerpo y se le ocurrió que tal vez él lo hubiera hecho a propósito para humillarla.
De pronto se sintió sobrepasada por la situación. No quería que él estuviera en su casa, pero sabía que sería inútil pedirle que se marchara.
–Hay una almohada y una manta en el armario del vestíbulo.
Sin añadir nada más y sin volverlo a mirar, se fue a su habitación y cerró la puerta que, por desgracia, no tenía cerradura. Pero no había ninguna posibilidad de que Pedro intentara entrar, teniendo en cuenta cómo había rechazado hacerle el amor.
Estaba exhausta. Su último pensamiento al apoyar la cabeza en la almohada fue que era tarde para recuperar la felicidad que habían compartido.
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