sábado, 18 de julio de 2015

VOTOS DE AMOR: CAPITULO 11




En cuanto abrió los ojos, Paula recordó lo sucedido la noche anterior.


Era increíble, pero había dormido como un tronco, sin soñar con el acosador.


Se dio la vuelta en la cama y entrecerró los ojos porque el sol entraba por la ventana, lo cual la extrañó, ya que recordaba haber corrido las cortinas.


–Siento haberte despertado –dijo Pedro desde la puerta.


Ella se sobresaltó al ver que se acercaba a la cama con una taza de té que dejó en la mesilla.


Paula pensó que era injusto que, incluso después de haber dormido en el sofá, pareciera recién salido de una revista de moda, con su traje gris claro hecho a medida, su cara camisa blanca y la corbata azul, que hacía juego con sus ojos.


–No importa. Ya es hora de que me levante –el reloj indicaba que eran las nueve y media–. No suelo dormir hasta tan tarde.


Él se encogió de hombros.


–Tuviste una noche agitada.


Ella pensó que se refería a la pasión que se había desatado entre ambos cuando la había besado. Pero él se había negado a poseerla y a aceptar lo que le ofrecía. Por eso se quedó sorprendida por lo que dijo a continuación.


–Tengo que ir a Nueva York hoy. Lo habría anulado, pero ha surgido un problema que requiere mi presencia. Quiero que vengas conmigo. El acosador anda suelto y la policía no tiene muchas pistas sobre su paradero. Creo que no debieras quedarte sola hasta que lo encuentren.


Se sentó en el borde de la cama y su proximidad aumentó las pulsaciones de Paula. Contuvo el aliento cuando él agarró un mechón de cabello y se lo enrolló en el dedo.


–Mi preocupación por tu seguridad no es la única razón de que quiera que me acompañes a Estados Unidos –murmuró–. ¿Y si volvemos a empezar, Paula? Cuando acabe lo que tengo que hacer en Nueva York, podríamos pasar unos días allí para volver a conocernos.


Su atractiva sonrisa estuvo a punto de ser la perdición de Paula. Una parte de ella deseaba con desesperación aceptar su propuesta, pero se dio cuenta de que no le sonreía con los ojos, y, bajo su encantadora apariencia, lo notaba reservado.


Aquel cambio inesperado sobre su matrimonio levantó sus sospechas.


–¿Por qué? –le preguntó con frialdad.


A él le sorprendió la pregunta. Era evidente que la nueva Paula ya no estaba loca por él como cuando se casaron.


Para convencerla de que se reconciliaran tendría que ser más abierto con ella.


–Reconozco que muchos de los problemas que nos llevaron a separarnos se debieron a que no quería hablar de mis sentimientos, especialmente sobre los referentes a la pérdida de la niña. Me educaron para ocultar mis emociones, y ese hábito se prolongó durante mi vida adulta.


–Tu actitud hacia mí cambio cuando perdí al bebé –afirmó ella con voz ronca–. No entendía por qué. Al principio éramos felices. Pasábamos mucho tiempo juntos, y no solo en la cama


Lanzó un suspiro antes de proseguir.


–Perder al bebé me dejó destrozada. Pero las cosas habían cambiado, tú habías cambiado antes del aborto. En Italia, cuando estábamos en Casa Celeste, de pronto dejaste de ser el hombre con el que me había casado.


Recordó la lujosa villa a orillas del lago Albano. Casa Celeste llevaba cuatrocientos años en manos de la familia Alfonso pero Pedro prefería vivir en un piso moderno en el centro de Roma o, cuando estaba en Londres, en la casa de Grosvenor Square.


Cuando Paula visitó por primera vez Casa Celeste se quedó anonadada: parecía un museo. Pedro le explicó que su padre había sido un ávido coleccionista de arte y antigüedades.


Al preguntarle sobre su padre, Pedro apretó los labios, lo cual hizo pensar a Paula que su relación no había sido buena.


–Tuve la sensación, cuando estábamos en la villa, de que creías que nuestro matrimonio había sido un error. Yo no encajaba en tu sofisticado estilo de vida, no era una mujer que figuraba en sociedad como aquellas a las que estabas acostumbrado. Me parecía que te avergonzabas de mí.


Él la miró con genuina sorpresa.


–Eso es ridículo.


–¿En serio? Entonces, explícame por qué te volviste un desconocido en ese viaje, alguien frío y distante.


Él frunció el ceño.


–Eso fue producto de tu imaginación.


–Dormiste en otra habitación, en el otro extremo de la casa.



–Me fui a otro dormitorio porque te sentías incómoda por lo avanzado de tu embarazo y tenías mucho calor si compartíamos la cama.


Paula no lo creyó, ya que recordaba lo bien que funcionaba el aire acondicionado de la villa. Entonces, la única razón que se le ocurrió de que él hubiera insistido en que durmieran en habitaciones separadas fue que había dejado de resultarle atractiva a causa de su embarazo. A ella le encantaba su vientre redondo, pero, al poner la mano de Pedro en él la primera vez para que sintiera al bebé moverse, él se había puesto tenso y la había retirado.


Esa reacción la había sorprendido porque, unos días antes de ir a Italia, él la había acompañado a hacerse una ecografía y los rasgos se le habían dulcificado al ver a su hija en la pantalla. Estaba perfectamente formada y sana, y el corazón le latía con fuerza. No había razón alguna para que el embarazo no siguiera adelante, ninguna señal de lo que sucedería días después de llegar a Casa Celeste.


–Estabas inquieto en la villa –insistió ella.


Habían ido a Italia porque él tenía que asistir a una reunión en las oficinas centrales de AE en Roma.


Era agosto y, a Paula, el calor le resultaba insoportable, por lo que se habían mudado a Casa Celeste, donde hacía más fresco. En el momento en que entraron en la casa, ella notó un cambio en Pedro.


La primera noche, a Paula la habían despertado los gritos de él en sueños, pero él atribuyó la pesadilla al hecho de haber bebido vino en exceso, y le dijo que no recordaba lo que había soñado.


A partir de entonces, él durmió en otra habitación, pero ella estaba segura de que aquellos sueños continuaron.


–Tenías pesadillas. Te oía gritar en sueños.


Él se encogió de hombros.


–Recuero que tuve una pesadilla la primera noche y que había bebido mucho vino, cuyo sabor me pareció extraño. Supongo que se había echado a perder, lo cual explicaría mi agitado sueño.


–No, también las tuviste otras noches. Gritabas como un animal herido. Tenían que ser sueños horribles.


Pedro se puso tenso.


–¿Cómo me oías? Mi habitación estaba lejos de la tuya y los muros de Casa Celeste son muy gruesos.


Ella se sonrojó y deseó no haber iniciado aquella conversación.


–Una noche estaba al lado de la puerta de tu dormitorio y te oí gritar. No tenía sentido lo que decías. Repetías sin parar: «Era lo que quería hacer. Quería matarla». No sabía a qué te referías, y supuse que soñabas.


Pedro sabía perfectamente lo que significaban sus sueños, pero no tenía intención alguna de explicárselo.


–¿Por qué habías ido a mi habitación? ¿Te sentías mal?, ¿estabas preocupada por el bebé?, ¿notaste algo que te indicara que el embarazo no iba bien?


–No, nada de eso. Fui a tu habitación porque quería que hiciéramos el amor.


Ella observó un destello de una emoción indefinible en los ojos de Pedro, cuyos labios esbozaron una sonrisa de satisfecha arrogancia.


–¿Por qué te sorprende? Hasta el viaje a Italia, nuestra vida amorosa había sido apasionada.


–Sí, ciertamente demostraste la falsedad de la teoría de que el embarazo puede tener un efecto negativo en la libido femenina.


Pedro la recordó en el segundo trimestre de embarazo. Ya no tenía náuseas matinales y la piel le resplandecía, el cabello le brillaba y su cuerpo había desarrollado curvas exuberantes que a él le resultaban muy excitantes. El embarazo había incrementado el goce del sexo por parte de ella, lo cual a él le provocaba un intenso placer.


Antes de ir a Italia hacían el amor todas las noches, pero la reaparición de las pesadillas le recordó que no debía haberse comprometido con ella.


–No me avergüenza reconocer que echaba de menos el sexo cuando decidiste que durmiéramos en habitaciones separadas –afirmó Paula.


Habían dormido así varias noches, antes de que ella perdiera el bebé. Después, la vida ya no volvió a ser la misma. Al regresar a Londres, él había tratado de consolarla, sin resultado, y pensó que se merecía que lo rechazara.


–¿Por qué no entraste en la habitación y me dijiste que querías hacer el amor?


Ella se encogió de hombros.


–No pude.


No quería decirle que había tenido miedo de que la rechazara a causa del embarazo.


–Cuando me di cuenta de que tenías una pesadilla, pensé en despertarte, pero dejaste de gritar y me pareció que lo mejor era no molestarte.


La voz comenzó a temblarle.


–Dos días después perdí al bebé y dejó de haber razones para seguir juntos. La semana pasada me dijiste que te casaste conmigo porque estaba embarazada. Por eso me sorprende que me pidas que volvamos a empezar.De todos modos, no puedo ir a Nueva York. He compuesto nuevas canciones para el próximo álbum del grupo y vamos a ir al estudio de grabación esta semana.


–¿No podrías aplazar la sesión de grabación?


–No. Interviene mucha más gente: ingenieros de sonido, técnicos del estudio… Somos músicos profesionales –afirmó ella en tono seco–. Mi carrera es tan importante para mí como lo es AE para ti.


Pedro se esforzó en ocultar su irritación.


–Soy consciente de que tu carrera con las Stone Ladies es tu máxima prioridad, pero el acosador te hizo daño anoche al tratar de agarrarte. Supongo que te tomarás en serio tu seguridad.


–Por supuesto, y te agradezco tu interés. Pero no es necesario. Anoche le envié un SMS a Ryan contándole lo del acosador, y me ha invitado a pasar unos días con él y con Emilia.


Miró el reloj de la mesilla.


–De hecho, no tardarán en llegar a recogerme. Ryan me ha dicho que llamará dos veces al timbre para que sepa que es él.


Pedro sintió el aguijón de los celos, a pesar de saber que el guitarrista se había comprometido con su novia. Recordó que Lorena, la segunda esposa de su padre, lo acusaba de estar celoso de cualquier hombre que la mirara.


Los celos que él sentía de los amigos de Paula demostraban que no era mejor que su progenitor. Era probable que un monstruo impredecible y violento habitara en su interior, como le había sucedido a su padre.


La idea le produjo náuseas.


Revivió la imagen de Franco extendiendo una mano hacia Lorena mientras estaban en el balcón. Unos segundos después, ella cayó al vacío. El grito que lanzó perseguiría a Pedro eternamente.


El timbre de la puerta sonó dos veces, y Pedro volvió a la realidad.


–Ha llegado la caballería –afirmó en tono sardónico.


Se levantó y se dirigió a la puerta, pero se detuvo en el umbral.


–¿Me prometes que tendrás cuidado, piccola?


¿Cómo podía parecer a Paula que se preocupaba por ella cuando sabía perfectamente que no le importaba nada?


Se encogió de hombros.


–Te lo prometo.


–Bene –dijo él con voz suave y una sonrisa que la dejó sin respiración.


Paula cerró los ojos. Cuando los abrió, él ya se había ido.








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