jueves, 9 de julio de 2015

UNA MUJER DIFERENTE: CAPITULO 9




Paula lo miró fijamente. Sintió que el color abandonaba sus mejillas.


—¿Lo sabes? —un nudo le atenazó el estómago. Cruzó los brazos para tratar de mitigar la extraña sensación.


Pedro bajó la mirada a su estómago y endureció la expresión. Asintió con gesto seco.


—No me ha costado deducirlo, una vez que dispuse de todos los hechos.


—¿No? —un rubor furioso le encendió la cara.


—No.


Qué humillación. Paula bajó la vista con expresión consternada a sus zapatillas, sin saber qué decir y con el intenso deseo de que él se marchara. Pero al parecer Pedro aún no había terminado.


Se dirigió hacia el salón, donde ella había abandonado el punto. Desde allí añadió con un gruñido:
—En especial después de ver este maldito...


«Jersey», pensó Paula, cerrando los ojos.


—¡Oso!


Abrió los ojos... justo a tiempo de ver a Pedro alzar al pobre Teddy y sacudir con movimiento salvaje a la pobre criatura.


Paula se quedó boquiabierta hasta que recordó cerrar los labios.


—¿Qué haces? —preguntó, atónita por su extraño comportamiento—. ¿Y eso que tiene que ver con todo lo demás?


Furioso, Pedro tenía la vista clavada en Teddy, pero le dedicó una mirada a ella mientras decía:
—Vamos, Paula. Sé para quién es este oso.


—Es mío —frunció el ceño confusa—. Lo compré hace años.


—¿Sí? —enarcó las cejas—. ¿Y por qué lo harías?


—Porque me gustan, por eso. A todo el mundo le gustan los osos de peluche —al parecer a todos menos a Pedro.


Lo sacudió mientras exigía saber:
—¿Así que no lo compraste para el bebé?


—¿Qué bebé?


—¡El tuyo! —rugió—. El mismo del que hemos estado hablando —hizo una pausa... ella parecía completamente pasmada. Tiró el oso de vuelta al sofá y plantó las manos en las caderas, decidido a llegar al fondo de las cosas—. Maldita sea, Paula, ¿estás embarazada o no lo estás?


—¡Por supuesto que no! —exclamó boquiabierta.


—¿No lo estás?


—No. ¿Era eso lo que creías? —mostró expresión de alivio—. ¿Qué te ha hecho pensar que esperaba un bebé?


—Esta mañana te pusiste mala... y luego te sentiste mejor —se pasó una mano por el pelo mientras ella lo observaba, evidentemente a la espera de que continuara—. Y luego estaba el oso... y... —metió la mano en el bolsillo y sacó otro papel—... ¡y esto!


Le alargó la hoja arrugada. Paula la aceptó con cuidado. 


Parecía haber sido aplastada por el puño de él. La abrió y la leyó. Las mejillas volvieron a encendérsele al reconocer la lista que había hecho aquella mañana en el despacho de él.


—Oh. Lo había olvidado.


—Eso mismo pensaba yo —corroboró con sombrío triunfo. Señaló uno de los puntos con el dedo—. Si puedes, me gustaría que explicaras esto.


El rostro de Paula se puso aun más colorado, pero decidió intentarlo.


—Bueno, como sin duda habrás deducido, el diablo te representa a ti. Y dibujé el rabo a tu alrededor hasta la parte delantera porque...


—¡Eso no! —le arrebató la hoja—. Me refería al punto número tres. ¡El de los biberones!


—¿Biberones? Oh... —el ceño de desconcierto desapareció al comprenderlo—. Son para el refugio de mujeres. El director me preguntó si podía llevar algunos.


—Oh.


—Sí, oh —repitió ella, mientras el alivio se transformaba en diversión al ver la expresión de él. Eso pareció quitarle fuelle.


Pedro contempló el papel ceñudo. Tenía sentido la explicación; tanto que no sabía por qué no se le había ocurrido a él. Intentó buscar una excusa para el malentendido.


—Si los biberones eran para el albergue, entonces, ¿por qué no los incluiste después del primer punto?


—No lo sé —se encogió de hombros—. Supongo que tenía la mente agitada. Pero es evidente que no tanto como la tuya. ¿Por qué algo tan insignificante te hizo pensar que iba a tener un bebé?


El tono seco de su voz y la expresión divertida en sus ojos hicieron que Pedro se sintiera como un tonto.


—Ese no fue el único motivo —se defendió—. Kane fue el que inició todo al decir algo que sonaba como si tú... como si él... como si los dos hubierais... —calló al comprender que quizá a Kane no le gustara que divulgara por toda la empresa su problema con el esperma.


—¿Kane Haley dijo que éramos amantes? —volvió a abrir mucho los ojos.


—No, claro que no —negó Pedro—. Eso es ridículo... —vio que Paula se ponía rígida—. Aunque he de reconocer que por un segundo yo también tuve esa idea descabellada —movió la cabeza—. Sé que Kane jamás tontearía con una de sus empleadas, y además, tú no... —calló un instante—. Bueno, quiero decir que tú no eres...


—¿Yo no soy qué? —preguntó con los labios apretados.


—La, mmm, clase de mujer con la que... él sale.


Paula se sintió dolida.


—De modo que lo que estás diciendo es que Kane Haley jamás estaría interesado en una mujer como yo —repitió, y cada palabra fue como una puñalada.


Pedro la miró detenidamente. Se preguntó si acaso buscaba las atenciones de Kane. Por su tono, eso parecia.


Y la idea no le gustó nada. ¿Paula y Kane? Imposible. Ella era demasiado joven para Haley. Intentaba pensar en una forma sutil de preguntarle si estaba interesada en él cuando Paula se le adelantó con una pregunta:
—Si llegaste a la conclusión de que Kane Haley no me había dejado embarazada, entonces, ¿quién se suponía que lo había logrado?


La primera persona que apareció en su mente fue Jay Leonardo, pero mantuvo la boca cerrada. Si Paula no había considerado a Leonardo como amante, ¿qué sentido tenía darle la idea? No le gustaba el tipo; nunca le había gustado y nunca le gustaría. No importaba que no lo conociera. Tenía la sensación de que Leonardo, igual que Kane, serían inaceptables para Paula.


—Oh, no lo sé —repuso vagamente, sin querer ahondar en el tema—. Los accidentes ocurren. Solo hace falta una noche de descuido y...


Paula lo miró fijamente. Se preguntó si después de trabajar con él tres años no la conocía mejor. ¿No comprendía que jamás haría algo así? ¿O lo insultante que era que lo sugiriera? Pero ya no supo si le importaba.


No, era evidente que a Pedro Alfonso no le importaba lo que ella sentía.


—¿De modo que crees que soy la clase de mujer que tendría una aventura de una noche?


Pedro se puso alerta ante el tono peligrosamente sereno. La miró a los ojos.


—Diablos, no —se retractó en el acto, asombrado por lo furiosa que parecía ella de repente, cuando Paula jamás se enfadaba. Estaba acostumbrado a provocarla, a hacerla reír después de crisparla un poco, pero no hasta el punto en que pareciera dispuesta a saltar sobre él—. Bajo ningún concepto creo eso. Pero no sabes cómo son los hombres, cómo piensan, y yo sí —explicó en un esfuerzo por aplacarla—. Imaginaba que como eres bastante ingenua, y no has tenido muchas citas, algún desaprensivo podría haberse aprovechado de eso.


Era una pena que Paula no pareciera aplacada. Entrecerró los ojos... como si le apuntara con una escopeta. Una mala señal. Y cruzó los brazos.


—Comprendo —dijo—. De manera que crees que el único motivo por el que un hombre saldría conmigo es el sexo.


—¡No!


—Entonces, ¿no soy el tipo de mujer con la que un hombre querría tener una relación sexual?


—Claro que no...


—¡Cómo te atreves!


—Quiero decir, sí... no. Diablos, ya no sé lo que quiero decir —se pasó una mano por el pelo.


—Al menos reconoces que no sabes de qué hablas —concluyó con voz sedosa y condescendiente.


Pedro no estaba acostumbrado a discutir con Paula y bajo ningún concepto a ver desdén en sus ojos amables ni a oír sarcasmo en su voz suave cuando hablaba con él.


—¿Qué te pasa esta noche? —preguntó.


—¿Qué me pasa a mí? —los ojos le brillaron con dolor y furia—. Vienes a mi casa en un día en que he estado enferma, me llamas ingenua y me insultas de diez maneras distintas, metiendo la nariz en asuntos que no son de tu incumbencia, ¿y tienes las agallas de preguntar qué me pasa a mí? —recogió el abrigo de él y se lo alargó—. Creo que deberías marcharte.


Pedro la miró asombrado, como si de pronto una gatita se hubiera convertido en una tigresa.


—Pero, Paula...


Le colocó el abrigo en los brazos y se negó a volver a mirarlo. Abrió por completo la puerta, permitiendo que el viento helado entrara en la casa.


—¡Vete!


Con un juramento contenido, Pedro se marchó.








miércoles, 8 de julio de 2015

UNA MUJER DIFERENTE: CAPITULO 8




Al ver la desaprobación en el rostro de Pedro, Paula se movió incómoda. La tensión emanaba de su alta figura y la ponía un poco nerviosa. No sabía muy bien qué pasaba... pero una cosa estaba clara, no le gustaba nada cómo iba vestida. La expresión severa de su cara al mirarla de arriba abajo lo dejó claro. Probablemente estaba acostumbrado a mujeres que lo recibían con vestidos de noche o vaporosos saltos de cama. O como mínimo con una blusa y unos pantalones elegantes. No en un viejo chándal.


Incómoda, dejó el sobre de té a un lado y le pasó la taza.


—Quizá debería ir a cambiarme...


—Estás bien así —dijo casi con sequedad al aceptar la taza—. Además, solo voy a quedarme un minuto —bebió el líquido verde y ocultó una mueca detrás de la taza. De modo que con él creía que debía cambiarse, cuando lo conocía desde hacía tres años. Pero con Jay... «No es asunto tuyo, amigo», se recordó. Dejó la taza sobre el plato con cierta estridencia—. Adelante, échale un vistazo a las notas —pidió—. Tengo que irme.


Ella asintió y comenzó a abrir el papel que Pedro le había dado. Observó las pocas líneas allí escritas y alzó la cara con mirada curiosa.


—Aquí no hay mucho.


—Sí, lo sé —había tenido suerte de que se le ocurriera lo poco que había plasmado después de la reunión con Kane. Intentó ofrecerle una explicación razonable—. Pero supuse que querrías estar informada... Así que registré nuestras notas —no tenía sentido decirle que se las había inventado—. Luego llegué a la conclusión de que preferirías verlas hoy en vez de esperar hasta el lunes. Así que vine... —«atravesé una tormenta»—... para entregártelas. Por eso me he presentado en tu casa. El único motivo... un motivo de trabajo —recalcó—. Y para averiguar cómo te sientes, desde luego —añadió al recordar su comentario anterior.


Paula parpadeó. Nunca antes había oído a Pedro divagar de esa manera.


—¿Has bebido?


—¡Claro que no! —la miró con ojos centelleantes—. No he bebido nada aparte de este... té que me acabas de dar. ¿Por qué me preguntas algo así?


—Por nada —repuso. Volvió a mirar la hoja—. No estoy segura de lo que pone aquí. Tu caligrafía es un poco complicada de leer.


—Mira quién habla —musitó.


—¿Qué has dicho? —Paula alzó la cabeza. Pedro permaneció en silencio, ofreciéndole su expresión más escéptica—. Mi caligrafía es muy legible —se defendió.


—Sí, claro —convino con tono aburrido.


Paula lo miró fijamente. «¿Qué le pasa?», se preguntó. 


Nunca antes se había quejado de su caligrafía.


—¿Es todo lo que querías darme? —inquirió con rigidez.


—Sí. Será mejor que me vaya —ella recogió su abrigo de la silla y se lo entregó. Pedro se lo pasó sobre el brazo al añadir—: Ah, sí. No has olvidado la promesa que le hiciste a Kane de encargarte de decorar la fiesta de Navidad de la empresa, ¿verdad?


—No, no lo he olvidado.


—Él no ha dicho nada, pero estoy seguro de que espera que también este año ayudes como anfitriona.


—Será divertido.


Seguía quieto, sin hacer movimiento alguno para marcharse.


—Supongo que estarás muy ocupada, en especial con ese viaje de negocios que nos aguarda dentro de un par de semanas.


—Probablemente lo esté.


—Espero que ese viaje no interfiera con... tu vida social —la inmovilizó con sus ojos intensos.


—No lo hará —le aseguró, algo asombrada por el comentario y el tono sarcástico en la voz. ¿Desde cuándo a Pedro le importaba su vida social?


Pero al parecer le importaban más cosas que las que ella sospechaba.


—¿Cómo está Jay? —preguntó él de repente.


—Bien —respondió, desconcertada por el cambio de tema.


—No sé cómo tienes tiempo para visitar a nadie —gruñó—, cuando hemos estado tan ocupados en el trabajo.


La irritación de Paula se mitigó. Ya lo comprendía. Pedro debía estar comportándose de forma extraña por el agotamiento. Esa mañana había reconocido sentirse un poco estresado. Lo más probable era que hubiera trabajado demasiado... y sin ella para ayudarlo.


El pensamiento de que la necesitaba la derritió por dentro.


—Sí, hemos estado ocupados —convino—. Será mejor que vayas a casa a descansar.


Pedro contempló la ligera sonrisa que curvaba sus labios, la cálida luz que irradiaban sus ojos y apretó los dientes. 


«Perfecto. Muy Bien. Así que no quieres contármelo...» De hecho, lo estaba echando de su casa. Pues lo consideró fantástico, ya que él tampoco quería saberlo.


Giró hacia la puerta. No iba a involucrarse; no necesitaba esa complicación. No era asunto suyo y no le importaba.


Tenía la mano en el picaporte cuando su mente se percató de algo... algo que apenas había percibido por el rabilo del ojo. Giró la cabeza un momento.


Unos ojos vidriosos se encontraron con los suyos. Lo que había considerado una madeja de lana en realidad era un oso. Un oso de peluche de color marrón, escondido por el jersey que Paula había estado tejiendo.


Fue la gota que colmó el vaso. Aquello respaldaba las suposiciones de Kane.


Volvió a echar el abrigo sobre la silla y giró para encararla.


—Muy bien, Paula, será mejor que me lo cuentes todo. Sé lo que has estado intentado esconder






UNA MUJER DIFERENTE: CAPITULO 7




SÍ, SOY YO —notó que parecía sorprendida de verlo. Podía entenderlo. Él mismo lo estaba por haber terminado esa noche en su puerta.


Todo el día se había estado diciendo que no se presentaría allí... que no iba a hacerle ninguna pregunta. Porque incluso después de ver esos biberones en su lista, seguía sin creer que Paula fuera la mujer que buscaba Kane. Que adrede había quedado embarazada de esa manera.


Pero luego se dio cuenta de que quizá no había sido algo deliberado. ¿Y si algún hombre, como ese tal Jay, se había aprovechado de ella? ¿Y si había quedado embarazada accidentalmente?


Cuanto más pensaba en ello, más pruebas se acumulaban. 


Esa mañana había estado enferma... y había reconocido que se había sentido mal toda la semana. También se había mostrado muy ansiosa de no dejarlo entrar en su apartamento. Si prácticamente había corrido al dormitorio para cerrar la puerta. En su momento lo achacó a la vergüenza que le producía que él viera su ropa interior desperdigada, pero quizá lo que realmente buscaba era impedirle ver la ropa de otra persona. Como la camisa de un hombre. O los zapatos o pantalones. Parecía una clara posibilidad.


Pero lo que más lo desconcertaba era la sensación que había experimentado últimamente y que hasta ese día había atribuido a su imaginación. La sensación que Paula le ocultaba algo. Como si tuviera un secreto que estaba decidida a no compartir.


Se recordó que no era asunto suyo si Paula no quería hablarle de su vida personal. Podía ser más ingenua que las mujeres que él conocía, pero seguía siendo una adulta, capaz de tomar sus propias decisiones... aunque fueran estúpidas.


Como abrir la puerta sin averiguar quién era. Tampoco era asunto suyo, pero no pudo evitar preguntar:
—¿No crees que primero deberías comprobar quién hay fuera antes de abrir?


—Por lo general lo hago —se apartó un mechón de pelo de la cara—. Pero esperaba a alguien.


—Supongo que a Jay —soltó.


Ella asintió. El reconocimiento presto de Paula le provocó una profunda irritación. Volvió a repetirse que no era asunto suyo con quién se veía.


—¿Sucede algo? ¿Quieres pasar? —lo miró con expresión desconcertada, levemente preocupada—. ¿Has venido por algo en especial? —añadió.


—Pasaba para comprobar cómo te sentías.


El rostro de ella se iluminó con un placer tímido.


—Ahora ya estoy bien. Ya no me siento enferma.


—Es estupendo —se metió las manos en los bolsillos—. Me alegra oírlo —pero no se alegraba nada. Si tenía la gripe, todavía debería tenerla. Pero un mareo por la mañana... Sin querer completar el pensamiento, sacó una hoja doblada del bolsillo y la alargó—. También quería darte estas notas de la reunión. Pensé que te ayudarían a ponerte al día sobre lo que está sucediendo.


—Oh. Gracias —parte del placer que había sentido por su visita inesperada se evaporó, Claro que no había ido a verla solo a ella; Pedro era un hombre ocupado. Era lógico que también le llevara algo de trabajo. Aceptó el papel, y cuando él no hizo amago de marcharse, añadió con titubeo—: ¿Quieres pasar mientras lo leo?


—De acuerdo —aceptó, a pesar de todo lo que había estado diciéndose durante el trayecto hasta la casa de ella—. Solo un momento —entró en el diminuto recibidor.


—Dame tu abrigo.


Mientras se lo quitaba se volvió hacia el salón. No vio nada sospechoso. Agujas de tejer de un jersey que ella había dejado en un extremo del sofá... un jersey de hombre, a juzgar por el tamaño.


Paula dobló el abrigo sobre una silla cercana y juntó las manos delante del cuerpo.


—¿Te apetece un té?


¿Té? Pedro odiaba el té.


—De acuerdo —la siguió a la cocina. Se apoyó en la mesa y cruzó los brazos mientras inspeccionaba las encimeras en busca de un biberón. Ninguno a la vista—. ¿Has descansado? —preguntó.


—Toda la tarde —abrió un armario.


Él miró para ver si descubría algún biberón y por primera vez notó lo que Paula llevaba puesto. Enarcó las cejas sorprendido.


Nunca antes la había visto vestida con tanta informalidad. El chándal gris que lucía estaba gastado y descolorido, pero también parecía suave y agradable al tacto. Y apostaría cualquier cosa que no llevaba sujetador bajo la holgada parte superior... y la sospecha se confirmó cuando ella se estiró para bajar un bote de la estantería. El movimiento causó que el material fino se pegara a su pecho, revelando las cumbres pequeñas y compactas de los pezones.


—¿Pekoe o camomila?


—¿Eh? —alzó la vista para mirarla a la cara.


Ella ladeó la cabeza y movió el bote?


—¿Qué té prefieres?


«Ninguno».


—Cualquiera.


Sacó una bolsita, luego se volvió hacia la cocina para recoger la tetera. El pelo largo se movió con suavidad. 


Parecía húmedo, como si se hubiera duchado hacía poco, y al volver a pasar cerca de él, Pedro notó la fragancia viva y jabonosa del champú.


La observó mientras con gesto solemne introducía la bolsita en la taza con agua caliente que acababa de llenar. La piel pálida parecía translúcida, impecable... como la de un bebé. 


Y la falta de gafas le daba un aspecto más juvenil. 


Vulnerable.


Un músculo le vibró en la mandíbula. Se preguntó si permanecería vestida de esa manera cuando se presentara ese Jay. «¿Es que no sabe cómo está?»


La ropa de ese estilo provocaba ideas de todo tipo en un hombre. Hacía que pensara que le sería muy fácil desprenderse de las zapatillas mientras la llevaba a la cama. 


O en tenerla acurrucada en su regazo y quitarle los pantalones amplios. Diablos, estaban tan flojos que sin duda se caerían sin mucho esfuerzo. Un hombre podía sentirse tentado a deslizar las manos frías por debajo del algodón suave para acariciar la piel cálida del estómago liso. O más arriba aún, hasta alcanzar las leves curvas de los senos y excitar los pezones.


Apostaría cualquier cosa que ese tal Jay tenía pensamientos de ese tipo cada vez que la veía. Volvió a mirarla y apretó la mandíbula. «El muy canalla».





UNA MUJER DIFERENTE: CAPITULO 6





A las seis de esa tarde, Paula se sentía mucho mejor. El jarabe espeso que se había obligado a tragar le había aliviado el estómago revuelto, y una larga siesta había obrado milagros en sus nervios.


Incluso al despertar se sintió lo bastante bien como para ordenar el apartamento. Una vez que terminó, estuvo largo rato bajo la ducha y luego se puso un chándal cómodo y unas zapatillas para estar en casa.


Sintiéndose limpia y a gusto, fue a la cocina a prepararse un té, que bebió mientras miraba por la ventana. Estaba anocheciendo y las luces de las casas próximas brillaban a través de los árboles y la oscuridad.


Se dijo que le gustaba estar sola. Estaba acostumbrada. Incluso de pequeña había sido introvertida... «mi pequeña soñadora», solía llamarla su madre. Siempre se había sentido más contenta con sus libros, sus propios pensamientos y sus sueños que con la gente.


Claro está que entonces no había estado por completo sola; había tenido a su madre. La mayoría de la gente tenía al menos algo de familia... padres, hermanos, incluso algunos tíos. O a su edad ya estaban casadas. Sharon Davies, de contabilidad, solo era un año mayor que ella y acababa de casarse con un atractivo viudo. Jennifer Holder también era de su edad y también se había casado hacía poco y ya tenía un hijo. Casi todas las demás mujeres del trabajo tenían novios o amantes. Ella no.


Pero se recordó que por el hecho de que una persona estuviera sola no significaba que se sintiera sola. Irguió los hombros y recogió la taza. Pensó en Pedro. Como ella, había perdido a sus padres, aunque él a edad mucho más temprana. Pedro tampoco estaba casado... y le gustaba su soltería. Aunque nadie podría considerarlo un introvertido. 


Disfrutaba con las mujeres... con muchas mujeres.


Bebió el té, templado y amargo, mientras se preguntaba con quién saldría esa noche. Nunca había conocido a las otras dos mujeres con las que se veía en la actualidad. Pero, a juzgar por Nancy, y por aquellas con las que había estado en el pasado, se hacía una buena idea de cómo debían ser.


Para empezar, lo más probable era que fueran mayores que él. Pedro prefería salir con mujeres que estuvieran próximas a sus treinta y dos años o incluso un poco mayores. Casi con toda seguridad serían ricas y sin ninguna duda hermosas, como Nancy. No bonitas o atractivas, sino deslumbrantes, con el aspecto de mujeres que disponían de tiempo y dinero ilimitados para potenciar su apariencia.


Se preguntó qué se sentiría al entrar en una habitación y que los hombres giraran la cabeza. Suspiró y abrió el grifo para enjuagar la taza. Ni siquiera podía imaginárselo. Los hombres jamás respondían de esa manera con ella. La mayoría de los que conocía, la trataba como a una camarada o una hermana pequeña. O incluso con una mezcla de ambas cosas, como hacía Pedro.


Pedro no era consciente de ella como mujer. No supo cómo había podido pensar siquiera por un segundo que le pedía que se acostaran juntos. Hizo una mueca al recordar el momento de bochorno y cerró el grifo. Se dijo que no tenía sentido preocuparse por ello. Estaba convencida de que nada más regresar a la oficina él ya había olvidado el incidente.


«¿Y qué si es así?», se preguntó mientras se secaba las manos. Además, no sabía por qué pensaba en él. Inquieta de repente, fue al salón. Apartó un oso de peluche que reposaba en el sofá, se sentó y recogió las agujas de tejer.


Se dio cuenta de que se había olvidado las gafas en la cocina. Pero podía ver lo suficiente para trabajar. Comenzó a tejer, decidida a superar la leve depresión que la asolaba desde hacía un tiempo. Decidió que necesitaba dejar de pensar tanto en Pedro y centrar la mente en otras cosas. En cosas que disfrutaba, como leer y tejer. Sonrió con ironía. 


Hacerle un jersey a su jefe no era el mejor modo de quitárselo de la cabeza.


Pedro no le gustaba recibir regalos, en especial nada que considerara demasiado personal. No obstante, Paula había decidido tejerle el jersey. El año pasado le había hecho una bufanda, y a él le había parecido bien. Además, disfrutaba tejiendo y no tenía idea de qué otra cosa podría regalarle para la Navidad.


Alzó la prenda para juzgar su avance, complacida al notar que solo le quedaban unos centímetros para acabar. 


Debería tenerlo listo con tiempo de sobra para las fiestas. 


Pedro no tenía que saber que lo había tejido, que había dedicado meses a su confección. Ni lo cara que había sido la lana merino de profundo tono chocolate. Haría que creyera que se lo había comprado y...


El timbre interrumpió sus pensamientos. De inmediato pensó que era Jay y dejó el punto a un lado. Su vecina había adquirido la costumbre de pasar por las noches a charlar un rato, y a Paula le gustaban esas visitas. Hacían que las largas noches de invierno transcurrieran más deprisa.


Abrió con una sonrisa de bienvenida en la cara, que se desvaneció lentamente y a punto estuvo de cerrar otra vez. 


En el rellano no iluminado había un hombre. Se lo veía de perfil, con los hombros doblados contra la ventisca mientras miraba algo que tenía a su espalda. Durante un momento no lo reconoció.


Pero entonces giró y la luz del salón se proyectó sobre los duros ángulos del rostro e iluminó los ojos íntensos.


A Paula el corazón le dio un vuelco y luego se le aceleró. Se preguntó qué hacía ahí. Parecía... de algún modo amenazador. Pero eso debía ser por la barba de la tarde, que le oscurecía las mejillas y el mentón, haciéndolo parecer un gángster salido de una vieja película en blanco y negro. 


Los copos de nieve brillaban sobre su pelo oscuro y en los hombros del abrigo negro.


Por una vez sus ojos oscuros parecían serios... casi enfadados. Desconocía cuál podía ser la causa. ¿Habría ido algo mal en el trabajo?


—¿Pedro? —dijo insegura.







martes, 7 de julio de 2015

UNA MUJER DIFERENTE: CAPITULO 5








Toda la conversación, rara desde el principio, de pronto tuvo sentido para Pedro. Demasiado sentido.


Apretó la mandíbula. Kane siempre le había caído bien. Le había parecido un hombre inteligente y justo para el que trabajar. Y sabía que tenía una vida social bastante activa. 


Pero hacer algo así...


—¿Estás diciendo que te has acostado con Paula? —preguntó con cuidado.


—¡Demonios, no! —pareció aturdido y luego sinceramente consternado—. Jamás la he tocado —entrecerró los ojos al mirarlo—. Así que si se te pasa por la cabeza tratar de darme un puñetazo, puedes olvidarlo.


Hasta ese momento Pedro no se había dado cuenta de que había adoptado una postura de pelea, con las manos cerradas.


—Diablos —las metió en los bolsillos—. Si no te has acostado con ella, entonces, ¿cómo puede tener tu bebé?


—Quizá no... al menos no estoy seguro... —volvió a acercarse a la ventana—. La cuestión es que una mujer en esta empresa está embarazada de mí. Lo único que intento es averiguar quién —el silencio se extendió. Luego Kane giró y estudió la expresión de Pedro un segundo antes de que una sonrisa apareciera en su boca—.Tampoco me mires de esa manera. No estoy loco... todavía no —ironizó. Volvió a ponerse sombrío—. ¿Recuerdas a mi amigo Bill Jeffers? ¿El que tenía cáncer?


Pedro asintió.


—Cuando Bill averiguó que estaba enfermo —continuó Kane—, decidió ir a la Clínica de Reproducción Lakeside para realizar un depósito de esperma con el fin de asegurarse de que si el tratamiento de radiación lo afectaba de forma adversa, aún pudiera tener hijos. Yo lo acompañé para darle apoyo y un... bueno, donativo supletorio, en caso de que lo necesitara —suspiró y atravesó otra vez la moqueta—. Por fortuna, no fue así. De hecho, se encuentra bien y su mujer está embarazada, por lo medios habituales, he de añadir. Esperan al bebé para junio.


—Me alegro por ellos —indicó con sinceridad—. Pero, ¿eso qué tiene que ver con Paula?


—Nada. O tal vez todo —con gesto cansado se pasó la mano por el pelo oscuro—. Verás, después de que Bill me llamara para decirme que su esposa estaba embarazada, me puse en contacto con la clínica para que me devolviera mi donativo, por decirlo de alguna manera, pero averigüé que llegaba demasiado tarde. Parece que la clínica se equivocó... y mi esperma donado ya había sido empleado por una mujer de esta empresa. Alguien del personal de la clínica vio Kane Haley, S.A., en el impreso del seguro de ella y pensó que estaba solicitando mi esperma.


—Santo cie...


—Exacto —convino Kane con tono sombrío—. Y ahora la clínica se niega a informarme de quién es la mujer, aduciendo el derecho que tiene a mantener la intimidad... sin importarle el derecho que tengo yo a saber quién espera mi bebé. De todos modos, he contratado a un abogado para que llegue al fondo del asunto, pero hasta entonces... bueno, para serte sincero, ha sido un infierno. ¿Te has fijado alguna vez en todas las mujeres que trabajan en esta empresa?


Asintió y permaneció en silencio mientras el otro iba de un lado a otro, esquivando la papelera cada vez que pasaba por el centro del despacho.


—Siempre que una de las mujeres de la empresa gana peso o se vuelve más emotiva —añadió Kane—, o se queja de dolor de estómago... bueno, no puedo evitar preguntarme...


—... si es ella —finalizó Pedro. Observó la cara demacrada de Kane y movió la cabeza. Una situación como esa sería dura para cualquiera, pero debía ser especialmente complicada para alguien como Kane, que se tomaba muy en serio sus responsabilidades. Aunque fuera la de un niño que no había planeado tener. Pero dudaba de que llegara a tener mucho éxito en su investigación—. Lo más probable es que nunca te enteres si ella no lo desea. Y aunque lo averigües, quizá no reciba de buen grado tu injerencia... en particular si está casada.


—¿Y si no lo está? ¿Y si va a intentar criar al bebé, mi bebé, sola y necesita ayuda? ¿O la necesita el bebé? No puedo olvidarlo y fingir que no existe.


Pedro no sabía qué decirle a eso, pero podía tranquilizar la mente de su jefe en un punto. Apostaría lo que fuera, incluido su Porsche, que su secretaria no era la mujer que esperaba tener su hijo.


—No es Paula —soltó sin rodeos.


—¿Cómo lo sabes? —Kane giró—. A menos... —lo miró a los ojos—. ¿Estás saliendo con ella?


—No, claro que no —lo sorprendió la pregunta—. Es una chica agradable, pero no el tipo de mujer con el que yo me relacionaría.


—Te muestras muy protector con ella —insistió con ciertas dudas.


—No lo soy... al menos no en el plano personal —se sintió algo irritado. Se preguntó si un hombre no podía mostrarse preocupado por una mujer sin que la gente sacara la impresión equivocada. Al parecer no, ya que Kane seguía escéptico, por lo que le explicó—: Es que su madre murió poco después de que empezara a trabajar aquí... y nunca antes ha vivido sola. Y Paula es bastante ingenua y dulce. Además —añadió con renovado vigor—, por el simple hecho de que ponga objeción a que un hombre mayor y experimentado se aproveche de una mujer sencilla y más joven no significa... ¿Qué? —exigió al ver la sonrisa en la cara de Kane—. ¿He dicho algo gracioso?


—En absoluto —repuso sin molestarse en ocultar su diversión—. Pero debes reconocer que viniendo eso de ti...


—¿Qué quieres decir? —frunció el ceño—. Las mujeres con las que me relaciono saben exactamente a qué atenerse —siempre se cercioraba de eso. Bajo ningún concepto quería que surgiera un malentendido.


—Si no estás relacionado con Paula, entonces, ¿cómo puedes estar seguro de que no se encuentra embarazada? —preguntó otra vez serio.


—Porque Paula no es el tipo de mujer que intentaría hacerlo sola... criar a un bebé sin padre —respondió con certeza—. Diablos, Kane, he trabajado con ella casi a diario en los últimos tres años. Es muy tradicional. Si quisiera un bebé, primero se casaría.


—¿Estás seguro?


—Estoy seguro de que no recurriría a un banco de esperma. Creció sin padre. En una ocasión hablamos de lo difícil que puede ser eso para el niño —al menos eso había dicho ella. 


Al recordar los padrastros de mano dura con los que había vivido después de que su propia madre muriera cuando él tenía doce años, Pedro no había estado tan convencido.


Pero al parecer la firmeza de su tono había convencido a Kane de que Paula no era la mujer que andaba buscando.


—Entonces organizaremos otra reunión para hablar de la adquisición —indicó—. ¿Cuándo volverá tu secretaria?


—Con toda probabilidad el lunes. Por lo que he oído, este virus no dura mucho —explicó adrede, queriendo recalcar que Paula no era la mujer que buscaba su jefe.


Kane lo estudió con expresión inescrutable.


—¿Estás seguro...?


—Sí.


Con un gesto final de asentimiento, Kane se marchó del despacho y cerró la puerta a su espalda.


Pedro fue a sentarse detrás de su escritorio. Se reclinó en el sillón y clavó la vista en la puerta cerrada mientras lo embargaba una profunda simpatía por Kane... y agradecimiento por no estar en su lugar. Se preguntó qué pensaría hacer si alguna vez encontraba a la mujer y descubría que esta necesitaba ayuda. No estaría tan loco de casarse con ella.


Desde luego, él no pensaba dejarse atrapar por una bala perdida, como le había sucedido a Kane. Frunció el ceño al considerar el asunto. ¿Cómo había podido cometer un error la clínica? ¿Y si alguna mujer se había enterado de la «contribución» hecha por Kane y solicitado su esperma adrede? Después de todo, Kane era un hombre rico y poderoso, y hacía siglos que las mujeres empleaban el embarazo para obligar a los hombres a casarse.


En ese caso, Paula quedaba completamente descartada. No sabía si había convencido del todo a Kane, pero él no albergaba ninguna duda. La conocía... demonios, la conocía mejor que nadie. Habían hablado bastante con el paso de los años; aparte de jefe y secretaria, eran buenos amigos. 


Ella jamás haría algo así. No era su estilo perseguir a un hombre. Paula nunca trataría de obligar a un hombre a casarse.


Apoyó los pies sobre el escritorio. Como le había dicho a Kane, si ni siquiera salía con hombres. Siempre que le había pedido que se quedara a trabajar hasta tarde, no se había quejado. Además, últimamente habían estado tan ocupados que no dispondría de tiempo para conocer a un hombre aunque lo quisiera.


Frunció el ceño y bajó los pies para erguirse otra vez... Al parecer si había conocido a uno. Ese tal Jay Leonardo, su vecino.


Descartó la idea. Que se ofreciera a llevarla al trabajo no significaba que hubiera salido con él. De ser así, seguro que se lo habría mencionado.


Buscó algo que hacer, y vio la mesa limpia salvo por el bloc de notas de Paula. Lo acercó para arrancar una hoja, hacer una bola y lanzar a canasta. Pero cuando giró el cuaderno, comprendió que había una especie de lista. No era raro, ya que Paula era aficionada a ellas. En más de una ocasión la había visto tachar las cosas que ya había reunido, con gran satisfacción en la cara a medida que tachaba.


Con su caligrafía pequeña y comprimida, había escrito: Llevar regalos al albergue de mujeres. Junto a eso había dibujado cajas de regalos, cada una adornada con un complejo lazo.


Luego iba Comprar adornos para la fiesta de Navidad de la empresa, rodeado de bolas que consideró que serían los adornos..


El tercer punto no parecía tener mucho sentido. No olvidar... entrecerró los ojos para intentar descifrar las dos últimas palabras... sin mucho éxito.


El dibujo que tenía al lado resultaba igual de confuso, así que bajó la vista al punto número cuatro. Comprar un regalo especial para Jay. Contempló el rostro sonriente que había junto a las palabras y su diversión se desvaneció. Así que le compraba regalos a ese tipo. Puso cara pensativa. 


Entonces lo más probable era que estuviera saliendo con él.


Los ojos se le pusieron como rendijas al leer el último punto, el que había anotado antes de que se pusieran a jugar al baloncesto. Comprar regalos para las mujeres de Pedro.


«¿Qué quiere dar a entender con eso?», pensó, irritado por el modo de plasmarlo. No eran «sus» mujeres... no específicamente, en todo caso. ¿Por quién lo tomaba Paula? ¿Por una especie de jeque? Quizá le gustara salir al campo a jugar, pero no era tan estúpido como para colocar a demasiadas jugadoras en el juego. Las tres mujeres no eran más que amigas. Al menos hasta ese momento.


¿Y qué era lo que había dibujado al lado? ¿A un vaquero con un lazo? ¿Un Papá Noel con un látigo? Se puso rígido al observar que el Papá Noel tenía cuernos. Maldición, había dibujado a un diablo, con el rabo enroscado por delante para terminar en un sitio donde no debía haber ningún rabo.


Se echó para atrás un poco aturdido, incapaz de apartar los ojos de la figura ofensiva que había en el margen. Muy bien, era posible que la hubiera forzado a comprar los regalos para las mujeres, pero eso no lo convertía en un Satanás. 


Jamás habría creído que Paula dibujaría algo tan gráfico.


Volvió a posar la vista en el punto número tres. Las dos palabras indescifrables comenzaban con una B y... ¡Sí! El dibujo que tenían al lado era un biberón. ¡Ya lo tenía! No olvidar los biberones de Barbie. ¿Qué...? Seguía sin tener sentido.


Estudió las palabras. De pronto el estómago le dio un vuelco, como si la gripe que rondaba por la oficina lo hubiera atacado con toda su fuerza. No ponía Barbie, sino... bebé. 


Apretó la mandíbula al volver a leer la oración.


No olvidar los biberones de bebés.