miércoles, 8 de julio de 2015

UNA MUJER DIFERENTE: CAPITULO 6





A las seis de esa tarde, Paula se sentía mucho mejor. El jarabe espeso que se había obligado a tragar le había aliviado el estómago revuelto, y una larga siesta había obrado milagros en sus nervios.


Incluso al despertar se sintió lo bastante bien como para ordenar el apartamento. Una vez que terminó, estuvo largo rato bajo la ducha y luego se puso un chándal cómodo y unas zapatillas para estar en casa.


Sintiéndose limpia y a gusto, fue a la cocina a prepararse un té, que bebió mientras miraba por la ventana. Estaba anocheciendo y las luces de las casas próximas brillaban a través de los árboles y la oscuridad.


Se dijo que le gustaba estar sola. Estaba acostumbrada. Incluso de pequeña había sido introvertida... «mi pequeña soñadora», solía llamarla su madre. Siempre se había sentido más contenta con sus libros, sus propios pensamientos y sus sueños que con la gente.


Claro está que entonces no había estado por completo sola; había tenido a su madre. La mayoría de la gente tenía al menos algo de familia... padres, hermanos, incluso algunos tíos. O a su edad ya estaban casadas. Sharon Davies, de contabilidad, solo era un año mayor que ella y acababa de casarse con un atractivo viudo. Jennifer Holder también era de su edad y también se había casado hacía poco y ya tenía un hijo. Casi todas las demás mujeres del trabajo tenían novios o amantes. Ella no.


Pero se recordó que por el hecho de que una persona estuviera sola no significaba que se sintiera sola. Irguió los hombros y recogió la taza. Pensó en Pedro. Como ella, había perdido a sus padres, aunque él a edad mucho más temprana. Pedro tampoco estaba casado... y le gustaba su soltería. Aunque nadie podría considerarlo un introvertido. 


Disfrutaba con las mujeres... con muchas mujeres.


Bebió el té, templado y amargo, mientras se preguntaba con quién saldría esa noche. Nunca había conocido a las otras dos mujeres con las que se veía en la actualidad. Pero, a juzgar por Nancy, y por aquellas con las que había estado en el pasado, se hacía una buena idea de cómo debían ser.


Para empezar, lo más probable era que fueran mayores que él. Pedro prefería salir con mujeres que estuvieran próximas a sus treinta y dos años o incluso un poco mayores. Casi con toda seguridad serían ricas y sin ninguna duda hermosas, como Nancy. No bonitas o atractivas, sino deslumbrantes, con el aspecto de mujeres que disponían de tiempo y dinero ilimitados para potenciar su apariencia.


Se preguntó qué se sentiría al entrar en una habitación y que los hombres giraran la cabeza. Suspiró y abrió el grifo para enjuagar la taza. Ni siquiera podía imaginárselo. Los hombres jamás respondían de esa manera con ella. La mayoría de los que conocía, la trataba como a una camarada o una hermana pequeña. O incluso con una mezcla de ambas cosas, como hacía Pedro.


Pedro no era consciente de ella como mujer. No supo cómo había podido pensar siquiera por un segundo que le pedía que se acostaran juntos. Hizo una mueca al recordar el momento de bochorno y cerró el grifo. Se dijo que no tenía sentido preocuparse por ello. Estaba convencida de que nada más regresar a la oficina él ya había olvidado el incidente.


«¿Y qué si es así?», se preguntó mientras se secaba las manos. Además, no sabía por qué pensaba en él. Inquieta de repente, fue al salón. Apartó un oso de peluche que reposaba en el sofá, se sentó y recogió las agujas de tejer.


Se dio cuenta de que se había olvidado las gafas en la cocina. Pero podía ver lo suficiente para trabajar. Comenzó a tejer, decidida a superar la leve depresión que la asolaba desde hacía un tiempo. Decidió que necesitaba dejar de pensar tanto en Pedro y centrar la mente en otras cosas. En cosas que disfrutaba, como leer y tejer. Sonrió con ironía. 


Hacerle un jersey a su jefe no era el mejor modo de quitárselo de la cabeza.


Pedro no le gustaba recibir regalos, en especial nada que considerara demasiado personal. No obstante, Paula había decidido tejerle el jersey. El año pasado le había hecho una bufanda, y a él le había parecido bien. Además, disfrutaba tejiendo y no tenía idea de qué otra cosa podría regalarle para la Navidad.


Alzó la prenda para juzgar su avance, complacida al notar que solo le quedaban unos centímetros para acabar. 


Debería tenerlo listo con tiempo de sobra para las fiestas. 


Pedro no tenía que saber que lo había tejido, que había dedicado meses a su confección. Ni lo cara que había sido la lana merino de profundo tono chocolate. Haría que creyera que se lo había comprado y...


El timbre interrumpió sus pensamientos. De inmediato pensó que era Jay y dejó el punto a un lado. Su vecina había adquirido la costumbre de pasar por las noches a charlar un rato, y a Paula le gustaban esas visitas. Hacían que las largas noches de invierno transcurrieran más deprisa.


Abrió con una sonrisa de bienvenida en la cara, que se desvaneció lentamente y a punto estuvo de cerrar otra vez. 


En el rellano no iluminado había un hombre. Se lo veía de perfil, con los hombros doblados contra la ventisca mientras miraba algo que tenía a su espalda. Durante un momento no lo reconoció.


Pero entonces giró y la luz del salón se proyectó sobre los duros ángulos del rostro e iluminó los ojos íntensos.


A Paula el corazón le dio un vuelco y luego se le aceleró. Se preguntó qué hacía ahí. Parecía... de algún modo amenazador. Pero eso debía ser por la barba de la tarde, que le oscurecía las mejillas y el mentón, haciéndolo parecer un gángster salido de una vieja película en blanco y negro. 


Los copos de nieve brillaban sobre su pelo oscuro y en los hombros del abrigo negro.


Por una vez sus ojos oscuros parecían serios... casi enfadados. Desconocía cuál podía ser la causa. ¿Habría ido algo mal en el trabajo?


—¿Pedro? —dijo insegura.







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