jueves, 9 de julio de 2015
UNA MUJER DIFERENTE: CAPITULO 9
Paula lo miró fijamente. Sintió que el color abandonaba sus mejillas.
—¿Lo sabes? —un nudo le atenazó el estómago. Cruzó los brazos para tratar de mitigar la extraña sensación.
Pedro bajó la mirada a su estómago y endureció la expresión. Asintió con gesto seco.
—No me ha costado deducirlo, una vez que dispuse de todos los hechos.
—¿No? —un rubor furioso le encendió la cara.
—No.
Qué humillación. Paula bajó la vista con expresión consternada a sus zapatillas, sin saber qué decir y con el intenso deseo de que él se marchara. Pero al parecer Pedro aún no había terminado.
Se dirigió hacia el salón, donde ella había abandonado el punto. Desde allí añadió con un gruñido:
—En especial después de ver este maldito...
«Jersey», pensó Paula, cerrando los ojos.
—¡Oso!
Abrió los ojos... justo a tiempo de ver a Pedro alzar al pobre Teddy y sacudir con movimiento salvaje a la pobre criatura.
Paula se quedó boquiabierta hasta que recordó cerrar los labios.
—¿Qué haces? —preguntó, atónita por su extraño comportamiento—. ¿Y eso que tiene que ver con todo lo demás?
Furioso, Pedro tenía la vista clavada en Teddy, pero le dedicó una mirada a ella mientras decía:
—Vamos, Paula. Sé para quién es este oso.
—Es mío —frunció el ceño confusa—. Lo compré hace años.
—¿Sí? —enarcó las cejas—. ¿Y por qué lo harías?
—Porque me gustan, por eso. A todo el mundo le gustan los osos de peluche —al parecer a todos menos a Pedro.
Lo sacudió mientras exigía saber:
—¿Así que no lo compraste para el bebé?
—¿Qué bebé?
—¡El tuyo! —rugió—. El mismo del que hemos estado hablando —hizo una pausa... ella parecía completamente pasmada. Tiró el oso de vuelta al sofá y plantó las manos en las caderas, decidido a llegar al fondo de las cosas—. Maldita sea, Paula, ¿estás embarazada o no lo estás?
—¡Por supuesto que no! —exclamó boquiabierta.
—¿No lo estás?
—No. ¿Era eso lo que creías? —mostró expresión de alivio—. ¿Qué te ha hecho pensar que esperaba un bebé?
—Esta mañana te pusiste mala... y luego te sentiste mejor —se pasó una mano por el pelo mientras ella lo observaba, evidentemente a la espera de que continuara—. Y luego estaba el oso... y... —metió la mano en el bolsillo y sacó otro papel—... ¡y esto!
Le alargó la hoja arrugada. Paula la aceptó con cuidado.
Parecía haber sido aplastada por el puño de él. La abrió y la leyó. Las mejillas volvieron a encendérsele al reconocer la lista que había hecho aquella mañana en el despacho de él.
—Oh. Lo había olvidado.
—Eso mismo pensaba yo —corroboró con sombrío triunfo. Señaló uno de los puntos con el dedo—. Si puedes, me gustaría que explicaras esto.
El rostro de Paula se puso aun más colorado, pero decidió intentarlo.
—Bueno, como sin duda habrás deducido, el diablo te representa a ti. Y dibujé el rabo a tu alrededor hasta la parte delantera porque...
—¡Eso no! —le arrebató la hoja—. Me refería al punto número tres. ¡El de los biberones!
—¿Biberones? Oh... —el ceño de desconcierto desapareció al comprenderlo—. Son para el refugio de mujeres. El director me preguntó si podía llevar algunos.
—Oh.
—Sí, oh —repitió ella, mientras el alivio se transformaba en diversión al ver la expresión de él. Eso pareció quitarle fuelle.
Pedro contempló el papel ceñudo. Tenía sentido la explicación; tanto que no sabía por qué no se le había ocurrido a él. Intentó buscar una excusa para el malentendido.
—Si los biberones eran para el albergue, entonces, ¿por qué no los incluiste después del primer punto?
—No lo sé —se encogió de hombros—. Supongo que tenía la mente agitada. Pero es evidente que no tanto como la tuya. ¿Por qué algo tan insignificante te hizo pensar que iba a tener un bebé?
El tono seco de su voz y la expresión divertida en sus ojos hicieron que Pedro se sintiera como un tonto.
—Ese no fue el único motivo —se defendió—. Kane fue el que inició todo al decir algo que sonaba como si tú... como si él... como si los dos hubierais... —calló al comprender que quizá a Kane no le gustara que divulgara por toda la empresa su problema con el esperma.
—¿Kane Haley dijo que éramos amantes? —volvió a abrir mucho los ojos.
—No, claro que no —negó Pedro—. Eso es ridículo... —vio que Paula se ponía rígida—. Aunque he de reconocer que por un segundo yo también tuve esa idea descabellada —movió la cabeza—. Sé que Kane jamás tontearía con una de sus empleadas, y además, tú no... —calló un instante—. Bueno, quiero decir que tú no eres...
—¿Yo no soy qué? —preguntó con los labios apretados.
—La, mmm, clase de mujer con la que... él sale.
Paula se sintió dolida.
—De modo que lo que estás diciendo es que Kane Haley jamás estaría interesado en una mujer como yo —repitió, y cada palabra fue como una puñalada.
Pedro la miró detenidamente. Se preguntó si acaso buscaba las atenciones de Kane. Por su tono, eso parecia.
Y la idea no le gustó nada. ¿Paula y Kane? Imposible. Ella era demasiado joven para Haley. Intentaba pensar en una forma sutil de preguntarle si estaba interesada en él cuando Paula se le adelantó con una pregunta:
—Si llegaste a la conclusión de que Kane Haley no me había dejado embarazada, entonces, ¿quién se suponía que lo había logrado?
La primera persona que apareció en su mente fue Jay Leonardo, pero mantuvo la boca cerrada. Si Paula no había considerado a Leonardo como amante, ¿qué sentido tenía darle la idea? No le gustaba el tipo; nunca le había gustado y nunca le gustaría. No importaba que no lo conociera. Tenía la sensación de que Leonardo, igual que Kane, serían inaceptables para Paula.
—Oh, no lo sé —repuso vagamente, sin querer ahondar en el tema—. Los accidentes ocurren. Solo hace falta una noche de descuido y...
Paula lo miró fijamente. Se preguntó si después de trabajar con él tres años no la conocía mejor. ¿No comprendía que jamás haría algo así? ¿O lo insultante que era que lo sugiriera? Pero ya no supo si le importaba.
No, era evidente que a Pedro Alfonso no le importaba lo que ella sentía.
—¿De modo que crees que soy la clase de mujer que tendría una aventura de una noche?
Pedro se puso alerta ante el tono peligrosamente sereno. La miró a los ojos.
—Diablos, no —se retractó en el acto, asombrado por lo furiosa que parecía ella de repente, cuando Paula jamás se enfadaba. Estaba acostumbrado a provocarla, a hacerla reír después de crisparla un poco, pero no hasta el punto en que pareciera dispuesta a saltar sobre él—. Bajo ningún concepto creo eso. Pero no sabes cómo son los hombres, cómo piensan, y yo sí —explicó en un esfuerzo por aplacarla—. Imaginaba que como eres bastante ingenua, y no has tenido muchas citas, algún desaprensivo podría haberse aprovechado de eso.
Era una pena que Paula no pareciera aplacada. Entrecerró los ojos... como si le apuntara con una escopeta. Una mala señal. Y cruzó los brazos.
—Comprendo —dijo—. De manera que crees que el único motivo por el que un hombre saldría conmigo es el sexo.
—¡No!
—Entonces, ¿no soy el tipo de mujer con la que un hombre querría tener una relación sexual?
—Claro que no...
—¡Cómo te atreves!
—Quiero decir, sí... no. Diablos, ya no sé lo que quiero decir —se pasó una mano por el pelo.
—Al menos reconoces que no sabes de qué hablas —concluyó con voz sedosa y condescendiente.
Pedro no estaba acostumbrado a discutir con Paula y bajo ningún concepto a ver desdén en sus ojos amables ni a oír sarcasmo en su voz suave cuando hablaba con él.
—¿Qué te pasa esta noche? —preguntó.
—¿Qué me pasa a mí? —los ojos le brillaron con dolor y furia—. Vienes a mi casa en un día en que he estado enferma, me llamas ingenua y me insultas de diez maneras distintas, metiendo la nariz en asuntos que no son de tu incumbencia, ¿y tienes las agallas de preguntar qué me pasa a mí? —recogió el abrigo de él y se lo alargó—. Creo que deberías marcharte.
Pedro la miró asombrado, como si de pronto una gatita se hubiera convertido en una tigresa.
—Pero, Paula...
Le colocó el abrigo en los brazos y se negó a volver a mirarlo. Abrió por completo la puerta, permitiendo que el viento helado entrara en la casa.
—¡Vete!
Con un juramento contenido, Pedro se marchó.
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