miércoles, 8 de julio de 2015

UNA MUJER DIFERENTE: CAPITULO 7




SÍ, SOY YO —notó que parecía sorprendida de verlo. Podía entenderlo. Él mismo lo estaba por haber terminado esa noche en su puerta.


Todo el día se había estado diciendo que no se presentaría allí... que no iba a hacerle ninguna pregunta. Porque incluso después de ver esos biberones en su lista, seguía sin creer que Paula fuera la mujer que buscaba Kane. Que adrede había quedado embarazada de esa manera.


Pero luego se dio cuenta de que quizá no había sido algo deliberado. ¿Y si algún hombre, como ese tal Jay, se había aprovechado de ella? ¿Y si había quedado embarazada accidentalmente?


Cuanto más pensaba en ello, más pruebas se acumulaban. 


Esa mañana había estado enferma... y había reconocido que se había sentido mal toda la semana. También se había mostrado muy ansiosa de no dejarlo entrar en su apartamento. Si prácticamente había corrido al dormitorio para cerrar la puerta. En su momento lo achacó a la vergüenza que le producía que él viera su ropa interior desperdigada, pero quizá lo que realmente buscaba era impedirle ver la ropa de otra persona. Como la camisa de un hombre. O los zapatos o pantalones. Parecía una clara posibilidad.


Pero lo que más lo desconcertaba era la sensación que había experimentado últimamente y que hasta ese día había atribuido a su imaginación. La sensación que Paula le ocultaba algo. Como si tuviera un secreto que estaba decidida a no compartir.


Se recordó que no era asunto suyo si Paula no quería hablarle de su vida personal. Podía ser más ingenua que las mujeres que él conocía, pero seguía siendo una adulta, capaz de tomar sus propias decisiones... aunque fueran estúpidas.


Como abrir la puerta sin averiguar quién era. Tampoco era asunto suyo, pero no pudo evitar preguntar:
—¿No crees que primero deberías comprobar quién hay fuera antes de abrir?


—Por lo general lo hago —se apartó un mechón de pelo de la cara—. Pero esperaba a alguien.


—Supongo que a Jay —soltó.


Ella asintió. El reconocimiento presto de Paula le provocó una profunda irritación. Volvió a repetirse que no era asunto suyo con quién se veía.


—¿Sucede algo? ¿Quieres pasar? —lo miró con expresión desconcertada, levemente preocupada—. ¿Has venido por algo en especial? —añadió.


—Pasaba para comprobar cómo te sentías.


El rostro de ella se iluminó con un placer tímido.


—Ahora ya estoy bien. Ya no me siento enferma.


—Es estupendo —se metió las manos en los bolsillos—. Me alegra oírlo —pero no se alegraba nada. Si tenía la gripe, todavía debería tenerla. Pero un mareo por la mañana... Sin querer completar el pensamiento, sacó una hoja doblada del bolsillo y la alargó—. También quería darte estas notas de la reunión. Pensé que te ayudarían a ponerte al día sobre lo que está sucediendo.


—Oh. Gracias —parte del placer que había sentido por su visita inesperada se evaporó, Claro que no había ido a verla solo a ella; Pedro era un hombre ocupado. Era lógico que también le llevara algo de trabajo. Aceptó el papel, y cuando él no hizo amago de marcharse, añadió con titubeo—: ¿Quieres pasar mientras lo leo?


—De acuerdo —aceptó, a pesar de todo lo que había estado diciéndose durante el trayecto hasta la casa de ella—. Solo un momento —entró en el diminuto recibidor.


—Dame tu abrigo.


Mientras se lo quitaba se volvió hacia el salón. No vio nada sospechoso. Agujas de tejer de un jersey que ella había dejado en un extremo del sofá... un jersey de hombre, a juzgar por el tamaño.


Paula dobló el abrigo sobre una silla cercana y juntó las manos delante del cuerpo.


—¿Te apetece un té?


¿Té? Pedro odiaba el té.


—De acuerdo —la siguió a la cocina. Se apoyó en la mesa y cruzó los brazos mientras inspeccionaba las encimeras en busca de un biberón. Ninguno a la vista—. ¿Has descansado? —preguntó.


—Toda la tarde —abrió un armario.


Él miró para ver si descubría algún biberón y por primera vez notó lo que Paula llevaba puesto. Enarcó las cejas sorprendido.


Nunca antes la había visto vestida con tanta informalidad. El chándal gris que lucía estaba gastado y descolorido, pero también parecía suave y agradable al tacto. Y apostaría cualquier cosa que no llevaba sujetador bajo la holgada parte superior... y la sospecha se confirmó cuando ella se estiró para bajar un bote de la estantería. El movimiento causó que el material fino se pegara a su pecho, revelando las cumbres pequeñas y compactas de los pezones.


—¿Pekoe o camomila?


—¿Eh? —alzó la vista para mirarla a la cara.


Ella ladeó la cabeza y movió el bote?


—¿Qué té prefieres?


«Ninguno».


—Cualquiera.


Sacó una bolsita, luego se volvió hacia la cocina para recoger la tetera. El pelo largo se movió con suavidad. 


Parecía húmedo, como si se hubiera duchado hacía poco, y al volver a pasar cerca de él, Pedro notó la fragancia viva y jabonosa del champú.


La observó mientras con gesto solemne introducía la bolsita en la taza con agua caliente que acababa de llenar. La piel pálida parecía translúcida, impecable... como la de un bebé. 


Y la falta de gafas le daba un aspecto más juvenil. 


Vulnerable.


Un músculo le vibró en la mandíbula. Se preguntó si permanecería vestida de esa manera cuando se presentara ese Jay. «¿Es que no sabe cómo está?»


La ropa de ese estilo provocaba ideas de todo tipo en un hombre. Hacía que pensara que le sería muy fácil desprenderse de las zapatillas mientras la llevaba a la cama. 


O en tenerla acurrucada en su regazo y quitarle los pantalones amplios. Diablos, estaban tan flojos que sin duda se caerían sin mucho esfuerzo. Un hombre podía sentirse tentado a deslizar las manos frías por debajo del algodón suave para acariciar la piel cálida del estómago liso. O más arriba aún, hasta alcanzar las leves curvas de los senos y excitar los pezones.


Apostaría cualquier cosa que ese tal Jay tenía pensamientos de ese tipo cada vez que la veía. Volvió a mirarla y apretó la mandíbula. «El muy canalla».





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