martes, 7 de julio de 2015

UNA MUJER DIFERENTE: CAPITULO 5








Toda la conversación, rara desde el principio, de pronto tuvo sentido para Pedro. Demasiado sentido.


Apretó la mandíbula. Kane siempre le había caído bien. Le había parecido un hombre inteligente y justo para el que trabajar. Y sabía que tenía una vida social bastante activa. 


Pero hacer algo así...


—¿Estás diciendo que te has acostado con Paula? —preguntó con cuidado.


—¡Demonios, no! —pareció aturdido y luego sinceramente consternado—. Jamás la he tocado —entrecerró los ojos al mirarlo—. Así que si se te pasa por la cabeza tratar de darme un puñetazo, puedes olvidarlo.


Hasta ese momento Pedro no se había dado cuenta de que había adoptado una postura de pelea, con las manos cerradas.


—Diablos —las metió en los bolsillos—. Si no te has acostado con ella, entonces, ¿cómo puede tener tu bebé?


—Quizá no... al menos no estoy seguro... —volvió a acercarse a la ventana—. La cuestión es que una mujer en esta empresa está embarazada de mí. Lo único que intento es averiguar quién —el silencio se extendió. Luego Kane giró y estudió la expresión de Pedro un segundo antes de que una sonrisa apareciera en su boca—.Tampoco me mires de esa manera. No estoy loco... todavía no —ironizó. Volvió a ponerse sombrío—. ¿Recuerdas a mi amigo Bill Jeffers? ¿El que tenía cáncer?


Pedro asintió.


—Cuando Bill averiguó que estaba enfermo —continuó Kane—, decidió ir a la Clínica de Reproducción Lakeside para realizar un depósito de esperma con el fin de asegurarse de que si el tratamiento de radiación lo afectaba de forma adversa, aún pudiera tener hijos. Yo lo acompañé para darle apoyo y un... bueno, donativo supletorio, en caso de que lo necesitara —suspiró y atravesó otra vez la moqueta—. Por fortuna, no fue así. De hecho, se encuentra bien y su mujer está embarazada, por lo medios habituales, he de añadir. Esperan al bebé para junio.


—Me alegro por ellos —indicó con sinceridad—. Pero, ¿eso qué tiene que ver con Paula?


—Nada. O tal vez todo —con gesto cansado se pasó la mano por el pelo oscuro—. Verás, después de que Bill me llamara para decirme que su esposa estaba embarazada, me puse en contacto con la clínica para que me devolviera mi donativo, por decirlo de alguna manera, pero averigüé que llegaba demasiado tarde. Parece que la clínica se equivocó... y mi esperma donado ya había sido empleado por una mujer de esta empresa. Alguien del personal de la clínica vio Kane Haley, S.A., en el impreso del seguro de ella y pensó que estaba solicitando mi esperma.


—Santo cie...


—Exacto —convino Kane con tono sombrío—. Y ahora la clínica se niega a informarme de quién es la mujer, aduciendo el derecho que tiene a mantener la intimidad... sin importarle el derecho que tengo yo a saber quién espera mi bebé. De todos modos, he contratado a un abogado para que llegue al fondo del asunto, pero hasta entonces... bueno, para serte sincero, ha sido un infierno. ¿Te has fijado alguna vez en todas las mujeres que trabajan en esta empresa?


Asintió y permaneció en silencio mientras el otro iba de un lado a otro, esquivando la papelera cada vez que pasaba por el centro del despacho.


—Siempre que una de las mujeres de la empresa gana peso o se vuelve más emotiva —añadió Kane—, o se queja de dolor de estómago... bueno, no puedo evitar preguntarme...


—... si es ella —finalizó Pedro. Observó la cara demacrada de Kane y movió la cabeza. Una situación como esa sería dura para cualquiera, pero debía ser especialmente complicada para alguien como Kane, que se tomaba muy en serio sus responsabilidades. Aunque fuera la de un niño que no había planeado tener. Pero dudaba de que llegara a tener mucho éxito en su investigación—. Lo más probable es que nunca te enteres si ella no lo desea. Y aunque lo averigües, quizá no reciba de buen grado tu injerencia... en particular si está casada.


—¿Y si no lo está? ¿Y si va a intentar criar al bebé, mi bebé, sola y necesita ayuda? ¿O la necesita el bebé? No puedo olvidarlo y fingir que no existe.


Pedro no sabía qué decirle a eso, pero podía tranquilizar la mente de su jefe en un punto. Apostaría lo que fuera, incluido su Porsche, que su secretaria no era la mujer que esperaba tener su hijo.


—No es Paula —soltó sin rodeos.


—¿Cómo lo sabes? —Kane giró—. A menos... —lo miró a los ojos—. ¿Estás saliendo con ella?


—No, claro que no —lo sorprendió la pregunta—. Es una chica agradable, pero no el tipo de mujer con el que yo me relacionaría.


—Te muestras muy protector con ella —insistió con ciertas dudas.


—No lo soy... al menos no en el plano personal —se sintió algo irritado. Se preguntó si un hombre no podía mostrarse preocupado por una mujer sin que la gente sacara la impresión equivocada. Al parecer no, ya que Kane seguía escéptico, por lo que le explicó—: Es que su madre murió poco después de que empezara a trabajar aquí... y nunca antes ha vivido sola. Y Paula es bastante ingenua y dulce. Además —añadió con renovado vigor—, por el simple hecho de que ponga objeción a que un hombre mayor y experimentado se aproveche de una mujer sencilla y más joven no significa... ¿Qué? —exigió al ver la sonrisa en la cara de Kane—. ¿He dicho algo gracioso?


—En absoluto —repuso sin molestarse en ocultar su diversión—. Pero debes reconocer que viniendo eso de ti...


—¿Qué quieres decir? —frunció el ceño—. Las mujeres con las que me relaciono saben exactamente a qué atenerse —siempre se cercioraba de eso. Bajo ningún concepto quería que surgiera un malentendido.


—Si no estás relacionado con Paula, entonces, ¿cómo puedes estar seguro de que no se encuentra embarazada? —preguntó otra vez serio.


—Porque Paula no es el tipo de mujer que intentaría hacerlo sola... criar a un bebé sin padre —respondió con certeza—. Diablos, Kane, he trabajado con ella casi a diario en los últimos tres años. Es muy tradicional. Si quisiera un bebé, primero se casaría.


—¿Estás seguro?


—Estoy seguro de que no recurriría a un banco de esperma. Creció sin padre. En una ocasión hablamos de lo difícil que puede ser eso para el niño —al menos eso había dicho ella. 


Al recordar los padrastros de mano dura con los que había vivido después de que su propia madre muriera cuando él tenía doce años, Pedro no había estado tan convencido.


Pero al parecer la firmeza de su tono había convencido a Kane de que Paula no era la mujer que andaba buscando.


—Entonces organizaremos otra reunión para hablar de la adquisición —indicó—. ¿Cuándo volverá tu secretaria?


—Con toda probabilidad el lunes. Por lo que he oído, este virus no dura mucho —explicó adrede, queriendo recalcar que Paula no era la mujer que buscaba su jefe.


Kane lo estudió con expresión inescrutable.


—¿Estás seguro...?


—Sí.


Con un gesto final de asentimiento, Kane se marchó del despacho y cerró la puerta a su espalda.


Pedro fue a sentarse detrás de su escritorio. Se reclinó en el sillón y clavó la vista en la puerta cerrada mientras lo embargaba una profunda simpatía por Kane... y agradecimiento por no estar en su lugar. Se preguntó qué pensaría hacer si alguna vez encontraba a la mujer y descubría que esta necesitaba ayuda. No estaría tan loco de casarse con ella.


Desde luego, él no pensaba dejarse atrapar por una bala perdida, como le había sucedido a Kane. Frunció el ceño al considerar el asunto. ¿Cómo había podido cometer un error la clínica? ¿Y si alguna mujer se había enterado de la «contribución» hecha por Kane y solicitado su esperma adrede? Después de todo, Kane era un hombre rico y poderoso, y hacía siglos que las mujeres empleaban el embarazo para obligar a los hombres a casarse.


En ese caso, Paula quedaba completamente descartada. No sabía si había convencido del todo a Kane, pero él no albergaba ninguna duda. La conocía... demonios, la conocía mejor que nadie. Habían hablado bastante con el paso de los años; aparte de jefe y secretaria, eran buenos amigos. 


Ella jamás haría algo así. No era su estilo perseguir a un hombre. Paula nunca trataría de obligar a un hombre a casarse.


Apoyó los pies sobre el escritorio. Como le había dicho a Kane, si ni siquiera salía con hombres. Siempre que le había pedido que se quedara a trabajar hasta tarde, no se había quejado. Además, últimamente habían estado tan ocupados que no dispondría de tiempo para conocer a un hombre aunque lo quisiera.


Frunció el ceño y bajó los pies para erguirse otra vez... Al parecer si había conocido a uno. Ese tal Jay Leonardo, su vecino.


Descartó la idea. Que se ofreciera a llevarla al trabajo no significaba que hubiera salido con él. De ser así, seguro que se lo habría mencionado.


Buscó algo que hacer, y vio la mesa limpia salvo por el bloc de notas de Paula. Lo acercó para arrancar una hoja, hacer una bola y lanzar a canasta. Pero cuando giró el cuaderno, comprendió que había una especie de lista. No era raro, ya que Paula era aficionada a ellas. En más de una ocasión la había visto tachar las cosas que ya había reunido, con gran satisfacción en la cara a medida que tachaba.


Con su caligrafía pequeña y comprimida, había escrito: Llevar regalos al albergue de mujeres. Junto a eso había dibujado cajas de regalos, cada una adornada con un complejo lazo.


Luego iba Comprar adornos para la fiesta de Navidad de la empresa, rodeado de bolas que consideró que serían los adornos..


El tercer punto no parecía tener mucho sentido. No olvidar... entrecerró los ojos para intentar descifrar las dos últimas palabras... sin mucho éxito.


El dibujo que tenía al lado resultaba igual de confuso, así que bajó la vista al punto número cuatro. Comprar un regalo especial para Jay. Contempló el rostro sonriente que había junto a las palabras y su diversión se desvaneció. Así que le compraba regalos a ese tipo. Puso cara pensativa. 


Entonces lo más probable era que estuviera saliendo con él.


Los ojos se le pusieron como rendijas al leer el último punto, el que había anotado antes de que se pusieran a jugar al baloncesto. Comprar regalos para las mujeres de Pedro.


«¿Qué quiere dar a entender con eso?», pensó, irritado por el modo de plasmarlo. No eran «sus» mujeres... no específicamente, en todo caso. ¿Por quién lo tomaba Paula? ¿Por una especie de jeque? Quizá le gustara salir al campo a jugar, pero no era tan estúpido como para colocar a demasiadas jugadoras en el juego. Las tres mujeres no eran más que amigas. Al menos hasta ese momento.


¿Y qué era lo que había dibujado al lado? ¿A un vaquero con un lazo? ¿Un Papá Noel con un látigo? Se puso rígido al observar que el Papá Noel tenía cuernos. Maldición, había dibujado a un diablo, con el rabo enroscado por delante para terminar en un sitio donde no debía haber ningún rabo.


Se echó para atrás un poco aturdido, incapaz de apartar los ojos de la figura ofensiva que había en el margen. Muy bien, era posible que la hubiera forzado a comprar los regalos para las mujeres, pero eso no lo convertía en un Satanás. 


Jamás habría creído que Paula dibujaría algo tan gráfico.


Volvió a posar la vista en el punto número tres. Las dos palabras indescifrables comenzaban con una B y... ¡Sí! El dibujo que tenían al lado era un biberón. ¡Ya lo tenía! No olvidar los biberones de Barbie. ¿Qué...? Seguía sin tener sentido.


Estudió las palabras. De pronto el estómago le dio un vuelco, como si la gripe que rondaba por la oficina lo hubiera atacado con toda su fuerza. No ponía Barbie, sino... bebé. 


Apretó la mandíbula al volver a leer la oración.


No olvidar los biberones de bebés.






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