miércoles, 27 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 34




Después de la reunión en la mansión de los Chaves, volvieron al hotel y se pusieron a cenar en la suite sin intercambiar más palabras que las necesarias para que uno le pasase la sal al otro. Ella trató de buscar un buen tema de conversación que les permitiese romper el silencio.


—¿Qué piensas de la crisis de la familia Chaves?


Pedro había estado fuera de la sala durante la reunión familiar, pero habría oído sin duda a Elena suplicando la comprensión de sus hijos.


—No es asunto mío.


Ella sabía lo que él quería decir con esas palabras.


Cuando estaba en su papel de guardaespaldas, se comportaba como una estatua. Ni escuchaba ni opinaba.


—No actúes como si esto fuera una misión más —le dijo mirándole a los ojos.


—¿Qué es lo que quieres saber? Lo que yo pueda opinar no tiene importancia. Pero no me gustaría estar en la piel de Camilo —murmuró Pedro.


—Se halla justo en el centro del conflicto entre las dos familias.


El silencio abrió una vez más un profundo vacío entre Paula y Pedro. Ella dejó el tenedor en la mesa.


Era una estupidez querer dar la impresión de que estaba comiendo.


—¿Qué vamos a hacer con la foto? —le preguntó ella.


—Estoy siguiendo el rastro de la persona que la envió.


—Pensé que no íbamos a seguir adelante con eso.


—No nos hará ningún mal disponer de esa información, al margen de lo que decidamos hacer.


¡Al margen de lo que decidieran hacer! Si esa foto llegara a publicarse, podría arruinar la reputación y la carrera de Pedro.


—¿No sería menos perjudicial si esa foto se publicase después de volver yo a Italia? ¿No se preguntaría la gente si no habría sido todo más que un simple montaje?


—La gente que a mí me importa se preguntaría si he mantenido o no una relación personal con un cliente. Ello influiría muy negativamente en mi reputación.


—¡Tendrías que trabajar para siempre para los Chaves! —dijo ella tratando de bromear, aún sabiendo lo difícil que eso resultaba para él.


Pedro ni siquiera trató de sonreír. En lugar de ello, dejó la servilleta sobre el mantel, se levantó de la mesa, cruzó la habitación y salió a la terraza.


—¿Crees que alguien nos está vigilando ahora? —le preguntó ella yendo hasta él y posando la mano en el hombro de él—. Lo siento —le dijo ella retirando la mano.


—No digas eso, Paula —replicó él—. No tienes por qué disculparte. Es simplemente la situación en que estamos. Cuando me tocas, aunque sea sólo así…


Ella percibió, sorprendida, el deseo en su mirada.


Todo parecía envuelto en un clima de apremiante deseo al saber que sólo les quedaban unos días para estar juntos. Ella deseaba y necesitaba estar en la intimidad con él. No podía detenerse.


—¿Qué pasa cuando te toco?


Él le agarró la mano, la empujó dentro de la suite, y acto seguido, ya dentro de la habitación, la estrechó entre sus brazos. Sus labios se unieron con vigor a los suyos, hasta que él se convirtió en su mundo. Él enterró los dedos en la seda de su pelo, sostuvo su cabeza, inclinó sus labios y buscó su boca con la lengua, en busca del deseo que
respondiera al suyo. Paula sentía la sangre corriendo por sus venas, tan caliente, tan veloz, que no sentía necesidad de respirar.


Cuando él acomodó su cuerpo contra el suyo, ella sintió cuánto la deseaba. Estaba ya preparada. Una ligera presión en el lugar adecuado y hubiera conseguido llevarla al éxtasis antes siquiera de haberse desnudado.


Pedro debió haber sentido la misma sensación, porque sus manos se apartaron de su cabello, y se deslizaron bajo su cuerpo. Le quitó con rapidez la blusa y la ropa interior. Ella le ayudó luego a desvestirse. Jadeantes, ardientes de deseo, no podían esperar más.


Él la tomó por las caderas. Cuando estuvo dentro de ella, comenzó un desenfrenado movimiento de avance y retroceso, con tal rapidez y energía que ella creyó volverse loca de placer.


Pedro


Su mundo, tal como ella lo conocía, había estallado hecho trizas. Deseó que aquel instante pudiera durar eternamente. 


Segundos después, cuando él consiguió también llegar al clímax, la estrechó entre sus brazos y la abrazó con fuerza.


Después de recuperar el aliento, ella se volvió hacia él, feliz de que ambos hubieran satisfecho su recíproca pasión.


—¿Estás bien? —le preguntó él, mirándola dulcemente.


—Muy bien —respondió ella con una amplia sonrisa.


Riendo, la tomó en brazos y la llevó a su habitación mientras ella se preguntaba si podría decirle alguna vez que lo amaba... preguntándose qué pasaría si lo hiciera.






ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 33




Aquella noche, Elena estaba majestuosa, aunque algo nerviosa.


—Pensé que debíamos celebrar esta reunión. Así todos podréis manifestar lo que sentís. Es mi deseo mantener unida a la familia. Ninguno de vosotros me ha llamado para hablar del asunto. Hablé con Paula y Katie el otro día. Pero mis propios hijos no me han dirigido una palabra.


Estaban congregados en uno de los salones de la mansión. 


Ninguno de ellos parecía muy feliz.Paula se sentía como si no debiera estar allí. Baltazar estaba sentado con la cabeza agachada y las manos entre las piernas. Parecía como si estuviera conteniendo cada uno de sus pensamientos.


—Resulta difícil para nosotros tratar este asunto, mamá —dijo Patricia—. Tienes que comprender que todos pensábamos que sabíamos quién eras. Y ahora tenemos que replanteárnoslo todo.


—Todos sabíais que estaba enamorada de Rex cuando era joven. Habíais oído la historia. Estábamos comprometidos, no nos pusimos de acuerdo sobre la fecha de la boda y reñimos, eso fue todo. Yo era joven y estúpida, y tenía a Devon tratando de... de llamar mi atención desde hacía mucho tiempo. Cenamos una noche, bebimos un poco de vino, y me entregué a él, pensando que había perdido a Rex.


Baltazar se puso aún más tenso al oír esas palabras y se volvió finalmente hacia su madre.


—Todos sabemos lo que sucedió después —dijo él, con una voz plana, desprovista de toda emoción—. Te quedaste embarazada. No podías ser una madre soltera en aquellos días, y por eso te casaste con nuestro padre.


—Así fue. Y traté de ser feliz con la vida que me había tocado vivir. Pero años después, Devon y yo comprendimos que se estaba abriendo un vacío entre nosotros. Sospeché que había estado teniendo una aventura.


Ahora todos sus hijos la miraron sorprendidos.


—¿Sospechaste? —preguntó con amargura Pamela—. ¿O sabías?


—Nunca llegué a tener una prueba definitiva, si es a eso a lo que te refieres. Sin embargo, una mujer sabe…


Pamela hizo un gesto de desdén con los ojos. Era evidente que ella tampoco había perdonado a su madre.


—He estado siempre de vuestro lado y no quiero que nada pueda cambiar las cosas.


Patricia se puso a su lado y le tomó la mano.


—Tú eres mi hermano, Camilo. Y siempre lo serás, te llames Chaves o Foley.


El nombre de Foley produjo un tenso silencio en la sala. Pasaron varios minutos sin que nadie se atreviese a romperlo.


Elena suspiró.


—No soy perfecta, como tampoco lo sois vosotros. Todos queremos que nuestras vidas discurran por senderos de paz y felicidad, aunque eso raras veces sucede. Pero sí puedo hablar con todos vosotros para tratar de esclarecer esta situación. Pensé que podría responder a vuestras preguntas, pero vosotros ni siquiera habéis querido hacérmelas. Así que dejo a vuestra voluntad que vengáis cada uno a hablar conmigo cuando lo creáis conveniente. Hasta entonces, sólo puedo deciros que os quiero mucho a todos. Siempre os he querido.


Miró a Baltazar y luego desvió la mirada.


—Creo que Baltazar y Pamela tienen algo que comunicaros acerca de los planes que tienen para la familia. Entiendo que no tengo por qué participar en esto. Me voy arriba por si alguien desea hablar conmigo después.


Elena salió de la sala. Se la veía frustrada y abatida. Paula esperaba que sus hijos pudieran llegar a verla como mujer, no sólo como madre, y poder brindarle así la comprensión que necesitaba.


Baltazar esperó hasta que se fue su madre.


—Baltazar —dijo Patrcia mirando fijamente a su hermano—. Creo que has estado muy duro con ella.


—Si tú quieres perdonarla, me parece bien, pero no me digas a mí lo que debo hacer.


—Piensa sólo en la vida que ha debido de llevar todos estos años con nuestro padre, sin estar enamorada de él —dijo Pamela—. ¿Cómo habrá podido soportarlo?


—Seguramente lo hizo por nosotros —dijo Teo.


Baltazar se puso de pie y avanzó unos pasos hacia el pie de la chimenea.


—Ya está bien, dejémoslo. Quiero informaros ahora de lo que Pamela y yo hemos estado planeando. Como ya os dije hace unos días, tras el estudio de la escritura de las minas, creemos que el diamante Santa Magdalena se encuentra en la mina del Águila en el rancho de Travis Foley. Pamela va a... inspeccionar la zona... para conseguir el trazado de la tierra... y luego… robarlo.


—¿Robarlo? —exclamó Paula en un impulso instintivo.


—Esas minas siguen siendo nuestras, Paula. Travis sólo tiene un contrato de arrendamiento de la tierra. Así que tenemos todo el derecho de buscar en esa mina. Simplemente no queremos que los Foley se enteren de lo que estamos haciendo.


—¿Así que vas a entrar de manera furtiva? —preguntó Patricia a su hermana gemela.


—Sí, eso es exactamente lo que voy a hacer. Y luego voy a encontrar ese diamante para poner de nuevo el nombre de los Chaves en el lugar que le corresponde.


A Paula el plan le parecía peligroso y arriesgado.


¿Y si pillaban a Pamela? ¿No empeoraría ello la ya de por sí deteriorada relación entre las dos familias? ¿Y el diamante? ¿Intentarían los Chaves romper el contrato de arrendamiento y echar a Travis de la propiedad?


—Paula, no te preocupes —le suplicó Pamela—, todo va a salir bien. Soy una mujer decidida y con mucha inventiva. Pronto tendremos el diamante y una buena campaña publicitaria en marcha.


Paula pensó que Pamela estaba pecando de ingenua. O tal vez sólo estaba influenciada por su hermano Baltazar, de igual modo que lo había estado ella por Miko.


Los hermanos empezaron a hablar entre ellos y Baltazar fue hacia ella.


—Sólo quería decirte que estás haciendo un gran trabajo. He recibido comentarios muy positivos de mis clientes y estamos teniendo una buena respuesta publicitaria en la prensa y la televisión.


—Me alegra que todo marche bien.


Baltazar miró de reojo a su familia y se acercó al oído de Paula.


—¿En qué spa estuviste con mi madre y con Katie?


—En el Yellow Rose Spa. Fue una verdadera fiesta entre mujeres.


—Ya. ¿Se lo pasó bien Katie?


—Creo que sí. Estuvo riéndose todo el rato y disfrutó mucho con los tratamientos y los masajes.


Baltazar se quedó callado. Luego se metió las manos en los bolsillos y la miró fijamente de nuevo.


—¿Preguntó Katie por mí?


Paula recordó lo que Katie le había dicho sobre Baltazar, y el tono de admiración que había empleado en su voz. ¿Estaría ella reconsiderando su relación con Teo? ¿Habría algo entre ella y Baltazar? Si era así, ¿qué sucedería entre los hermanos si Katie cortaba su relación con Teo e iniciaba una nueva con Baltazar? ¿Lo aceptaría Teo?


—Nuestras conversaciones fueron confidenciales —dijo Paula respondiendo a su pregunta—. No creo que deba divulgarlas. Pero Katie dijo que sabías escuchar a la gente —añadió.


Baltazar la miró como si acabase de encontrar otro lote de diamantes ámbar.


—Gracias por decírmelo —dijo con una sincera sonrisa—. Tengo entendido que te vas a Italia muy pronto. Llámame cuando llegues a casa y hablaremos de nuestros próximos planes.


Paula dirigió otra mirada a Pamela, Patricia y Teo, que parecían muy animados charlando.


—Lo haré —respondió ella—. ¿Crees que hay alguna razón para que me quede ahora con vosotros?


—¿Tienes algo que hacer esta noche?


Quería pasar el mayor tiempo posible con Pedro.


No les quedaban ya muchos días. Quizá podrían salir de paseo otra vez en el cochecito de golf, o algo parecido. Sólo quería estar con él.




ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 32






AQUELLA mañana no tenía ningún compromiso, así que Pedro y ella estaban enclaustrados en la suite. Cuando sonó el teléfono de la habitación, lo descolgó instintivamente. Era de la recepción.


—Señorita Chaves, tenemos un paquete para usted.


—¿Es grande o pequeño? —preguntó ella de forma mecánica.


—Pequeño. ¿Quiere que se lo suba alguien?


—Sí, muchas gracias.


No iba a molestar a Pedro por tan poca cosa. Tal vez ni siquiera hubiera oído el teléfono. Su habitación tenía una línea independiente.


Alguien llamó a la puerta y Paula fue a ver quién era. Miró antes por la mirilla. Reconoció al mozo del hotel que le había estado llevando el equipaje y el correo. Abrió la puerta y el mozo le hizo entrega del paquete. Paula abrió su bolso y le dio una propina.


Cerró la puerta y volvió con la bolsa de regalo a la sala de estar. Se acordó entonces de cuando Pedro le había regalado la pequeña jaula de pájaros. ¿Podría ser también suyo ese regalo?


Reconoció en la bolsa negra satinada la «L» dorada de las joyerías Larsen, la firma rival de las Chaves. Pedro no habría ido a comprar algo a una joyería de la competencia. Se preguntó si sería prudente abrirla, sin saber quién la había enviado. No había ninguna tarjeta por fuera.


Desató la cinta y quitó la tapa. Sobre el forro de terciopelo negro del interior halló una pulsera de Tanzanita y diamantes. Se quedó perpleja. Las piedras debían tener por lo menos cinco o seis quilates. Había una tarjeta en una esquina del forro. La sacó del pequeño sobre en el que estaba y la leyó.


Paula, quiero que vuelvas. M.K.


Paula oyó los pasos de Pedro por el pasillo. Por un momento, pensó esconder el regalo y la bolsa debajo del cojín del sofá. Pero, ¿qué sentido tenía? Ya había decidido devolver la pulsera.


—Se suponía que debía ser yo el que contestara a la puerta —dijo con cierta aspereza.


—Era Roger. Sabía que no había ningún problema.


—Paula, a veces las cosas que parecen más naturales e inofensivas puede resultar que no lo son.


—No tengo ganas de discutir.


Se quedó en silencio por unos instantes, luego se pasó la mano por la frente.


—Yo tampoco ¿Tengo que preguntarte de quién es?


Pedro vio la pulsera en el forro de terciopelo negro.
Era de una belleza sorprendente. No hacía falta ser un experto para saber que era una pieza muy cara.


—No hace falta —dijo ella dándole la tarjeta que había venido en la caja.


Pedro frunció el ceño al leerla.


—Piensa que puede comprar tu voluntad, ¿verdad?


Un agudo dolor le traspasó el corazón.


—¿Dices eso como un insulto? ¿No has aprendido nada de mí la última noche?


—Creo que sería mejor dejar a un lado lo de anoche.


—¿Quieres olvidarte de ello?


¿No significaba nada para él haber hecho el amor?
¿Había sido ella la única que había puesto en juego su corazón?


—No puedo olvidarme de ello, como creo que tú tampoco. Pero tenemos que hacerlo. Y no te estaba insultando. Sólo quería decir que a algunas mujeres se las conquista con regalos. Discúlpame si me he expresado mal. Él piensa que podrías estar dispuesta a perdonarlo. ¿Tú quieres reanudar la relación?


Ella estaba enamorada de Pedro. No quería estar con nadie más. Sin embargo, ¿cómo podía decirle eso cuando él sólo quería que acabase cuanto antes el trabajo que tenía con ella y marcharse de allí?


—No quiero estar con Miko. Quiero estar con un hombre que desee estar con una mujer por el resto de su vida.


Sus miradas se encontraron. Ella sostuvo su mirada. No podía dejar de mirarle. Quería que la tomara en sus brazos y la besara. Quería que hiciera otra vez el amor con ella. Pero él no parecía dispuesto a acercarse a ella ni a decirla nada.


Sonó el móvil de Pedro. Ambos se sobresaltaron.


Pedro lo sacó de una pequeña funda que llevaba en el cinturón y miró el número. Después se lo puso al oído y estuvo escuchando durante unos segundos.


—Se lo diré —dijo él finalmente, colgando a continuación.


—¿Qué es lo que tienes que decirme? ¿Era Baltazar?


—Sí, era él. Quiere que vayas a la mansión esta tarde. La familia va a reunirse de nuevo.


—¿Dijo para qué?


—Ya conoces a Baltazar. Suele ser hombre de pocas palabras.


—Como tú.


—Es una reunión familiar —dijo Pedro, pasando por alto su comentario—. Dijo que había sido Elena quien la había convocado. No parecía muy contento.


—Se supone que tú vienes también, ¿no?


—Sí, pero no es hasta las siete. ¿Qué te gustaría hacer hoy? Y no digas que ir de compras —le advirtió.


—¿Qué opciones tengo? —dijo ella sonriendo.


—Podríamos dar un paseo por las afueras de la ciudad, incluso ir al festival de rodeo de los sábados.


—¿Crees que podría ir a un rodeo sin que me reconociera nadie?


—Claro que sí. Hay montones de rubias guapas en los rodeos —dijo él sonriendo—. ¿Qué tal una peluca? ¿Tienes alguna? Te puede cambiar mucho el aspecto. Un color de pelo diferente, un estilo diferente, una peluca corta tal vez, unas gafas de sol muy grandes, unos vaqueros con agujeros en las rodillas, unas botas, una de esas blusas que llevan las jovencitas atadas con un nudo a la cintura. Parecerías una chica cualquiera de Texas yendo a pasar un día de rodeo.


La cosa parecía divertida.


—Me gustaría probarlo. Gracias por pensar en ello. No he visto un buen rodeo desde que estuve aquí el año pasado. ¿Has intentado alguna vez montar un potro salvaje?


—Lo intenté un par de veces en uno de esos toros mecánicos en un bar de carretera.


—¿Y?


—Aprendí a sostenerme muy bien. Gané incluso algunas apuestas. Bueno… Ahora tengo que trabajar, pero sólo me llevará una hora más o menos. ¿Te va bien?


—Muy bien.


Él tomó la pulsera y pasó un dedo por ella, observando el brillo que tenía a la luz del día.


—Te quedará preciosa en la muñeca.


—No me la voy a quedar. Llamaré a Roger y le pediré que se la devuelva a Miko de mi parte.


—Está intentando conquistarte de nuevo.


—No le va a funcionar.


Por un momento, ella creyó ver una señal de inquietud en los ojos de Pedro. Pero fue tan fugaz que pensó que había sido imaginación suya. Se puso de pie y se fue a la cocina. 


Él volvió a su habitación.





martes, 26 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 31





Nada más regresar a la suite después de la entrevista, Paula se fue derecha a su habitación. Y él se fue a la suya.


Ella se cambió rápidamente, quitándose el vestido y los zapatos de tacón, y se puso su caftán favorito, un torbellino de color que le hacía sentirse feliz. Descalza, lista para caer rendida en la cama, sabía, sin embargo, que tenía que hablar con Pedro sobre su agenda del día siguiente.


Salió de su habitación y vio que no estaba en el cuarto de estar, ni en la cocina. Se dirigió hacia la habitación contigua. 


La puerta estaba abierta. Dio unos ligeros golpes en ella y entró.


Al principio, se quedó parada como una estatua, sin hablar. 


Había visto ya antes el pecho desnudo de Pedro, pero no había visto… el resto. Estaba de pie, junto a un armario, totalmente desnudo, tratando de encontrar algo en uno de los cajones. Se puso tenso al verla. Todas sus cualidades físicas quedaron al descubierto: la aguda línea de su mandíbula, el pelo negro bajando por en medio del pecho, y llegando más y más abajo. Sus caderas eran estrechas, sus piernas largas y sus muslos musculosos. Todo en él era magnífico. Absolutamente magnífico.


—Estoy seguro de que hay alguna forma de salir airoso de una situación como ésta, pero en este momento no estoy seguro de cuál es —dijo él con ironía.


Ella comprendió que debía irse. Sin embargo, avanzó hacia él hasta que estuvo a su lado.


—¿Por qué no te vas en la otra dirección? —le dijo Pedro.


—¿Por qué no lo haces tú?


—La respuesta es obvia. No estoy vestido —dijo él sonriendo, aunque de forma forzada.


—Podrías ponerte algo, no creo que sea tan difícil.


—Paula, deberías irte —volvió a decirle, ahora más serio.
Su voz se había vuelto un poco más apagada y ella pudo ver por qué. Estaba empezando a excitarse.


Paula comprendió entonces la seriedad de la situación. 


Estaba en la habitación de Pedro en aquellas circunstancias. Aquello no era un juego. Ella no quería una aventura, ni quería que Pedro pudiera pensar de ella tal cosa.


—Siento haber irrumpido en tu habitación de esta manera —dijo ella dándose la vuelta hacia la puerta.


Mientras Paula salía de la habitación, oyó un cajón abrirse y cerrarse. Luego oyó la voz de Pedro maldiciendo. Apenas había dado unos pasos por el pasillo entre las dos habitaciones cuando Pedro la alcanzó.


Llevaba puestos unos calzoncillos con un cordón en la cintura. Pero ello no contribuyó a mitigar en nada el cosquilleo que ella sentía por todo el cuerpo.


—No sé qué hacer contigo —dijo él con un tono de voz que reflejaba el conflicto que sentía.


Ella no sabía qué decir. No sabía si su observación era buena o mala para ella. No sabía si quería decir que sentía algo por ella o no. La desazón de la duda se reflejó también en sus ojos.


—¿Qué pasa,Paula? —dijo Pedro, con voz muy suave, tomando la cara de ella entre sus manos.


—No quiero que pienses que actúo de esta manera con todos mis guardaespaldas.


—Me dijiste que no tuviste ninguna relación seria antes de Kutras.


—Nunca me había acostado con un hombre antes de Miko.


Pedro maldijo de nuevo y pasó el pulgar lentamente por los labios de ella.


—No creo que pueda resistir esto más —dijo como rindiéndose.


Antes de que ella pudiera decir nada, Pedro la atrajo hacia sí, inclinó su cabeza y la besó. Su beso comenzó lento y tierno. Pedro le dio unos mordisquitos en las comisuras de la boca, y luego selló sus labios con los suyos. Ella abrió los labios y le invitó a entrar en su boca. Él aceptó la invitación y aprovechó la oportunidad para explorarla como no lo había hecho antes.


Aquel beso era diferente de los anteriores. Era el portal de entrada para algo más que un beso. Era el portal de entrada a una aventura física entre ellos dos.


Pedro se apartó un poco, apoyó las manos en la pared, una a cada lado de su cabeza, y respiró profundamente.


—¿Es esto lo que quieres, Paula? ¿Es esto lo que quieres realmente?


—Sí —susurró ella, sintiendo como si estuviera aceptando un compromiso más emocional que físico.


Pedro se inclinó hacia ella y la besó de nuevo, como para asegurarse.


—¿Tu habitación o la mía?


—La tuya está más cerca.


La llevó a su cama y mantuvo su brazo alrededor de ella mientras apartaba la colcha. Era como si pensara que ella pudiera irse otra vez. Pero ella no quería ir a ningún sitio sino hacia él.


Mientras la besaba de nuevo, tomó el caftán con las manos, levantándolo primero hasta las rodillas, luego hasta los muslos, y a continuación hasta la cintura. Luego se apartó unos centímetros y se lo quitó definitivamente sacándoselo por la cabeza.


Ella estaba allí, con unas bragas y un sujetador de encaje de color violeta, sintiéndose más vulnerable que nunca. Pedro la envolvió en sus brazos.


—Eres demasiado hermosa para tocarte —dijo él.


Paula apoyó las manos sobre el pecho de él.


—No me romperé, Pedro. Te doy mi palabra. Pero tengo miedo de que... pueda no gustarte.


—No se trata de que me guste a mí, Paula. Ambos debemos darnos placer y ambos debemos recibirlo. Si tienes miedo de algo…


—Nunca tengo miedo de nada cuando estoy contigo.


Las palabras de ella liberaron todo el deseo que Pedro había estado reprimiendo dentro de sí. Le desabrochó el sujetador y lo dejó en la mesita de noche.


Luego le bajó las bragas por debajo de las piernas.


Pero no se detuvo allí. Se arrodilló delante de ella, le puso las manos en las caderas y la besó en el vientre.


Ella nunca había experimentado una sensación igual.


Especialmente cuando él la besó luego más abajo.


Pedro, ¿qué estás haciendo?


—Preparándote.


Estuvo besándola, acariciándola y tocándola, hasta casi dejarla sin aliento. Luego sucedió algo que ella no esperaba. 


Él le acarició con la lengua en su punto más sensible. Sintió miles de chispas por todo el cuerpo, y luego un estremecimiento y una sacudida. Tuvo que apoyarse en los hombros de Pedro para no caerse.


Él la tomó en brazos, sintiendo su cuerpo aún temblando, y la acostó en la cama. Luego se puso a su lado, la abrazó y le habló susurrando en la mejilla.


—Avísame cuando estés lista para continuar.


—Esto debe haber sido un orgasmo —dijo ella, como con cierto temor.


—¿Nunca habías tenido uno antes?


—Nunca —dijo ella moviendo la cabeza.


Pedro sonrió. Había una satisfacción en esa sonrisa que indicaba lo feliz que se sentía de haberle dado a ella ese regalo. Ahora era ella quien quería hacerle a él un regalo parecido.


Durante unos instantes, los dedos de ella juguetearon con el pelo de su pecho. Pero luego deslizó la mano hacia abajo. 


Tiró del cordón de los calzoncillos y los dejó caer por debajo de las piernas hasta el suelo. Cuando lo tocó, él cerró los ojos.


—Quiero estar dentro de ti.


Ella también quería sentirle dentro, y para demostrárselo flexionó las rodillas y levantó las piernas. Él tanteó la entrada con mucha delicadeza sin apenas tratar de empujar.


—No me trates como si me fuera a romper, Pedro.
Quiero sentir tu pasión.


Su primer empuje fue suave y comedido, pero luego el deseo y la pasión se adueñaron de sus actos. Ella se apretó contra él, agarrándole por los hombros, recibiendo su excitación con el placer y la satisfacción de una mujer que nunca antes había sido amada de esa manera. Sintió que su unión con Pedro se hacía más íntima, más fuerte. Cada emoción que corría por su cuerpo la llevaba a un punto de sensualidad cada vez más alto. Su primer orgasmo había sido inesperado y placentero. Pero ahora, con Pedro dentro de ella, se sentía como si él hubiera conseguido encontrar la esencia misma de lo que ella era. Le pareció que todo daba vueltas a su alrededor, y que veía, reflejados ante sus ojos, los destellos multicolores de un enorme diamante. Gritó el nombre de Pedro, dejando que su espíritu volase a reunirse con el suyo. Pedro respondió a su llamada, se liberó con un gemido, se estremeció y cayó exhausto encima de ella.


Después de un rato, él se recostó a su lado pasándole un brazo alrededor.


—Ha sido maravilloso —susurró ella.


Pero nada más decir esas palabras, vio delante de ella la cruda realidad.


Sabía que Pedro había tratado de luchar contra el deseo y la atracción que sentía por ella. Y ahora él podía arrepentirse de haberlo hecho.


—Sólo quiero que sepas que no espero nada de ti. Yo me marcharé pronto y tú volverás a tu rutina diaria. Así que... no quiero que te preocupes por lo que yo pueda sentir. Ocurrió y fue maravilloso, pero sé que nuestras vidas discurren por caminos distintos.


Pedro le puso un dedo en los labios.


—Paula, calla. No trates de analizar lo que pasó. Te estás recuperando de una relación. Yo nunca esperé sentir un deseo tan grande como el que siento por ti, pero creo que no deberíamos repetir esto. Si lo hiciésemos, sería mucho más difícil decirnos adiós.


Ella sabía que tenían que despedirse. Ella tenía su vida y él la suya.


—Debería volver a mi habitación —murmuró ella, sintiendo las lágrimas ardiendo dentro de sus ojos.


—No tienes por qué irte tan deprisa.


Sí, debía irse ya. Cuanto más tiempo se quedase, más difícil le sería marcharse.