miércoles, 27 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 32






AQUELLA mañana no tenía ningún compromiso, así que Pedro y ella estaban enclaustrados en la suite. Cuando sonó el teléfono de la habitación, lo descolgó instintivamente. Era de la recepción.


—Señorita Chaves, tenemos un paquete para usted.


—¿Es grande o pequeño? —preguntó ella de forma mecánica.


—Pequeño. ¿Quiere que se lo suba alguien?


—Sí, muchas gracias.


No iba a molestar a Pedro por tan poca cosa. Tal vez ni siquiera hubiera oído el teléfono. Su habitación tenía una línea independiente.


Alguien llamó a la puerta y Paula fue a ver quién era. Miró antes por la mirilla. Reconoció al mozo del hotel que le había estado llevando el equipaje y el correo. Abrió la puerta y el mozo le hizo entrega del paquete. Paula abrió su bolso y le dio una propina.


Cerró la puerta y volvió con la bolsa de regalo a la sala de estar. Se acordó entonces de cuando Pedro le había regalado la pequeña jaula de pájaros. ¿Podría ser también suyo ese regalo?


Reconoció en la bolsa negra satinada la «L» dorada de las joyerías Larsen, la firma rival de las Chaves. Pedro no habría ido a comprar algo a una joyería de la competencia. Se preguntó si sería prudente abrirla, sin saber quién la había enviado. No había ninguna tarjeta por fuera.


Desató la cinta y quitó la tapa. Sobre el forro de terciopelo negro del interior halló una pulsera de Tanzanita y diamantes. Se quedó perpleja. Las piedras debían tener por lo menos cinco o seis quilates. Había una tarjeta en una esquina del forro. La sacó del pequeño sobre en el que estaba y la leyó.


Paula, quiero que vuelvas. M.K.


Paula oyó los pasos de Pedro por el pasillo. Por un momento, pensó esconder el regalo y la bolsa debajo del cojín del sofá. Pero, ¿qué sentido tenía? Ya había decidido devolver la pulsera.


—Se suponía que debía ser yo el que contestara a la puerta —dijo con cierta aspereza.


—Era Roger. Sabía que no había ningún problema.


—Paula, a veces las cosas que parecen más naturales e inofensivas puede resultar que no lo son.


—No tengo ganas de discutir.


Se quedó en silencio por unos instantes, luego se pasó la mano por la frente.


—Yo tampoco ¿Tengo que preguntarte de quién es?


Pedro vio la pulsera en el forro de terciopelo negro.
Era de una belleza sorprendente. No hacía falta ser un experto para saber que era una pieza muy cara.


—No hace falta —dijo ella dándole la tarjeta que había venido en la caja.


Pedro frunció el ceño al leerla.


—Piensa que puede comprar tu voluntad, ¿verdad?


Un agudo dolor le traspasó el corazón.


—¿Dices eso como un insulto? ¿No has aprendido nada de mí la última noche?


—Creo que sería mejor dejar a un lado lo de anoche.


—¿Quieres olvidarte de ello?


¿No significaba nada para él haber hecho el amor?
¿Había sido ella la única que había puesto en juego su corazón?


—No puedo olvidarme de ello, como creo que tú tampoco. Pero tenemos que hacerlo. Y no te estaba insultando. Sólo quería decir que a algunas mujeres se las conquista con regalos. Discúlpame si me he expresado mal. Él piensa que podrías estar dispuesta a perdonarlo. ¿Tú quieres reanudar la relación?


Ella estaba enamorada de Pedro. No quería estar con nadie más. Sin embargo, ¿cómo podía decirle eso cuando él sólo quería que acabase cuanto antes el trabajo que tenía con ella y marcharse de allí?


—No quiero estar con Miko. Quiero estar con un hombre que desee estar con una mujer por el resto de su vida.


Sus miradas se encontraron. Ella sostuvo su mirada. No podía dejar de mirarle. Quería que la tomara en sus brazos y la besara. Quería que hiciera otra vez el amor con ella. Pero él no parecía dispuesto a acercarse a ella ni a decirla nada.


Sonó el móvil de Pedro. Ambos se sobresaltaron.


Pedro lo sacó de una pequeña funda que llevaba en el cinturón y miró el número. Después se lo puso al oído y estuvo escuchando durante unos segundos.


—Se lo diré —dijo él finalmente, colgando a continuación.


—¿Qué es lo que tienes que decirme? ¿Era Baltazar?


—Sí, era él. Quiere que vayas a la mansión esta tarde. La familia va a reunirse de nuevo.


—¿Dijo para qué?


—Ya conoces a Baltazar. Suele ser hombre de pocas palabras.


—Como tú.


—Es una reunión familiar —dijo Pedro, pasando por alto su comentario—. Dijo que había sido Elena quien la había convocado. No parecía muy contento.


—Se supone que tú vienes también, ¿no?


—Sí, pero no es hasta las siete. ¿Qué te gustaría hacer hoy? Y no digas que ir de compras —le advirtió.


—¿Qué opciones tengo? —dijo ella sonriendo.


—Podríamos dar un paseo por las afueras de la ciudad, incluso ir al festival de rodeo de los sábados.


—¿Crees que podría ir a un rodeo sin que me reconociera nadie?


—Claro que sí. Hay montones de rubias guapas en los rodeos —dijo él sonriendo—. ¿Qué tal una peluca? ¿Tienes alguna? Te puede cambiar mucho el aspecto. Un color de pelo diferente, un estilo diferente, una peluca corta tal vez, unas gafas de sol muy grandes, unos vaqueros con agujeros en las rodillas, unas botas, una de esas blusas que llevan las jovencitas atadas con un nudo a la cintura. Parecerías una chica cualquiera de Texas yendo a pasar un día de rodeo.


La cosa parecía divertida.


—Me gustaría probarlo. Gracias por pensar en ello. No he visto un buen rodeo desde que estuve aquí el año pasado. ¿Has intentado alguna vez montar un potro salvaje?


—Lo intenté un par de veces en uno de esos toros mecánicos en un bar de carretera.


—¿Y?


—Aprendí a sostenerme muy bien. Gané incluso algunas apuestas. Bueno… Ahora tengo que trabajar, pero sólo me llevará una hora más o menos. ¿Te va bien?


—Muy bien.


Él tomó la pulsera y pasó un dedo por ella, observando el brillo que tenía a la luz del día.


—Te quedará preciosa en la muñeca.


—No me la voy a quedar. Llamaré a Roger y le pediré que se la devuelva a Miko de mi parte.


—Está intentando conquistarte de nuevo.


—No le va a funcionar.


Por un momento, ella creyó ver una señal de inquietud en los ojos de Pedro. Pero fue tan fugaz que pensó que había sido imaginación suya. Se puso de pie y se fue a la cocina. 


Él volvió a su habitación.





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