martes, 26 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 31





Nada más regresar a la suite después de la entrevista, Paula se fue derecha a su habitación. Y él se fue a la suya.


Ella se cambió rápidamente, quitándose el vestido y los zapatos de tacón, y se puso su caftán favorito, un torbellino de color que le hacía sentirse feliz. Descalza, lista para caer rendida en la cama, sabía, sin embargo, que tenía que hablar con Pedro sobre su agenda del día siguiente.


Salió de su habitación y vio que no estaba en el cuarto de estar, ni en la cocina. Se dirigió hacia la habitación contigua. 


La puerta estaba abierta. Dio unos ligeros golpes en ella y entró.


Al principio, se quedó parada como una estatua, sin hablar. 


Había visto ya antes el pecho desnudo de Pedro, pero no había visto… el resto. Estaba de pie, junto a un armario, totalmente desnudo, tratando de encontrar algo en uno de los cajones. Se puso tenso al verla. Todas sus cualidades físicas quedaron al descubierto: la aguda línea de su mandíbula, el pelo negro bajando por en medio del pecho, y llegando más y más abajo. Sus caderas eran estrechas, sus piernas largas y sus muslos musculosos. Todo en él era magnífico. Absolutamente magnífico.


—Estoy seguro de que hay alguna forma de salir airoso de una situación como ésta, pero en este momento no estoy seguro de cuál es —dijo él con ironía.


Ella comprendió que debía irse. Sin embargo, avanzó hacia él hasta que estuvo a su lado.


—¿Por qué no te vas en la otra dirección? —le dijo Pedro.


—¿Por qué no lo haces tú?


—La respuesta es obvia. No estoy vestido —dijo él sonriendo, aunque de forma forzada.


—Podrías ponerte algo, no creo que sea tan difícil.


—Paula, deberías irte —volvió a decirle, ahora más serio.
Su voz se había vuelto un poco más apagada y ella pudo ver por qué. Estaba empezando a excitarse.


Paula comprendió entonces la seriedad de la situación. 


Estaba en la habitación de Pedro en aquellas circunstancias. Aquello no era un juego. Ella no quería una aventura, ni quería que Pedro pudiera pensar de ella tal cosa.


—Siento haber irrumpido en tu habitación de esta manera —dijo ella dándose la vuelta hacia la puerta.


Mientras Paula salía de la habitación, oyó un cajón abrirse y cerrarse. Luego oyó la voz de Pedro maldiciendo. Apenas había dado unos pasos por el pasillo entre las dos habitaciones cuando Pedro la alcanzó.


Llevaba puestos unos calzoncillos con un cordón en la cintura. Pero ello no contribuyó a mitigar en nada el cosquilleo que ella sentía por todo el cuerpo.


—No sé qué hacer contigo —dijo él con un tono de voz que reflejaba el conflicto que sentía.


Ella no sabía qué decir. No sabía si su observación era buena o mala para ella. No sabía si quería decir que sentía algo por ella o no. La desazón de la duda se reflejó también en sus ojos.


—¿Qué pasa,Paula? —dijo Pedro, con voz muy suave, tomando la cara de ella entre sus manos.


—No quiero que pienses que actúo de esta manera con todos mis guardaespaldas.


—Me dijiste que no tuviste ninguna relación seria antes de Kutras.


—Nunca me había acostado con un hombre antes de Miko.


Pedro maldijo de nuevo y pasó el pulgar lentamente por los labios de ella.


—No creo que pueda resistir esto más —dijo como rindiéndose.


Antes de que ella pudiera decir nada, Pedro la atrajo hacia sí, inclinó su cabeza y la besó. Su beso comenzó lento y tierno. Pedro le dio unos mordisquitos en las comisuras de la boca, y luego selló sus labios con los suyos. Ella abrió los labios y le invitó a entrar en su boca. Él aceptó la invitación y aprovechó la oportunidad para explorarla como no lo había hecho antes.


Aquel beso era diferente de los anteriores. Era el portal de entrada para algo más que un beso. Era el portal de entrada a una aventura física entre ellos dos.


Pedro se apartó un poco, apoyó las manos en la pared, una a cada lado de su cabeza, y respiró profundamente.


—¿Es esto lo que quieres, Paula? ¿Es esto lo que quieres realmente?


—Sí —susurró ella, sintiendo como si estuviera aceptando un compromiso más emocional que físico.


Pedro se inclinó hacia ella y la besó de nuevo, como para asegurarse.


—¿Tu habitación o la mía?


—La tuya está más cerca.


La llevó a su cama y mantuvo su brazo alrededor de ella mientras apartaba la colcha. Era como si pensara que ella pudiera irse otra vez. Pero ella no quería ir a ningún sitio sino hacia él.


Mientras la besaba de nuevo, tomó el caftán con las manos, levantándolo primero hasta las rodillas, luego hasta los muslos, y a continuación hasta la cintura. Luego se apartó unos centímetros y se lo quitó definitivamente sacándoselo por la cabeza.


Ella estaba allí, con unas bragas y un sujetador de encaje de color violeta, sintiéndose más vulnerable que nunca. Pedro la envolvió en sus brazos.


—Eres demasiado hermosa para tocarte —dijo él.


Paula apoyó las manos sobre el pecho de él.


—No me romperé, Pedro. Te doy mi palabra. Pero tengo miedo de que... pueda no gustarte.


—No se trata de que me guste a mí, Paula. Ambos debemos darnos placer y ambos debemos recibirlo. Si tienes miedo de algo…


—Nunca tengo miedo de nada cuando estoy contigo.


Las palabras de ella liberaron todo el deseo que Pedro había estado reprimiendo dentro de sí. Le desabrochó el sujetador y lo dejó en la mesita de noche.


Luego le bajó las bragas por debajo de las piernas.


Pero no se detuvo allí. Se arrodilló delante de ella, le puso las manos en las caderas y la besó en el vientre.


Ella nunca había experimentado una sensación igual.


Especialmente cuando él la besó luego más abajo.


Pedro, ¿qué estás haciendo?


—Preparándote.


Estuvo besándola, acariciándola y tocándola, hasta casi dejarla sin aliento. Luego sucedió algo que ella no esperaba. 


Él le acarició con la lengua en su punto más sensible. Sintió miles de chispas por todo el cuerpo, y luego un estremecimiento y una sacudida. Tuvo que apoyarse en los hombros de Pedro para no caerse.


Él la tomó en brazos, sintiendo su cuerpo aún temblando, y la acostó en la cama. Luego se puso a su lado, la abrazó y le habló susurrando en la mejilla.


—Avísame cuando estés lista para continuar.


—Esto debe haber sido un orgasmo —dijo ella, como con cierto temor.


—¿Nunca habías tenido uno antes?


—Nunca —dijo ella moviendo la cabeza.


Pedro sonrió. Había una satisfacción en esa sonrisa que indicaba lo feliz que se sentía de haberle dado a ella ese regalo. Ahora era ella quien quería hacerle a él un regalo parecido.


Durante unos instantes, los dedos de ella juguetearon con el pelo de su pecho. Pero luego deslizó la mano hacia abajo. 


Tiró del cordón de los calzoncillos y los dejó caer por debajo de las piernas hasta el suelo. Cuando lo tocó, él cerró los ojos.


—Quiero estar dentro de ti.


Ella también quería sentirle dentro, y para demostrárselo flexionó las rodillas y levantó las piernas. Él tanteó la entrada con mucha delicadeza sin apenas tratar de empujar.


—No me trates como si me fuera a romper, Pedro.
Quiero sentir tu pasión.


Su primer empuje fue suave y comedido, pero luego el deseo y la pasión se adueñaron de sus actos. Ella se apretó contra él, agarrándole por los hombros, recibiendo su excitación con el placer y la satisfacción de una mujer que nunca antes había sido amada de esa manera. Sintió que su unión con Pedro se hacía más íntima, más fuerte. Cada emoción que corría por su cuerpo la llevaba a un punto de sensualidad cada vez más alto. Su primer orgasmo había sido inesperado y placentero. Pero ahora, con Pedro dentro de ella, se sentía como si él hubiera conseguido encontrar la esencia misma de lo que ella era. Le pareció que todo daba vueltas a su alrededor, y que veía, reflejados ante sus ojos, los destellos multicolores de un enorme diamante. Gritó el nombre de Pedro, dejando que su espíritu volase a reunirse con el suyo. Pedro respondió a su llamada, se liberó con un gemido, se estremeció y cayó exhausto encima de ella.


Después de un rato, él se recostó a su lado pasándole un brazo alrededor.


—Ha sido maravilloso —susurró ella.


Pero nada más decir esas palabras, vio delante de ella la cruda realidad.


Sabía que Pedro había tratado de luchar contra el deseo y la atracción que sentía por ella. Y ahora él podía arrepentirse de haberlo hecho.


—Sólo quiero que sepas que no espero nada de ti. Yo me marcharé pronto y tú volverás a tu rutina diaria. Así que... no quiero que te preocupes por lo que yo pueda sentir. Ocurrió y fue maravilloso, pero sé que nuestras vidas discurren por caminos distintos.


Pedro le puso un dedo en los labios.


—Paula, calla. No trates de analizar lo que pasó. Te estás recuperando de una relación. Yo nunca esperé sentir un deseo tan grande como el que siento por ti, pero creo que no deberíamos repetir esto. Si lo hiciésemos, sería mucho más difícil decirnos adiós.


Ella sabía que tenían que despedirse. Ella tenía su vida y él la suya.


—Debería volver a mi habitación —murmuró ella, sintiendo las lágrimas ardiendo dentro de sus ojos.


—No tienes por qué irte tan deprisa.


Sí, debía irse ya. Cuanto más tiempo se quedase, más difícil le sería marcharse.





4 comentarios:

  1. Ay! que lindo y que triste a la vez! parece más una despedida que otra cosa...

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  2. Ayyyy no quiero que se separen !!! .... se aman mucho !! un momento.... no se cuidaron ? creo q no

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  3. Ayyyyyyyy, qué intensos, ardientes, tiernos y tristes a la vez!!!!!!!!!! No se cuidaron o me pareció a mi??? Jajajaja

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