sábado, 18 de abril de 2015

SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 27






Unas semanas después...


Pedro estacionó su Harley Davison en la acera, se quitó el casco y observó el lugar que lo rodeaba. Era la primera vez que estaba en San Francisco y ni siquiera había disfrutado de los días que ya llevaba en la ciudad.


Había llegado con la férrea intención de hallar a Paula y de llevarla de regreso con él. Para eso había cerrado la consulta inventando unas improvisadas vacaciones que además tenía muy bien merecidas. Estefania le había dado la antigua dirección de la casa de Paula en la ciudad pero ella ya no vivía allí.


Su hermana Sara tampoco tenía noticias de su paradero porque Paula no había querido decirle donde se instalaría por temor a que se lo contara a él.


La situación había exasperado a Pedro quien la buscaba por cielo y tierra desde hacía ya varias semanas.


De vez en cuando hablaba con Estefania por si había tenido alguna novedad pero era como si a Paula se la hubiera tragado la tierra. Había querido marcharse y desaparecer y lo había logrado.


Su hermana Sara tampoco había recibido noticias o al menos era lo que ella le decía casa vez que él la llamaba preguntando por ella.


Había ido a todos los hospitales y centros de salud para saber si no se encontraba trabajando en alguno de ellos pero había sido inútil.


Pero todo había cambiado veinticuatro horas antes. Había llamado a la casa de Sara y ella le había dicho que Paula se había puesto en contacto por fin, no le había dicho en donde vivía pero si le había contado a su hermana que había conseguido empleo como asistente en un centro de salud.


Allí se encontraba él ahora, parado en la acera y mirando aquel edificio de cinco plantas pulcramente pintado de blanco.


Allí dentro se encontraba Paula y por fin la tendría frente a él para decirle que la amaba con locura y que desde su partida su vida había sido un infierno.


Dejó el casco encima de la Harley, se acomodó la chaqueta y una de sus manos, en un movimiento casi mecánico buscó mecer su cabello. Era la costumbre, se lo había cortado hacía menos de una semana por expreso pedido de su hermana y aún no se habituaba a su nuevo aspecto.


Entró al edificio y ansioso fue hacia las oficinas en donde seguramente se encontraría Paula trabajando.


Detrás de un gran mostrador una mujer rubia que estaba de espaldas hablaba con una anciana.


Pedro se acercó a ella y su corazón sufrió una gran decepción cuando comprobó que no era Paula.


—¿En qué puedo ayudarlo, señor? —preguntó la joven amablemente.


Pedro miró hacia todos lados, buscándola.


—¿Trabaja aquí la señorita Paula Chaves?


La recepcionista le sonrió.


—Si, pero hoy es su día libre.


Pedro sonrió, al menos sabía que si trabajaba allí.


—¿Podría ser tan amable de decirme donde puedo ubicarla?


—Señor, usted comprenderá que no tengo permitido dar ese tipo de información sobre el personal del centro de salud.


—Lo sé, señorita… Lesley —dijo leyendo el gafete que colgaba del bolsillo de su camisa—. Lo que sucede es que yo vengo desde Belmont por un asunto urgente, se trata de Sara, la hermana de Paula, está a punto de dar a luz y quiere que su hermana esté presente, por eso estoy aquí, ella me ha mandado a buscarla —jamás había mentido tan bien en toda su vida, ni siquiera cuando había estado enredado con más de una mujer a la vez.


La muchacha dudó al principio pero él finalmente con su labia y su encanto logró convencerla.


Abandonó el edificio con la dirección de Paula escrita en un papel. Se subió a su motocicleta y estampó un beso en aquel pedazo de papel que le regresaría a Paula por fin.





viernes, 17 de abril de 2015

SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 26




Paula había tomado ya una decisión, se marcharía de la casa de su hermana, dejaría su trabajo y regresaría a San Francisco. Después de la escena deplorable que acababa de tener con Pedro ya no podría volver a trabajar con él. Lo llamaría por teléfono y le diría que se buscara a una nueva secretaria. Ni siquiera se lo anunciaría en persona porque volver a verlo solo terminaría por destrozar su corazón bastante maltrecho ya.


La puerta de su habitación se abrió y Gabriel entró.


—Paula, hablemos por favor —le pidió él cerrando la puerta.


—Gabriel, sal de mi cuarto, no tenemos nada de que hablar —le dijo ella sacando unas prendas del closet.


Gabriel observó las maletas abiertas encima de la cama.


—¿Te marchas?


—Es lo mejor para todos —dijo ella mientras acomodaba algo de ropa dentro de una de las maletas.


—Paula, antes de que te vayas quiero que sepas que estoy muy arrepentido de lo sucedido. Me he comportado como un tremendo idiota y entiendo por lo que has tenido que pasar. No quiero justificarme pero mi relación con tu hermana en los últimos meses ha sido bastante complicada, luego llegaste tú y me volviste loco…


—Gabriel, no sigas…


—Perdóname, Pau, de verdad estoy arrepentido de lo que hice y lamento que te vayas de casa por eso.


Una sonrisa amarga surcó el rostro algo pálido de Paula.


—No te preocupes que no me marcho solo por eso —le aclaró.


—Voy a hablar con Sara…


—¿No pensarás contarle lo que ha pasado?


—No, no lo haré. Estoy dispuesto a hacer que nuestra relación vuelva a ser como era antes de que se embarazara. Amo a tu hermana y ella me ama, solo que en este período ambos estuvimos algo confundidos.


Paula miró a su cuñado a los ojos y supo que estaba siendo sincero. Le sería difícil olvidarse de lo que le había hecho pero ella jamás permitiría que Sara lo supiera.


—Me alegra que pienses así porque mi hermana te adora aunque no te lo demuestre últimamente.


—Entonces quédate, al menos hasta que nazca el niño —le pidió ya sin ninguna doble intención.


—No, Gabriel, no voy a quedarme. Me regreso a San Francisco esta misma noche —anunció.


La puerta se abrió y Sara se quedó boquiabierta.


—¿A San Francisco? ¿Por qué? —inquirió Sara entrando en la habitación. Vio a su esposo pero ni siquiera se preocupó que estuviera haciendo él allí.


—Porque sí —simplemente respondió Paula cerrando la maleta que ya estaba repleta.


—¿Qué fue lo que ese doctorcito te hizo para que decidieras irte nuevamente?


Gabriel miró a su esposa.


—¡No me mires de esa manera, Gabriel! ¡Si la cabezota de mi hermanita se va de Belmont es por culpa de Pedro Alfonso, se ha enamorado de él como una colegiala y ahora decide que lo mejor es irse en vez de quedarse a ver que sucede!


—Sara no puede haber un futuro posible con Pedro y por eso es mejor que me vaya —dijo tratando de sonar calmada.


—¡Estás huyendo y lo sabes!


—¡Maldición, Sara, no estoy huyendo! —no iba a llorar, se había jurado que no lo haría pero su hermana no dejaba de escarbar en la herida.


Gabriel permanecía en silencio dejando que las dos hermanas hablaran.


—¿Por qué entonces no lo buscas y hablas con él antes de irte?


—Porque no tiene caso hacerlo, créeme. He pasado ya por esta situación —dijo refiriéndose a su ruptura con su ex.


Pedro no es Matias, Paula.


—No, no lo es pero se parecen bastante… a ninguno de los dos le emociona la idea de casarse algún día y tú sabes mejor que nadie que ese ha sido uno de mis sueños desde que era una niña.


—¿Se lo has preguntado?


Paula se rió nerviosa.


—¡Por supuesto que no!


—Sara, dejemos a tu hermana, creo que necesita estar sola —intervino Gabriel.


Paula agradeció en silencio las palabras de Gabriel porque eso era exactamente lo que necesitaba.


—¡Pero…


—¡Bajemos a ver si Ana ya hizo su tarea!


Ambos se fueron y cuando Paula se quedó sola se dejó caer en la cama. Se cubrió el rostro con las manos y respiró profundamente.


Se marcharía de regreso a San Francisco y no volvería a ver a Pedro.


Se le estrujaba el alma de solo pensarlo pero no tenía otra salida.


Pedro y ella tenían una concepción muy diferente del futuro y los sueños que Paula tenía desde niña no congeniaban con las ideas de Pedro.


Él odiaba el matrimonio y ella quería algún día convertirse en su esposa.


Debía poner distancia de por medio si quería olvidarse que alguna vez había amado con tanta pasión a Pedro Alfonso.






SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 25





Estefania se sorprendió cuando esa tarde Pedro la buscó en su departamento.


—¡Hermanito, qué sorpresa! —exclamó Estefania abriendo la puerta.


Pedro entró como una tromba, se plantó en medio de la sala y miró a su hermana con un gesto de interrogación en la mirada.


—¿Qué demonios le has dicho a Paula sobre mi?


Estefania cerró la puerta y fue hasta el sofá, se sentó y observó con detenimiento a su hermano mayor.


—¿Por qué la pregunta y… cómo sabes que hablamos de ti durante el almuerzo? —preguntó alzando las cejas.


—¡Porque hasta esta mañana las cosas entre ella y yo iban estupendamente bien!


—¿Qué cosas iban estupendamente bien entre ustedes? 


Estefania estaba comenzando a comprender que estaba sucediendo.


—¡Pues como buena observadora deberías haberte dado cuenta que entre tu amiga y yo pasa algo!


Estefania abrió los ojos como platos.


—¿Tú y Pau?


Pedro asintió.


—¿Era ella la mujer con la que estabas ayer por la mañana cuando fui a tu casa?


—Si, era Paula; estábamos más que bien pero luego tú la invitas a almorzar y desde ese momento ella ha cambiado conmigo y…


Pedro, creo que metí la pata y la metí hasta el fondo —confesó ella poniendo cara de preocupación.


Él se sentó a su lado y la miró a los ojos.


—¡Dime ya en que lío me has metido, Estefania!


Estefania le contó la charla que ella y Paula habían tenido durante el almuerzo y a Pedro no le quedó ninguna duda sobre que había motivado el enojo de Paula.


—¿Cómo pudiste contarle eso? —le recriminó él agarrándose la cabeza.


—Yo no sabía que la mujer que se ocultaba en tu cama era ella y por eso le conté sobre tu matrimonio fallido y tu rechazo a la idea de volver a casarte… jamás me hubiera podido imaginar que ella estaba enamorada de ti.


Pedro se puso de pie.


—Espero que todo este embrollo tenga solución, Estefy. No quiero perder a Paula por nada del mundo…—confesó reconociendo sus sentimientos hacia ella por primera vez.


Estefania le tendió la mano y él se la dio.


—No la perderás, te lo prometo, por mi cuenta corre que eso no suceda —le aseguró con una sonrisa cargada de optimismo.





SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 24





Paula comprobó la mañana siguiente que le sería muy difícil ocultar las oscuras ojeras que daban a su rostro un aspecto totalmente patético debido al insomnio y a las lágrimas derramadas durante casi toda la noche.


Llegó al consultorio casi sobre la hora, solo el tiempo necesario para ordenar las citas del día y dedicarle un buen día solemne a Pedro.


Sabía que no iba a soportar mucho tiempo así y que él la confrontaría tarde o temprano por eso había tomado una decisión.


Comenzaron a llegar los pacientes y Paula agradeció que ninguno de ellos faltó a su consulta porque eso habría significado tiempo libre y eso era lo que ella no necesitaba al menos hasta estar lo suficientemente serena para responder las preguntas que Pedro seguramente tendría para hacerle.


A la hora del almuerzo la puerta que daba a la calle se abrió y Paula se quedó de una pieza al ver llegar a su cuñado. Se puso de pie de inmediato y Gabriel avanzó hacia su escritorio.


—Pau, por favor, necesito que hablemos —le dijo él para evitar que ella huyera de él.


—Gabriel, creo que no tenemos nada de que hablar, no después de lo que sucedió.


—¡Por favor, Pau, escúchame! —la asió del brazo y ella se paralizó.


En ese momento la puerta del despacho de Pedro se abrió y él caminó hacia ellos raudamente.


—¿Qué sucede aquí?


Gabriel soltó a Paula.


—No sucede nada, Pedro —dijo ella intentando esconder su miedo—. Mi cuñado ha venido a hablar conmigo pero le he dicho que no puedo atenderlo ahora, tengo una cita y no puedo llegar tarde.


Pedro los miró a ambos y no se creyó para nada la explicación que Paula acababa de darle. Había interrumpido alguna cosa importante y podía percibirlo.


—Pau, puedo llevarte a tu cita si quieres —se ofreció Gabriel haciendo un último esfuerzo por lograr hablar con ella para aclarar las cosas.


—No es necesario Gabriel, mejor regresa con Sara que seguramente te necesita más que yo —enfatizó.


—Ya la has oído, Gabriel, puedes retirarte —intervino Pedro muy molesto.


Gabriel no pudo hacer otra cosa y tuvo que marcharse.


Cuando se quedaron a solas, Paula pretendió huir pero él la detuvo.


—¿Me vas a explicar que demonios sucede contigo?


—No sucede nada conmigo, Pedro—le respondió ella de mala manera sin mirarlo a los ojos.


—No me mientas y además… ¿Qué quería tu cuñado contigo?


Paula alzó la vista y clavó sus ojos grises en los de él. Había rabia e impotencia en su mirada.


—¡No quería nada, demonios! ¿Puedo marcharme ahora?


Pedro no podía creer que ella le estuviera hablando de aquella manera y actuara como si él le hubiese hecho alguna cosa.


Se quedaron por unos segundos así, mirándose a los ojos y en silencio. Finalmente Pedro la soltó, consciente de que no iba a lograr nada de ella esa mañana.


—Puede irte si tienes tanta prisa —le dijo señalándole la salida—, pero debemos hablar y lo sabes, tarde o temprano vas a decirme que es lo que te sucede conmigo.


—Quizá ya no haya nada de que hablar —respondió ella dolida.


Pedro soltó un par de maldiciones y arremetió nuevamente contra ella.


—¿Qué significa eso? —la asió de un brazo y la atrajo hacia él.


—¡Suéltame, Pedro!


—¡No hasta que me digas que te he hecho para que me trates así!


Paula clavó la mirada en la mano de Pedro que seguía sosteniéndola por un brazo.


—¿No vas a responderme?


Paula entonces lo miró a los ojos nuevamente.


—Quizá tu sepas la respuesta a esa pregunta mejor que yo —le dijo ahogando las lágrimas que amenazaban por salir.


—¡Por Dios, Paula, no juegues con mi paciencia y dime que es lo que sucede porque si mal no recuerdo tú y yo estábamos bien hasta ayer por la mañana cuando te fuiste de mi casa!


Paula logró zafarse y se apartó de él.


—¿De verdad quieres saber lo que sucede? —le espetó ya sin poder contener el llanto.


Pedro se quedó en silencio, incapaz de comprender que le ocurría a Paula y el motivo de sus lágrimas.


—¡Sucede, Pedro Alfonso que no estoy dispuesta a ser una más en tu lista de conquistas! De un manotazo se secó los ojos. — ¡Debo reconocer que fui una estúpida porque creí que había algo importante entre nosotros! ¡Pero bueno ni siquiera es tu culpa, después de todo la única culpable de mi desdicha es mi estúpida manía de enamorarme de quien no debo! 


Corrió hacia la puerta y atravesó el pasillo hasta el ascensor.


Pedro salió tras ella y la alcanzó.


—¡Paula, espera!


Pero la puerta del ascensor se cerró y se quedó allí, desesperado y con un mar de dudas en su cabeza.


Las palabras de Paula no lo habían aclarado demasiado pero ella, sin embargo en medio de su estado de conmoción le había dicho que estaba enamorada de él y eso fue suficiente para calmar, un poco al menos, su corazón.










jueves, 16 de abril de 2015

SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 23




Unos golpes en la puerta de su cuarto despertaron a Paula quien había logrado por fin conciliar el sueño.


—Pau, Pedro está abajo. Quiere hablar contigo —dijo Sara entrando en la habitación.


—Dile que no puedo recibirlo.


Sara observó a su hermana menor y de inmediato percibió que ella había estado llorando.


—¿Qué sucede? ¿Por qué has llorado?


—Yo no estuve llorando —replicó Paula alzándose de la cama y yendo hacia la ventana que daba a la calle. Vio estacionada la Harley de Pedro y su corazón comenzó a latir con más fuerza.


—A mí no me engañas, te conozco como si yo misma te hubiera parido, Pau —le dijo yendo hacia ella—. ¿Tiene algo que ver la visita de tu jefe con esas lágrimas?


Paula no respondió pero cuando su hermana le puso una mano en el hombro ella la apretó con fuerza.


—Por favor, Sara, dile que no me siento bien. No quiero verlo, haz que se vaya… por favor.


Sara ignoraba lo que había sucedido entre su hermana y Pedro pero lo que haya sido la había dejado devastada.


—Está bien, se lo diré pero creo que deberías hablar con él, sobre todo si es por su culpa que estás así de angustiada.


—Hablaré con él mañana… ahora no puedo.


—Como quieras —se dirigió hacia la puerta—. ¿Estás segura que no quieres verlo?


Paula se dio media vuelta y asintió.


Sara cerró la puerta y bajó a cumplir la desagradable tarea de decirle a Pedro Alfonso que Paula no podía recibirlo.


Paula continuaba aún junto a la ventana cuando Pedro salió de la casa. Lo observó subirse a su motocicleta y tuvo que ocultarse detrás de las cortinas cuando él miró hacia la ventana.


Unos segundos después, volvió a asomarse cuando se aseguró que él ya se había marchado.


Esa noche no bajó a cenar y a Sara no le extrañó. Gabriel, en cambio creía que Paula seguía haciendo todo lo posible por evitarlo y eso lo contrariaba.


Después de lo que había sucedido entre ambos no habían hablado y quería pedirle disculpas. Sabía que se había comportado como un patán con ella y que no podía esperar nada de su parte pero aún así debía pedirle perdón y asegurarle que nunca más se volvería a repetir un hecho semejante.


Finalmente había comprendido lo equivocado que había estado en desear a la hermana de su esposa y esperaba que no fuera demasiado tarde para enmendar su error.


Él amaba a Sara pero la crisis por la que estaba atravesando su relación de pareja había sido la culpable del comportamiento inadecuado hacia su hermana.


Buscaría a Paula en su trabajo al día siguiente y hablaría con ella para pedirle perdón.





SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 22




Paula se encerró en su cuarto apenas llegó a la casa de su hermana sin siquiera saludar a nadie. No tenía ganas de hablar con nadie, mucho menos ver a su cuñado.


Se arrojó boca arriba en la cama y clavó su mirada en el cielorraso. Le dolía la garganta por haber contenido el llanto desde que había salido del consultorio. Había conducido hasta su casa sin derramar ni una sola lágrima y ahora en la soledad de su cuarto, en donde nadie la veía pudo dejar salir todo el dolor que llevaba dentro y lloró como una Magdalena.


¿Por qué se había enamorado de un hombre como Pedro? ¿Acaso no había sufrido lo suficiente con Matias, su ex novio? Lo había dejado porque él no quería casarse y como una tonta había vuelto a caer en la misma trampa al enamorarse de un hombre que tampoco creía en los compromisos.


¿Qué sucede conmigo? Parece como si tuviera colgado en la frente un cartel que dice “Hombres que no creen en el matrimonio… ¡estoy disponible!”


Este y otros pensamientos del mismo calibre atormentaban la mente de Paula.


Había tropezado dos veces con la misma piedra y las dos veces se había golpeado muy duro.


Se enjugó las lágrimas y cerró los ojos con toda la intención de dormirse pero no lo logró.


No podía dejar de pensar en Pedro y en la noche que habían compartido. Una noche en donde ella no solo le había entregado su cuerpo sino también su alma y su
corazón.


Se había expuesto demasiado y ahora pagaría las consecuencias.


Dio un golpe a la almohada y se maldijo a sí misma por haber sido tan estúpida.


¡No aprendes más, Paula!





SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 21





—¿Cómo te trata mi hermano? Espero que no sea jefe autoritario —comentó Estefania mientras se llevaba un bocado de verdura gratinada a la boca.


Paula tragó saliva antes de disponerse a responder.


—Me trata muy bien, no tengo nada de que quejarme.


—Mejor así. Es que a veces mi querido hermanito puede ser más molesto que una piedra en el zapato, aunque creo que debe andar más que contento ahora —dijo con cierto dejo de misterio.


—¿Por qué lo dices? —preguntó Paula.


—Porque está saliendo con alguien, lo sé.


Paula casi se atragantó con un pedazo de zanahoria cuando escuchó lo que Estefy decía.


—Su…supongo que eso es algo bueno… ¿no?


—Yo no estaría tan segura, Pau.


—¿A qué te refieres? —de repente el tono usado por su amiga la preocupó.


—Esta mañana fui a su casa en la playa y aunque no me lo dijo estaba escondiendo una mujer en su cuarto.


Paula deseó que la tierra se abriera en ese momento y de la tragara.


—¿Estás segura? —preguntó. ¡Qué descarada soy! Pensó Paula mientras bebía un sorbo de refresco de naranjas.


—Si, encontré un par de sandalias en la terraza y además estaba bastante nervioso, ansioso porque yo me marchara. ¿Entiendes lo que quiero decir, no?


Paula asintió con un leve movimiento de cabeza.


—Mira, no sé quien será la mujer que Pedro tenía metida en la cama esta mañana pero en verdad la compadezco… ya he perdido la cuenta del número de víctimas que han caído en sus redes para luego salir con el corazón hecho pedazos.


En ese momento, Paula sintió que el suelo se había abierto bajo sus pies y se la estaba devorando lentamente. Las palabras de Estefania retumbaban en sus oídos y a pesar de que la había escuchado muy bien, deseó con toda su alma haber entendido mal.


—¿Por qué… por qué dices eso?


—Porque es la verdad, Pau. Pedro es mi hermano y Dios sabe cuanto lo quiero pero es un mujeriego empedernido que ya no cree ni en el matrimonio ni en formar una familia.


Paula la miró desconcertada.


—¿Ya no cree? ¿Creía en el matrimonio antes?


—¡Pues mira que si creía que se caso cuando apenas tenía veinte años!


¿Pedro había estado casado? Jamás se lo hubiera imaginado. ¿Por qué motivo él no se lo había contado?


—¿Y qué sucedió con su matrimonio?


—No duró ni siquiera seis meses porque Pedro descubrió a su flamante esposa en la cama con un tipo una noche que regresaba de la escuela de Medicina.


Los ojos grises de Paula se abrieron como platos.


—Desde ese entonces, mi querido hermanito se ha dedicado a jugar con todas las mujeres que se le han puesto en el camino. No quiere ni oír la palabra matrimonio; no piensa volver a caer en lo mismo una vez más, se ha cansado de repetírmelo a pesar de las veces que le he dicho que esa terrible experiencia no puede condicionar su vida amorosa de esa manera. Yo lo quiero y me preocupo por él y lo único que deseo es que encuentre una buena mujer que lo haga feliz y que le quite esos temores absurdos de la cabeza, además es un sol con los niños y sería un excelente padre algún día…¿se nota que tengo deseos de ser tía pronto no?


Paula ni siquiera supo que responderle a su amiga. Se había enterado de una verdad que, estaba segura, cambiaría su relación con Pedro de ahora en más.


Estefania lo había dejado bien en claro; Pedro no creía en el matrimonio ni en los compromisos.


¿Qué haría ella ahora con lo que sentía por él? Se había enamorado como una tonta y en sus sueños, Pedro Alfonso era el hombre con el quien quería llegar al altar para unir su vida a la de él para siempre.


—¿Pau, estás bien? —Preguntó Estefania—. Te has puesto pálida de repente.


Paula intentó sonreír para que su amiga no sospechara siquiera del dolor que aquella conversación le había provocado.


—Si, estoy un poco cansada, eso es todo.


—Será mejor que nos vayamos, no quiero que llegues tarde y que mi hermano te regañe por culpa mía.


Paula estuvo de acuerdo, lo único que quería era marcharse de allí, aunque regresar al consultorio significara ver a Pedro y no estaba segura como reaccionaría frente a él después de lo que se había enterado sobre su pasado y sobre su rechazo al matrimonio.


Estefania la dejó en el edificio y antes de entrar en él, Paula se quedó un momento en la acera haciendo un esfuerzo enorme por calmarse. No podía enfrentarse a Pedro mientras la angustia que le quemaba las entrañas no se disipara. Tenía ganas de correr hasta él y preguntarle si ella era tan solo una más en su lista de conquistas pero tenía tanto temor a su respuesta que prefirió no hacerlo.


Cuando entró a la oficina ya había llegado el paciente que tenía la primera cita y Paula saludó a la mujer y a su niño con una amable sonrisa. Trataría de concentrarse en su trabajo aunque sabía que las palabras de Estefania se le quedarían grabadas en la mente por mucho tiempo.


Pedro le sonreía cada vez que la veía al llegar o al marcharse un paciente; ella le devolvía la sonrisa a pesar de que se estaba muriendo de tristeza por dentro.


El último de los pacientes se marchó y él la buscó.


Paula dejó que él le acariciara la mano y estuvo a punto de echarse a llorar. No supo de donde sacó las fuerzas para no hacerlo pero levantó la mirada y le dijo:
—Tengo que marcharme, debo llevar a Ana a su clase de danza —le anunció con cierta frialdad. Le estaba mintiendo, su sobrina no tenía ninguna clase ese día pero necesitaba inventar una excusa para escapar de él.


—¿Te pasa algo? —preguntó él enredando sus dedos a los de ella.


Paula retiró la mano y cogió su bolso.


—No me pasa nada, pero si no me doy prisa no voy a llegar a tiempo. Hasta mañana.


Pedro quiso detenerla pero ella salió casi corriendo hacia el pasillo y se metió en al ascensor.


Algo andaba mal, había percibido cierta hostilidad de parte de Paula y una sombra de tristeza en sus ojos grises.


Se dirigió hacia su despacho mientras se quitaba el delantal.


Tenía que hablar con ella y descubrir lo que estaba sucediendo.