viernes, 17 de abril de 2015
SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 24
Paula comprobó la mañana siguiente que le sería muy difícil ocultar las oscuras ojeras que daban a su rostro un aspecto totalmente patético debido al insomnio y a las lágrimas derramadas durante casi toda la noche.
Llegó al consultorio casi sobre la hora, solo el tiempo necesario para ordenar las citas del día y dedicarle un buen día solemne a Pedro.
Sabía que no iba a soportar mucho tiempo así y que él la confrontaría tarde o temprano por eso había tomado una decisión.
Comenzaron a llegar los pacientes y Paula agradeció que ninguno de ellos faltó a su consulta porque eso habría significado tiempo libre y eso era lo que ella no necesitaba al menos hasta estar lo suficientemente serena para responder las preguntas que Pedro seguramente tendría para hacerle.
A la hora del almuerzo la puerta que daba a la calle se abrió y Paula se quedó de una pieza al ver llegar a su cuñado. Se puso de pie de inmediato y Gabriel avanzó hacia su escritorio.
—Pau, por favor, necesito que hablemos —le dijo él para evitar que ella huyera de él.
—Gabriel, creo que no tenemos nada de que hablar, no después de lo que sucedió.
—¡Por favor, Pau, escúchame! —la asió del brazo y ella se paralizó.
En ese momento la puerta del despacho de Pedro se abrió y él caminó hacia ellos raudamente.
—¿Qué sucede aquí?
Gabriel soltó a Paula.
—No sucede nada, Pedro —dijo ella intentando esconder su miedo—. Mi cuñado ha venido a hablar conmigo pero le he dicho que no puedo atenderlo ahora, tengo una cita y no puedo llegar tarde.
Pedro los miró a ambos y no se creyó para nada la explicación que Paula acababa de darle. Había interrumpido alguna cosa importante y podía percibirlo.
—Pau, puedo llevarte a tu cita si quieres —se ofreció Gabriel haciendo un último esfuerzo por lograr hablar con ella para aclarar las cosas.
—No es necesario Gabriel, mejor regresa con Sara que seguramente te necesita más que yo —enfatizó.
—Ya la has oído, Gabriel, puedes retirarte —intervino Pedro muy molesto.
Gabriel no pudo hacer otra cosa y tuvo que marcharse.
Cuando se quedaron a solas, Paula pretendió huir pero él la detuvo.
—¿Me vas a explicar que demonios sucede contigo?
—No sucede nada conmigo, Pedro—le respondió ella de mala manera sin mirarlo a los ojos.
—No me mientas y además… ¿Qué quería tu cuñado contigo?
Paula alzó la vista y clavó sus ojos grises en los de él. Había rabia e impotencia en su mirada.
—¡No quería nada, demonios! ¿Puedo marcharme ahora?
Pedro no podía creer que ella le estuviera hablando de aquella manera y actuara como si él le hubiese hecho alguna cosa.
Se quedaron por unos segundos así, mirándose a los ojos y en silencio. Finalmente Pedro la soltó, consciente de que no iba a lograr nada de ella esa mañana.
—Puede irte si tienes tanta prisa —le dijo señalándole la salida—, pero debemos hablar y lo sabes, tarde o temprano vas a decirme que es lo que te sucede conmigo.
—Quizá ya no haya nada de que hablar —respondió ella dolida.
Pedro soltó un par de maldiciones y arremetió nuevamente contra ella.
—¿Qué significa eso? —la asió de un brazo y la atrajo hacia él.
—¡Suéltame, Pedro!
—¡No hasta que me digas que te he hecho para que me trates así!
Paula clavó la mirada en la mano de Pedro que seguía sosteniéndola por un brazo.
—¿No vas a responderme?
Paula entonces lo miró a los ojos nuevamente.
—Quizá tu sepas la respuesta a esa pregunta mejor que yo —le dijo ahogando las lágrimas que amenazaban por salir.
—¡Por Dios, Paula, no juegues con mi paciencia y dime que es lo que sucede porque si mal no recuerdo tú y yo estábamos bien hasta ayer por la mañana cuando te fuiste de mi casa!
Paula logró zafarse y se apartó de él.
—¿De verdad quieres saber lo que sucede? —le espetó ya sin poder contener el llanto.
Pedro se quedó en silencio, incapaz de comprender que le ocurría a Paula y el motivo de sus lágrimas.
—¡Sucede, Pedro Alfonso que no estoy dispuesta a ser una más en tu lista de conquistas! De un manotazo se secó los ojos. — ¡Debo reconocer que fui una estúpida porque creí que había algo importante entre nosotros! ¡Pero bueno ni siquiera es tu culpa, después de todo la única culpable de mi desdicha es mi estúpida manía de enamorarme de quien no debo!
Corrió hacia la puerta y atravesó el pasillo hasta el ascensor.
Pedro salió tras ella y la alcanzó.
—¡Paula, espera!
Pero la puerta del ascensor se cerró y se quedó allí, desesperado y con un mar de dudas en su cabeza.
Las palabras de Paula no lo habían aclarado demasiado pero ella, sin embargo en medio de su estado de conmoción le había dicho que estaba enamorada de él y eso fue suficiente para calmar, un poco al menos, su corazón.
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