sábado, 18 de abril de 2015

SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 27






Unas semanas después...


Pedro estacionó su Harley Davison en la acera, se quitó el casco y observó el lugar que lo rodeaba. Era la primera vez que estaba en San Francisco y ni siquiera había disfrutado de los días que ya llevaba en la ciudad.


Había llegado con la férrea intención de hallar a Paula y de llevarla de regreso con él. Para eso había cerrado la consulta inventando unas improvisadas vacaciones que además tenía muy bien merecidas. Estefania le había dado la antigua dirección de la casa de Paula en la ciudad pero ella ya no vivía allí.


Su hermana Sara tampoco tenía noticias de su paradero porque Paula no había querido decirle donde se instalaría por temor a que se lo contara a él.


La situación había exasperado a Pedro quien la buscaba por cielo y tierra desde hacía ya varias semanas.


De vez en cuando hablaba con Estefania por si había tenido alguna novedad pero era como si a Paula se la hubiera tragado la tierra. Había querido marcharse y desaparecer y lo había logrado.


Su hermana Sara tampoco había recibido noticias o al menos era lo que ella le decía casa vez que él la llamaba preguntando por ella.


Había ido a todos los hospitales y centros de salud para saber si no se encontraba trabajando en alguno de ellos pero había sido inútil.


Pero todo había cambiado veinticuatro horas antes. Había llamado a la casa de Sara y ella le había dicho que Paula se había puesto en contacto por fin, no le había dicho en donde vivía pero si le había contado a su hermana que había conseguido empleo como asistente en un centro de salud.


Allí se encontraba él ahora, parado en la acera y mirando aquel edificio de cinco plantas pulcramente pintado de blanco.


Allí dentro se encontraba Paula y por fin la tendría frente a él para decirle que la amaba con locura y que desde su partida su vida había sido un infierno.


Dejó el casco encima de la Harley, se acomodó la chaqueta y una de sus manos, en un movimiento casi mecánico buscó mecer su cabello. Era la costumbre, se lo había cortado hacía menos de una semana por expreso pedido de su hermana y aún no se habituaba a su nuevo aspecto.


Entró al edificio y ansioso fue hacia las oficinas en donde seguramente se encontraría Paula trabajando.


Detrás de un gran mostrador una mujer rubia que estaba de espaldas hablaba con una anciana.


Pedro se acercó a ella y su corazón sufrió una gran decepción cuando comprobó que no era Paula.


—¿En qué puedo ayudarlo, señor? —preguntó la joven amablemente.


Pedro miró hacia todos lados, buscándola.


—¿Trabaja aquí la señorita Paula Chaves?


La recepcionista le sonrió.


—Si, pero hoy es su día libre.


Pedro sonrió, al menos sabía que si trabajaba allí.


—¿Podría ser tan amable de decirme donde puedo ubicarla?


—Señor, usted comprenderá que no tengo permitido dar ese tipo de información sobre el personal del centro de salud.


—Lo sé, señorita… Lesley —dijo leyendo el gafete que colgaba del bolsillo de su camisa—. Lo que sucede es que yo vengo desde Belmont por un asunto urgente, se trata de Sara, la hermana de Paula, está a punto de dar a luz y quiere que su hermana esté presente, por eso estoy aquí, ella me ha mandado a buscarla —jamás había mentido tan bien en toda su vida, ni siquiera cuando había estado enredado con más de una mujer a la vez.


La muchacha dudó al principio pero él finalmente con su labia y su encanto logró convencerla.


Abandonó el edificio con la dirección de Paula escrita en un papel. Se subió a su motocicleta y estampó un beso en aquel pedazo de papel que le regresaría a Paula por fin.





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