jueves, 2 de abril de 2015
INEVITABLE: EPILOGO
Dos meses después…
Con una sonrisa, Paula sostuvo el ejemplar de su novela mientras el champagne caía sobre la cubierta. Los medios especializados habían reseñado favorablemente las copias de avance que se distribuyeron, lo cual la llevó a liderar las listas de venta desde el día de la publicación.
Pedro esperaba frente a ella, con una sonrisa de orgullo en el rostro. Alzó su copa en silencioso brindis por su éxito. Lo había logrado. Superó el pasado, su bloqueo y todos los problemas. Ahora estaba en un momento importante de su vida y de su carrera.
Cuando Paula bajó del sitio que ocupaba en el escenario, junto a su editora y los ejecutivos del sello, se unió a Pedro.
—¿Aburrido? —le preguntó.
—Ni un poco —dijo él—. En cambio me siento ridículamente orgulloso de ti.
—Siempre tienes algo lindo para decir, ¿no es cierto?
—Trato, aunque a ti se te dan mejor las palabras —se burló Pedro antes de darle un beso rápido en los labios.
Él metió la mano en el bolsillo interno de su chaqueta y sacó una pequeña de terciopelo color borgoña.
—Nena… quería hacer este día aún más especial para ti —dijo él abriendo la cajita para revelar su contenido.
—¿Cuánto tiempo has estado esperando para decir eso? —dijo ella riendo nerviosamente.
—Cerca de dos meses —respondió él.
Paula estaba tan emocionada que la respuesta se quedó atorada en su garganta.
—¿Significa esto lo que pienso que significa? —logró preguntar finalmente.
—Supongo que depende de lo que pienses que significa. Si piensas que significa que te estoy pidiendo que seas mi esposa, estarías en lo correcto —su expresión se tornó más seria—. Si también piensas que significa que me levantaré cada mañana preguntándome qué hice para merecer tenerte en mi vida, bueno, estarías en lo cierto acerca de eso, también.
Paula se quedó por un momento... aturdida. Nadie le había dicho jamás algo como eso.
Pedro se levantó de su lugar, rodeando la mesa y se puso de rodillas frente a ella.
—Paula Chaves, me harías el hombre más feliz si aceptas casarte conmigo.
La atención de todos los asistentes del evento se centró en ellos, pero para Paula no existía nadie más en la sala, excepto Pedro.
—Sí, acepto —dijo con la voz entrecortada. Tomó su rostro entre las manos y se inclinó para besarlo. Suavemente al principio, pero las emociones se apoderaron de ella—.
Te amo, Pedro. Lo sabes, ¿verdad?
Él le devolvió el beso mientras deslizaba el anillo en su dedo.
Luego se acercó para susurrar las palabras en su oído.
—Yo también te amo, Paula.
A Pedro le tomó toda su fuerza de voluntad no levantarse de allí y arrastrarla a su casa en ese momento.
Silbidos, aplausos y vítores estallaron en el salón haciendo que la escritora se sonrojara.Pedro se puso de pie apoyándose de la mesa y le tendió una mano para que se levantara. La música empezó a sonar en el salón y el ambiente festivo los contagió a todos, formando una improvisada pista de baile.
—¿Alguna vez creíste que terminaríamos así? —le preguntó Pedro envolviéndola en sus brazos.
—No —contestó Paula con sinceridad—. Pero alguien me dijo que lo nuestro era inevitable, y ella siempre tiene razón en estas cosas —le guiñó el ojo antes de besarlo con pasión.
INEVITABLE: CAPITULO 33
La familia de Paula recibió a Pedro con bastantes reservas.
Después de observar cómo su hija perdía el tiempo junto a Sergio Carter, los Chaves temían que la chica se hubiese convertido en un imán para los imbéciles.
—¿A qué dices que te dedicas? —preguntó el padre de Paula durante la cena.
—Soy médico —respondió Paula ignorando el tono de la pregunta y el ceño fruncido de la madre.
—Paula nunca había hablado de ti —dijo uno de los hermanos.
—¡Guillermo! —chilló la señora indignada por el poco tacto de su hijo.
—No se preocupe, señora Chaves —la tranquilizó—. Si estoy aquí es porque Paula me importa y porque no quería dejarla sola.
Pedro les contó lo sucedido en casa de Paula y todos se mostraron indignados. Los hermanos se ofrecieron como voluntarios para darle a Sergio una paliza inolvidable mientras que su padre hizo algunas llamadas a la policía.
El jueves siguiente transcurrió con normalidad, pero Paula esperaba que en cualquier momento Pedro se despidiera para ir con su familia. Él vio la inquietud de la escritora y quiso tranquilizarla.
—¿Qué está mal? —le preguntó.
—Es muy raro… tú aquí en lugar de estar con tu familia.
—Paula, si voy a cualquier lado sin ti me siento incompleto… mi familia lo entiende, ya hablé con ellos y desean que todo se resuelva. También esperan conocerte pronto.
Ella sonrió y él le dio un beso en la sien mientras la atraía en un abrazo.
—No vas a deshacerte de mí otra vez, señorita Chaves.
—Si vuelvo a decirte que te vayas, no me hagas caso ¿está bien?
—Cuenta con eso.
*****
Paula estaba en la sala terminando de ordenarlo todo.
Cuando la tarea estuvo lista atravesó la estancia y empezó a subir las escaleras.
—¿Quieres que te acompañe? —preguntó Pedro con su voz más seductora.
Ella asintió y en un abrir y cerrar de ojos él estaba frente a ella, besándola con ferocidad. Empezaron a subir la escalera y Paula extendió los brazos, sosteniéndose de la pared y la baranda para no tropezar. Pedro envolvió los brazos en su cintura y la pegó contra su cuerpo haciéndole notar la palpitante erección que crecía entre sus piernas.
—Esto no está bien —susurró ella mientras llevaba sus manos al frente para sostenerse del pecho masculino. Él le subió la camiseta y se arrastró hacia abajo, pasando sus labios a través de su estómago.
Ella contuvo el aliento y sus piernas flaquearon.
—Tienes razón —respondió él.
—Sí. —Pedro se detuvo y la besó—. Sólo una vez más.
Entonces sintió las manos de Paula desabrochando el botón de sus vaqueros. Ella metió la mano en sus bóxers, y él gimió cuando la envolvió alrededor de su pene. Él miró hacia abajo y vio sus ojos brillar.
—¿Tienes algún condón? —preguntó entrecortadamente, al menos su cerebro seguía funcionando, para pensar en eso mientras ella trabajaba en él. La mujer tenía unas manos increíbles.
Paula asintió.
—En mi habitación —dijo.
Pedro se levantó de un salto, arrastrándola con él. La levantó y la llevó cargada hasta su cuarto. La depositó sobre la cama y ella señaló la mesita donde tenía los preservativos. Pedro fue hasta allí y tomó unos cuantos, dejándolos caer en la cama junto a ella.
Abrió los ojos como platos al darse cuenta de que ella ya se había quitado los pantalones.
—Tenemos que aprovechar el tiempo —dijo a modo de disculpas.
Pedro terminó de bajar sus vaqueros abiertos, arrastrando su ropa interior en el proceso. Abrió el envoltorio del preservativo mientras ella lo miraba atentamente.
—Abre las piernas para mí, Paula—le pidió.
Ella lo hizo. Él extendió sus piernas y se arrodilló entre ellas.
Vio cómo sus ojos se abrían mientras él colocaba una de sus piernas sobre su hombro, y luego la otra. Sintió que ella se estremecía cuando se inclinó y lamió el borde superior de sus bragas de encaje.
—Pedro… —murmuró ella, pasando sus dedos por su pelo.
Él enganchó su dedo alrededor de la cinturilla de sus bragas y tiró hacia abajo unos cuantos centímetros. Bajó su boca.
Paula gimió.
—Agárrate del cabecero, Nena… esto se pondrá un poco rudo —le advirtió.
*****
Los hermanos de Paula parecían haberlo aceptado finalmente, y los padres de ella empezaron a tratarlo como un miembro más de la familia. Eso se sentía bien… tan bien como Paula a su lado, pensó Pedro.
Cuando terminaron de cenar Pedro llamó a su familia y, como lo prometió, Carolina hizo una video llamada para saludar a los Chaves y exigir su pedazo de pastel de calabaza.
*****
El fin de semana pasó en un suspiro y pronto tuvieron que regresar a la ciudad. Pedro había pedido a su familia que contratara un servicio de limpieza para arreglar la casa de Paula. También se había encargado por teléfono de que reemplazaran las cerraduras, instalaran un sistema de seguridad y que una nueva computadora estuviese lista para ella a su regreso.
Bien sabía él que esas cosas no le devolverían la sensación de seguridad, pero ya trabajarían en eso.Cuando llegaron a Los Ángeles, Pedro le propuso detenerse por un café. Lo hizo en la misma cafetería donde se conocieron. La favorita de Paula, recordó.
—¿Quieres algo en especial? —preguntó él.
—Un té helado estaría genial —respondió Paula—. Hace un calor infernal.
Pedro asintió y entró al establecimiento. Un par de minutos salía con un par de vasos tapados y una bolsa de papel. Él se acercó a su ventana y ella bajó el vidrio para ayudarlo con los vasos. Tomó ambos recipientes y Pedro le dio un beso antes de apartarse para rodear el vehículo y ocupar su posición.
—Bien, señorita Chaves —anunció—. Es hora de ir a casa.
*****
La cómoda rutina que lograron durante las vacaciones se consolidó cuando regresaron a sus vidas normales.
Victoria entregó las correcciones del manuscrito de Paula asegurándole que sería un éxito de ventas. Pedro la había llevado a celebrarlo, aunque el libro ni siquiera estuviese en imprenta todavía.
Carolina la llamaba ocasionalmente para preguntar cómo les iba. La respuesta siempre era igual:
—De maravilla —y no era mentira.
INEVITABLE: CAPITULO 32
El miércoles por la mañana Paula decidió empezar una terapia de desconexión. Con su manuscrito terminado, y sin nada en lo que ocupar la mente, decidió que lo mejor era hacer camino hacia Costa Mesa para estar con su familia.
Arregló un morral con unos cuantos cambios de ropa y la cámara que había comprado en el barco. Con todas las cosas que había estado haciendo no tuvo oportunidad de respaldar las fotografías en su computadora. Encendió la portátil, conectó el cable de datos y seleccionó la memoria interna para copiar los datos. Mientras se reproducía la información se daría una ducha para luego marcharse.
Dejó correr el agua y se quedó parada mientras los recuerdos volvían a ella. Sintió ganas de llorar, pero se contuvo. No voy a seguir llorando… no puedo…
Terminó de bañarse con movimientos mecánicos mientras distraía su mente repasando los puntos de su historia. Cerró el grifo y tomó una toalla con la que empezó a secarse cuidadosamente, se puso la ropa interior y una franela ancha, salió del baño y tomó unos vaqueros gastados que estaban un poco rotos en las rodillas. Se calzó unas zapatillas deportivas y fue hasta el computador para verificar que estuviera completo el respaldo.
Casi sucumbe a las ganas de llorar cuando vio las imágenes.
Fotos de Pedro y de ella paseando, en el barco, en la piscina, paseando en bicicleta… pero la que más le sorprendió fue una que le tomó mientras no lo estaba observando. Recordaba ese día. Fue su último día en el barco y habían salido a pasear a caballo.
Pedro le había hecho el amor en la playa y ella había adorado cada momento.
Sexo, estúpida… fue solo sexo.
Cerró la computadora, incapaz de seguir mirando. Por primera vez empezó a dudar de lo que escuchó.
Carolina me contó lo que escuchaste… no es lo que piensas.
¿Lo había juzgado precipitadamente?
Nunca mentí. Te quiero Paula.
Ella estaba segura de que lo quería, ¿pero él realmente la quería a ella?
Cuando estuvieron juntos nunca se lo dijo. Tampoco es como si ella se le hubiese declarado. Cuando estuvo a punto de hacerlo fue cuando escuchó esa conversación que se supone no debía escuchar.
No hablaba de ti, Lo juro. Puedes preguntarle a Mauricio
Paula dudó y se sintió culpable.
—¿Y si lo busco? —se dijo. Pero Pedro debía estar en San Diego con su familia.
Paula, yo te quiero.
—Fui una idiota —bufó empezando a rebuscar su cartera para localizar su celular. Todo parecía indicar que había cometido un error y la única que podía confirmarlo era su amiga.
Apenas encendió el aparato un montón de mensajes de texto empezó a entrar. La mayoría eran de Carolina. No tuvo necesidad de llamarla para asegurarse porque las respuestas a todas sus preguntas estaban allí. También había varios mensajes de un número desconocido:
Paula, te quiero. No sé cómo demostrártelo… pero encontraré la manera.
Ella sintió su estómago apretarse ante la declaración. Lo había juzgado mal, lo echó de su casa y sin embargo ahí estaba diciéndole que encontraría la manera de probarle que la quería.
En un impulso tomó el equipaje que había preparado para ir con su familia y lo lanzó de cualquier manera dentro del carro. Lo rodeó y entró por la puerta del conductor, encendió el motor y se puso en marcha. Con un poco de suerte todavía estará en su casa, pensó.
Recorrió las calles hasta el vecindario de Carolina y se estacionó frente a su casa. Salió del vehículo y caminó hacia la puerta con una seguridad que no sentía.
No es momento de ser una cobarde, se animó.
Tocó el timbre y esperó que alguien saliera, pero no sucedió.
Esperó y siguió esperando, pero no había cambios en la foto. Se habían marchado.
Su celular empezó a sonar y atendió la llamada sin verificar, deseando que se tratara de Pedro.
—¿Hola? —dijo con la voz temblorosa.
—¡Paula! —la voz demasiado animada de Victoria Newmann era lo último que la escritora necesitaba—. Caro me dijo que tenías algo sólido y estoy muriendo de ganas por leerlo… sé que te queda algo de tu plazo, pero chica, tengo curiosidad y sabes que no la manejo bien.
—Pasaré por tu oficina a dejarte el archivo antes de ir a casa —respondió—. Ahora tengo que colgar.
Terminó la llamada y empezó a redactar un mensaje. No sabía exactamente lo que le diría, así que escribió y borró varias veces.
—Es irónico… una escritora que no tiene palabras para una situación como esta.
Sería incluso gracioso si no se tratara de ella misma.
Sintiéndose derrotada decidió entrar al carro y marcharse.
No necesitaba que algún vecino llamara a la policía porque una sospechosa estaba merodeando por allí.
Manejó hasta el edificio donde funcionaba la editorial con un grueso sobre amarillo entre las manos. Se plantó frente a la secretaria de su editora y ella le hizo señas para que entrara.
No tardó más de quince minutos en entrar, dejar el sobre y salir. El humor para comentar con Victoria era totalmente nulo. Ya había cumplido con la editorial, ahora debía cumplir con su familia. Solo esperaba que no fuera demasiado tarde cuando pudiera ocuparse de su vida.
Una nueva llamada entró en su celular y se dio cuenta que era el número de su casa. Paula frunció el ceño, frenó bruscamente su carro y tomó una calle que la ayudaría a evitar el tráfico.
Cuando se estacionó frente a la casa un escalofrío atravesó su cuerpo. La puerta del frente estaba abierta y su computadora estaba hecha pedazos en el jardín. Furia e incredulidad la recorrieron. Salió corriendo del carro y entró a la casa pero se detuvo en seco al ver el destrozo en su sala.
Sus muebles estaban tirados de cualquier manera, los marcos de sus fotos estaban rotos, su escritorio desordenado, sus libros en el suelo. Un nudo empezó a formarse en su garganta.
Cuando su celular volvió a sonar contestó mecánicamente.
—¿Ya recibiste mi regalo, Pau? —la voz de Sergio la saludaba, extrañamente alegre—. Nadie me deja, gatita. Especialmente una zorra como tú.
—¡Te odio! —gritó con toda su alma—. Maldigo el día en que te conocí.
—No hice nada que no merecieras —respondió él como si se estuviera divirtiendo en grande—. Tú me quitaste algo que quería, y yo te devolví el favor.
—¿Y qué es lo que querías?
—A ti.
—Tú eres incapaz de querer a alguien, Sergio. Haznos un favor a ambos y púdrete en el infierno.
Cortó la llamada y deseó estrellar el teléfono contra la pared, pero se contuvo. El aparato sonó una vez más.
—Te dije que te pudrieras en el infierno, Sergio… déjame en paz o llamo a la policía —gritó al borde de las lágrimas.
—¿Paula? —era la voz de Pedro—. ¿Te pasa algo?
—¿Pedro?
—Si nena, soy yo. ¿Qué te pasa?
—Oh Pedro, lo siento… lo siento mucho. Yo… fui una tonta…
—Está bien, ambos fuimos tontos, pero dime qué te pasa.
—Sergio estuvo en mi casa… ahora todo es un desastre.
—¿Te hizo algo ese bastardo? Voy para allá.
—No, yo…
Pero no le dio tiempo de terminar la frase porque su teléfono se apagó. Los días de ignorar llamadas finalmente habían pasado factura porque tampoco lo había puesto a cargar.
Paula se dejó caer en el suelo y dejó las lágrimas fluir. Se sentía violada. El único sitio donde se sentía a salvo y segura había sido destruido por Sergio. Bueno, quizás eso era un poco dramático, pero que el idiota entrara tan campante y pusiera todo patas arriba realmente la afectó.
—¿Paula?
—Viniste —dijo ella con la voz ronca cuando se volvió para mirarlo.
—Te escuché llorar y tenía que venir contigo —respondió con sinceridad. Sus ojos abarcaron la sala—. ¿Qué pasó aquí?
—Sergio lo hizo —hipó Paula—. Mis libros, mis cosas… todo está destrozado.
Pedro llegó hasta Paula, le tendió la mano y la ayudó a levantarse. Cuando estuvo de pie la envolvió entre sus brazos dejando que se desahogara contra su pecho. No había palabras de consuelo. El imbécil de su exnovio entró a su casa para hacer lo que le daba la gana sin que nadie se lo impidiera. Pedro quería su cabeza.
—Tienes que llamar a la policía, Paula.
—¿Para qué? —resopló—. Me dirán que cambie la cerradura y que se asegurarán de qué no vuelva… pero ya no me sentiré segura aquí.
Ella tenía razón, él no podía negar eso.
—¿Ibas con tu familia? —quiso saber él—. Por eso no estabas aquí.
Paula asintió contra su pecho.
—Bien, iremos a casa de tu familia mientras alguien se encarga de arreglar esto. Entonces nos ocuparemos, ¿bien? —ella buscó su mirada como si no entendiera lo que decía—. Voy a ir contigo, Paula. No voy a dejarte sola —le aseguró.
INEVITABLE: CAPITULO 31
Paula se adelanta para intentar conversar con Pedro antes de que su vuelo, que sale un poco antes, despegue. Cuando está a unos pocos metros de él escucha la conversación que sostiene con su hermano.
—Fue solo sexo, Mauricio. Voy a hablar con ella y voy a dejarlo todo claro… no estoy interesado en una relación a largo plazo.
—Sabes que estás actuando como un tonto, ¿cierto?
Las imágenes ante sus ojos empezaron a distorsionarse por las lágrimas que anegaban sus ojos. Paula echo a correr sin rumbo. Su único objetivo era alejarse de Pedro, de las mentiras y del dolor. Sergio no logró hacerle tanto daño como el que le estaban haciendo ahora…Paula solo quería que se abriera un gran hoyo y que la tierra se la tragara.
Había sido una idiota. Otra vez.
Cuando llegó su momento de abordar el avión fue la última en subir. Carolina la esperaba en el asiento con la expresión preocupada. Ya sabía que Paula no alcanzó a hablar con Pedro, lo que no sabía era el porqué.
—¿Pasa algo? —le preguntó apenas se sentó a su lado.
Paula negó con la cabeza, incapaz de articular palabras. Sus ojos estaban enrojecidos, igual que la punta de su nariz.
Signos inequívocos de que había estado llorando. Carolina quiso sacudirla hasta hacerla hablar.
—Es obvio que te pasa algo Paula —su amiga debía estar cabreada, Sin embargo Paula no reaccionó—. Habla conmigo —pidió suavizando el tono—. Prometo no decirle nada a nadie.
Pero Paula no cedió y así hicieron el viaje. Ella llorando en silencio y su amiga formulando hipótesis. Cada una era peor que la anterior.
Cuando aterrizaron en Los Ángeles, Carolina quería la sangre de la persona que hirió a su amiga. Y tenía una idea de quién pudo ser.
*****
250 mensajes en total.
Sin embargo ignoró su celular, y cuando no pudo seguir ignorándolo lo apagó. Su prioridad era el manuscrito, así que se encerró a escribir como si no hubiese mañana. La inspiración parecía haber decidido quedarse a hacerle compañía ahora que el amor la había abandonado. Porque en ese momento que eran solo ella y el computador se dio cuenta de que no solo quería a Pedro, sino que lo amaba.
Desesperadamente.
No estaba segura de cuándo había sucedido. Podía haber sido la primera vez que estuvo en sus brazos. O cuando insistió en enseñarle a andar en bicicleta. No, reconoció que no fue en ninguna de esas ocasiones. Se había enamorado de él desde el momento en que la sostuvo, limpió sus lágrimas y prometió que ganaría su confianza. Lo curioso es que la había ganado para traicionarla luego. Paula se sentía defraudada. Dolida. Había entregado su corazón a un hombre solo para que él lo rompiera en pedazos y lo convirtiera en comida para los peces.
—Fui una idiota —susurró con el corazón quebrándosele en mil pedazos.
Fue solo sexo, Mauricio. Voy a hablar con ella y dejarlo todo claro… no estoy interesado en una relación a largo plazo.
Las palabras de Pedro resonaban en su mente. Deja de pensar en él, se reprendió. Ella se separó de su computadora y fue a la sala, se tiró en el sofá y atrajo una almohada hasta su regazo. Sentía ganas de llorar, de gritar, de arrojar cosas… Mil preguntas daban vueltas en su cabeza ¿Por qué Pedro había llegado a su vida y jugado con ella de esa manera? ¿Y por qué él había pasado tiempo con ella durante todo el viaje si luego la iba a descartar como a un condón usado? Ese hombre tenía todo lo que deseaba y ella no había sido más que un pasatiempo. Paula sonrió con tristeza al recordar cómo él la había defraudado igual que lo había hecho su ex.
Después de todo no son tan diferentes…
Una oleada de ira la invadió. Recordó las veces que el fingió estar indignado por el engaño de Sergio. Tomó el cojín que había estado retorciendo en su regazo y lo lanzó contra la pared.
El timbre de la casa sonó y Paula se asomó entre las persianas de la ventana. Vio una camioneta negra estacionada junto a la acera. Caminó lentamente, luego miró a través de la cerradura. Con el ceño fruncido, abrió la puerta.
Pedro, de pie frente a su puerta, lucía tan increíblemente guapo en su suéter de lana gris y vaqueros gastados que la dejó sin aliento. Su cabello castaño alborotado tenía reflejos rubios a causa del sol y hacía que sus ojos azules destacaran.
Poniendo una mano en su cadera, le dijo: —¿Qué estás haciendo en mi casa?
Él intentó acercarse hacia ella.
—Paula, necesitamos hablar...
Inmediatamente ella dio un paso atrás.
—Por favor, vete.
— No hasta que me escuches.
El espacio le dio la oportunidad perfecta para pasar más allá de ella y cerrar la puerta sujetándola. Él tomó el rostro de ella rostro entre sus manos.
—Carolina me contó lo que escuchaste… no es lo que piensas.
Quizás Paula haya tenido un momento de extrema frustración y decidiera contarle a su amiga, finalmente, lo que había sucedido en el aeropuerto. Genial, ahora se pone de parte de este idiota, pensó.
—¿Y cómo es entonces? Sabes, no tienes que explicarme nada. Estoy cansada de que las personas me usen y me mientan.
Pedro pasó los pulgares por sus mejillas.
— Nunca mentí. Te quiero Paula.
Apartándolo, ella se burló de él.
—Pues tienes una forma bastante extraña de demostrarlo.
—No hablaba de ti, Lo juro. Puedes preguntarle a Mauricio
—No me interesa, Pedro. Ahora haz el favor y sal de mi casa.
—Paula, yo te quiero.
—Yo no. Para mí también fuiste solo sexo. Ahora haz el favor de salir de mi casa y de mi vida.
Esos ojos azules miraban profundamente a los de Paula.
Parecían suplicarle, hasta que finalmente se dio la vuelta y abandonó la casa. Ella escuchó sus pasos alejándose, incapaz de voltear en su dirección. Mordiéndose el labio se dio la vuelta y miró hacia la puerta cuando escuchó el chirrido que hacía al abrir y cerrar. Pedro se había ido. Ella sintió una oleada de dolor extendiéndose por su pecho, cortando sus entrañas. Solo está haciendo lo que le pediste.
Ella trató de convencerse de que si había estado bien antes, después de Sergio, también lo estaría ahora. Sólo que nada se sentía de esa manera. Fue hacia la cocina, abrió el estante y sacó una botella medio vacía de vodka. Antes de darse cuenta estaba sirviéndose una copa. Tenía que concentrarse en terminar su novela y entregarla. Volver a su rutina. Era lo que necesitaba.
El teléfono de su casa empezó a sonar, pero Paula lo ignoró.
Nadie llamaba a ese número, nunca. Que piensen que estoy fuera, se dijo. Cuando cesó el repique desconectó los cables.
Llevó su vaso con ella y se sentó de vuelta frente a la computadora, dispuesta a ponerle punto final a su manuscrito. Esperaba que al menos Jake y Jena tuviesen su final feliz.
—Me lo prometiste. Me prometiste que no intentarías escapar ni me alejarías de ti. La razón por la que te pedí que me hicieras esa promesa es muy sencilla: tú eres importante para mí y no quiero arriesgarte —Jake sacó las manos de los bolsillos y respiró hondo, exhalando lentamente el aire antes de continuar—: No sólo eres importante, eres lo único que da sentido a mi vida. Te necesito, y si no paso el resto de mi vida contigo, todo dejará de tener sentido para mí.
Él no parecía saber qué hacer con las manos y no hacía más que cerrar los puños a los lados.
—Te amo, Jena. Por eso te pedí que me prometieras eso, por eso necesitaba que cumplieras esa promesa. Pero a las primeras de cambio, la rompiste. —La expresión de Jake no podía ser más desoladora—. No confiaste en mí.
Confiar. Ahí está esa palabra, pensó Lucy mientras revisaba lo que había escrito.
—¡Un momento! —ella alzó una mano y lo miró con los ojos entrecerrados—. ¿Realmente piensas que lo hice porque no confiaba en ti?
La expresión de Jake era ilegible, pero después de que ella esperara un buen rato, él acabó asintiendo de mala gana con la cabeza.
Jena bajó la mano y aspiró aire, que soltó con un sonido ahogado.
—¡Pues te equivocas! La única razón por la que lo hice es porque confío en ti —le lanzó una mirada airada—. Porque confío en tu amor, y porque sé cómo reaccionas a cualquier situación que pueda suponer un peligro para mí.
Jake la miró como si no pudiera creer lo que estaba diciendo.
—Confiaba total y ciegamente en el hecho de que harías cualquier cosa para proteger mi vida. Pero no podía permitir que te arriesgaras. Yo protejo a los que amo, Jake —Jena tomó una respiración profunda, resuelta a llegar hasta el fondo de aquel espinoso asunto—. Si yo puedo aceptar y comprender el hecho de que tú me amas y que quieres protegerme, tú tienes que aceptar y comprender lo mismo por mi parte.
Los ojos de Jake eran dos lagos oscuros e insondables y su expresión era completamente estoica.
—¿Qué?
Jena alzó las manos en el aire.
—¡Te amo, Jake! Y eso quiere decir que siento lo mismo que tú sientes por mí. Quiere decir que no seré alguien que se someta de buena gana a tus órdenes, que se esconda en un rincón como una cobarde mientras alguien intente hacerte daño… Que te protegeré de la misma manera en que tú me proteges a mí.
Todas las emociones de Jena parecían haber sido liberadas.
Dio un paso adelante y se enfrentó al hombre que tenía frente a ella.
—Si nos casamos, no voy a hacer todo lo que tú me digas.
A Jake se le curvaron los labios en una sonrisa. Intentó contenerla, intentó sostenerle la mirada, pero fracasó.
Jena entrecerró los ojos hasta que no fueron más que un par de rendijas.
—No te atrevas a reírte. Esto no es una broma.
Jake no pudo reprimir una sonrisa de oreja a oreja. Trató de abrazarla mientras soltaba una carcajada.
—¿Quiere decir eso que aceptas casarte conmigo? —preguntó Jake sonriente.
—Sí —aceptó Jena—. Eso es lo que significa.
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