jueves, 2 de abril de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 33






La familia de Paula recibió a Pedro con bastantes reservas. 


Después de observar cómo su hija perdía el tiempo junto a Sergio Carter, los Chaves temían que la chica se hubiese convertido en un imán para los imbéciles.


—¿A qué dices que te dedicas? —preguntó el padre de Paula durante la cena.


—Soy médico —respondió Paula ignorando el tono de la pregunta y el ceño fruncido de la madre.


Paula nunca había hablado de ti —dijo uno de los hermanos.


—¡Guillermo! —chilló la señora indignada por el poco tacto de su hijo.


—No se preocupe, señora Chaves —la tranquilizó—. Si estoy aquí es porque Paula me importa y porque no quería dejarla sola.


Pedro les contó lo sucedido en casa de Paula y todos se mostraron indignados. Los hermanos se ofrecieron como voluntarios para darle a Sergio una paliza inolvidable mientras que su padre hizo algunas llamadas a la policía.


El jueves siguiente transcurrió con normalidad, pero Paula esperaba que en cualquier momento Pedro se despidiera para ir con su familia. Él vio la inquietud de la escritora y quiso tranquilizarla.


—¿Qué está mal? —le preguntó.


—Es muy raro… tú aquí en lugar de estar con tu familia.


Paula, si voy a cualquier lado sin ti me siento incompleto… mi familia lo entiende, ya hablé con ellos y desean que todo se resuelva. También esperan conocerte pronto.


Ella sonrió y él le dio un beso en la sien mientras la atraía en un abrazo.


—No vas a deshacerte de mí otra vez, señorita Chaves.


—Si vuelvo a decirte que te vayas, no me hagas caso ¿está bien?


—Cuenta con eso.



*****


Los padres de Paula salieron a comprar los últimos ingredientes para la cena de Acción de Gracias. Los hermanos de Paula estaban en sus propias casas, compartiendo con su familia, antes de la reunión del clan Chaves, así que Pedro quiso aprovechar el primer tiempo a solas que tenían después de reconciliarse.


Paula estaba en la sala terminando de ordenarlo todo. 


Cuando la tarea estuvo lista atravesó la estancia y empezó a subir las escaleras.


—¿Quieres que te acompañe? —preguntó Pedro con su voz más seductora.


Ella asintió y en un abrir y cerrar de ojos él estaba frente a ella, besándola con ferocidad. Empezaron a subir la escalera y Paula extendió los brazos, sosteniéndose de la pared y la baranda para no tropezar. Pedro envolvió los brazos en su cintura y la pegó contra su cuerpo haciéndole notar la palpitante erección que crecía entre sus piernas.


—Esto no está bien —susurró ella mientras llevaba sus manos al frente para sostenerse del pecho masculino. Él le subió la camiseta y se arrastró hacia abajo, pasando sus labios a través de su estómago.


Ella contuvo el aliento y sus piernas flaquearon.


—Tienes razón —respondió él.


—Sí. —Pedro se detuvo y la besó—. Sólo una vez más.


Entonces sintió las manos de Paula desabrochando el botón de sus vaqueros. Ella metió la mano en sus bóxers, y él gimió cuando la envolvió alrededor de su pene. Él miró hacia abajo y vio sus ojos brillar.


—¿Tienes algún condón? —preguntó entrecortadamente, al menos su cerebro seguía funcionando, para pensar en eso mientras ella trabajaba en él. La mujer tenía unas manos increíbles.


Paula asintió.


—En mi habitación —dijo.


Pedro se levantó de un salto, arrastrándola con él. La levantó y la llevó cargada hasta su cuarto. La depositó sobre la cama y ella señaló la mesita donde tenía los preservativos. Pedro fue hasta allí y tomó unos cuantos, dejándolos caer en la cama junto a ella.


Abrió los ojos como platos al darse cuenta de que ella ya se había quitado los pantalones.


—Tenemos que aprovechar el tiempo —dijo a modo de disculpas.


Pedro terminó de bajar sus vaqueros abiertos, arrastrando su ropa interior en el proceso. Abrió el envoltorio del preservativo mientras ella lo miraba atentamente.


—Abre las piernas para mí, Paula—le pidió.


Ella lo hizo. Él extendió sus piernas y se arrodilló entre ellas.


 Vio cómo sus ojos se abrían mientras él colocaba una de sus piernas sobre su hombro, y luego la otra. Sintió que ella se estremecía cuando se inclinó y lamió el borde superior de sus bragas de encaje.


—Pedro… —murmuró ella, pasando sus dedos por su pelo.


Él enganchó su dedo alrededor de la cinturilla de sus bragas y tiró hacia abajo unos cuantos centímetros. Bajó su boca.


Paula gimió.


—Agárrate del cabecero, Nena… esto se pondrá un poco rudo —le advirtió.



*****


Los Chaves tuvieron su cena de Acción de Gracias y Pedro fue testigo del amor, respeto y solidaridad que sentía cada miembro de la familia por el otro.


Los hermanos de Paula parecían haberlo aceptado finalmente, y los padres de ella empezaron a tratarlo como un miembro más de la familia. Eso se sentía bien… tan bien como Paula a su lado, pensó Pedro.


Cuando terminaron de cenar Pedro llamó a su familia y, como lo prometió, Carolina hizo una video llamada para saludar a los Chaves y exigir su pedazo de pastel de calabaza.



*****


El fin de semana pasó en un suspiro y pronto tuvieron que regresar a la ciudad. Pedro había pedido a su familia que contratara un servicio de limpieza para arreglar la casa de Paula. También se había encargado por teléfono de que reemplazaran las cerraduras, instalaran un sistema de seguridad y que una nueva computadora estuviese lista para ella a su regreso.


Bien sabía él que esas cosas no le devolverían la sensación de seguridad, pero ya trabajarían en eso.


Cuando llegaron a Los Ángeles, Pedro le propuso detenerse por un café. Lo hizo en la misma cafetería donde se conocieron. La favorita de Paula, recordó.


—¿Quieres algo en especial? —preguntó él.


—Un té helado estaría genial —respondió Paula—. Hace un calor infernal.


Pedro asintió y entró al establecimiento. Un par de minutos salía con un par de vasos tapados y una bolsa de papel. Él se acercó a su ventana y ella bajó el vidrio para ayudarlo con los vasos. Tomó ambos recipientes y Pedro le dio un beso antes de apartarse para rodear el vehículo y ocupar su posición.


—Bien, señorita Chaves —anunció—. Es hora de ir a casa.



*****


Había pasado una semana desde que regresaron a la ciudad. Pedro había estado quedándose de manera informal en la casa de Paula mientras ella iba recuperando la confianza en el lugar. Las guardias en el hospital habían empezado pero, contrario a cualquier cosa que Pedro pensara, Paula no había salido corriendo en la dirección contraria. En cambio lo había esperado y atendido.


La cómoda rutina que lograron durante las vacaciones se consolidó cuando regresaron a sus vidas normales.


Victoria entregó las correcciones del manuscrito de Paula asegurándole que sería un éxito de ventas. Pedro la había llevado a celebrarlo, aunque el libro ni siquiera estuviese en imprenta todavía.


Carolina la llamaba ocasionalmente para preguntar cómo les iba. La respuesta siempre era igual:
—De maravilla —y no era mentira.






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