Abandonar el barco fue más difícil de lo que Paula imaginó.
Un montón de personas, que eran perfectos extraños tres semanas atrás, se detenían junto a ella para saludar y dejar sus contactos. “Feliz Acción de Gracias” o “espero volver a verte” eran las frases que más escuchó mientras abandonaba el crucero y caminaba por el paseo marítimo junto a Carolina, Mauricio y Pedro en busca de un taxi.
Tenían algunas horas antes de sus respectivos vuelos que resultaron ser distintos.
No tardaron mucho en encontrar un taxi desocupado que los llevara. El trayecto se hizo se les hizo eterno.
Repentinamente Pedro y Paula parecían caminar sobre un campo de minas… una palabra equivocada y la magia de las vacaciones terminaría. Carolina y Mauricio vivían una situación parecida. Por un lado el joven playboy estaba decidido a formalizar una relación con la mujer que además de amiga se había convertido en su amante, mientras que ella temía que él volviera a las andadas una vez que estuvieran en Los Ángeles.
Entraron en el aeropuerto y se apresuraron a facturar el equipaje. Tomaron asiento en el área de espera y empezaron a conversar sobre temas triviales.
—¿Pau? ¿Cómo va tu novela? —preguntó Carolina mientras revisaba distraídamente su celular.
Bueno, quizás no tan triviales.
Pedro sonrió en dirección de Paula esperando también la respuesta. Al inicio de su relación ella le había hablado de su problema para escribir después de la ruptura con el imbécil de su novio. Él secretamente esperaba haberse convertido en algo especial para ella… en algo inspirador.
Ella se sonrojó cuando notó la mirada de Pedro, y luego se concentró en la pregunta de su amiga.
—Va bastante bien… solo falta pulir algunos detalles antes de mandársela a Vicky —confesó con una sonrisa tímida que a Pedro le pareció adorable—. Aunque todavía no escribo el final.
—Pues chica, tienes tiempo… todavía queda una semana para que finalice tu plazo —la felicitó su amiga—. Espero que me dejes darle un vistazo cuando esté lista.
Mientras conversaban el teléfono de Pedro empezó a sonar.
Frunció el ceño al revisar el identificador de llamadas, se disculpó con el grupo y se alejó para atender.
Aprovechando el momento, Paula envía un mensaje rápido a su amiga usando su celular y se disculpa para ir al baño. Un par de minutos después Carolina se le une.
—¿Y bien? ¿Cuál es el plan? Porque si me trajiste aquí fue para contarme algo, ¿verdad?
Paula tomó una respiración profunda y dejó salir todo lo que pensaba.
—Voy a decirle a Pedro que me gusta.
—Cariño, si en estas tres semanas eso no le ha quedado claro, entonces nuestro chico es idiota.
—No me refería a eso… quiero decir que…
—Que lo quieres —la interrumpió Carolina—. Eso es fantástico —sonrió entusiasmada—. Aunque, ¿no crees que es algo pronto para declaraciones amorosas?
—Lo quiero, Carolina.
—¿Estás segura? Porque hace unos meses decías eso de Sergio, y pues… realmente no lo querías.
—Lo siento aquí —se llevó una de las manos al pecho, donde latía su corazón—. Es como una parte de mí que no sabía que hiciera falta.
A Carolina se le llenaron los ojos de lágrimas, emocionada como estaba por la declaración de su amiga.
—Entonces ve por él y no dejes que se te escape —la animó.
*****
Pedro regresó a su lugar junto a Mauricio visiblemente afectado por la llamada. Se extrañó al no ver a las chicas, pero lo prefirió así… al menos mientras digería lo que acababa de escuchar.
—¿Sucede algo?
—No es nada.
—¿Nada? Tienes cara de querer matar a alguien.
—Evelyn estuvo en casa de mamá. Le fue a pedir ayuda con su boda.
—¿Evelyn Peters se casa? ¿Y quién es el ingenuo que cayó en esa trampa?
—Supuestamente, yo.
—¡¿Qué?!
Mauricio se levantó de su asiento como impulsado por un resorte. Su rostro totalmente desencajado por la noticia.
Tomó un par de respiraciones tratando de calmarse y poner en perspectiva el asunto. ¿Qué mierda está pasando?, pensó.
—Fue lo mismo que pensé… pero intenta explicar a nuestra madre que no vas a casarte con el polvo más fácil de toda California.
—¿Y cuándo se supone que sea la boda?
—Antes de que nazca el bebé.
—Espera un momento… ¿Qué mierda…? —intentó controlarse para no hacer un escándalo en el aeropuerto—. ¿Qué vas a hacer entonces? —su hermano era el inteligente, claro que tenía que tener un plan para salir del enredo que Evelyn armó.
—Nada.
—¿Nada? ¿Evelyn te mete en este lío con nuestra madre y tú no vas a hacer nada?
—Fue solo sexo, Mauricio. Voy a hablar con ella y dejarlo todo claro… no estoy interesado en una relación a largo plazo.
—Sabes que estás actuando como un tonto, ¿cierto? —dijo su hermano—. No me refería a eso. Tú ahora estás con Paula. Tienes que sacar a Evelyn del panorama, y hablar con mamá. Ella lo entenderá.
—Lo sé… solo espero llegar a casa y enderezar todo esto.
Esa tarde desembarcaron en Costa Rica. Como era habitual, el personal del crucero les procuró un paseo por los sitios de mayor atractivo. El colorido y calidez del lugar cautivaron a Paula, que no dejaba de hacer fotografías mientras caminaba junto a Pedro.
Se alejaron un poco del puerto, y del grupo, y empezaron a vagar por la playa tomados de la mano. Un montón de palabras morían en sus gargantas mientras sus huellas se iban marcando en la arena. Entonces el grupo empezó a moverse y ellos tuvieron que retornar para evitar perderse.
Una de las atracciones del día eran paseos a caballo por la costa. Paula estaba aterrada ante la posibilidad. Nunca le había ido demasiado bien con los animales pequeños… así que uno grande, y que pudiera tirarla, estaba totalmente fuera del menú para ella.
Sin embargo Pedro quería hacerlo…
—¿Segura que no quieres? —le preguntó.
Paula le lanzó una mirada dudosa. Una cosa era no querer y la otra tener miedo. Ella definitivamente tenía miedo.
—No es eso… yo…
—¡Vamos! —la animó—. Lo mismo decías de andar en bicicleta y no nos fue tan mal —sonrió.
Tenía razón. Los paseos en bicicleta habían estado bastante bien. Geniales. Sin embargo, un animal era otra cosa.
—No tengas miedo —insistió Pedro—. Yo te cuidaré.
Y Paula no pudo negarse a eso.
Tomaron su turno para el paseo a caballo prescindiendo de los guías, por sugerencia de Pedro. El personal les advirtió que deberían estar de vuelta antes de las 5 de la tarde, lo que les daba un margen de tres horas para deambular por la zona. Pedro seleccionó sus monturas. Una yegua blanca que parecía bastante dócil para Paula, y un potro negro con
bastante personalidad para él. La ayudó a montar y luego subió a su propio caballo, entonces empezaron a alejarse poco a poco. Mientras avanzaban por la playa, Paula fue sintiendo más confianza… empezaba a disfrutar la brisa marina agitando su cabello, el sonido de las olas rompiendo contra las rocas. Era perfecto.
—¿Quieres nadar? —preguntó Pedro repentinamente.
Ella asintió y se detuvieron. Él bajó primero de su caballo y la ayudó a desmontar tomándola de la cintura y pegándola a su cuerpo mientras bajaba. Agarró con fiereza su nuca y estrelló sus labios contra los de ella haciéndole saber lo hambriento y necesitado que estaba. Paula sentía que se derretía en sus brazos.
Se separaron para llevar un poco de oxígeno a sus pulmones, descansando frente contra frente.
—Pensé que querías nadar… —dijo Paula.
—No tanto como quiero hacerte el amor —respondió él simplemente.
Y así lo hizo. Con cuidada lentitud y con los sonidos del mar como soundtrack. Pedro la despojó lentamente de su diáfano vestido de playa blanco y la recostó en la arena cubriéndola con su cuerpo. Alejados de todo, olvidando el pasado y el futuro. Solo viviendo el presente. Apartó la tela de su diminuto bikini a un lado antes de hundirse en su cuerpo y empezar una danza serena que los llevara al éxtasis.
Se separaron saciados en un nivel que iba más allá de lo físico, pero que ninguno se atrevía a poner en palabras.
Poco a poco esas palabras que no eran dichas los juntaban, pero ¿Por cuánto tiempo?
Paula volvió a ponerse su vestido y se acercó a la orilla para lavarse un poco la arena de las manos y pies. Pedro capturó el momento exacto en que ella se adentraba en el mar, extendiendo sus brazos y con su cabello moviéndose en las direcciones que el viento dictaba. A sus ojos era la mujer más hermosa del mundo y él daría cualquier cosa porque ella se quedara a su lado.
Cuando estuvieron listos volvieron a montar y regresaron al puerto, regresaron las monturas al propietario y se unieron al grupo para regresar al barco. Había sido una tarde silenciosamente especial para ellos. Ahora se despedirían de sus vacaciones y empezarían a pensar en el mañana.
*****
La última noche a bordo del crucero celebraron una fiesta similar a la que los recibió, solo que esta vez se trataba de una fiesta temática ambientada en los 60s. Con disfraces de la época y disfrutando de la música, de la compañía y los recuerdos que habían construido juntos, Paula y Pedro intercambiaban bromas con Carolina y Mauricio. El ambiente tenso del desayuno había quedado atrás, y el doctor insistió a su vecina en que se les uniera para el plan de Acción de Gracias. Los padres de Mauricio y Pedro adoraban a Carolina desde la infancia. Habiendo crecido puerta con puerta, fueron muchas las ocasiones en que los Alfonso celebraron las fiestas con su familia. Recuerdos agridulces asaltaron a la chica, que rápidamente escondió sus emociones en una cínica sonrisa.
—Estará bien no cocinar, para variar —dijo encogiéndose de hombros.
—Nunca cocinas en las fiestas —se burló Paula—. Las pasas en mi casa, o en un bar.
Carolina palmeó el brazo de su amiga de manera cariñosa y todos se carcajearon.
—No creas que te librarás de mí —respondió Paula—. Planeo hacer una video llamada y pedir un poco de ese pastel de calabaza que hace tu madre.
Las risas siguieron hasta el final de la velada, cuando se despidieron para ir a sus habitaciones. Aunque Pedro no deseaba separarse de Paula, sabía que debía dejarla arreglar sus asuntos antes de volver a casa.
—Buenas noches —se dijeron en el umbral del camarote que compartían Paula y Carolina antes de besarse.
Paula estaba acostada a su lado, curvada contra su cuerpo.
Ambos estaban desnudos. Después de su primera ronda, ella se había puesto la ropa interior y su camisa, una vista que Pedro encontraba particularmente sexy, especialmente cuando incluía en la ecuación sus rizos rubios totalmente revueltos.
Pedro sintió un tirón en su pecho ante la imagen de Paula en su cama. Se sentía correcta en ese lugar. Como si le perteneciera. Le asustaba un poco, porque nunca antes se había sentido de esa manera con alguien. Tenía treinta años, no era exactamente inocente, había dormido con un buen número de mujeres, algunas incluso que no vio más de dos veces. Pero todas sus relaciones habían sido casuales, y había sido absolutamente claro con ellas. En el pasado, siempre había utilizado su trabajo como excusa para evitar enseriarse con nadie. Ahora se daba cuenta que con la persona adecuada, no quería una excusa.
Pedro se inclinó, susurrando su nombre suavemente. Sabía que era un bastardo egoísta por despertarla, pero le encantaba la tranquilidad de su intimidad, lo que decía mucho acerca de su relación sin que ninguno de ellos tuviera que decirlo. Sin mencionar que habían pasado un par de horas y ella estaba acostada junto a él desnuda. Él bien podría sentarse allí en la oscuridad excitado, o podía hacer algo al respecto.
Él dijo su nombre una vez más, y ella se despertó. Él los rodó y besó su cuello mientras se acostaban de lado. Su boca vagó por el lateral de sus senos, y trabajó su lengua alrededor de uno de sus pezones. Paula se dibujó una sonrisa perezosa en su rostro.
—Hmm... —movió sus manos sobre él, suspirando mientras acariciaba su pecho y estómago. Sus manos se sumergieron más abajo y encontraron su erección dolorosamente dura.
Sus ojos se abrieron maliciosamente.
—¿Ya?
—Creo que siempre está así cuando te tengo cerca.
Ella deslizó una rodilla sobre su cadera. —Eso me gusta.
No necesitando ningún estímulo adicional, Pedro se extendió hacia atrás y tomó un preservativo de la mesita. Rodando, apretó las caderas y lentamente se hundió en su cálido cuerpo. Tomó su trasero con una mano y rodó sus caderas hacia adelante y hacia atrás en un ritmo suave y calmado.
Cuando la escuchó jadear, hizo una pausa.
—¿Es demasiado?
Ella cerró los ojos y movió sus caderas contra él, instándolo más profundo.
—Es perfecto. Siéntete libre de despertarme así todas las noches que quieras.
*****
Carolina caminaba por la cubierta del barco con un pequeño morral colgando de su hombro y una sonrisa malvada en su cara. Su mejor amiga, Paula, no había vuelto al camarote la noche anterior y ella estaba feliz por eso. Pero era tiempo de poner las cosas en orden antes de que su amiga se metiera en un paquete del que no supiera salir luego.
Antes de salir de la habitación llamó para ordenar un desayuno para cuatro personas que enviarían al camarote de Pedro. Allí se dirigía en ese momento, con una muda de ropa limpia para Paula. Tampoco iba a dejarla hacer el paseo de la vergüenza vistiendo el mismo vestido de anoche. Porque seducir a Pedro era una cosa, pero al resto de los pasajeros del barco… no, definitivamente eso no estaba en el plan.
Llegó al camarote que Mauricio compartía con su hermano y tocó la puerta. Al cabo de unos minutos un ojeroso Mauricio la dejaba entrar mientras se frotaba la cara, se acercó a ella y le dio un beso rápido.
—Di que viniste para que me pueda vengar de esos dos —suplicó—. No tienes idea de lo frustrante que es escucharles follar como conejos mientras estás solo en la habitación.
Mauricio hizo su mejor cara de cachorro y Carolina tuvo que reírse de ella.
—Lo siento, cariño —se disculpó antes de besarlo. Dejó el morral a un lado y le dio un vistazo a la sala de estar, que era idéntica a la de su camarote.
—Tengo una idea de cómo puedes compensarme…
—Espero que hables de comida, porque el desayuno viene en camino.
Justo en ese momento un par de golpes sonaron en la puerta nuevamente, haciendo que Mauricio resoplara antes de levantarse para abrir.
—Eres una mujer cruel —se lamentó mientras hacía girar el pomo de la puerta.
—No tienes idea —respondió ella en voz baja.
*****
Durante el desayuno, Mauricio se sentó en la silla junto a Paula.
Pedro se había levantado de la mesa un momento para ir al baño.
—Entonces… —dijo Mauricio, poniéndose cómodo.
Paula empezó a juguetear con el tenedor, haciendo figuras en su plato.
— ¿Entonces?—preguntó haciéndose la tonta.
Carolina se unió a la fiesta con sus insinuaciones poco sutiles.
—Te ves cansada esta mañana —dijo con una mirada insinuante en dirección a su amiga.
—Mauricio también se ve cansado, no veo que le digas nada al respecto —le dijo Paula.
—Eso es porque no me dejaban dormir —dijo Mauricio.
Paula abrió la boca para responder, pero la cerró inmediatamente. Se sonrojó y trató de disimular una sonrisa.
—Así de bien, ¿eh? —se burló su amiga.
Pedro volvió a la mesa y terminaron de tomar el desayuno en silencio. Eventualmente intercambiaban risitas que el doctor no alcanzaba a comprender, y decidió ignorar con un encogimiento de hombros. Aunque Mauricio estaba disfrutando las bromas a costillas de su hermano, empezó a sentirse cansado. Lanzó un largo bostezo y se disculpó antes de retirarse a su habitación.
—Traje un poco de ropa para ti —dijo Carolina, quien se sentía satisfecha al ver a Paula tan cómoda con la ropa de Pedro, aunque le venía un poco grande. Ella asintió y sonrió.
—Y cuéntame, Pedro… ¿Qué harás al llegar a Los Ángeles?
—Ir a ver a mis padres antes de volver a mi consulta —dijo no entendiendo el punto de aquella pregunta.
—Uhmm… pensé que habían hecho planes juntos…
Paula abrió los ojos como platos y se atragantó con un pedazo de pan. Pedro le dio golpecitos en la espalda y le tendió un vaso con agua para ayudarla.
—Carolina, creo que no es necesario hacer esto —le dijo a su amiga apenas pudo hablar.
Su amiga asintió y terminaron de desayunar en un incómodo silencio.
Durante la siguiente semana Paula decidió volver a hacerle caso a Carolina y dedicarse a vivir su romance. Después de todo, la primera vez no había resultado tan mal ¿o sí?
Pedro se estaba convirtiendo en algo constante para ella, y le gustaba. La certeza de que apenas se diera la vuelta él estaría allí le asustaba, pero le gustaba. Su rutina incluía desayunos en la cama, paseos por la cubierta tomados de la mano, participar juntos en las actividades de las excursiones… quizás ella no debería acostumbrarse a esas cosas, pero era tan fácil. Sin embargo una duda empezaba a formarse en su mente… ¿qué pasaría cuando el viaje terminara y cada quien tuviese que volver a su vida?
Ese crucero estaba pensado para Paula se reencontrara con su musa perdida, pero también le estaba dando también la oportunidad de compartir cosas especiales con Pedro. Debo enviar una nota de agradecimiento a Vicky por esto, pensó.
El lunes tomaron el sol en la piscina mientras comentaban ideas para su novela. El martes exploraron las cascadas del río Dunn y volvieron a pasear en bicicleta, regresando con un montón de fotos nuevas al barco. El miércoles bucearon con esnórquel junto a rayas venenosas y el jueves vieron observaron la fauna marina desde un bote con fondo transparente. Cada noche era una fiesta a bordo del barco… una fiesta a la que asistieron, disfrutaron y luego continuaban en sus camarotes.
Cuando llegó el viernes Paula notó lo poco que había avanzado en su manuscrito, pero no le importó. Tenía la certeza de que la inspiración no se iba a volver a escapar de ella, así que cuando Pedro la invitó para que asistieran juntos al casino del barco, aceptó. Ella no era fanática de ese tipo de lugares, pero la emocionaba atreverse a cosas nuevas y que Pedro fuera parte de esa experiencia.
Durante el día estuvo sentada con su computadora, escribiendo, borrando y volviendo a escribir. Se había olvidado totalmente del tiempo, así que cuando Carolina apareció en su habitación no dudó y se puso en movimiento.
Se merecía una noche de relax… y ella iba a conseguirla.
Su amiga la sorprendió con un hermoso vestido para la ocasión. Carolina extendió sobre la cama un espectacular atuendo de color violeta, anudado al cuello y con detalles en pedrería, era largo y ajustado pero con una abertura lateral que facilitaría caminar con él.
Después de bañarse y ponerse su ropa interior, su amiga le sugirió no ponerse sujetador para llevar ese vestido.
—¿Estás loca? —chilló Paula—. No tiene tirantes, no va a verse nada.
Carolina sonrió con un brillo malvado en sus ojos antes de levantar el traje y darle la vuelta para que la escritora lo viera por detrás.
—¡Yo no voy a ponerme eso! —gritó indignada.
—Oh sí, vas a usarlo y vas a dejarlo con la boca abierta.
Rindiéndose finalmente, Paula se vistió con ayuda de Carolina. Cerró el broche que ajustaba la parte superior y sintió la fría brisa del aire acondicionado acariciar su espalda totalmente desnuda.
—¡Perfecta! —exclamó Carolina.
Pedro pasó por ella unos minutos después y quedó impresionado por la vista, pero lo que realmente lo dejó sin aliento fue descubrir la espalda desnuda de Paula.
Él se quedó mirando impresionado, haciendo que Paula se sonrojara y Carolina soltara una carcajada por su reacción.
—Ahora, váyanse de aquí tortolitos —los despidió su amiga—. Y diviértanse.
Pedro y Paula salieron del camarote y caminaron entre risas por la cubierta. Cuando llegaron al casino un empleado los acompañó desde la puerta hasta el área central donde se ubicaban las diferentes mesas de juego.
—¿Y bien? —preguntó ella cuando estuvieron cerca del bar del casino.
—Te juro que cuando te invité tenía mil ideas de cosas por hacer para divertirnos pero ahora… —la frase quedó suspendida mientras él recorría su cuerpo con la mirada. Ella sonrió.
—¿Pero ahora?
—Ahora solo quiero sacarte de la vista de todos estos buitres y tenerte solo para mí —confesó.
Ambos rieron de la declaración, y Paula tenía que admitir que ella no opondría resistencia en caso de que Pedro decidiera abandonar el casino en ese momento.
Caminaron entre las mesas, saludaron a varios de los pasajeros con los que habían compartido durante las excursiones, intercambiaron algunas bromas y se sentaron a observarlos apostar en la mesa de Black Jack.
Los jugadores en la mesa estaban cada vez más animados y en un momento Pedro se vio incorporado a la partida. Paula estaba a su lado sonriendo, animándole.
—Si ganas esta mano, nos vamos a tu habitación —le susurró Paula en el oído.
—¿Y si pierdo? —preguntó él de la misma forma.
—No te gustaría averiguar eso —le guiñó el ojo.
—Eso es trampa —dijo Pedro.
Las cartas volaron sobre la mesa mientras las apuestas crecían. Paula sentía un nudo en el estómago y el calor crecer entre sus muslos. Deseaba a Pedro.
Desesperadamente. No estaba segura de lo que le depararía el futuro, pero se preocuparía luego por eso.
Pedro, por su parte, nunca se había sentido tan motivado a ganar un juego. Miraba los naipes y le lanzaba guiños a Paula, haciéndola temblar de anticipación. Cuando los jugadores empezaron a revelar sus manos, el doctor sonrió victorioso.
—Que tengan una feliz noche, señores —anunció mientras lanzaba sus cartas y se levantaba—. Yo me retiro a disfrutar mi premio —le guiñó un ojo a los presentes y tomó a Paula de la mano. Juntos caminaron hacia la salida casi a las carreras, olvidándose de fichas y de cualquier otra cosa que no fueran ellos dos.
Llegaron al camarote que compartían Pedro y Mauricio entre risas, caricias y besos. Había una alegría casi infantil en sus rostros mientras se miraban. Pedro abrió la puerta usando su llave y la guio al interior, la empujó contra la puerta, cerrándola con el peso de sus cuerpos, y se lanzó a devorar sus labios.
Él descendió dejando un sendero de besos a través de su cuello hasta llegar a la clavícula, donde rasguñó usando sus dientes para luego lamer su piel mientras sus manos recorrían las curvas de Paula hasta asegurar sus glúteos, pegando su cuerpo contra el suyo, frotando su parte más blanda contra su parte más dura.
Paula gimió al sentir su contacto, ansiando más de su toque.
Pedro mordisqueó el lóbulo de su oreja mientras ondulaba su cuerpo imitando los movimientos del sexo. Ella se sentía muy cerca del orgasmo, pero no quería llegar así. Quería tenerlo dentro. Quería todo de él.
—Te necesito, adentro —pidió Paula con la voz entrecortada—. Ahora.
Ella buscó a tientas las solapas de la chaqueta del traje de Pedro empujándola hacia atrás, pero él la detuvo.
Presionando un último beso en sus labios él se separó de ella y la arrastró hacia la habitación. Paula se quedó a unos pasos de él, enfrentándolo, con la cama tras ella en silenciosa invitación.
Pedro empezó a quitarse la chaqueta con cuidada lentitud mientras la atravesaba con una mirada hambrienta. Paula sintió que todos sus temores e inhibiciones la abandonaban. Se sintió animada por el calor de su mirada, dispuesta a todo por él.
Sus manos se movieron a su corbata. Aflojó el nudo y se la quitó, y Paula tuvo que luchar contra la urgencia de sacarle de un tirón el resto de la ropa.
—¿Vas a desnudarte para mí? —preguntó en cambio, intentando que su voz sonara seductora—. Me gusta ese juego.
—Un intercambio —propuso Pedro—. Prenda por prenda.
Cuando se deshizo de la chaqueta de su traje arqueó una ceja en dirección de Paula.
—Tu turno.
Ella se quitó sus zarcillos y los lanzó sobre la chaqueta, sonriendo con descaro hacia Pedro. Él le devolvió la sonrisa y negó con la cabeza. Este era un juego que ella no iba a ganarle, pensó. Desabrochó los botones de su camisa y se la quitó, revelando una estrecha camiseta blanca que mostraba los músculos de su pecho firme.
Paula estaba ansiosa por poner sus manos sobre él. Como siguiendo sus pensamientos, él cruzó el espacio que los separaba. Su pulso se disparó mientras Pedro se acercaba, pero él no mantuvo sus manos fuera de ella.
—Ahora tú —dijo él.
Ella llevó sus manos tras el cuello, soltando el nudo que sujetaba su vestido y lo dejó caer al piso formando un charco violeta a sus pies. Dio un paso al frente para salir, cerrando un poco más la distancia que había entre ellos.
—Tienes cuatro veces más ropa que yo.
Con un rápido tirón, él se sacó su camiseta por la cabeza.
— ¿Mejor?
Paula se tomó su tiempo admirando la vista. Los duros músculos, sus abdominales, el juego de la luz en el vello que oscurecía su pecho...
Ella se adelantó y descansó sus manos sobre su pecho.
Besó suavemente su hombro. Hizo lo mismo sobre su pecho, y después se inclinó hacia abajo, arrastrando sus labios a través de sus costillas. Luego, incapaz de evitarlo, pasó su lengua a lo largo de la fina hilera de pelo que comenzaba en su ombligo y desaparecía debajo de la hebilla de su cinturón.
Pedro la levantó y la miró a los ojos con una ferocidad que la habría asustado en cualquier otra circunstancia. La empujó hacia atrás, y cuando ella sintió el borde de la cama contra la parte trasera de sus rodillas no necesitó ningún estímulo para tumbarse encima de ella.
—Todavía tienes demasiada ropa —dijo Paula apoyándose sobre sus codos.
—No por mucho tiempo.
Ella observó cómo Pedro abría la hebilla del cinturón y el botón de los pantalones.
Sus ojos se bebieron la imagen de ella tumbada en la cama frente a él mientras se los desabrochaba rápidamente. Paula atrapó un breve vistazo de sus bóxers negros justo antes de que él los deslizara fuera junto con los pantalones, calcetines y zapatos. Luego se paró delante de ella en todo su esplendor.
Los ojos de Paula fueron bajando a esa parte de él, que estaba dura y muy excitada. Por ella.
Pedro trepó a la cama y ella se echó atrás. Su mirada ardiente la hizo temblar de anticipación, pero seguía sin tocarla.
Él inclinó la cabeza hacia su cuerpo casi desnudo y Paula se arqueó buscando el contacto, anhelando su toque… necesitándolo.
—Pedro, por favor… —su voz sonaba tan necesitada que casi no se reconocía.
Pedro sonrió.
—¿Por favor? —repitió él—. Dime lo que necesitas Paula.
—A ti… solamente a ti —confesó.
—Entonces no te haré esperar más —sus manos se movieron a sus caderas y tiró de sus bragas bajándolas por sus piernas. Plantó un beso en cada tobillo mientras se deshacía de los zapatos, entonces su boca comenzó a deslizarse hacia arriba, por su rodilla hasta su muslo, luego a lo largo de su cadera, su estómago, en el valle de sus pechos, en su cuello y pasó rápidamente hacia su boca.
Ella gimió, finalmente capaz de besarlo. Su brazo se deslizó bajo su espalda, y tiró de ella sentándola en sus piernas, a horcajadas sobre sus caderas.
—Eres tan hermosa —dijo él, rozando su dedo a lo largo de su rostro—. No hay momento del día en que no piense en ti.
—¿En qué pensabas? —preguntó ella, deslizando sus manos hasta su pecho.
—En hacer esto. —Se llevó un pecho a la boca. Pasó su lengua sobre sus pezones erectos, lo lamió y chupó hasta que ella pensó que iba a enloquecer. Luego se movió al otro, que ya estaba duro y suplicando por su toque. Suavemente tomó su pecho y lo metió dentro de su boca.
Ella comenzó a oscilar en su regazo, desesperada por más.
Mientras su boca continuaba su asalto sobre sus pechos, él deslizó sus manos alrededor de sus caderas. Con una mano agarró su culo, mientras que la otra la deslizó entre sus cuerpos. Sus dedos la acariciaban en su camino abriendo sus pliegues suaves y húmedos. Cuando encontró su centro, jugó con su pulgar, masajeando hacia adelante y hacia atrás hasta que la hizo temblar. Deslizó un dedo en ella, y luego otro hasta que la hizo gemir mientras sus dedos se movían dentro y fuera lentamente, encontrando un ritmo que casi la hizo acabar.Paula lo tomó del rostro y lo besó acaloradamente.
Con su lengua enredada con la suya, ella deslizó su mano por su pecho, su estómago y más abajo, hasta donde sus dedos lo encontraron duro y palpitante. Envolvió su mano alrededor de su eje y comenzó a acariciarlo
—¿Pensabas también en esto? —preguntó sintiéndose atrevida. Él hacía que ella se sintiera así. Pedro cerró los ojos y gimió.
—Sí…
Ella deslizó su mano hacia abajo, a la base, acariciando y ahuecando sus testículos mientras le susurraba en su oído.
—¿Qué más pensabas? Dime.
Pedro gimió más alto y antes de que Paula pudiera reaccionar estaba sobre su espalda y con él arrodillado entre sus piernas. En un suspiro él se estaba enterrando profundamente en su interior.
Gimieron al unísono mientras empezaban a moverse. Se sentía tan caliente… tan parecido, pero a la vez tan diferente a otras veces.
—Pedro…
—Uhmm…
—Condón —gimió ella, su voz tenía un borde de pánico—. No te pusiste condón.
Pedro salió rápidamente de su cuerpo, dejándola vacía y anhelante. Se estiró hasta abrir la gaveta de la mesita de noche tirándola casi fuera. Rápidamente encontró lo que buscaba y el sonido de una envoltura rasgándose fue música para los oídos de Paula.
—Déjame ponértelo —dijo apremiándolo.
—Si lo haces, esto podría terminar antes de que podamos empezar.
La vista de él rodando el condón sobre su pene consiguió excitarla aún más y empezó a arquear las caderas, necesitada.
—Pedro...
Él se movió sobre ella. Agarró sus manos y las puso sobre su cabeza.
—Estoy aquí —la calmó en su oído. Ella le sentía entre sus piernas, caliente, duro y listo para entrar una vez más. Él avanzó en ella, centímetro a centímetro, llenándola.
Ella abrió aún más sus piernas y él se movió más y más profundo, comenzando con un ritmo lento y tortuoso. Tomó una de sus caderas con su mano libre, deslizándose dentro y fuera mientras la clavaba en la cama. Ella tomó sus impulsos arqueándose suavemente una y otra vez y llevándola directo hasta el borde, luego retrocediendo, sosteniéndola suspendida allí por lo que pareció una eternidad. Ella gimió su nombre, frenética por tocarlo, pero él mantuvo sus muñecas contra la cama. Fue más lento y se retiró de ella casi todo el camino, fastidiándola con empujes superficiales.
—Por favor, Pedro... —rogó ella.
Él soltó sus manos, y cuando ella levantó la mirada vio que él estaba más cerca de perderse que ella.
—Envuelve tus piernas alrededor de mi cintura —graznó él.
Ella lo hizo, y él se zambulló hasta el fondo en ella.
—Oh Dios, Paula, te sientes tan bien —gimió él.
Ella deslizó sus manos por su espalda y endureció sus piernas alrededor de sus caderas, instándolo a ir más profundo, necesitando que la llenara de la forma en que sólo él podría. Sus pechos se aplastaban contra su pecho mientras él golpeaba en ella, más fuerte y más rápido, luego movió sus caderas, golpeando el lugar que la haría irse por el borde. Él deslizó sus manos debajo de su trasero, manteniéndola quieta contra sus envites.
Él la acarició posesivamente. —Me encanta estar dentro de ti, nena... Ahora quiero sentir como te corres.
Eso fue todo lo que necesitó. Paula agarró sus hombros y gritó mientras alcanzaba su punto álgido y explotaba, aferrándose a él mientras ola tras ola de placer se estrellaba sobre ella. Pedro bombeaba largo y duro mientras la agonía de su orgasmo lo atenazaba estrechamente, y la siguió. Ella abrió los ojos justo a tiempo para ver el momento cuando rendía todo su control, su nombre fue un susurro tenso en sus labios mientras se estremecía y gemía y se empujaba profundamente una última vez antes de estrellarse sobre ella.
Permanecieron así, intentando recuperar el aliento. Con la cabeza enterrada en la almohada junto a ella, amortiguando su voz, Pedro habló primero.
—Wow.
Paula giró su cabeza, presionando su mejilla contra él.
—Era justo lo que iba a decir.