miércoles, 1 de abril de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 27





Durante la siguiente semana Paula decidió volver a hacerle caso a Carolina y dedicarse a vivir su romance. Después de todo, la primera vez no había resultado tan mal ¿o sí?


Pedro se estaba convirtiendo en algo constante para ella, y le gustaba. La certeza de que apenas se diera la vuelta él estaría allí le asustaba, pero le gustaba. Su rutina incluía desayunos en la cama, paseos por la cubierta tomados de la mano, participar juntos en las actividades de las excursiones… quizás ella no debería acostumbrarse a esas cosas, pero era tan fácil. Sin embargo una duda empezaba a formarse en su mente… ¿qué pasaría cuando el viaje terminara y cada quien tuviese que volver a su vida?


Ese crucero estaba pensado para Paula se reencontrara con su musa perdida, pero también le estaba dando también la oportunidad de compartir cosas especiales con Pedro. Debo enviar una nota de agradecimiento a Vicky por esto, pensó.


El lunes tomaron el sol en la piscina mientras comentaban ideas para su novela. El martes exploraron las cascadas del río Dunn y volvieron a pasear en bicicleta, regresando con un montón de fotos nuevas al barco. El miércoles bucearon con esnórquel junto a rayas venenosas y el jueves vieron observaron la fauna marina desde un bote con fondo transparente. Cada noche era una fiesta a bordo del barco… una fiesta a la que asistieron, disfrutaron y luego continuaban en sus camarotes.


Cuando llegó el viernes Paula notó lo poco que había avanzado en su manuscrito, pero no le importó. Tenía la certeza de que la inspiración no se iba a volver a escapar de ella, así que cuando Pedro la invitó para que asistieran juntos al casino del barco, aceptó. Ella no era fanática de ese tipo de lugares, pero la emocionaba atreverse a cosas nuevas y que Pedro fuera parte de esa experiencia.


Durante el día estuvo sentada con su computadora, escribiendo, borrando y volviendo a escribir. Se había olvidado totalmente del tiempo, así que cuando Carolina apareció en su habitación no dudó y se puso en movimiento. 


Se merecía una noche de relax… y ella iba a conseguirla.


Su amiga la sorprendió con un hermoso vestido para la ocasión. Carolina extendió sobre la cama un espectacular atuendo de color violeta, anudado al cuello y con detalles en pedrería, era largo y ajustado pero con una abertura lateral que facilitaría caminar con él.


Después de bañarse y ponerse su ropa interior, su amiga le sugirió no ponerse sujetador para llevar ese vestido.


—¿Estás loca? —chilló Paula—. No tiene tirantes, no va a verse nada.


Carolina sonrió con un brillo malvado en sus ojos antes de levantar el traje y darle la vuelta para que la escritora lo viera por detrás.


—¡Yo no voy a ponerme eso! —gritó indignada.


—Oh sí, vas a usarlo y vas a dejarlo con la boca abierta.


Rindiéndose finalmente, Paula se vistió con ayuda de Carolina. Cerró el broche que ajustaba la parte superior y sintió la fría brisa del aire acondicionado acariciar su espalda totalmente desnuda.


—¡Perfecta! —exclamó Carolina.


Pedro pasó por ella unos minutos después y quedó impresionado por la vista, pero lo que realmente lo dejó sin aliento fue descubrir la espalda desnuda de Paula.


Él se quedó mirando impresionado, haciendo que Paula se sonrojara y Carolina soltara una carcajada por su reacción.


—Ahora, váyanse de aquí tortolitos —los despidió su amiga—. Y diviértanse.


Pedro y Paula salieron del camarote y caminaron entre risas por la cubierta. Cuando llegaron al casino un empleado los acompañó desde la puerta hasta el área central donde se ubicaban las diferentes mesas de juego.


—¿Y bien? —preguntó ella cuando estuvieron cerca del bar del casino.


—Te juro que cuando te invité tenía mil ideas de cosas por hacer para divertirnos pero ahora… —la frase quedó suspendida mientras él recorría su cuerpo con la mirada. Ella sonrió.


—¿Pero ahora?


—Ahora solo quiero sacarte de la vista de todos estos buitres y tenerte solo para mí —confesó.


Ambos rieron de la declaración, y Paula tenía que admitir que ella no opondría resistencia en caso de que Pedro decidiera abandonar el casino en ese momento.


Caminaron entre las mesas, saludaron a varios de los pasajeros con los que habían compartido durante las excursiones, intercambiaron algunas bromas y se sentaron a observarlos apostar en la mesa de Black Jack.


Los jugadores en la mesa estaban cada vez más animados y en un momento Pedro se vio incorporado a la partida. Paula estaba a su lado sonriendo, animándole.


—Si ganas esta mano, nos vamos a tu habitación —le susurró Paula en el oído.


—¿Y si pierdo? —preguntó él de la misma forma.


—No te gustaría averiguar eso —le guiñó el ojo.


—Eso es trampa —dijo Pedro.


Las cartas volaron sobre la mesa mientras las apuestas crecían. Paula sentía un nudo en el estómago y el calor crecer entre sus muslos. Deseaba a Pedro. 


Desesperadamente. No estaba segura de lo que le depararía el futuro, pero se preocuparía luego por eso.


Pedro, por su parte, nunca se había sentido tan motivado a ganar un juego. Miraba los naipes y le lanzaba guiños a Paula, haciéndola temblar de anticipación. Cuando los jugadores empezaron a revelar sus manos, el doctor sonrió victorioso.


—Que tengan una feliz noche, señores —anunció mientras lanzaba sus cartas y se levantaba—. Yo me retiro a disfrutar mi premio —le guiñó un ojo a los presentes y tomó a Paula de la mano. Juntos caminaron hacia la salida casi a las carreras, olvidándose de fichas y de cualquier otra cosa que no fueran ellos dos.


Llegaron al camarote que compartían Pedro y Mauricio entre risas, caricias y besos. Había una alegría casi infantil en sus rostros mientras se miraban. Pedro abrió la puerta usando su llave y la guio al interior, la empujó contra la puerta, cerrándola con el peso de sus cuerpos, y se lanzó a devorar sus labios.


Él descendió dejando un sendero de besos a través de su cuello hasta llegar a la clavícula, donde rasguñó usando sus dientes para luego lamer su piel mientras sus manos recorrían las curvas de Paula hasta asegurar sus glúteos, pegando su cuerpo contra el suyo, frotando su parte más blanda contra su parte más dura.


Paula gimió al sentir su contacto, ansiando más de su toque. 


Pedro mordisqueó el lóbulo de su oreja mientras ondulaba su cuerpo imitando los movimientos del sexo. Ella se sentía muy cerca del orgasmo, pero no quería llegar así. Quería tenerlo dentro. Quería todo de él.


—Te necesito, adentro —pidió Paula con la voz entrecortada—. Ahora.


Ella buscó a tientas las solapas de la chaqueta del traje de Pedro empujándola hacia atrás, pero él la detuvo. 


Presionando un último beso en sus labios él se separó de ella y la arrastró hacia la habitación. Paula se quedó a unos pasos de él, enfrentándolo, con la cama tras ella en silenciosa invitación.


Pedro empezó a quitarse la chaqueta con cuidada lentitud mientras la atravesaba con una mirada hambrienta. Paula sintió que todos sus temores e inhibiciones la abandonaban. Se sintió animada por el calor de su mirada, dispuesta a todo por él.


Sus manos se movieron a su corbata. Aflojó el nudo y se la quitó, y Paula tuvo que luchar contra la urgencia de sacarle de un tirón el resto de la ropa.


—¿Vas a desnudarte para mí? —preguntó en cambio, intentando que su voz sonara seductora—. Me gusta ese juego.


—Un intercambio —propuso Pedro—. Prenda por prenda.


Cuando se deshizo de la chaqueta de su traje arqueó una ceja en dirección de Paula.


—Tu turno.


Ella se quitó sus zarcillos y los lanzó sobre la chaqueta, sonriendo con descaro hacia Pedro. Él le devolvió la sonrisa y negó con la cabeza. Este era un juego que ella no iba a ganarle, pensó. Desabrochó los botones de su camisa y se la quitó, revelando una estrecha camiseta blanca que mostraba los músculos de su pecho firme.


Paula estaba ansiosa por poner sus manos sobre él. Como siguiendo sus pensamientos, él cruzó el espacio que los separaba. Su pulso se disparó mientras Pedro se acercaba, pero él no mantuvo sus manos fuera de ella.


—Ahora tú —dijo él.


Ella llevó sus manos tras el cuello, soltando el nudo que sujetaba su vestido y lo dejó caer al piso formando un charco violeta a sus pies. Dio un paso al frente para salir, cerrando un poco más la distancia que había entre ellos.


—Tienes cuatro veces más ropa que yo.


Con un rápido tirón, él se sacó su camiseta por la cabeza.


— ¿Mejor?


Paula se tomó su tiempo admirando la vista. Los duros músculos, sus abdominales, el juego de la luz en el vello que oscurecía su pecho...


Ella se adelantó y descansó sus manos sobre su pecho. 


Besó suavemente su hombro. Hizo lo mismo sobre su pecho, y después se inclinó hacia abajo, arrastrando sus labios a través de sus costillas. Luego, incapaz de evitarlo, pasó su lengua a lo largo de la fina hilera de pelo que comenzaba en su ombligo y desaparecía debajo de la hebilla de su cinturón.


Pedro la levantó y la miró a los ojos con una ferocidad que la habría asustado en cualquier otra circunstancia. La empujó hacia atrás, y cuando ella sintió el borde de la cama contra la parte trasera de sus rodillas no necesitó ningún estímulo para tumbarse encima de ella.


—Todavía tienes demasiada ropa —dijo Paula apoyándose sobre sus codos.


—No por mucho tiempo.


Ella observó cómo Pedro abría la hebilla del cinturón y el botón de los pantalones.


Sus ojos se bebieron la imagen de ella tumbada en la cama frente a él mientras se los desabrochaba rápidamente. Paula atrapó un breve vistazo de sus bóxers negros justo antes de que él los deslizara fuera junto con los pantalones, calcetines y zapatos. Luego se paró delante de ella en todo su esplendor.


Los ojos de Paula fueron bajando a esa parte de él, que estaba dura y muy excitada. Por ella.


Pedro trepó a la cama y ella se echó atrás. Su mirada ardiente la hizo temblar de anticipación, pero seguía sin tocarla.


Él inclinó la cabeza hacia su cuerpo casi desnudo y Paula se arqueó buscando el contacto, anhelando su toque… necesitándolo.


—Pedro, por favor… —su voz sonaba tan necesitada que casi no se reconocía.


Pedro sonrió.


—¿Por favor? —repitió él—. Dime lo que necesitas Paula.


—A ti… solamente a ti —confesó.


—Entonces no te haré esperar más —sus manos se movieron a sus caderas y tiró de sus bragas bajándolas por sus piernas. Plantó un beso en cada tobillo mientras se deshacía de los zapatos, entonces su boca comenzó a deslizarse hacia arriba, por su rodilla hasta su muslo, luego a lo largo de su cadera, su estómago, en el valle de sus pechos, en su cuello y pasó rápidamente hacia su boca.


Ella gimió, finalmente capaz de besarlo. Su brazo se deslizó bajo su espalda, y tiró de ella sentándola en sus piernas, a horcajadas sobre sus caderas.


—Eres tan hermosa —dijo él, rozando su dedo a lo largo de su rostro—. No hay momento del día en que no piense en ti.


—¿En qué pensabas? —preguntó ella, deslizando sus manos hasta su pecho.


—En hacer esto. —Se llevó un pecho a la boca. Pasó su lengua sobre sus pezones erectos, lo lamió y chupó hasta que ella pensó que iba a enloquecer. Luego se movió al otro, que ya estaba duro y suplicando por su toque. Suavemente tomó su pecho y lo metió dentro de su boca.


Ella comenzó a oscilar en su regazo, desesperada por más. 


Mientras su boca continuaba su asalto sobre sus pechos, él deslizó sus manos alrededor de sus caderas. Con una mano agarró su culo, mientras que la otra la deslizó entre sus cuerpos. Sus dedos la acariciaban en su camino abriendo sus pliegues suaves y húmedos. Cuando encontró su centro, jugó con su pulgar, masajeando hacia adelante y hacia atrás hasta que la hizo temblar. Deslizó un dedo en ella, y luego otro hasta que la hizo gemir mientras sus dedos se movían dentro y fuera lentamente, encontrando un ritmo que casi la hizo acabar.Paula lo tomó del rostro y lo besó acaloradamente.


Con su lengua enredada con la suya, ella deslizó su mano por su pecho, su estómago y más abajo, hasta donde sus dedos lo encontraron duro y palpitante. Envolvió su mano alrededor de su eje y comenzó a acariciarlo


—¿Pensabas también en esto? —preguntó sintiéndose atrevida. Él hacía que ella se sintiera así. Pedro cerró los ojos y gimió.


—Sí…


Ella deslizó su mano hacia abajo, a la base, acariciando y ahuecando sus testículos mientras le susurraba en su oído.


—¿Qué más pensabas? Dime.


Pedro gimió más alto y antes de que Paula pudiera reaccionar estaba sobre su espalda y con él arrodillado entre sus piernas. En un suspiro él se estaba enterrando profundamente en su interior.


Gimieron al unísono mientras empezaban a moverse. Se sentía tan caliente… tan parecido, pero a la vez tan diferente a otras veces.


—Pedro…


—Uhmm…


—Condón —gimió ella, su voz tenía un borde de pánico—. No te pusiste condón.


Pedro salió rápidamente de su cuerpo, dejándola vacía y anhelante. Se estiró hasta abrir la gaveta de la mesita de noche tirándola casi fuera. Rápidamente encontró lo que buscaba y el sonido de una envoltura rasgándose fue música para los oídos de Paula.


—Déjame ponértelo —dijo apremiándolo.


—Si lo haces, esto podría terminar antes de que podamos empezar.


La vista de él rodando el condón sobre su pene consiguió excitarla aún más y empezó a arquear las caderas, necesitada.


—Pedro...


Él se movió sobre ella. Agarró sus manos y las puso sobre su cabeza.


—Estoy aquí —la calmó en su oído. Ella le sentía entre sus piernas, caliente, duro y listo para entrar una vez más. Él avanzó en ella, centímetro a centímetro, llenándola.


Ella abrió aún más sus piernas y él se movió más y más profundo, comenzando con un ritmo lento y tortuoso. Tomó una de sus caderas con su mano libre, deslizándose dentro y fuera mientras la clavaba en la cama. Ella tomó sus impulsos arqueándose suavemente una y otra vez y llevándola directo hasta el borde, luego retrocediendo, sosteniéndola suspendida allí por lo que pareció una eternidad. Ella gimió su nombre, frenética por tocarlo, pero él mantuvo sus muñecas contra la cama. Fue más lento y se retiró de ella casi todo el camino, fastidiándola con empujes superficiales.


—Por favor, Pedro... —rogó ella.


Él soltó sus manos, y cuando ella levantó la mirada vio que él estaba más cerca de perderse que ella.


—Envuelve tus piernas alrededor de mi cintura —graznó él.


Ella lo hizo, y él se zambulló hasta el fondo en ella.


—Oh Dios, Paula, te sientes tan bien —gimió él.


Ella deslizó sus manos por su espalda y endureció sus piernas alrededor de sus caderas, instándolo a ir más profundo, necesitando que la llenara de la forma en que sólo él podría. Sus pechos se aplastaban contra su pecho mientras él golpeaba en ella, más fuerte y más rápido, luego movió sus caderas, golpeando el lugar que la haría irse por el borde. Él deslizó sus manos debajo de su trasero, manteniéndola quieta contra sus envites.


Él la acarició posesivamente. —Me encanta estar dentro de ti, nena... Ahora quiero sentir como te corres.


Eso fue todo lo que necesitó. Paula agarró sus hombros y gritó mientras alcanzaba su punto álgido y explotaba, aferrándose a él mientras ola tras ola de placer se estrellaba sobre ella. Pedro bombeaba largo y duro mientras la agonía de su orgasmo lo atenazaba estrechamente, y la siguió. Ella abrió los ojos justo a tiempo para ver el momento cuando rendía todo su control, su nombre fue un susurro tenso en sus labios mientras se estremecía y gemía y se empujaba profundamente una última vez antes de estrellarse sobre ella.


Permanecieron así, intentando recuperar el aliento. Con la cabeza enterrada en la almohada junto a ella, amortiguando su voz, Pedro habló primero.


—Wow.


Paula giró su cabeza, presionando su mejilla contra él.


—Era justo lo que iba a decir.




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