lunes, 30 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 22





Pedro y Paula caminan por la cubierta del barco hasta llegar al restaurant donde tenían la reservación. El maître verificó el nombre en la lista y los acompañó hasta su mesa. Un camarero colocó una jarra de agua y un par de copas mientras el maître se encargaba de recitar las especialidades de la casa y mostrarles la carta de vinos. 


Luego se retiró, encargando al camarero que lo había acompañado para que se encargara de atender las necesidades de la pareja el resto de la noche.


—Y bien, señorita Chaves —dijo Pedro cuando se quedaron finalmente solos—. ¿Por qué no me hablas de ti?


—No hay mucho que contar… —respondió ella encogiéndose de hombros—. Soy escritora, igual que Caro, vivo en Los Ángeles… la cafetería donde te conocí es mi favorita, allí me senté a escribir mi primera novela.


—Pasaste mucho tiempo allí, ¿no?


—Sí —asintió Paula tomando un sorbo de agua—. ¿Y tú?


—Bueno, yo no empecé a escribir mi novela allí —dijo él haciéndola reír—. Soy médico y mi consulta está en el hospital que está a unos minutos de esa cafetería, por lo que también la visito mucho.


—Es extraño que no te haya visto hasta ese día.


—Sí, es raro… y… ¿siempre has vivido en Los Ángeles?


—No, en realidad soy de Costa Mesa. Me mudé después de publicar mi primer libro… mi editorial está en la ciudad, así que es más fácil estando cerca. Es decir… más cerca.


—¿Y cómo conociste a Carolina? —le preguntó, y en ese momento llegó el camarero con sus platos y el vino que habían seleccionado.


—La conocí en un evento de la editorial… —respondió ella, suspendiendo la última palabra mientras esperaba que el camarero terminaba de servir las bebidas y se alejaba de la mesa—. Cuando publicaron mi primer libro organizaron este evento, una firma de libros… allí nos conocimos. Recuerdo que al principio me caía muy mal, pero luego nos hicimos muy amigas. Incluso a mi familia le cae muy… casi la han adoptado como un miembro más.


Se hizo un pequeño silencio mientras empezaban a disfrutar de sus platos. Pescado fresco con puré de batata para Paula y pechugas bañadas en manzana para Pedro.


—¿Y es muy grande tu familia? —preguntó él retomando la conversación.


—Soy la menor de cuatro hermanos —respondió ella después de tomar un bocado de su plato—. Nos criamos en el mismo barrio con mis abuelos, tíos y primos —la nostalgia teñía su voz pero sonreía—. Es una locura cuando nos reunimos en acción de gracias o navidad —se carcajea—. ¿Y tú? ¿También creciste en una familia numerosa?


—No tan grande —dice Pedro antes de tomar un sorbo de vino—. Solo están mis padres, mis tíos Vince y Grace, mis primos James y Samantha, mi hermano y yo. Tampoco estamos todos en la misma ciudad… mis padres están en San Diego, mis tíos y primo viven en Nueva Orleans, de mi prima no he sabido nada este año… la última vez estaba en algún lugar de Europa que ahora no recuerdo…


—Y tu hermano y tú viven en Los Ángeles —completó Paula tomando también un sorbo de vino—. No parecen muy unidos —dijo pensativamente—. Quiero decir que…


—Lo somos —se carcajeó Pedro—. No lo parece, pero realmente somos muy unidos. Todos salvo Sam… ella es una bala perdida… está en esa edad extraña en que quiere seguir siendo adolescente y vivir sin preocupaciones. El tío Vince se lo permite y ella se aprovecha. Todos los demás nos reunimos en las fiestas, nos llamamos por teléfono o intercambiamos correos.


El camarero se acercó nuevamente a la mesa para servir sus ensaladas de pasta y rúcula fresca, retirar los platos vacíos y rellenar sus copas.


—Siempre hemos vivido en Los Ángeles. Mis padres no se mudaron a San Diego hasta hace cinco años… fue lo más lejos que pudieron soportar, aunque su idea era irse al campo.


—¿Demasiado protectores? —preguntó Paula tras un bocado de ensalada y un sorbo de vino.


—Solo un poco —se burló Pedro.


Terminaron de cenar y caminaron intercambiando anécdotas familiares hasta llegar al bar donde se presentaría la banda de Jazz. Disfrutaron del espectáculo y del buen ambiente del lugar, tomaron unas cuantas bebidas y Paula ya sentía como si se conocían desde siempre.


Salieron del bar haciéndose bromas el uno al otro. Ya estaban un poco achispados mientras caminaban por la cubierta del barco.


—El hombre que estaba en tu casa el otro día, ¿es tu novio? —preguntó Pedro de repente.


Paula se detuvo y se volvió para mirarlo. Se sintió un poco mareada, por lo que se aferró a la baranda.


—¿Sergio? Es mi ex —le aclaró—. Terminamos la relación hace dos meses, pero parece que su memoria empezó a fallarle hace unos días y empezó a aparecerse en todos lados.


—Suena como un imbécil —tanteó él.


—Oh sí, es un imbécil total… el día que terminamos pretendió hacerme sentir responsable del fracaso de la relación, cuando en realidad estaba viéndose con otra —se carcajeó ella—. ¿Puedes creer este tipo? Fue mi novio desde la secundaria… yo siempre pensé que terminaríamos casados, viviendo en una casa con cerca blanca en los suburbios, criando niños y siendo felices. Pero esos finales son solo para las películas o para mis novelas. Novelas que, por cierto, ahora no puedo escribir.


—Todas las personas merecen tener lo que sueñan, Paula —respondió Pedro—. Y… ¿Cómo es eso de que ahora no puedes escribir? ¿Es que todavía sientes algo por él? ¿Por tu exnovio?


—No —admitió ella—. Por mucho tiempo creí que lo amaba. Pero ahora entiendo que el amor es otra cosa. Pero desde que terminamos no he podido escribir nada decente… es como si se hubiese robado mi mojo.


Pedro sonrió asimilando sus palabras y se concentró en la parte que más curiosidad le causaba.


—¿Y qué es el amor para ti?


—Es confianza, respeto. Desearse todos los días como el aire para respirar. Cuidar al otro. Es… todo


—¿Y ahora mismo hay algo que desees tanto como al aire para respirar? —quiso saber Pedro mientras sostenía su rostro entre las manos


—Tú —reconoció inconscientemente.


Pedro abrió los ojos como platos sorprendido por la confesión. Ella tuvo una reacción similar cuando comprendió lo que había dicho. El rostro de Paula pasó de un rosa pálido a un rojo encendido antes de que apartara la mirada.


—No me hagas caso. Olvida que lo he dicho.


—No puedo hacer eso —dijo Pedro, y le pasó un dedo por la mejilla.


Paula se estremeció. Movió el rostro contra su mano como un gatito buscando mimos.


—Te deseo, Paula —dijo con un gruñido de satisfacción. Pegó su cuerpo al de ella, acercando tentativamente su rostro al cuello de Paula para inhalar su aroma. Al instante, su excitación creció—. Tú también me deseas.


—Yo… yo…


—No lo niegues, preciosa, solo déjate llevar.


Ella tragó saliva antes de asentir. Pedro acarició los labios de Paula con los suyos, contorneándolos con su lengua como pidiendo permiso para entrar. El contacto fue suave al principio, hasta que sus lenguas se tocaron y empezaron a danzar juntas, haciendo el beso más salvaje, frenético…


Pedro creyó que nunca iba a tener suficiente de ella. No podía dejar de besarla. Torció la cabeza, tratando de profundizar el contacto, moviendo la lengua más rápido, tomando su boca de la manera en la que él quería tomar su cuerpo.


Paula no ofreció ninguna queja. Todo el tiempo se frotaron uno contra el otro, sintiendo como la temperatura se elevaba y el oxígeno escapaba de sus pulmones.


—Sí —gimió, y claramente a ella le gustaba su fervor—. Pedro… Tienes que… detenerte… No te detengas… por favor para. ¡Pedro!


No habría un alto. Él lo sabía. No había forma que abandonara el paraíso, porque allí era donde se sentía Pedro en ese momento. Presionó cada vez más duro, bebiéndose sus gemidos y sintiendo que todo lo que estaba a su alrededor dejaba de existir.


—Pedro… para... por favor —esa palabra de nuevo—. Para —las manos de ella le tiraron del pelo, forzándole a levantar la cabeza—. Te deseo —dijo Paula con la voz entrecortada—, pero no aquí. En alguna otra parte. En algún lugar privado.





INEVITABLE: CAPITULO 21





El resto de la tarde Paula la pasó concentrada en su manuscrito. Ordenando escenas que había escrito por separado, describiendo a sus personajes y haciendo notas.


Cuando terminó con eso tenía unas diez mil palabras escritas y eso la hizo sonreír. Pero también notó que estaba anocheciendo y se había olvidado de cenar.


Miró la hora y vio que tenía tiempo de tomar algo rápido en algún sitio, por lo que salió a buscar a Carolina pero su amiga no estaba en la habitación. Paula se extrañó porque no la había sentido salir, pero se encogió de hombros y lo dejó estar. Seguramente estaba aburrida, pensó.


Salió del camarote y caminó hacia el pub que visitó más temprano con Carolina. Entró y se sentó en una mesa apartada. Pidió un emparedado de pollo y una gaseosa, y cuando se lo sirvieron empezó a mordisquearlo lentamente mientas divagaba. Poco a poco el local se fue vaciando, y ella aún tenía la mitad de su comida sin tocar. Le dijo al camarero que envolviera la otra mitad del sándwich para llevárselo a su amiga, tomó la lata de refresco y salió de allí.


Cuando entró en el camarote no notó nada fuera de lo común, salvo que la puerta de Carolina ahora estaba cerrada con seguro. Tal vez regresó mientras estuve fuera, se dijo.


Metió la mitad de sándwich en el refrigerador pequeño que tenían en el minibar del camarote y entró en su habitación.


Paula cambió su ropa por un pijama de franela y se metió a la cama. Se cubrió con las sábanas y apagó las luces con el interruptor que estaba a un lado del cabecero. Cerró los ojos y con un profundo suspiro empezó a rendirse al sueño pero…


Pum. Pum. Pum.


Golpes, suspiros y gemidos empezaron a llenar el antes silencioso ambiente.


—Maldita sea, Carolina —resopló la escritora.


Irse a otro sitio a dormir no era una opción, así que hizo algo que le solía funcionar en la universidad. Tomó su iPod y sus audífonos, buscó música ruidosa y se perdió en ella.


—Será una noche muy larga —se dijo.


Al amanecer Paula no quería abandonar la cama. Le costó mucho quedarse dormida con la música sonando fuerte en sus oídos, pero los gritos de los Beastie Boys eran preferibles a los de Carolina teniendo sexo Dios sabe con quién.


A regañadientes se levantó, estirando los brazos para desperezarse. Se calzó sus pantuflas, que estaban junto a la cama, y caminó hacia el baño. Paula se salpicó un poco de agua del grifo en la cara y aprovechó para lavarse los dientes. Se recogió el cabello en una coleta y salió para cambiarse de ropa.


La escritora cambió su pijama por unos vaqueros holgados de cintura baja, una camiseta blanca de Edward Scissorhands y unas zapatillas Converse. Hoy el barco haría su primera parada en la Costa Maya y según el folleto recorrerían las pirámides. Así que estaría preparada, con ropa cómoda y fresca, para la aventura del día.


Paula no sabía si su amiga se había levantado ya, o si su amante de turno seguiría con ella. Recordó cómo se sentía Carolina después de que Mauricio se disculpara por decirle que la amaba, lo mucho que había llorado. La pena le había durado poco. Paula envidió eso. Por lo general, cuando se sentía defraudada por algo se echaba a morir como si fuera el fin del mundo. Pero no Carolina. A menos que…


—¿Será él? —se preguntó entre risas.


Pero no se quedó a averiguarlo. En lugar de eso fue por algo de desayunar y por una cámara fotográfica en la tienda de electrónica del barco, porque cuando buscó la suya en casa antes de salir no la encontró.


Paula se reunió en la cubierta con el resto de los pasajeros que se apuntó a la visita guiada. Bajaron del barco y en el puerto estaba un autobús esperándolos para ir a las Ruinas de Chacchoben. El trayecto fue de casi una hora, pero el animado ambiente, las risas y canciones de los demás pasajeros hicieron que Paula se sintiera a gusto.


Cuando llegaron, la escritora se quedó sin aliento. La majestuosidad de las estructuras, así como la sensación de intemporalidad de aquel lugar cautivaron a Paula. Levantó la cámara que colgaba de su cuello y empezó a tomar fotografías. Siguió al guía que iba relatando datos sobre la cultura maya, los edificios, sacrificios que solían realizar y su estilo de vida, mientras ella continuaba capturando instantáneas.


Paula se encontró con su amiga Carolina cuando el grupo en el que iba regresó al puerto. Juntas tomaron el almuerzo en un hermoso restaurant local donde tuvieron algunos inconvenientes para comunicarse con el camarero. Las amigas terminaron de comer y tomaron varias bebidas, caminaron y se hicieron fotografías juntas. Fue un día especial y diferente para ambas, así que cuando regresaron al barco estaban muy animadas y alegres.


—Ahora vamos a arreglarte para tu cita —aplaudió Carolina mientras abordaban nuevamente el barco.


—Estoy nerviosa —confesó Paula sonrojándose hasta las orejas.


—¡Oh! ¡Qué genial! —celebró su amiga—. Vas a tener una noche maravillosa, cariño. Vas a divertirte y no vas a regresar a tu habitación sin, por lo menos, un beso. Y con “por lo menos” quiero decir que puedes ir a por todas si es lo que el cuerpo te pide.


—Es nuestra primera cita.


—Y ya no tienes dieciséis años.


Entre risas, Paula se preparó para su cita con la ayuda de Carolina. Después de un baño iniciaron el ritual de peinado y maquillaje. Carolina le aplicó barniz de uña negro en manos y pies. Mientras se secaban las uñas de su amiga, su amiga se dedicó a arreglar su cabello. Decidió alisárselo y ondular las puntas para darle un poco de volumen. Cuando tuvo listo el cabello, pasó algún rato trabajando el maquillaje de Paula


Ojos ahumados, un poco de rubor y un gloss color rosa para sus labios. Se veía estupenda.


—Bien, ya estás casi lista —dijo Carolina dándole espacio a Paula para que se viera en el espejo mientras iba por la ropa.


Un sencillo vestido de cuello redondo y falda tubular por encima de las rodillas, blanco con estampado de leopardo y cremalleras expuestas en los puños. Para completar el atuendo, unos stilettos negros cruzados al frente y con correas en los tobillos.


Cuando Paula estuvo lista ambas chicas salieron a esperar en la sala. Carolina se echó en el sofá con una soda entre las manos, alcanzó el mando a distancia del televisor y empezó a pasar los canales para encontrar algo en que entretenerse.Paula, en cambio, empezó a caminar de un lugar a otro.


—¿Podrías, por favor, sentarte? —le pidió su amiga—. Vas a abrir una zanja en el piso, y te recuerdo que estamos en un barco —se burló.


—Tonta —bufó Paula ocultando una sonrisa.


—Impaciente —respondió Carolina.


Unos golpes en la puerta hicieron saltar a la escritora, haciendo que Carolina sonriera más ampliamente.


—Espera en la habitación y sales cuando te llame, ¿ok? —le susurró, entonces caminó hacia la puerta.


—Hola Paula… tiempo sin verte —se burló Carolina—. ¿A qué debo el honor de tu visita?


—¿Por qué me parece que estás disfrutando esto? —respondió Pedro sonriendo, acercándose a saludarla con un beso en la mejilla—. Vine por Paula, pero eso ya lo sabías.


Carolina se carcajea y lo hace pasar a la sala de estar. Le señala el sofá y lo invita a sentarse.


—Ya la llamo —dice dejándolo por un momento para ir a tocar la puerta de la habitación—. Pau, te buscan —alza la voz para llamar a su amiga.


Paula sale de la habitación y le da una mirada a su amiga para transmitirle lo nerviosa que se siente. Carolina le da un guiño y un apretón cariñoso en el hombro para transmitirle confianza. Cuando llegan a la sala de estar, Pedro se levanta y dedica a Paula una amplia sonrisa.


—Te ves hermosa —dice —. Bueno, tú eres hermosa, pero hoy te ves especialmente atractiva —aclara.


—Y bien, doctor Alfonso… ¿dónde piensas llevar a mi chica? —Carolina interrumpe el momento para bromear con su actitud maternal.


—Iremos a cenar, y luego a ver una banda de Jazz que me recomendaron —responde sin dejar de ver a Paula.


—¿A qué hora piensas traerla a casa? —sigue Carolina con su papel de madre.


—Ya fue suficiente de eso, Caro —se queja la escritora—. ¿Nos vamos? —le pregunta a Pedro.


Él asiente. Paula empieza a caminar hacia la puerta y Pedro la sigue. Carolina va tras ellos sin dejar de reír. Cuando salen, ella los despide con la mano.


—Que se diviertan, chicos —les dice alzando la voz cuando se han alejado por el pasillo.





domingo, 29 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 20




Pedro recorría metódicamente las diferentes áreas del barco. 


Bueno… específicamente el área comercial del barco. 


Tiendas de ropa, calzado, joyerías, peluquería…


Tan acostumbrado como estaba a su celular, olvidó que dentro del barco solo podía comunicarse a través de Internet inalámbrico. Las llamadas y mensajes de texto quedaban fuera del menú.


Tenía bastante rato caminando y ya estaba cansado. Decidió volver al camarote y probar suerte más tarde. Emprendió el regreso cuando ella, repentinamente, apareció en su campo de visión. Llevaba el mismo vestido playero que le había visto en la mañana. Su rostro estaba sonrojado por efecto del sol, y su cabello danzaba alegremente al viento. Pedro no pudo evitar sonreír.


—Justo te estaba buscando —dijo él cuando estuvo frente a ella.


—Pues qué casualidad —respondió Paula con un tono divertido—. Yo también te buscaba. Dime ¿para qué querías verme? —ella sonrió con timidez.


—Quería recordarte nuestra cita de mañana —él le devolvió la sonrisa.


—No he aceptado —le recordó ella.


—Tienes razón —él fingió tristeza—. No lo has hecho.


—Pero lo haré —dijo Paula—. Saldré contigo.


En el fondo Pedro había esperado que ella lo rechazara, así que cuando Paula dijo las palabras, él se abalanzó sobre ella y se apoderó de su boca. Tras unos segundos, en los que el mundo parecía haberse detenido, se separó de ella jadeante.


—Lo… lo siento —se disculpó—. Prometo comportarme como un caballero mañana. Solo tienes que decirme dónde debo recogerte.


Paula le dio las señas de cómo llegar a su camarote y se despidieron, no sin cierta renuencia. Pedro hizo el camino a su habitación con una sonrisa en los labios. Cuando la escritora se quedó sola empezó a chillar y canturrear como una adolescente.


¿Con que eso es lo que se siente al vivir el hoy? Creo que debo hacerlo más seguido, se dijo mientras sonreía.



*****


Carolina había sentido llegar a su amiga. También había escuchado como canturreaba y se encerraba en su habitación.


—Supongo que se encontraron—se dijo.


Después de ducharse había intentado tomar una siesta pero, en honor a la verdad, aquello no estaba funcionando.


Ella se levantó de la cama, tomó unos vaqueros rasgados de entre su ropa y se cambió la camiseta por una negra de tirantes. Se puso unas sandalias planas, recogió su cabello de cualquier manera y salió de allí. Si a Paula le habían funcionado sus consejos, no veía por qué no podía usarlos en sí misma. Con ese pensamiento se dispuso a buscar a Mauricio. Ya él había hablado, primero para decirle que la amaba y luego para decir que lo sentía. Pues bien, ahora le tocaba a ella.


Caminó con decisión, reafirmándose el propósito de ese encuentro. Le confesaría sus sentimientos.


—¿Y si realmente cambió de opinión?


Que Dios la ayudara si era así.


Después de tantos años conociéndose, Carolina podía apostar un riñón a que Mauricio no estaba encerrado en su habitación como ella había estado hasta hace unos minutos. 


Se encaminó hacia el área de entretenimiento, donde tenían una pared de escalar entre otras atracciones. Estaba segura de que allí lo encontraría.


No pasó mucho tiempo antes de que lo divisara. Estaba plantado frente a la pared con rocas falsas, observando a un par de chicos ascenderla. Carolina se paró junto a él y respiró profundo antes de hablar.


—¿Quieres intentarlo? —le preguntó.


Mauricio se sobresaltó al notarla junto a él, pero su expresión sorprendida fue reemplazada rápidamente por una sonrisa luminosa...


—Solo si tú lo intentas.


El desafío le recordó su adolescencia. Vivían retándose mutuamente a hacer actos o bien muy heroicos o muy estúpidos según se vean.


—Bien —aceptó ella—. Si llego a la cima primero que tú… 
—empezó a decir, pero luego se acercó a su oído y susurró para que solo él pudiera escucharla—. Te tendré en mi cama esta noche.


Mauricio tragó saliva, visiblemente sorprendido por la proposición.


—¿Y si yo gano? —preguntó.


—Me tendrás en la tuya —ella se encogió de hombros—. Lo cual me parece un trato bastante justo, si me preguntas.


—¿Qué clase de juego es este, Carolina? —Mauricio frunció el ceño—. Primero huyes de mí y ahora…


—Tengo derecho a cambiar de opinión… ¿no lo crees? ¿O es que acaso ya no me encuentras deseable?


—Somos amigos, Carolina.


—Eso no responde mi pregunta —dijo ella con un mohín. Siempre le había gustado hacerlo molestar.


—La respuesta que quieres, ¿hará una diferencia? —preguntó.


Carolina gruñó indignada. Intenta otra cosa, pensó. Echó un vistazo para tratar de alcanzar a quien asignaba los turnos en la pared, cuando lo hizo tiró de Mauricio por el cuello de su camiseta y lo arrastró hasta el lugar donde debían registrarse.


—Carolina, no me estás escuchando —gruñó Mauricio. La verdad es que ella no le prestó atención a ninguna de las cosas que dijo mientras ideaba su plan B sobre la marcha.


—Escucha una cosa, Alfonso —dijo ella con la advertencia tiñendo su voz—. Admito que me comporté como una cobarde al salir corriendo cuando lo que quería era decir que yo también te amaba…—siempre le había costado admitir sus errores, así que esta confesión era lo más difícil que había hecho—. Pero no tengo ganas de seguir corriendo, ¿me entiendes? Tú eliges si subir a esa pared o ir directamente al sitio donde ambos queremos estar.


Carolina tiró de su cabeza hacia abajo, hacia su rostro, y aplastó sus labios contra los de él. Al instante, él abrió la boca y sus lenguas se encontraron en una profunda y húmeda acometida. Ella sintió una oleada de calor cuando el sabor a menta la invadió.


Se pegó a él. Lo necesitaba. Mientras el fuego la devoraba, se frotó contra su cuerpo, incapaz de contenerse. Él la agarró por el pelo y tomó el control absoluto de su boca. Ella se había visto atrapada en un remolino de pasión y sed que sólo Mauricio podía calmar. Había entrado por las puertas del cielo sin dar un solo paso.


El murmullo de gritos y vítores se alzó a su alrededor, entonces Mauricio interrumpió el beso.


—Bien —suspiró—. Tú ganas. Tú siempre ganas.


Carolina le regaló una sonrisa radiante, entonces se alejaron de la multitud para disfrutar el uno del otro.







INEVITABLE: CAPITULO 19





Pedro no estaba tan seguro de que Paula aceptaría su invitación, sin embargo había hecho reservaciones en uno de los restaurantes y había sacado boletos para el espectáculo de Jazz que su hermano le comentó durante el desayuno.


Estuvo recorriendo diferentes tiendas en el barco, incapaz de decidir si le regalaba algo a Paula en su primera cita o no. 


Al regresar a la habitación guardó los pases en su chaqueta y la colgó en el closet, entonces fue a la sala de estar y encendió el televisor de plasma, cambiando los canales en intervalos irregulares.


—¿Puedes dejar de hacer eso? Es molesto —se quejó Mauricio.


El doctor se volvió para responderle a su hermano sin fijarse en qué canal dejó el televisor. Un profundo gemino lo hizo girarse hacia el televisor.


—Debo suponer que no invitaste a la chica, y por eso buscas consuelo allí —se burló el hermano mientras señalaba al televisor.


Paula estaba avergonzado. Por primera vez en su vida lo pescaban mirando pornografía, y ni siquiera había sido algo premeditado.


—Quita esa cara, hombre… tampoco es como si mamá te hubiese atrapado.


Ambos sonrieron con nostalgia. Había paso bastante tiempo desde la última vez que visitaron a sus padres en San Diego. 


Paula había planificado pasar a verlos después del viaje, antes de volver al hospital. Tendría un par de semanas para asegurarse de que estuvieran bien y ponerse al corriente con sus cosas.


—Mamá es una santa —respondió—. La pobre nunca se dio cuenta de que ocultabas tus revistas entre los libros de la escuela. Ella pensaba que estabas pasando por tu fase de buen estudiante. Nunca se explicó cómo es que tenías notas tan bajas si eras tan dedicado —se carcajeó.


—Claro que se dio cuenta —dijo Mauricio sonriendo—. El año que te fuiste para asistir a la universidad, la tía Grace nos visitó y se quedó un par de días. Yo estaba en mi puesto habitual, pretendiendo hacer tareas y ella preguntó que qué hacía… entonces mamá le dijo haciendo como que estudia mientras mira esas cochinadas que le regala George—las últimas palabras las soltó con un falsete con el que pretendía imitar una voz femenina.


Los hermanos intercambiaron una mirada divertida antes de soltar una sonora carcajada. Paula siempre supo que su padre era el proveedor oficial de su hermano menor, pero no tenía idea de qué tanto sabía su madre. Por lo visto, sabía mucho.


—La cuestión es que desde ese día dejé de ocultar las revistas —admitió Mauricio —. Y ya no tenía gracia hacer algo prohibido si mamá lo sabía y hacía de la vista gorda, así que…


—Te cambiaste a las películas y a la acción en vivo.


—Exacto.


—Dime una cosa, Mauricio —Paula quería llamar la atención de su hermano a un tema serio—. No quiero entrometerme en tu vida, pero ¿vas a hacer algo respecto a Carolina?


Los hombros del menor de los Alfonso se hundieron.


—Juro que cuando fui a verla después de… bueno, ya sabes… yo tenía un plan —reconoció—. Me disculparía, pretendería que todo estaba igual que siempre y poco a poco iría demostrándole que con ella las cosas eran diferentes.


—¿Qué cambió?


—No estoy tan seguro de que eso vaya a funcionar —suspiró derrotado—. ¿Sabes? Siempre había escuchado decir que los hombres y las mujeres no podían ser amigos, que era falso y todo eso. Pero Carolina ha sido mi amiga por años. Me ha apoyado, escuchado y regañado cuando lo he necesitado. Se ganó mi respeto cuando se le plantó a sus padres porque quería ser escritora, aunque ellos quisieran que se convirtiera en abogada, o cualquier otra cosa. Ella en cambio solo ha visto lo peor de mí, porque no he sido otra cosa que un vago que va follándose todo lo que se mueve.


—Eres muy duro contigo mismo.


—La verdad a veces es dura —se encogió de hombros—. El caso es que, ¿alguien como ella realmente querría estar con alguien como yo?


—Haz que valga la pena para ella… es todo lo que puedo decirte —su hermano tenía esa expresión paternal que últimamente era tan frecuente—. Aplica tus propios consejos, Mauricio. Yo decidí hacerte caso y…


—¿Vas a salir con ella?


—No lo sé. La invité, pero aún no sé si aceptará.


—¿Y cómo se supone que va a avisarte, genio? —se burló Mauricio—. Si no te has dado cuenta, tu celular se quedó sin servicio desde ayer por la noche. ¿O la invitaste a un lugar específico?


—¡Mierda! ¡No! Solo la invité y me fui… las reservaciones las hice después —se golpeó la frente con la palma de la mano—. ¿Cómo pude ser tan descuidado?


—Tranquilo superhombre, eso tiene remedio.


—¿En serio? ¿Cuál?


—Pues, tu chica es amiga de la mayor compradora compulsiva que he conocido en mi vida —declaró—. Así que —miró su reloj—. En estos momentos, si decidió aceptar, debe estar siendo arrastrada de tienda en tienda por Carolina James.


—¿Y si no?


—Pues, mi estimado Romeo, te tocará visitar camarote por camarote hasta encontrarla.



*****


Paula y su amiga habían estado tomando cocteles bajo el sol en el área de la piscina durante buena parte del día. La hora del almuerzo las encontró tumbadas disfrutando de la brisa del mar y de la música tropical que había empezado a tocar un grupo en los alrededores.


El estómago de Paula se protestó. Ella se levantó decidida a buscar algo para calmar a la bestia que ahora rugía incontrolable, pero solo tenía barras con bebidas cerca. Para conseguir comida tenía que ir a otra área del barco, y preferiblemente vestida.


—¿En qué piensas? —preguntó Carolina.


—En comida —dijo ella encogiéndose de hombros.


—Pues parece que nuestras mentes están conectadas, querida.


Las amigas se carcajearon mientras empezaban a levantar sus cosas. Se pusieron sus vestidos playeros y se encaminaron hacia el área comercial.


Antes de llegar al nivel con tiendas de ropa femenina había un bar que tenía toda la forma de un pub inglés. En el anuncio ponía que ofrecían diferentes tipos de cerveza, además de diferentes tipos de comida. Las chicas no lo pensaron dos veces y entraron.


Se acomodaron en una mesa, al fondo del bar. Rápidamente un chico pelirrojo, que estaría en sus tempranos veintes, las abordó para entregarles la carta y recitar las especialidades del día.


Ambas se decantaron por filetes de ternera acompañado con puré de papas y vegetales salteados. Junto a su orden tendrían un par de cervezas de barril.


Varios minutos más tarde, un humeante plato estaba frente a cada una. Carolina y Paula comieron hasta quedar satisfechas, intercambiando de vez en cuando murmullos de apreciación. Antes de salir se encargaron de felicitar personalmente al encargado. Fue cuando se enteraron de que aquel era un negocio familiar, regentado por una auténtica familia británica que se complacía en pasear por el Caribe un pedacito de su país.


Caminaron por las tiendas pese que no era la actividad favorita de Paula. Ella se dejó guiar por los consejos de su amiga en cuanto a la elección del atuendo y de los accesorios, aunque tenían diferencias en cuanto a la ropa interior. Pasaron bastante rato discutiendo sobre si debía o no llevar lencería sexy en la primera cita ante la mirada divertida de las encargadas de atenderlas.


Volvieron exhaustas a la habitación. Carolina se disculpó y se retiró a su habitación para darse una ducha y descansar un rato. Paula, por su parte, aunque estaba cansada sabía que no podría dormir. Su cerebro estaba trabajando al doble de velocidad. La idea de aventurarse en una cita con Pedro la ponía nerviosa, pero también la excitaba.


Por una vez piensa solo en el hoy


Recordó una vez más las palabras de su amiga. Las repetía en su mente como un mantra para infundirse valor. Carolina tenía razón.


La escritora sintió la necesidad de buscar a Pedro y decirle su decisión. Decirle que sí aceptaba salir con él. Y que fuera lo que Dios quisiera.