lunes, 30 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 21





El resto de la tarde Paula la pasó concentrada en su manuscrito. Ordenando escenas que había escrito por separado, describiendo a sus personajes y haciendo notas.


Cuando terminó con eso tenía unas diez mil palabras escritas y eso la hizo sonreír. Pero también notó que estaba anocheciendo y se había olvidado de cenar.


Miró la hora y vio que tenía tiempo de tomar algo rápido en algún sitio, por lo que salió a buscar a Carolina pero su amiga no estaba en la habitación. Paula se extrañó porque no la había sentido salir, pero se encogió de hombros y lo dejó estar. Seguramente estaba aburrida, pensó.


Salió del camarote y caminó hacia el pub que visitó más temprano con Carolina. Entró y se sentó en una mesa apartada. Pidió un emparedado de pollo y una gaseosa, y cuando se lo sirvieron empezó a mordisquearlo lentamente mientas divagaba. Poco a poco el local se fue vaciando, y ella aún tenía la mitad de su comida sin tocar. Le dijo al camarero que envolviera la otra mitad del sándwich para llevárselo a su amiga, tomó la lata de refresco y salió de allí.


Cuando entró en el camarote no notó nada fuera de lo común, salvo que la puerta de Carolina ahora estaba cerrada con seguro. Tal vez regresó mientras estuve fuera, se dijo.


Metió la mitad de sándwich en el refrigerador pequeño que tenían en el minibar del camarote y entró en su habitación.


Paula cambió su ropa por un pijama de franela y se metió a la cama. Se cubrió con las sábanas y apagó las luces con el interruptor que estaba a un lado del cabecero. Cerró los ojos y con un profundo suspiro empezó a rendirse al sueño pero…


Pum. Pum. Pum.


Golpes, suspiros y gemidos empezaron a llenar el antes silencioso ambiente.


—Maldita sea, Carolina —resopló la escritora.


Irse a otro sitio a dormir no era una opción, así que hizo algo que le solía funcionar en la universidad. Tomó su iPod y sus audífonos, buscó música ruidosa y se perdió en ella.


—Será una noche muy larga —se dijo.


Al amanecer Paula no quería abandonar la cama. Le costó mucho quedarse dormida con la música sonando fuerte en sus oídos, pero los gritos de los Beastie Boys eran preferibles a los de Carolina teniendo sexo Dios sabe con quién.


A regañadientes se levantó, estirando los brazos para desperezarse. Se calzó sus pantuflas, que estaban junto a la cama, y caminó hacia el baño. Paula se salpicó un poco de agua del grifo en la cara y aprovechó para lavarse los dientes. Se recogió el cabello en una coleta y salió para cambiarse de ropa.


La escritora cambió su pijama por unos vaqueros holgados de cintura baja, una camiseta blanca de Edward Scissorhands y unas zapatillas Converse. Hoy el barco haría su primera parada en la Costa Maya y según el folleto recorrerían las pirámides. Así que estaría preparada, con ropa cómoda y fresca, para la aventura del día.


Paula no sabía si su amiga se había levantado ya, o si su amante de turno seguiría con ella. Recordó cómo se sentía Carolina después de que Mauricio se disculpara por decirle que la amaba, lo mucho que había llorado. La pena le había durado poco. Paula envidió eso. Por lo general, cuando se sentía defraudada por algo se echaba a morir como si fuera el fin del mundo. Pero no Carolina. A menos que…


—¿Será él? —se preguntó entre risas.


Pero no se quedó a averiguarlo. En lugar de eso fue por algo de desayunar y por una cámara fotográfica en la tienda de electrónica del barco, porque cuando buscó la suya en casa antes de salir no la encontró.


Paula se reunió en la cubierta con el resto de los pasajeros que se apuntó a la visita guiada. Bajaron del barco y en el puerto estaba un autobús esperándolos para ir a las Ruinas de Chacchoben. El trayecto fue de casi una hora, pero el animado ambiente, las risas y canciones de los demás pasajeros hicieron que Paula se sintiera a gusto.


Cuando llegaron, la escritora se quedó sin aliento. La majestuosidad de las estructuras, así como la sensación de intemporalidad de aquel lugar cautivaron a Paula. Levantó la cámara que colgaba de su cuello y empezó a tomar fotografías. Siguió al guía que iba relatando datos sobre la cultura maya, los edificios, sacrificios que solían realizar y su estilo de vida, mientras ella continuaba capturando instantáneas.


Paula se encontró con su amiga Carolina cuando el grupo en el que iba regresó al puerto. Juntas tomaron el almuerzo en un hermoso restaurant local donde tuvieron algunos inconvenientes para comunicarse con el camarero. Las amigas terminaron de comer y tomaron varias bebidas, caminaron y se hicieron fotografías juntas. Fue un día especial y diferente para ambas, así que cuando regresaron al barco estaban muy animadas y alegres.


—Ahora vamos a arreglarte para tu cita —aplaudió Carolina mientras abordaban nuevamente el barco.


—Estoy nerviosa —confesó Paula sonrojándose hasta las orejas.


—¡Oh! ¡Qué genial! —celebró su amiga—. Vas a tener una noche maravillosa, cariño. Vas a divertirte y no vas a regresar a tu habitación sin, por lo menos, un beso. Y con “por lo menos” quiero decir que puedes ir a por todas si es lo que el cuerpo te pide.


—Es nuestra primera cita.


—Y ya no tienes dieciséis años.


Entre risas, Paula se preparó para su cita con la ayuda de Carolina. Después de un baño iniciaron el ritual de peinado y maquillaje. Carolina le aplicó barniz de uña negro en manos y pies. Mientras se secaban las uñas de su amiga, su amiga se dedicó a arreglar su cabello. Decidió alisárselo y ondular las puntas para darle un poco de volumen. Cuando tuvo listo el cabello, pasó algún rato trabajando el maquillaje de Paula


Ojos ahumados, un poco de rubor y un gloss color rosa para sus labios. Se veía estupenda.


—Bien, ya estás casi lista —dijo Carolina dándole espacio a Paula para que se viera en el espejo mientras iba por la ropa.


Un sencillo vestido de cuello redondo y falda tubular por encima de las rodillas, blanco con estampado de leopardo y cremalleras expuestas en los puños. Para completar el atuendo, unos stilettos negros cruzados al frente y con correas en los tobillos.


Cuando Paula estuvo lista ambas chicas salieron a esperar en la sala. Carolina se echó en el sofá con una soda entre las manos, alcanzó el mando a distancia del televisor y empezó a pasar los canales para encontrar algo en que entretenerse.Paula, en cambio, empezó a caminar de un lugar a otro.


—¿Podrías, por favor, sentarte? —le pidió su amiga—. Vas a abrir una zanja en el piso, y te recuerdo que estamos en un barco —se burló.


—Tonta —bufó Paula ocultando una sonrisa.


—Impaciente —respondió Carolina.


Unos golpes en la puerta hicieron saltar a la escritora, haciendo que Carolina sonriera más ampliamente.


—Espera en la habitación y sales cuando te llame, ¿ok? —le susurró, entonces caminó hacia la puerta.


—Hola Paula… tiempo sin verte —se burló Carolina—. ¿A qué debo el honor de tu visita?


—¿Por qué me parece que estás disfrutando esto? —respondió Pedro sonriendo, acercándose a saludarla con un beso en la mejilla—. Vine por Paula, pero eso ya lo sabías.


Carolina se carcajea y lo hace pasar a la sala de estar. Le señala el sofá y lo invita a sentarse.


—Ya la llamo —dice dejándolo por un momento para ir a tocar la puerta de la habitación—. Pau, te buscan —alza la voz para llamar a su amiga.


Paula sale de la habitación y le da una mirada a su amiga para transmitirle lo nerviosa que se siente. Carolina le da un guiño y un apretón cariñoso en el hombro para transmitirle confianza. Cuando llegan a la sala de estar, Pedro se levanta y dedica a Paula una amplia sonrisa.


—Te ves hermosa —dice —. Bueno, tú eres hermosa, pero hoy te ves especialmente atractiva —aclara.


—Y bien, doctor Alfonso… ¿dónde piensas llevar a mi chica? —Carolina interrumpe el momento para bromear con su actitud maternal.


—Iremos a cenar, y luego a ver una banda de Jazz que me recomendaron —responde sin dejar de ver a Paula.


—¿A qué hora piensas traerla a casa? —sigue Carolina con su papel de madre.


—Ya fue suficiente de eso, Caro —se queja la escritora—. ¿Nos vamos? —le pregunta a Pedro.


Él asiente. Paula empieza a caminar hacia la puerta y Pedro la sigue. Carolina va tras ellos sin dejar de reír. Cuando salen, ella los despide con la mano.


—Que se diviertan, chicos —les dice alzando la voz cuando se han alejado por el pasillo.





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