domingo, 29 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 19





Pedro no estaba tan seguro de que Paula aceptaría su invitación, sin embargo había hecho reservaciones en uno de los restaurantes y había sacado boletos para el espectáculo de Jazz que su hermano le comentó durante el desayuno.


Estuvo recorriendo diferentes tiendas en el barco, incapaz de decidir si le regalaba algo a Paula en su primera cita o no. 


Al regresar a la habitación guardó los pases en su chaqueta y la colgó en el closet, entonces fue a la sala de estar y encendió el televisor de plasma, cambiando los canales en intervalos irregulares.


—¿Puedes dejar de hacer eso? Es molesto —se quejó Mauricio.


El doctor se volvió para responderle a su hermano sin fijarse en qué canal dejó el televisor. Un profundo gemino lo hizo girarse hacia el televisor.


—Debo suponer que no invitaste a la chica, y por eso buscas consuelo allí —se burló el hermano mientras señalaba al televisor.


Paula estaba avergonzado. Por primera vez en su vida lo pescaban mirando pornografía, y ni siquiera había sido algo premeditado.


—Quita esa cara, hombre… tampoco es como si mamá te hubiese atrapado.


Ambos sonrieron con nostalgia. Había paso bastante tiempo desde la última vez que visitaron a sus padres en San Diego. 


Paula había planificado pasar a verlos después del viaje, antes de volver al hospital. Tendría un par de semanas para asegurarse de que estuvieran bien y ponerse al corriente con sus cosas.


—Mamá es una santa —respondió—. La pobre nunca se dio cuenta de que ocultabas tus revistas entre los libros de la escuela. Ella pensaba que estabas pasando por tu fase de buen estudiante. Nunca se explicó cómo es que tenías notas tan bajas si eras tan dedicado —se carcajeó.


—Claro que se dio cuenta —dijo Mauricio sonriendo—. El año que te fuiste para asistir a la universidad, la tía Grace nos visitó y se quedó un par de días. Yo estaba en mi puesto habitual, pretendiendo hacer tareas y ella preguntó que qué hacía… entonces mamá le dijo haciendo como que estudia mientras mira esas cochinadas que le regala George—las últimas palabras las soltó con un falsete con el que pretendía imitar una voz femenina.


Los hermanos intercambiaron una mirada divertida antes de soltar una sonora carcajada. Paula siempre supo que su padre era el proveedor oficial de su hermano menor, pero no tenía idea de qué tanto sabía su madre. Por lo visto, sabía mucho.


—La cuestión es que desde ese día dejé de ocultar las revistas —admitió Mauricio —. Y ya no tenía gracia hacer algo prohibido si mamá lo sabía y hacía de la vista gorda, así que…


—Te cambiaste a las películas y a la acción en vivo.


—Exacto.


—Dime una cosa, Mauricio —Paula quería llamar la atención de su hermano a un tema serio—. No quiero entrometerme en tu vida, pero ¿vas a hacer algo respecto a Carolina?


Los hombros del menor de los Alfonso se hundieron.


—Juro que cuando fui a verla después de… bueno, ya sabes… yo tenía un plan —reconoció—. Me disculparía, pretendería que todo estaba igual que siempre y poco a poco iría demostrándole que con ella las cosas eran diferentes.


—¿Qué cambió?


—No estoy tan seguro de que eso vaya a funcionar —suspiró derrotado—. ¿Sabes? Siempre había escuchado decir que los hombres y las mujeres no podían ser amigos, que era falso y todo eso. Pero Carolina ha sido mi amiga por años. Me ha apoyado, escuchado y regañado cuando lo he necesitado. Se ganó mi respeto cuando se le plantó a sus padres porque quería ser escritora, aunque ellos quisieran que se convirtiera en abogada, o cualquier otra cosa. Ella en cambio solo ha visto lo peor de mí, porque no he sido otra cosa que un vago que va follándose todo lo que se mueve.


—Eres muy duro contigo mismo.


—La verdad a veces es dura —se encogió de hombros—. El caso es que, ¿alguien como ella realmente querría estar con alguien como yo?


—Haz que valga la pena para ella… es todo lo que puedo decirte —su hermano tenía esa expresión paternal que últimamente era tan frecuente—. Aplica tus propios consejos, Mauricio. Yo decidí hacerte caso y…


—¿Vas a salir con ella?


—No lo sé. La invité, pero aún no sé si aceptará.


—¿Y cómo se supone que va a avisarte, genio? —se burló Mauricio—. Si no te has dado cuenta, tu celular se quedó sin servicio desde ayer por la noche. ¿O la invitaste a un lugar específico?


—¡Mierda! ¡No! Solo la invité y me fui… las reservaciones las hice después —se golpeó la frente con la palma de la mano—. ¿Cómo pude ser tan descuidado?


—Tranquilo superhombre, eso tiene remedio.


—¿En serio? ¿Cuál?


—Pues, tu chica es amiga de la mayor compradora compulsiva que he conocido en mi vida —declaró—. Así que —miró su reloj—. En estos momentos, si decidió aceptar, debe estar siendo arrastrada de tienda en tienda por Carolina James.


—¿Y si no?


—Pues, mi estimado Romeo, te tocará visitar camarote por camarote hasta encontrarla.



*****


Paula y su amiga habían estado tomando cocteles bajo el sol en el área de la piscina durante buena parte del día. La hora del almuerzo las encontró tumbadas disfrutando de la brisa del mar y de la música tropical que había empezado a tocar un grupo en los alrededores.


El estómago de Paula se protestó. Ella se levantó decidida a buscar algo para calmar a la bestia que ahora rugía incontrolable, pero solo tenía barras con bebidas cerca. Para conseguir comida tenía que ir a otra área del barco, y preferiblemente vestida.


—¿En qué piensas? —preguntó Carolina.


—En comida —dijo ella encogiéndose de hombros.


—Pues parece que nuestras mentes están conectadas, querida.


Las amigas se carcajearon mientras empezaban a levantar sus cosas. Se pusieron sus vestidos playeros y se encaminaron hacia el área comercial.


Antes de llegar al nivel con tiendas de ropa femenina había un bar que tenía toda la forma de un pub inglés. En el anuncio ponía que ofrecían diferentes tipos de cerveza, además de diferentes tipos de comida. Las chicas no lo pensaron dos veces y entraron.


Se acomodaron en una mesa, al fondo del bar. Rápidamente un chico pelirrojo, que estaría en sus tempranos veintes, las abordó para entregarles la carta y recitar las especialidades del día.


Ambas se decantaron por filetes de ternera acompañado con puré de papas y vegetales salteados. Junto a su orden tendrían un par de cervezas de barril.


Varios minutos más tarde, un humeante plato estaba frente a cada una. Carolina y Paula comieron hasta quedar satisfechas, intercambiando de vez en cuando murmullos de apreciación. Antes de salir se encargaron de felicitar personalmente al encargado. Fue cuando se enteraron de que aquel era un negocio familiar, regentado por una auténtica familia británica que se complacía en pasear por el Caribe un pedacito de su país.


Caminaron por las tiendas pese que no era la actividad favorita de Paula. Ella se dejó guiar por los consejos de su amiga en cuanto a la elección del atuendo y de los accesorios, aunque tenían diferencias en cuanto a la ropa interior. Pasaron bastante rato discutiendo sobre si debía o no llevar lencería sexy en la primera cita ante la mirada divertida de las encargadas de atenderlas.


Volvieron exhaustas a la habitación. Carolina se disculpó y se retiró a su habitación para darse una ducha y descansar un rato. Paula, por su parte, aunque estaba cansada sabía que no podría dormir. Su cerebro estaba trabajando al doble de velocidad. La idea de aventurarse en una cita con Pedro la ponía nerviosa, pero también la excitaba.


Por una vez piensa solo en el hoy


Recordó una vez más las palabras de su amiga. Las repetía en su mente como un mantra para infundirse valor. Carolina tenía razón.


La escritora sintió la necesidad de buscar a Pedro y decirle su decisión. Decirle que sí aceptaba salir con él. Y que fuera lo que Dios quisiera.





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