lunes, 30 de marzo de 2015
INEVITABLE: CAPITULO 22
Pedro y Paula caminan por la cubierta del barco hasta llegar al restaurant donde tenían la reservación. El maître verificó el nombre en la lista y los acompañó hasta su mesa. Un camarero colocó una jarra de agua y un par de copas mientras el maître se encargaba de recitar las especialidades de la casa y mostrarles la carta de vinos.
Luego se retiró, encargando al camarero que lo había acompañado para que se encargara de atender las necesidades de la pareja el resto de la noche.
—Y bien, señorita Chaves —dijo Pedro cuando se quedaron finalmente solos—. ¿Por qué no me hablas de ti?
—No hay mucho que contar… —respondió ella encogiéndose de hombros—. Soy escritora, igual que Caro, vivo en Los Ángeles… la cafetería donde te conocí es mi favorita, allí me senté a escribir mi primera novela.
—Pasaste mucho tiempo allí, ¿no?
—Sí —asintió Paula tomando un sorbo de agua—. ¿Y tú?
—Bueno, yo no empecé a escribir mi novela allí —dijo él haciéndola reír—. Soy médico y mi consulta está en el hospital que está a unos minutos de esa cafetería, por lo que también la visito mucho.
—Es extraño que no te haya visto hasta ese día.
—Sí, es raro… y… ¿siempre has vivido en Los Ángeles?
—No, en realidad soy de Costa Mesa. Me mudé después de publicar mi primer libro… mi editorial está en la ciudad, así que es más fácil estando cerca. Es decir… más cerca.
—¿Y cómo conociste a Carolina? —le preguntó, y en ese momento llegó el camarero con sus platos y el vino que habían seleccionado.
—La conocí en un evento de la editorial… —respondió ella, suspendiendo la última palabra mientras esperaba que el camarero terminaba de servir las bebidas y se alejaba de la mesa—. Cuando publicaron mi primer libro organizaron este evento, una firma de libros… allí nos conocimos. Recuerdo que al principio me caía muy mal, pero luego nos hicimos muy amigas. Incluso a mi familia le cae muy… casi la han adoptado como un miembro más.
Se hizo un pequeño silencio mientras empezaban a disfrutar de sus platos. Pescado fresco con puré de batata para Paula y pechugas bañadas en manzana para Pedro.
—¿Y es muy grande tu familia? —preguntó él retomando la conversación.
—Soy la menor de cuatro hermanos —respondió ella después de tomar un bocado de su plato—. Nos criamos en el mismo barrio con mis abuelos, tíos y primos —la nostalgia teñía su voz pero sonreía—. Es una locura cuando nos reunimos en acción de gracias o navidad —se carcajea—. ¿Y tú? ¿También creciste en una familia numerosa?
—No tan grande —dice Pedro antes de tomar un sorbo de vino—. Solo están mis padres, mis tíos Vince y Grace, mis primos James y Samantha, mi hermano y yo. Tampoco estamos todos en la misma ciudad… mis padres están en San Diego, mis tíos y primo viven en Nueva Orleans, de mi prima no he sabido nada este año… la última vez estaba en algún lugar de Europa que ahora no recuerdo…
—Y tu hermano y tú viven en Los Ángeles —completó Paula tomando también un sorbo de vino—. No parecen muy unidos —dijo pensativamente—. Quiero decir que…
—Lo somos —se carcajeó Pedro—. No lo parece, pero realmente somos muy unidos. Todos salvo Sam… ella es una bala perdida… está en esa edad extraña en que quiere seguir siendo adolescente y vivir sin preocupaciones. El tío Vince se lo permite y ella se aprovecha. Todos los demás nos reunimos en las fiestas, nos llamamos por teléfono o intercambiamos correos.
El camarero se acercó nuevamente a la mesa para servir sus ensaladas de pasta y rúcula fresca, retirar los platos vacíos y rellenar sus copas.
—Siempre hemos vivido en Los Ángeles. Mis padres no se mudaron a San Diego hasta hace cinco años… fue lo más lejos que pudieron soportar, aunque su idea era irse al campo.
—¿Demasiado protectores? —preguntó Paula tras un bocado de ensalada y un sorbo de vino.
—Solo un poco —se burló Pedro.
Terminaron de cenar y caminaron intercambiando anécdotas familiares hasta llegar al bar donde se presentaría la banda de Jazz. Disfrutaron del espectáculo y del buen ambiente del lugar, tomaron unas cuantas bebidas y Paula ya sentía como si se conocían desde siempre.
Salieron del bar haciéndose bromas el uno al otro. Ya estaban un poco achispados mientras caminaban por la cubierta del barco.
—El hombre que estaba en tu casa el otro día, ¿es tu novio? —preguntó Pedro de repente.
Paula se detuvo y se volvió para mirarlo. Se sintió un poco mareada, por lo que se aferró a la baranda.
—¿Sergio? Es mi ex —le aclaró—. Terminamos la relación hace dos meses, pero parece que su memoria empezó a fallarle hace unos días y empezó a aparecerse en todos lados.
—Suena como un imbécil —tanteó él.
—Oh sí, es un imbécil total… el día que terminamos pretendió hacerme sentir responsable del fracaso de la relación, cuando en realidad estaba viéndose con otra —se carcajeó ella—. ¿Puedes creer este tipo? Fue mi novio desde la secundaria… yo siempre pensé que terminaríamos casados, viviendo en una casa con cerca blanca en los suburbios, criando niños y siendo felices. Pero esos finales son solo para las películas o para mis novelas. Novelas que, por cierto, ahora no puedo escribir.
—Todas las personas merecen tener lo que sueñan, Paula —respondió Pedro—. Y… ¿Cómo es eso de que ahora no puedes escribir? ¿Es que todavía sientes algo por él? ¿Por tu exnovio?
—No —admitió ella—. Por mucho tiempo creí que lo amaba. Pero ahora entiendo que el amor es otra cosa. Pero desde que terminamos no he podido escribir nada decente… es como si se hubiese robado mi mojo.
Pedro sonrió asimilando sus palabras y se concentró en la parte que más curiosidad le causaba.
—¿Y qué es el amor para ti?
—Es confianza, respeto. Desearse todos los días como el aire para respirar. Cuidar al otro. Es… todo
—¿Y ahora mismo hay algo que desees tanto como al aire para respirar? —quiso saber Pedro mientras sostenía su rostro entre las manos
—Tú —reconoció inconscientemente.
Pedro abrió los ojos como platos sorprendido por la confesión. Ella tuvo una reacción similar cuando comprendió lo que había dicho. El rostro de Paula pasó de un rosa pálido a un rojo encendido antes de que apartara la mirada.
—No me hagas caso. Olvida que lo he dicho.
—No puedo hacer eso —dijo Pedro, y le pasó un dedo por la mejilla.
Paula se estremeció. Movió el rostro contra su mano como un gatito buscando mimos.
—Te deseo, Paula —dijo con un gruñido de satisfacción. Pegó su cuerpo al de ella, acercando tentativamente su rostro al cuello de Paula para inhalar su aroma. Al instante, su excitación creció—. Tú también me deseas.
—Yo… yo…
—No lo niegues, preciosa, solo déjate llevar.
Ella tragó saliva antes de asentir. Pedro acarició los labios de Paula con los suyos, contorneándolos con su lengua como pidiendo permiso para entrar. El contacto fue suave al principio, hasta que sus lenguas se tocaron y empezaron a danzar juntas, haciendo el beso más salvaje, frenético…
Pedro creyó que nunca iba a tener suficiente de ella. No podía dejar de besarla. Torció la cabeza, tratando de profundizar el contacto, moviendo la lengua más rápido, tomando su boca de la manera en la que él quería tomar su cuerpo.
Paula no ofreció ninguna queja. Todo el tiempo se frotaron uno contra el otro, sintiendo como la temperatura se elevaba y el oxígeno escapaba de sus pulmones.
—Sí —gimió, y claramente a ella le gustaba su fervor—. Pedro… Tienes que… detenerte… No te detengas… por favor para. ¡Pedro!
No habría un alto. Él lo sabía. No había forma que abandonara el paraíso, porque allí era donde se sentía Pedro en ese momento. Presionó cada vez más duro, bebiéndose sus gemidos y sintiendo que todo lo que estaba a su alrededor dejaba de existir.
—Pedro… para... por favor —esa palabra de nuevo—. Para —las manos de ella le tiraron del pelo, forzándole a levantar la cabeza—. Te deseo —dijo Paula con la voz entrecortada—, pero no aquí. En alguna otra parte. En algún lugar privado.
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