domingo, 29 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 20




Pedro recorría metódicamente las diferentes áreas del barco. 


Bueno… específicamente el área comercial del barco. 


Tiendas de ropa, calzado, joyerías, peluquería…


Tan acostumbrado como estaba a su celular, olvidó que dentro del barco solo podía comunicarse a través de Internet inalámbrico. Las llamadas y mensajes de texto quedaban fuera del menú.


Tenía bastante rato caminando y ya estaba cansado. Decidió volver al camarote y probar suerte más tarde. Emprendió el regreso cuando ella, repentinamente, apareció en su campo de visión. Llevaba el mismo vestido playero que le había visto en la mañana. Su rostro estaba sonrojado por efecto del sol, y su cabello danzaba alegremente al viento. Pedro no pudo evitar sonreír.


—Justo te estaba buscando —dijo él cuando estuvo frente a ella.


—Pues qué casualidad —respondió Paula con un tono divertido—. Yo también te buscaba. Dime ¿para qué querías verme? —ella sonrió con timidez.


—Quería recordarte nuestra cita de mañana —él le devolvió la sonrisa.


—No he aceptado —le recordó ella.


—Tienes razón —él fingió tristeza—. No lo has hecho.


—Pero lo haré —dijo Paula—. Saldré contigo.


En el fondo Pedro había esperado que ella lo rechazara, así que cuando Paula dijo las palabras, él se abalanzó sobre ella y se apoderó de su boca. Tras unos segundos, en los que el mundo parecía haberse detenido, se separó de ella jadeante.


—Lo… lo siento —se disculpó—. Prometo comportarme como un caballero mañana. Solo tienes que decirme dónde debo recogerte.


Paula le dio las señas de cómo llegar a su camarote y se despidieron, no sin cierta renuencia. Pedro hizo el camino a su habitación con una sonrisa en los labios. Cuando la escritora se quedó sola empezó a chillar y canturrear como una adolescente.


¿Con que eso es lo que se siente al vivir el hoy? Creo que debo hacerlo más seguido, se dijo mientras sonreía.



*****


Carolina había sentido llegar a su amiga. También había escuchado como canturreaba y se encerraba en su habitación.


—Supongo que se encontraron—se dijo.


Después de ducharse había intentado tomar una siesta pero, en honor a la verdad, aquello no estaba funcionando.


Ella se levantó de la cama, tomó unos vaqueros rasgados de entre su ropa y se cambió la camiseta por una negra de tirantes. Se puso unas sandalias planas, recogió su cabello de cualquier manera y salió de allí. Si a Paula le habían funcionado sus consejos, no veía por qué no podía usarlos en sí misma. Con ese pensamiento se dispuso a buscar a Mauricio. Ya él había hablado, primero para decirle que la amaba y luego para decir que lo sentía. Pues bien, ahora le tocaba a ella.


Caminó con decisión, reafirmándose el propósito de ese encuentro. Le confesaría sus sentimientos.


—¿Y si realmente cambió de opinión?


Que Dios la ayudara si era así.


Después de tantos años conociéndose, Carolina podía apostar un riñón a que Mauricio no estaba encerrado en su habitación como ella había estado hasta hace unos minutos. 


Se encaminó hacia el área de entretenimiento, donde tenían una pared de escalar entre otras atracciones. Estaba segura de que allí lo encontraría.


No pasó mucho tiempo antes de que lo divisara. Estaba plantado frente a la pared con rocas falsas, observando a un par de chicos ascenderla. Carolina se paró junto a él y respiró profundo antes de hablar.


—¿Quieres intentarlo? —le preguntó.


Mauricio se sobresaltó al notarla junto a él, pero su expresión sorprendida fue reemplazada rápidamente por una sonrisa luminosa...


—Solo si tú lo intentas.


El desafío le recordó su adolescencia. Vivían retándose mutuamente a hacer actos o bien muy heroicos o muy estúpidos según se vean.


—Bien —aceptó ella—. Si llego a la cima primero que tú… 
—empezó a decir, pero luego se acercó a su oído y susurró para que solo él pudiera escucharla—. Te tendré en mi cama esta noche.


Mauricio tragó saliva, visiblemente sorprendido por la proposición.


—¿Y si yo gano? —preguntó.


—Me tendrás en la tuya —ella se encogió de hombros—. Lo cual me parece un trato bastante justo, si me preguntas.


—¿Qué clase de juego es este, Carolina? —Mauricio frunció el ceño—. Primero huyes de mí y ahora…


—Tengo derecho a cambiar de opinión… ¿no lo crees? ¿O es que acaso ya no me encuentras deseable?


—Somos amigos, Carolina.


—Eso no responde mi pregunta —dijo ella con un mohín. Siempre le había gustado hacerlo molestar.


—La respuesta que quieres, ¿hará una diferencia? —preguntó.


Carolina gruñó indignada. Intenta otra cosa, pensó. Echó un vistazo para tratar de alcanzar a quien asignaba los turnos en la pared, cuando lo hizo tiró de Mauricio por el cuello de su camiseta y lo arrastró hasta el lugar donde debían registrarse.


—Carolina, no me estás escuchando —gruñó Mauricio. La verdad es que ella no le prestó atención a ninguna de las cosas que dijo mientras ideaba su plan B sobre la marcha.


—Escucha una cosa, Alfonso —dijo ella con la advertencia tiñendo su voz—. Admito que me comporté como una cobarde al salir corriendo cuando lo que quería era decir que yo también te amaba…—siempre le había costado admitir sus errores, así que esta confesión era lo más difícil que había hecho—. Pero no tengo ganas de seguir corriendo, ¿me entiendes? Tú eliges si subir a esa pared o ir directamente al sitio donde ambos queremos estar.


Carolina tiró de su cabeza hacia abajo, hacia su rostro, y aplastó sus labios contra los de él. Al instante, él abrió la boca y sus lenguas se encontraron en una profunda y húmeda acometida. Ella sintió una oleada de calor cuando el sabor a menta la invadió.


Se pegó a él. Lo necesitaba. Mientras el fuego la devoraba, se frotó contra su cuerpo, incapaz de contenerse. Él la agarró por el pelo y tomó el control absoluto de su boca. Ella se había visto atrapada en un remolino de pasión y sed que sólo Mauricio podía calmar. Había entrado por las puertas del cielo sin dar un solo paso.


El murmullo de gritos y vítores se alzó a su alrededor, entonces Mauricio interrumpió el beso.


—Bien —suspiró—. Tú ganas. Tú siempre ganas.


Carolina le regaló una sonrisa radiante, entonces se alejaron de la multitud para disfrutar el uno del otro.







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