Desaparecieron en la oscuridad del bosque mientras tres coches oficiales pasaban por la carretera. Luego volvieron a salir y recorrieron el largo camino a casa. A cada instante, a Lisandro se le ocurría otro aspecto que comentar sobre su temeraria huida. Paula sabía que no escucharía con frecuencia a su hijo utilizar las palabras «increíble» y «mamá» en la misma frase a medida que se hiciera mayor, así que disfrutaba de aquel momento único.
—¿Quién es el héroe ahora? —preguntó Pedro mientras levantaba a Lisandro en brazos.
Caminaron en silencio. La conversación era casi imposible cuando había tantas cosas que decir.
—Has estado asombroso —dijo Paula finalmente después de que Lisandro se quedara dormido en brazos de Pedro—. Arriesgarte así por Lisandro, por nosotros… Gracias. Debiste de ser un soldado extraordinario. Un gran activo en combate.
—Todos los activos tienen su fecha de caducidad. Después de hoy, no creo que fuese un soldado tan efectivo.
—¿Por qué no? A mí me ha parecido que no habías perdido ninguna de tus habilidades.
—Me parece que he perdido mi corazón.
—Quería decir que… que esta noche me he dado cuenta de lo importante que debe de ser tu entrenamiento cuando estás en un combate de verdad. La manera en que sabías exactamente lo que hacer…
Pedro dejó de andar y se volvió hacia ella.
—Esto era un combate de verdad, Paula. El hecho de que no fuera en una guerra no significa que sea menos peligroso. Era peor que la guerra porque Lisandro no era un simple objetivo, un nombre en un documento. Esto era personal. Era nuestro Lisandro. He luchado lo mismo que tú por intentar ser objetivo. Por eso he perdido.
—Creo que ahora lo comprendo. No es una decisión que tomas. Tomar o dejar el ejército. Eres tú. Está en todo lo que haces, en todo lo que piensas. Está inculcado con la misma fuerza que cualquier valor que yo intente inculcarle a mi hijo. He visto cómo te comportas con él. He visto el impacto positivo que has tenido en su comportamiento. Te respeta, Pedro. Respeta tu autoridad natural y responde a ella. No le hace daño, le hace más fuerte —se detuvo en seco y el suelo pareció vibrar bajo sus pies—. Oh, Pedro, ¿y si yo le he debilitado?
—No te juzgues a ti misma de esta forma. Has hecho un gran trabajo al educarlo sola, sin ayuda. No hay nada de malo en que quieras a tu hijo y no quieras que le hagan daño.
—Sí que lo hay. Necesita salvarme. Se ha puesto en peligro esta noche porque siente que es responsable de mí. Yo estaba intentando protegerlo y en vez de eso le he hecho pensar que su madre no puede defenderse. Que un niño de ocho años tenga que proteger a su madre. ¡Yo le he hecho esto, Pedro! Después de todo a lo que sobreviví con mi padre, he olvidado cómo ser fuerte.
—Eres la mujer más fuerte que conozco, Paula Chaves. No deseabas criar a tu hijo como tu padre te educó a ti. Eso es comprensible. Todo el mundo tiene una debilidad. Perdónate por eso.
—Tú no. Tú estás hecho de piedra.
—Nada de eso, Paula. Me he dejado absorber por la culpa por un error de hace décadas. Me alisté en el ejército para huir del matrimonio conflictivo de mis padres. Huí del ejército cuando la cosa se puso fea. Huí de la muerte y ahora estoy huyendo de ti. De lo que Lisandro y tú representáis. Es lo que yo hago, Paula. Huir. Ésa es mi debilidad.
Paula se quedó mirándole, sin importarle que pudiera leer sus sentimientos solo con ver su rostro.
—Estás temblando. Deberíamos seguir andando.
—Debería haber esperado antes de actuar cuando me di cuenta de que Julián estaba implicado en el contrabando —dijo ella mientras retomaban el paso—. Debería haber hablado primero contigo. Traicioné nuestra… —¿qué tenían? ¿Una relación? ¿Un vínculo? ¿Una amistad?—. Te traicioné. Lo siento mucho, Pedro.
—No me debes nada, Paula. Si acaso, te lo debo yo a ti. Lisandro y tú me habéis dado más de lo que puedes imaginar estos últimos meses. Me dejaste entrar en tu familia y nunca lo olvidaré.
«No tienes por qué olvidarlo», quería gritar. «Pídemelo y me quedaré».
Sin Julian cerca, Lisandro estaría a salvo. Quería que todos estuvieran a salvo. Juntos. Aguantó la respiración, aguardó la más mínima señal que indicase que quería que se quedase.
Finalmente su cuerpo la obligó a respirar de nuevo, y el aire frío le llegó al fondo de su alma al darse cuenta…
No se lo iba a pedir.
Sintió un calor extraño en la mejilla y se dio cuenta de que la parte más caliente de su cuerpo frío eran sus lágrimas.