—¿Paula? ¿Qué sucede? Tu mensaje parecía urgente.
Paula estaba temblando, y no solo por el aire frío de la noche. También por la adrenalina. Por la ansiedad. ¿Cómo diablos iba a empezar esa conversación?
«Gracias por venir, Pedro. Ah, por cierto, tu hermano es oficialmente un criminal. ¿Un café?».
—Estás temblando —dijo él tras agarrarle las manos—. Siéntate.
—¿Podemos hablar fuera, Pedro? Lisandro está durmiendo.
—Claro —contestó él con el ceño fruncido—. ¿Es que vamos a ponernos a gritar? Si es por lo del otro día…
—No —dijo ella con un susurro—. Al menos no directamente. Por favor, vamos fuera.
En el porche de atrás, Paula comenzó a dar vueltas de un lado a otro para ordenar sus pensamientos. Él la observaba, pero sin hablar.
Finalmente reveló la parte más fácil de la historia.
—Julian mató a ese canguro.
—Paula…
—Escúchame. Encontré el coche aquella noche en el acto benéfico, cuando me torcí el tobillo. Era de Julián. Hace una hora me lo han confirmado los de tráfico.
Pedro apretó la mandíbula y se dio la vuelta.
—¿Sigues detrás de él?
—Nunca he ido tras él, Pedro. Pero ahora sí.
—Paula, se arrepiente. Me dijo que…
—¿Quieres escucharme? Esto no tiene nada que ver con que tu hermano intentara ligar conmigo. Ni siquiera sabía que era tu hermano a quien estaba investigando cuando pedí que analizaran el número de matrícula. Solo estaba haciendo mi trabajo.
Pedro la miró de reojo con los párpados entornados.
—Atropello al canguro y no lo dijo —añadió ella.
—Pues demándalo, Paula. Si atropello al canguro, le daré un sermón sobre responsabilidad. No es nada bueno, pero tampoco es una ofensa federal.
—Pedro, hay más…
—Oh, apuesto a que sí. Eres entusiasta en tu búsqueda de la justicia.
Paula se sintió juzgada por sus palabras y se le formó un nudo en la garganta.
—Pero no pares ahora, Paula. Escúpelo todo. ¿Qué más ha hecho mi horrible hermano?
—Estoy… estoy preocupada por las cacatúas. El agujero en la verja… Creo que Julián está implicado. El informe de aduanas ha…
—¡Para!
—Fue expulsado de Estados Unidos con cargos por drogas, Pedro. Cargos serios. Tiene un informe criminal.
Paula vio las emociones en su rostro, un rostro que había llegado a adorar. El horror, la pena, la aceptación.
—Lo sé.
Ella se quedó mirándolo durante varios segundos sin saber qué decir.
—¿Entonces por qué me he partido el corazón para intentar decírtelo?
Pedro se sentó en la mecedora del porche.
—Tuvo que venir a casa. Eran parte de sus condiciones. Que viviera conmigo. Aquí. Quería tener la oportunidad de demostrar que había cambiado. De empezar de cero.
—Lo comprendo.
—Creo que todos lo comprendemos.
—Y crees que estoy robándole esa oportunidad.
—¿Acaso no estás haciéndolo?