sábado, 27 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 57

 

Paula se retorció incómodamente por enésima vez. Las sillas de su cocina no estaban hechas para largos periodos de tiempo sentada. Flexionó la espalda dolorida e hizo un par de estiramientos rápidos para distraer su atención del portátil. Cuanto más miraba, menos sentido tenían las imágenes. Un batiburrillo de mapas y puntos de interés.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó Lisandro al sentarse a su lado.


—Tratar de averiguar quién atropello a ese canguro —se lo había contado todo al niño, con la esperanza de que así recuperase el interés por los animales. No había funcionado. Seguía obsesionado con Pedro y con el ejército.


—¿Por qué? ¿No es demasiado tarde?


—Tal vez pueda evitar que vuelvan a hacerlo. La oportunidad de educar a alguien.


—¿Es un trabajo duro?


—Es solo que siento que algo se me escapa. Como si estuviera justo aquí… —se golpeó la frente y luego negó con la cabeza.


—¿Quieres leerlo en voz alta?


Ella siempre le hacía leer a Lisandro en voz alta las palabras que no comprendía, para ayudarle a comprender.


—¿Tienes unos minutos?


—Claro —contestó el niño—. Siempre es mejor que hacer los deberes de matemáticas.


—Muy bien. Esto es WildSprings —dijo ella mientras señalaba al oeste del mapa—. Ésta es la zona de admisiones donde yo trabajo. Ésta es nuestra casa… y la de Pedro… y por aquí paso mucho tiempo.


—¿Es ésa la verja que no dejas de arreglar?


—Ésa es. Sabiendo eso, ¿puedes decirme dónde está la charca de las ranas?


Lisandro señaló inmediatamente un punto al sur de su casa. Ella sonrió.


—¿Y cuál es el camino más rápido desde nuestra casa a la de Pedro?


—¿A pie o en coche?


—A pie.


El niño se quedó mirando el mapa.


—¿Ésta es la hondonada? ¿La que recorrimos para llegar al sitio donde duermen las aves? Lo que significa que la casa de Pedro está… ¿ahí?


Paula miró el mapa, sorprendida de que lo hubiera encontrado.


—Bien hecho. Sí, así es. Y aquí es donde encontramos al canguro — señaló un punto intermedio entre el lugar de las aves y la zona de la verja que estaba convirtiéndose en su segundo hogar. Nosotros nos dirigíamos hacia el este cuando encontramos al canguro. Así que, suponiendo que los culpables entraran por el agujero de la verja aquí —señaló al este de WildSprings—, entonces deberíamos habérnoslos cruzado después de que atropellaran al canguro. Pero no los vimos. ¿Así que dónde fueron?


—¿Podrían haberse escondido en alguna parte?


—Es improbable. Pedro y yo habríamos visto las huellas en la carretera.


—¿Tenían que entrar por el agujero de la verja? —preguntó Lisandro tras una larga pausa.


—Supongo que podrían haber entrado por la entrada principal de WildSprings…


—No. Quiero decir que si no podrían haber salido por la verja.


Paula se quedó de piedra contemplando a su brillante hijo. La solución era evidente.


No era un atajo para entrar; era un atajo para salir.


—¡Lisandro, eres un genio! Ahora es hora de irse a la cama.


—¡Pero si te he ayudado!


—Sí, así es. Pero hasta que no inventes una máquina para alargar el tiempo, siguen siendo las ocho. Hora de acostarse. Veinte minutos de lectura cuando tengas el pijama puesto. Luego luces fuera.


El niño se dirigió a regañadientes hacia las escaleras.


—Y, Lisandro—continuó ella—, gracias. Realmente me has ayudado.


El niño estiró la espalda con orgullo y desapareció escaleras arriba.




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