sábado, 20 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 33

 


Paula se dejó guiar de vuelta hasta el salón, donde les aguardaba la pasta, buscando desesperadamente algo que decir y que pudiera poner fin a aquel silencio incómodo.


—¿Y cuál es la historia de Julian Lopez? —preguntó.


—¿Qué quieres decir? —preguntó Pedro mientras se llevaba el tenedor a la boca.


—Es joven para dirigir un lugar así.


—¿Y eso viniendo de ti?


—Tengo buen instinto para la gente. No me parece del todo… cómodo en su papel. Como un traje que no le queda bien.


Pedro se quedó mirándola.


—Interesante. ¿Qué más?


—No le caigo bien.


—Según tú, no le caes bien a la mitad del personal.


—Pero con él es cierto. Desde el primer día. Prácticamente le sale por los poros.


—Es porque te contraté. Está molesto.


—Tú eres el jefe. Puedes contratar a quien quieras, ¿verdad?


—Es complicado.


—Si quiero hacer bien mi trabajo, tendré que saber cuáles son los secretos.


Pedro dejó el tenedor en el plato y se limpió los labios lentamente con la servilleta.


—Julian es mi hermano.


—¿Qué? ¿Desde cuándo?


—Pues básicamente desde que nació.


—Qué gracioso —dijo ella sarcásticamente—. ¿Y pensabas decírmelo o ibas a dejar que siguiera hablando de él?


—Te lo estoy diciendo ahora.


—¿Por qué no lo habías mencionado antes?


—No es pertinente.


—Desde luego que lo es. Las relaciones familiares en los lugares de trabajo incrementan las probabilidades de que se cometa un crimen, ¿lo sabías? Van en segundo lugar por detrás de las relaciones sentimentales.


—Gracias por el dato. Pero éste es un negocio familiar. Él es la última persona que querría matarme.


—¿Cuánto tiempo lleva trabajando para ti?


—¿Se trata de una pregunta personal o profesional?


Paula tomó aliento y reculó.


—Personal —contestó—. Me interesa saberlo.


Pedro no parecía convencido.


—Mi madre se llevó a Julián con ella a Estados Unidos cuando se marchó. Él vivió allí hasta que cumplió los diecinueve. Luego… quiso regresar a casa.


Paula frunció el ceño.


—¿Abandonó a vuestra madre?


—Crecemos, Paula. Todos nos separamos de nuestras madres tarde o temprano. Incluso Leighton lo hará.


Estaba cambiando de tema y Paula se dio cuenta al instante.


—Volviendo a Julián… ¿Regresó a WildSprings y lo nombraste director financiero?


—Había trabajado como conserje en un gran hotel en Chicago. Tenía las habilidades adecuadas y yo no estaba interesado en dirigir el parque por entonces. Acababa de volver. Así que le pedí que se quedase.


—¿En qué hotel?


—No lo sé. No me importa. Algo francés. Algo grande.


—Debes de confiar mucho en él para darle el trabajo de entrada.


—¿Acaso tú no?


—Solo estaba intentando sacar un tema de conversación.


—Realmente no te cae nada bien, ¿verdad? —apartó el plato medio vacío—. Es mi hermano, Paula Claro que confío en él. Y le debo…


Si no se hubiera detenido tan en seco, tal vez Paula lo hubiese dejado pasar.


—¿Le debes qué?


—No creo que eso tenga nada que ver con la seguridad del parque.


A Paula se le aceleró el corazón. Se recostó en la silla y vio su mirada severa. Caso cerrado.


—¿Quién era? —preguntó él tras varios minutos comiendo en silencio.


—¿Quién?


—El hombre que te enseñó tanto sobre el ejército.


—¿Por qué tiene que ser un hombre? A lo mejor simplemente me interesa la historia militar de Australia.


—¿Es así?


—No —no podía mentirle a los ojos.


—¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos?


—Era mi padre.


—¿Tu padre? Pensé que… parecías tan…


—¿Creías que huía de una relación rota? Supongo que en cierto modo es así. Pero no de una relación sentimental.


No había estado con nadie desde la noche en la que Lisandro había sido concebido, pero no iba a decirle eso.


—¿En qué rama estaba?


—Es coronel en el ejército.


Paula supo perfectamente el momento en el que Pedro hizo la asociación.


—¿El coronel Martín Chaves es tu padre? Es una leyenda.


—Estoy segura de que sí. Vivía el ejército.


—¿Y tú huyes de él?


—Como padre no era una leyenda precisamente. Yo no quería criar a mi hijo bajo su influencia. ¿Recuerdas tu entrenamiento básico?


Su resoplido fue inmediato.


—¿Cómo iba a olvidarlo? Fue un infierno.


—¿Cuántos años tenías?


—Dieciocho.


—Pues imagina tener cinco años.


Se puso en pie, recogió ambos platos y los llevó a la cocina, donde comenzó a limpiarlos. De pronto unas manos grandes cubrieron las suyas.


—Déjalo, Paula —dijo Pedro tras ella.


Le quitó los platos, le estrechó una mano y la condujo al porche. Ella lo siguió, inundada por los recuerdos amargos de su niñez.




viernes, 19 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 32

 


Pedro se entretuvo en la cocina y Paula aprovechó la oportunidad para poner distancia entre ellos. Subió por la escalera de caracol hasta el segundo piso y recorrió el pasillo de puntillas. Inmediatamente a su izquierda estaba el dormitorio principal. Evitó mirar y siguió adelante; no estaba preparada para invadir su espacio personal, pero no era capaz de decir por qué. Comenzó en la parte final del pasillo.


La primera puerta que abrió fue un cuarto de baño, decorado con sencillez, pero con gusto. La siguiente habitación era un pequeño estudio, algo menos ordenado que el resto de la casa. Al otro lado del pasillo había una habitación de invitados con una cama individual y decoración simple.


Paula regresó después a la primera puerta que había visto. El dormitorio principal. Se quedó helada. «Solo es una habitación», se dijo a sí misma. «Asoma la cabeza y vuelve abajo. Así de sencillo».


Empujó la puerta con el hombro y miró hacia atrás. Los ruidos provenientes de la cocina la alentaron a continuar. Lo más llamativo de la habitación era una cama grande y baja con una colcha color carbón.


Se dio la vuelta y se fijó en una serie de armarios empotrados en una pared. Pedro había colocado dos sillones enormes en un rincón. Todo le parecía… grande. De pronto se sintió como el pequeño Jack en el cuento de las judías mágicas, husmeando por el palacio del gigante en busca del ganso dorado.


Un brillo dorado en la pared contraria llamó su atención. Había una pequeña curiosidad enmarcada que ocupaba un lugar de honor. A la izquierda había una espada plateada flanqueada por dos serpientes con el lema Morte prima di disonore escrito en la base. La muerte antes que el deshonor. Era el símbolo de las Fuerzas Especiales Taipán. De ahí reconocía su tatuaje.


Situado a la derecha había un lazo rojo con una estrella dorada con llamas incorporadas. Se quedó sin aliento. No era el honor militar más alto de Australia, pero era de los más raros.


—Es una condecoración por la valentía.


Al oír su voz tras ella, Paula se dio la vuelta, avergonzada por estar fisgoneando.


—Lo sé —susurró—. Por actos de valentía en acción, en circunstancias de gran peligro.


—¿Cómo sabes esas cosas?


—¿Qué hiciste tú para ganar esto?


Ninguno de los dos quería contestar. Se quedaron mirándose en silencio, hasta que Pedro lo rompió.


—Los espaguetis están listos.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 31

 


En menos de dos minutos ya habían llegado. Paula se quedó con la boca abierta al ver su famosa casa del árbol, cuyo nombre no podía ser más apropiado.


Construida alrededor de unos troncos majestuosos, la casa de madera y cristal parecía crecer del propio bosque que la rodeaba. La luz invitaba a entrar, y Pedro aparcó el coche justo bajo los cimientos. Segundos más tarde, Paula subió por la escalera de madera que conducía a la casa.


—Es increíble. ¿La construiste tú?


—En parte es prefabricada y modificada por un arquitecto. Utilicé ayuda a medida que iba necesitándola, pero, por lo demás, la construí yo mismo.


—¿Y te llevó dos años? —había dicho algo sobre vivir en su casa durante ese tiempo.


—Quería hacerlo bien.


—Pues lo hiciste bien. Esto es precioso.


El lugar parecía un santuario. La mezcla entre materiales naturales, espacio y luz resultaba curativa en sí misma.


—Deberías estar orgulloso de esto.


Pedro pareció ruborizarse ligeramente. Pulsó entonces un interruptor y en el exterior se encendieron un sinfín de luces que iluminaron los árboles que los rodeaban.


—¿Podemos apagarlas? —preguntó ella, y se acercó a las puertas de cristal que daban al porche. No quería alterar el deambular nocturno de las zarigüeyas—. Me encanta la oscuridad en WildSprings.


Pedro la siguió y se colocó tras ella, pecho con espalda. Callado. Fuerte.


La oscuridad y el silencio también eran sus amigos.


—¿Te importa si echo un vistazo? —preguntó ella.


—En absoluto. Mientras cocinaré algo. ¿Unos espaguetis boloñesa te parecen lo suficientemente normales?


—Suena fantástico. Gracias.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 30

 


Cuando llegaron al edificio de administración del parque, Julián salió con una pila de archivos en el brazo en dirección a su coche. Levantó la mano que tenía libre para saludar y Pedro le devolvió el saludo.


Paula miró su reloj, preguntándose por qué Julián estaría trabajando hasta tan tarde.


—¡Son las diez! —exclamó—. No he llamado a Lisandro —ya era demasiado tarde y los niños probablemente ya se hubieran acostado.


—Estará bien. Llámale por la mañana.


—¿Y si me necesita? —preguntó ella mientras sacaba su móvil.


Pedro estiró el brazo y le colocó la mano sobre la suya para evitar que abriera el teléfono.


—Entonces te habría llamado. En serio, Paula, deja que disfrute su noche fuera.


—Crees que lo sobreprotejo.


—Creo que has hecho un trabajo increíble con él, pero está creciendo y va a empezar a necesitar un espacio lejos de su madre de vez en cuando.


—¿Hablas por experiencia personal? ¿Valorabas tu espacio incluso cuando eras pequeño?


Pedro la miró sorprendido.


—Supongo que sí. Tenía ocho años antes de que mi hermano naciera, así que aprendí enseguida a entretenerme solo.


—¿Y qué les pasó a tus padres? —preguntó Paula. Sabía que era el propietario de WildSprings. ¿Habrían muerto?


—Se separaron después de veinticinco años juntos. Mi madre conoció a otro hombre. Se mudó a los Estados Unidos cuando yo me alisté.


—¿Y qué fue de tu hermano?


—Él solo tenía diez años. Se fue con ella a Estados Unidos.


—Eso debió de ser duro.


Pedro se encogió de hombros.


—Me convirtió en un miembro joven de los Taipán.


Los mejores soldados tienen pocos o ningún lazo familiar. Ningún hogar al que regresar. Nada que los mantenga alejados en las misiones.


¿Nada por lo que vivir?


—Con toda su familia fuera, mi padre ya no tenía una buena razón para quedarse. Le vendió la mitad de los terrenos a un vecino y se reunió con sus hermanos en Tasmania con las ganancias. El resto me lo cedió a mí, para que tuviera algún hogar al que volver.


—¿Una casa vacía?


—Solo vine aquí porque la casa estaba vacía —contestó él con una sonrisa amarga—. Por entonces no era buena compañía para nadie.


Paula se arriesgó a tirar un poco más del hilo, porque la curiosidad era cada vez mayor.


—¿Por qué no?


Al igual que una anémona marina enfadada, Pedro se cerró ante sus ojos.


—No me interrogues, Paula.


—Deberías salir con gente más a menudo, Alfonso. Te convendría pulir un poco tus habilidades sociales.


Paula se giró hacia la ventanilla y contempló la oscuridad. A lo lejos apareció la bifurcación que separaba su casa de la de Pedro. Él aminoró la velocidad para girar.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella.


—Siguiendo tu consejo. Salir con gente más a menudo. Voy a llevarte a mi casa.


El vuelco que sintió en el corazón fue advertencia suficiente. No podía estar a solas con él en su casa.


—¡Ni hablar!


—Nunca has visto mi casa. Te gustará.


—Durante el día me gustaría igual.


—Hablo de una visita corta, Paula. Para comer algo. Los rugidos de tu estómago me recuerdan que no has cenado.


—Tengo comida en mi casa. Llévame a casa, por favor.


—Paula, estoy hablando de una comida sencilla entre compañeros. Nada más.


—¿Sencilla? Apuesto a que jamás has compartido una comida en casa con un compañero.


—Razón de más para romper el círculo. Simplemente cenaremos juntos. No sé… hablaremos. Puedo trabajar en mis habilidades sociales.


—¿Me prepararás algo normal para cenar?


Pedro colocó la mano en el lado izquierdo de su pecho como promesa y dijo:

—Nada de cocina extrema.


—De acuerdo —contestó ella finalmente—. Perdona por reaccionar exageradamente.


—No te habías equivocado con mis habilidades sociales. He perdido la práctica. Debería habértelo pedido. Otra vez.


—Deberías haberlo hecho, sí.


—¿Paula Chaves, te apetecería cenar conmigo? ¿Ver mi casa? ¿Sin compromiso?


Sorprendentemente, ahora que estaba pidiéndoselo en vez de ordenándoselo, la respuesta era sí. Así que asintió.


—Gracias.





jueves, 18 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 29

 


Sin el pequeño animal acurrucado contra su pecho, Paula se sentía extrañamente fría.


Habían interrumpido a la cuidadora, que estaba sentada a la mesa con su familia, pero, al ver al animal huérfano, todos se habían puesto en movimiento, aparentemente acostumbrados a ese tipo de situaciones.


Antes de que Paula y Pedro se marcharan, el marido de la cuidadora les presentó a otros jóvenes canguros, todos criados por la familia y supervivientes a accidentes de carretera. Verlos a todos tan sanos fue la única razón por la que Paula estuvo dispuesta a separarse del cachorro.


No había más que pudieran hacer, pero se había mostrado extrañamente reticente a marcharse. Era estúpido, pero sentía como si fuera su canguro; de Pedro y de ella.


Razón de más para dejarlo atrás, pensó mientras conducían en la oscuridad del bosque. Lo último que necesitaba era razones adicionales para sentirse conectada con un ermitaño confeso. Y además un exmilitar.


—La gente da asco —dado que eran las primeras palabras reales que pronunciaba en todo el trayecto, contenían mucho peso.


—Estoy de acuerdo con eso —dijo Pedro—. ¿Por qué en particular?


—Ese canguro iba tranquilamente a llevar a su bebé a un lugar seguro por la noche, y de pronto, ¡bam!


—Hemos salvado una vida esta noche. Eso es algo.


—A mí no me parece suficiente.


—Eres muy sensible, Paula Chaves.


—Sí.


—Tal vez tengas que haber visto la pérdida de la vida para apreciar el hecho de salvar una.


—Tal vez —reconoció ella—. Nunca ha muerto nadie cercano a mí. No que yo recuerde.


—¿Tus abuelos?


—No. Murieron antes que yo naciera.


—¿Tus padres?


—Mi madre murió en el parto. Mi padre sigue por ahí —«en alguna parte».


—Entonces considérate afortunada.


—Tú has visto muchas muertes —dijo ella.


—Yo he sido la muerte.


Ella se carcajeó.


—Ahora te imagino con una capucha y una guadaña.


—A veces me sentía así.


—Haría falta salvar a muchos canguros para compensar eso, imagino.


Pedro pensó sobre ello.


—No tantos. La muerte es un proceso. La vida es un milagro. Salvar incluso una significa algo.


CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 28

 

Pedro estaba agachado sobre el cuerpo del canguro cuando ella regresó y le entregó la sudadera. Cuando se quedó con las manos libres, Paula regresó junto a las huellas de los neumáticos y tomó una fotografía de las marcas con el móvil, decidida a descubrir quién había estado allí antes que ellos. Alguien con neumáticos caros había estado en el parque esa noche.


Alguien a toda velocidad, a juzgar por la distancia entre el impacto y donde yacía el canguro.


Gente desconsiderada.


—¿Paula, puedes ayudarme?


Paula se guardó el teléfono y se volvió hacia él sin saber bien lo que estaba pidiéndole. Lo que vio le resultó abrumador. Pedro había sacado un pequeño cachorro de la bolsa del canguro muerto. Lo colocó inmediatamente al calor de la sudadera y utilizó las mangas para atarla alrededor del cuello de Paula como un cabestrillo.


—Entra en el coche —le dijo Pedro—. Hay una cuidadora a una hora de camino. La llevaremos allí.


—¿La?


—Mírale los ojos. Son enormes como los tuyos.


Mientras Pedro arrastraba al canguro muerto a un lado de la carretera, ella se subió al coche y aseguró al cachorro cómodamente contra su cuerpo.


No le preocupaba que no pudiera respirar. En una sudadera de lana tenía que ser más fácil que en la bolsa húmeda y gruesa de la madre.


Palpó el teléfono móvil en su bolsillo para asegurarse de que seguía allí y se volvió hacia Pedro.


—Arranca.


CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 27

 


Ya estaba corriendo hacia el animal herido antes de que Pedro fuera plenamente consciente de lo que ocurría, pero aun así él consiguió adelantarse. Cuando llegó al animal, unos brazos fuertes la rodearon y tiraron de ella hacia atrás.


—Paula, no. ¡Espera!


—¿A qué? Necesita ayuda.


—Podría matarte con esas patas. Mírale las patas.


Paula jamás se había fijado en las garras tan salvajes de un canguro.


Pero el resto del animal…


—No creo que ni siquiera pueda moverse.


Pedro se fijó en el animal, en estado crítico, y soltó a Paula, que se acercó al canguro con más cautela. Le salía sangre por la nariz, y giró los ojos al sentir la presencia de los humanos. Pero sus lesiones eran extensas y la rigidez del resto de su cuerpo resultaba delatora.


Pedro también lo vio.


—Tiene la columna rota.


Paula se arrodilló junto al animal y le acarició la piel intentando contener las lágrimas. El canguro giró los ojos para ver lo que estaba haciendo, aunque probablemente no pudiera sentir nada.


—Vuelve al coche —le dijo Pedro con firmeza.


—No. Debe de haber algo que podamos…


—Déjala conmigo. Será más fácil así.


De pronto Paula se dio cuenta de lo que pensaba hacer y el corazón le dio un vuelco.


—No. No puedes…


—Estoy entrenado en matar, Paula. Es lo que mejor hago. ¿Ahora, por favor, quieres volver al coche?


Dividida entre quedarse con él mientras hacía lo impensable y saber que no sería capaz de mirar, se arrastró hacia él.


—Paula —insistió Pedro—, cada segundo que emplees siendo testaruda será un segundo más que este animal esté sufriendo.


Paula agachó la cabeza y apartó la mirada, avergonzada. Al hacerlo, oyó un trágico silbido tras ella. Ambos miraron al canguro y vieron que la naturaleza finalmente se había hecho cargo.


—Paula, en la parte trasera del coche está mi vieja sudadera de entrenamiento. ¿Puedes traérmela, por favor?


Pedro se arrodilló frente al animal muerto y ella corrió al coche a buscar lo que le había pedido. Mientras se acercaba al vehículo, advirtió unas huellas en el camino. Se trataba de un coche que había frenado al chocarse con el canguro y después lo había bordeado para seguir su camino. Agarró su teléfono móvil al mismo tiempo que buscaba la sudadera de Pedro.