miércoles, 10 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 1

 

Era difícil saber qué era lo que le aceleraba el corazón a Paula Chaves; la emoción ilícita de deslizar un bonito adorno de cristal en el bolsillo de su abrigo sin ser vista, o el hombre alto, delgado y atractivo agachado y charlando con su hijo a dos pasillos de distancia. Miró subrepticiamente a través del espejo convexo situado sobre el mostrador. Se suponía que les ayudaba a controlar la tienda de regalos del parque, pero, en aquel momento, le proporcionaba la herramienta perfecta para observar a cualquiera que estuviera observándola.


El adorno chocó suavemente contra los otros dos objetos que había robado mientras se acomodaba en las profundidades de su abrigo.


Volvió a mirar al hombre agachado que hablaba con Lisandro. Su hijo estaba escuchando, pero no respondía, como hacía últimamente. Silencio o conflicto. Debía de ser algo relacionado con tener ocho años de edad. El hecho de que no hubiera salido ya directo a buscarla significaba que se sentía cómodo con la presencia del desconocido, lo que hizo que Paula se sintiese cómoda también. El hombre se incorporó y alcanzó algo de una estantería cercana.


Paula sintió un vuelco en el estómago.


Era militar.


Daba igual su pelo ligeramente largo, o la barba de tres días, porque la actitud militar no desaparecía. Aquel desconocido ostentaba la informalidad forzada que ocultaba una alerta subliminal bien entrenada.


Se movía igual que su padre.


El hombre le dirigió una sonrisa a su hijo y luego se apartó para darle el espacio que necesitaba. Lisandro se relajó más al ver que la vía de escape hacia su madre no estaba cortada por una persona, y la buscó con su mirada de ojos grises.


Y justo detrás, los penetrantes ojos verdes del desconocido, que se fijaron en Paula a través del espejo. Ella apartó la mirada y sintió que el corazón iba a salírsele por la boca.


De acuerdo… definitivamente era por el hombre y no por estar robando en una tienda.


Se apartó del rango de alcance del espejo y se centró en la tarea que tenía entre manos, abanicándose con la postal que acababa de sacar del muestrario. Estaba arriesgando mucho aquella mañana para tener éxito. No a causa de la cajera, cuya atención estaba centrada únicamente en el militar; aquello hacía que la tarea de Paula fuese más fácil aún. Eran aquellos ojos verdes que observaban todos sus movimientos… Ellos eran la mayor amenaza para sus probabilidades de salir de allí con lo que necesitaba.


Paula se movió de un lado a otro, sintiendo su mirada pegada a ella incluso aunque hubiese devuelto la atención a Lisandro. Otro rasgo militar.


Solo uno más. Algo espectacular. Algo que le hizo recapacitar. Uno a uno fue depositando los objetos con cuidado en sus lugares y se acercó disimuladamente hacia la vitrina de cristal que contenía un muestrario de joyas de oro y ópalo que probablemente se vendieran como churros entre los turistas adinerados que frecuentaban el Retiro de WildSprings. El muestrario estaba estúpidamente colocado, perfecto para llamar la atención del consumidor, pero en un lugar muy difícil para que una única cajera pudiera vigilarlo. Y el espejo no llegaba hasta allí.


Lo cual a ella le venía perfecto.



CORAZON INDOMABLE: SINOPSIS

 


¿Se convertiría en la mujer que domaría aquel corazón solitario?


El imponente exmilitar Pedro Alfonso vivía aislado en la profundidad de Australia. No confiaba en nadie, pero su parque natural necesitaba un coordinador de seguridad; alguien tan duro como él, tan intuitivo como él.


Y contrató a Paula Chaves, que además de poseer un gran atractivo, sabía que algo faltaba en la vida de Pedro y, si lograba superar sus inhibiciones, tal vez se convirtiera en la mujer que finalmente domara su corazón.




martes, 9 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: EPILOGO

 


Doce meses después


Pedro estaba esperando a Paula cuando salió para echar el cierre. Su tienda de ropa y zapatos de baile, de maquillaje para el teatro, y de todo tipo de artículos relacionados, llevaba abierta un mes.


Aquella iba a ser la primera noche que volvían a dormir en la casa del árbol desde su regreso. Había llevado meses completar las reformas, de manera que habían alquilado un pequeño apartamento cercano y Paula se había pasado las mañanas controlando las obras y su tienda. Por las tardes había seguido preparando coreografías con Carolina para las Blade. Cuando lo más aparatoso de las obras terminó, replantó el jardín y el huerto.


Pedro aparcó el coche en el garaje recién remozado y, tras salir, abrió la puerta de Paula con una floritura. Ella prácticamente salió bailando, feliz de estar de regreso en casa.


–Oh, mira, ya has recibido correo –Pedro tomó un sobre que estaba sujeto al tronco con una chincheta y se lo entregó.


Paula lo tomó con una sonrisa de oreja a oreja. Cuando lo abrió y vio lo que había dentro, se quedó boquiabierta.


–¿Entradas para el teatro de la ópera de París?


–Para Giselle, por supuesto.


–¿Eso quiere decir que vas a venir conmigo? –casi gritó, pensando que era imposible que aquel día mejorara más.


–No hay nada que me guste más en el mundo que estar contigo –dijo Pedro–. Y ya que vamos a estar en Francia, he pensado que podemos hacer una gira turística por las bodegas de los mejores champanes del mundo. ¿Qué te parece?


Paula dio otro gritito de alegría a la vez que lo rodeaba con los brazos por el cuello.


–¡Me parece un plan fantástico!


Pedro rio y la estrechó entre sus brazos.


–Te quiero, y también quiero esta casa.


En respuesta, Paula se limitó a besarlo apasionadamente.


–Pero aún hay un pequeño problema –dijo cuando se apartó, ocultando tímidamente el rostro en el cuello de Pedro.


–¿Qué problema?


–Solo hay dos dormitorios… y no quiero tener un solo hijo.


Pedro abrió los ojos de par en par.


–¿Estás embarazada? –preguntó a la vez que la alzaba en brazos por la cintura y daba un giro–. ¡Eso es maravilloso, cariño!


–¡No! –Paula rio, encantada ante la reacción de Pedro–. Aún no estoy embarazada. Solo he pensado que me gustaría estarlo. Algún día… y más de una vez.


Pedro dejó de girar, pero no la soltó.


–Podemos tener todos los hijos que quieras y cuando quieras.


–¿Estás seguro? Antes no querías…


–Antes estaba equivocado sobre muchas cosas. Pero todo cambió después de conocerte –dijo Pedro. Cuando Paula iba a responder, la silenció apoyando un dedo en sus labios–. También he traído unas cuantas botellas de champán para celebrar nuestro regreso… y he invitado al equipo a compartirlas, y también a las Blade, por supuesto.


–¿En serio? –Paula miró a su alrededor, desconcertada–. ¿Y cuándo van a venir?


–Les avisaré en un momento, pero antes tengo algo que hacer –Pedro rodeó la cintura de Paula con ambos brazos y la atrajo de nuevo hacia sí–. Tengo un par de condiciones para nuestro viaje a Francia.


–¿Qué condiciones?


–En mi lista, antes de los bebés está la boda, y, entre medias, está la luna de miel, en Francia.


Paula solo podía responder una cosa.


–De acuerdo.


–¿De acuerdo?


–Oh, sí. Totalmente de acuerdo –Paula rio y lloró a la vez mientras Pedro la besaba con auténtica adoración–. ¿De verdad has invitado a todo el equipo? –añadió cuando tuvieron que apartarse para retomar el aliento.


–Para la fiesta de compromiso. Eso es lo primero en mi lista. Y es esta noche –contestó Pedro con la respiración agitada–. Pero podemos tomarnos unos minutos antes de hacer sonar la bocina para avisar a todos, ¿no crees?


–Siempre te ha gustado dejar espacio para la creatividad –bromeó Paula–. ¿Qué te pareces si nos tomamos unos minutos ahora y unas cuantas horas cuando se hayan ido?


–Me parece un plan ideal… para el resto de nuestras vidas –dijo Pedro a la vez que la tomaba en brazos y empezaba a subir las escaleras que llevaban a su dormitorio.


Y Paula supo que las burbujas de felicidad que sentía en su interior no estallarían nunca.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 68

 

–Tal vez podríamos dedicarnos a viajar juntos cuando termine la temporada –sonrió Paula cuando ya estaban en un taxi–. Yo podría volver y seguir bailando con las Blade, aunque sea de sustituta. Me siento mal por haber dejado plantada a Carolina –al ver que Pedro permanecía muy quieto, sin decir nada, añadió–: Quiero volver contigo. No quiero hacer este viaje sola. Quiero ir a todos los lugares divertidos, pero quiero hacerlo contigo. No pienso dejar que te vayas.


Pedro la estrechó entre sus brazos sin decir nada. Se limitó a abrazarla como ella necesitaba ser abrazada mientras asimilaba que todo aquello era cierto, que Pedro había ido a buscarla, que la amaba y quería estar con ella.


Cuando se apartó, Pedro la miró a los ojos.


–Voy a comprar la casa del árbol –dijo.


–¡Oh, Pedro! Eso no puedo permitírtelo. No merece la pena.


–En ese caso será mejor que la saques del mercado y me dejes utilizar el dinero para arreglarla. Adoro esa casa, como tú. No vamos a desprendernos de ella.


La emoción hizo que Paula fuera incapaz de decir nada. Pedro sonrió.


–Arreglaremos el árbol, y replantaremos el huerto y el seto.


Paula respiró profundamente y logró asentir. Pedro tomó su rostro entre las manos y la besó una y otra vez. Afortunadamente, el hotel estaba cerca.


Las siguientes horas transcurrieron en una bruma de mágica sensualidad, de susurros de amor y confianza, de promesas y caricias que los llevaron a la cima del placer.


Después, mientras disfrutaban de un cálido baño con sales en la enorme bañera de la suite, Paula se estiró felinamente y sonrió viendo a Pedro ante ella, con su magnífico cuerpo semioculto entre la espuma.


–¿Y si no me hubieras encontrado en el ballet? ¿Cuántas noches más pensabas acudir al teatro?


–Algunas más. Habría hecho cualquier cosa.


–¿Y si me hubieras encontrado en algún club nocturno ligando? –preguntó Paula con expresión traviesa.


Pedro entrecerró los ojos.


–Le habría dado un buen puñetazo en la nariz a tu ligue –dijo, y en seguida sonrió–. Pero en ningún momento se me pasó por la mente que pudieras estar con otro. No tú.


–No me he acercado a ningún hombre –admitió Paula–. Estaba demasiado ocupada con mi corazón roto. Debería haberte dicho algo –añadió con pesar.


–Tenías que irte –dijo Pedro–. Llevabas mucho tiempo soñando con ese viaje. Tenías que comprobar si eso era lo que realmente querías. No quería interponerme en tu camino.


Paula asintió lentamente.


–Sabía que no quería ir al aeropuerto –admitió con tristeza–. Me sentía incapaz de separarme de ti, pero no pensé…


Pedro se inclinó hacia ella para besarla.


–Ese fue el peor momento de mi vida –murmuró contra sus labios–. Creía que querías irte de verdad. Pero en seguida supe que había cometido un terrible error. Debería haberme ido contigo. Me llevó cuatro horas organizarlo todo para poder seguirte.


Paula lo rodeó con las piernas por la cintura y lo abrazó. Cuando Pedro le devolvió el abrazo, apoyó la cabeza en su hombro, sintiendo que por fin estaba en casa.


–Te quiero, Pedro –susurró, y supo que nunca en su vida se había sentido más libre que en aquel instante.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 67

 


Mientras la observaba, Pedro vio que los labios de Paula se curvaban levemente y que parpadeaba. La mirada que le dedicó fue más directa, más fuerte, más verdadera.


–¿Todo?


El matiz burlón de su pregunta hizo regresar a la Paula de siempre, y Pedro sintió que sus huesos se derretían.


–Todo –prometió.


Paula se aferró a él como si no fuera a soltarlo nunca. Se puso de puntillas y susurró.


–Ya sabes que tengo una gran imaginación…


–Estoy deseando ver qué piensas añadir a mi lista –murmuró Pedro contra sus labios.


–¿Tienes una lista?


–Ven conmigo y te la enseñaré –contestó Pedro antes de besarla.


Paula sintió que su espíritu se elevaba con la fuerza del corcho de una botella de champán al ser descorchada.


–Por favor, no me dejes marchar nunca más.


–Nunca –dijo Pedro con firmeza–. Y ahora, vamos a algún sitio antes de que nos arresten por escándalo público.




lunes, 8 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 66

 

Paula sintió los intensos latidos de su corazón. Se negaba a creer que aquello pudiera ser lo que quería, de manera que trató de bromear.


–¿Me estás diciendo que has disfrutado con el ballet?


–Bueno, he visto algunos paralelismos.


–Yo no estoy a punto de morir de pena –protestó Paula, repentinamente indignada. No le gustaba que Pedro pensara que era débil.


–Ya lo sé –Pedro sonrió–. No era a eso a lo que me refería. Te pareces a Giselle en tu capacidad de amar tan profundamente.


–¿Qué te hace pensar eso? –murmuró Paula, sintiéndose muy vulnerable.


–Tú lo das todo –inclinó su rostro hacia ella hasta que casi se tocaron–. ¿No vas a preguntarme qué hago aquí?


–¿Debería preguntártelo? ¿No quieres decírmelo?


–No debería haberte dejado en la estacada –dijo Pedro, repentinamente serio.


–Tú nunca me has dejado en la estacada –replicó Paula sinceramente.


–Sí lo he hecho.


–Tenías derecho a decirme que no.


–Te decepcioné y me decepcioné a mí mismo al dejarte ir sin decirte lo que sentía. Debería haberlo hecho, pero el orgullo me lo impidió. Y el dolor. Ahora me siento tan mal que estoy dispuesto a pedir perdón de rodillas tantas veces como haga falta. Me preguntaste si alguna vez había tenido que luchar de verdad por algo –continuó Pedro–. Dijiste que si lo hubiera hecho habría sabido cuando una lucha merecía el esfuerzo. Ahora estoy luchando, ¿y sabes por qué?


Paula negó con la cabeza.


–Estoy luchando por ti. No quería que te fueras. Debí decírtelo, pero no quería impedir que te fueras. No quería interponerme en tu camino y pensaba que tú no querías… –Pedro se interrumpió al ver que Paula lo seguía mirando como si fuera una aparición. Apoyó las manos en su cintura para atraerla hacia sí, pero Paula apoyó las manos contra su pecho para impedírselo.


–Te conozco, Pedro –dijo con aspereza–. Eres un sanador, no alguien que hace daño a otras personas. Odias la idea de hacer daño a alguien. Pero yo soy fuerte. No soy como Diana. No me voy a desmoronar.


–La verdad es que me gustaría que lo hicieras –Pedro la atrajo hacía sí–. Ojalá te hubieras abierto a mí y me hubieras dicho lo que sentías. No pasa nada por reconocer que uno está disgustado. No pasa nada por pedir ayuda. No tiene nada de malo necesitar algo de alguien. Sé lo fuerte que eres. Eres la persona más fuerte que he conocido, de manera que no siento ninguna lástima por ti. En todo caso la siento por mí, por tener que igualar el nivel de tu coraje. No creo que seas alguien a quien haya que rescatar. Más bien al contrario. Eres muy valiente, y muy independiente. No pretendo que dejes de hacer lo que deseas, pero quiero un lugar en tu vida y pienso luchar por conseguirlo, Paula. Creo que te estás perdiendo la mayor aventura de todas, conmigo. Quiero que seas así para mí –Pedro apoyó una mano en la mejilla de Paula y miró sus preciosos ojos azules, cargados de un dolor que estaba deseando aliviar–. Sabes que no quería ningún compromiso. Creía tener mi vida perfectamente planeada, pero entonces te conocí, y ahora sería capaz de hacer cualquier cosa por ti. Así que permanece conmigo. Apóyate en mí. Eso es lo que hacen las personas que se quieren. Siento que perdieras a tu familia, pero no puedes huir de volver a amar. Eso no sería vivir. Necesitas tus conexiones, tu historia. Necesitas tu hogar, y siento si al haber estado allí conmigo ha estropeado el lugar para ti. ¿Fue eso lo que pasó? –añadió, casi con temor.


–Oh, no, claro que no –dijo Paula con expresión angustiada–. Simplemente no podía aguantar más… había perdido en esa casa a todos los que amaba –se mordió el labio antes de añadir–: Incluyéndote a ti.


–Nunca me has perdido –dijo Pedro a la vez que le hacía alzar el rostro con delicadeza–. Pero no me dejes ahora en el desierto, Paula. Te quiero. Lo quiero todo contigo.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 65

 

El vuelo duró una eternidad. Una eternidad durante la cual Paula fue incapaz de dejar de pensar en Pedro. Si se lo hubiera pedido, se habría quedado. Habría caído literalmente en sus brazos. Pero Pedro se había limitado a decirle que se fuera.


De manera que había llegado a Londres y había acudido a todas las atracciones turísticas: el palacio de Buckingham, la Torre de Londres, el museo de cera… Al final de la primera y triste semana, enfadada consigo misma por seguir sintiéndose tan mal, sacó una entrada para acudir a ver el Royal Ballet en Covent Garden, algo que llevaba soñando hacer dos décadas.


El teatro era maravilloso, los bailarines eran maravillosos… pero su corazón no estaba allí. Contempló a los magníficos bailarines… y odió cada segundo. En el intermedio decidió salir del teatro. Y entonces fue cuando se detuvo en seco, sin saber qué diablos estaba haciendo, qué debería hacer, o qué quería hacer. Estaba totalmente sola en medio de una ciudad desconocida. Justo como creía que quería estar.


Pero lo cierto era que había cometido un grave error.


–Paula.


Se volvió. Nadie en aquella ciudad sabía quién era. Nadie sabía dónde se hallaba en aquellos momentos, de manera que, ¿quién podía estar llamándola?


Debía estar viendo fantasmas, porque había un tipo junto a la entrada del teatro que era igual que Pedro.


Parpadeó, pero la visión se encaminó hacia ella con paso firme.


–¿No te gusta el ballet? –dijo cuando estuvo más cerca–. ¿Por qué has salido antes de que acabara la función.


–No me ha parecido lo suficientemente realista.


Pedro alzó las cejas.


–Una chica es abandonada por un tipo y muere de pesar. Luego regresa como un fantasma y protege al tipo de otras mujeres desdeñadas. ¿Qué parte no te parece realista? –preguntó con una sonrisa.


Paula creía estar soñando.



–Odias el ballet, así que, ¿cómo es que conoces la historia de Giselle?


–Porque ya he visto el ballet tres veces –replicó Pedro con una sonrisa.


–¿Tres veces?


–Estoy seguro de que la mujer de la ventanilla piensa que soy un acechador, cosa que más o menos soy –al ver que Paula se quedaba mirándolo con expresión de total perplejidad, añadió–. Así que, ¿cuál es la parte que te ha parecido menos realista?


–No me ha gustado que la chica muriera de tristeza porque el chico la deja –murmuró Paula.


–¿Y qué crees que debería haber hecho? ¿Qué habrías hecho tú? –Pedro esperó un momento a que respondiera. Al ver que no lo hacía, respondió él mismo–. ¿Debería haber hecho el equipaje y haberse marchado a vivir una aventura?


–No, debería haberse enfrentado a él y haberle dicho lo que pensaba –contestó finalmente Paula, pensando que eso era lo que debería haber hecho ella.


–Me parece justo –dijo Pedro–. Pero creo que te gusta más la segunda parte. Porque en esa parte Giselle demuestra su fuerza. Hace lo posible por proteger al tipo porque lo ama de verdad. Y ser capaz de amar tan profunda y apasionadamente es maravilloso. Es poco común y es un regalo.