Pedro no podía creer que estuviera sucediendo aquello. No podía creer que Paula se sintiera tan tranquila.
–No tienes por qué vender –dijo con firmeza.
–No puedo permitirme arreglarla.
–¿Y el seguro?
Paula le dedicó una sonrisa carente de humor.
–No hay seguro, Pedro. No podíamos permitírnoslo. Ni para el coche, ni para la casa y su contenido, y no tengo ahorros de ninguna clase. Tuvimos suerte de que no se hundiera con el terremoto. He pasado el último año tratando de reparar los daños superficiales, pero no puedo permitirme las reparaciones que son imprescindibles ahora.
–Paula…
–Siento lo de tu alquiler –interrumpió ella–. No ha sido la mejor bienvenida después de tu viaje. Ni siquiera vas a poder quedarte aquí esta noche.
–Si yo no puedo quedarme, tú tampoco.
–No voy a quedarme. Mi vuelo sale a las tres de la madrugada.
–¿Qué?
–He adelantado mi viaje.
Aquello supuso una conmoción para Pedro.
–Así que vas a huir.
–No estoy huyendo –finalmente hubo un destello en la mirada de Paula… un destello de irritación–. Voy a seguir adelante con mi vida. Aquí ya no me queda nada.
–¿Yo no soy nada? –preguntó Pedro sin poder contenerse.
Algo volvió a destellar en la mirada de Paula antes de que aquella maldita sonrisa volviera a curvar sus labios.
–Claro que no eres nada. Has sido mi educador.
Pedro se sintió aturdido al escuchar aquello. ¿Paula seguía viéndolo tan solo como a un tío con el que pasar un buen rato?
–Creo que hay algo más Paula. Puede que no tengas la suficiente experiencia como para saberlo.
Paula se encogió de hombros con expresión despreocupada.
–Tengo la suficiente experiencia como para saber que no es más que una aventura. Ninguno de nosotros quería otra cosa.
Pedro sintió que su mundo se iba hundiendo con cada nueva palabra de Paula.
–Yo podría comprar la casa –dijo.
–No quiero que te sientas obligado a ayudarme.
–No es eso. Quiero la casa. Siempre he querido esta casa. Solo necesita una nueva cimentación. No la compraría por compasión.
–No puedes evitarlo, Pedro –dijo Paula, nuevamente sonriente–. Eres médico. Llevas en la sangre el afán de ayudar a los demás. Eres un buen tipo, pero no voy a permitir que te pongas caballeroso conmigo porque hayas tomado mi virginidad.
–No trates de decirme lo que debo o no debo hacer. Si quiero la casa, la compraré.
–Este es mi problema, Pedro, no tuyo –dijo Paula con exasperante calma–. Y no te preocupes, porque recuperarás tu fianza.
–Me da igual el maldito dinero.
–Solo tú puedes permitirte pasar del dinero.
–¿Qué quieres decir con eso? –preguntó Pedro, cada vez más irritado.
–Estás tan acostumbrado a hacer lo que quieres, a lograr tus objetivos. ¿Has tenido que luchar alguna vez de verdad por algo, Pedro? –preguntó Paula en tono más cortante.
–He tenido mis batallas.
–¿Decepcionar las expectativas de tu familia? –preguntó Paula burlonamente.
Pedro pensó que en aquellos momentos estaba muy lejos de obtener lo que quería. Aquello era una novedad para él. Y no le gustaba.
–Este lugar ya no merece mis esfuerzos. Ha llegado el momento de dejarlo.
–Paula… –empezó Pedro, pero se interrumpió al ver que ella se tensaba.