martes, 9 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 67

 


Mientras la observaba, Pedro vio que los labios de Paula se curvaban levemente y que parpadeaba. La mirada que le dedicó fue más directa, más fuerte, más verdadera.


–¿Todo?


El matiz burlón de su pregunta hizo regresar a la Paula de siempre, y Pedro sintió que sus huesos se derretían.


–Todo –prometió.


Paula se aferró a él como si no fuera a soltarlo nunca. Se puso de puntillas y susurró.


–Ya sabes que tengo una gran imaginación…


–Estoy deseando ver qué piensas añadir a mi lista –murmuró Pedro contra sus labios.


–¿Tienes una lista?


–Ven conmigo y te la enseñaré –contestó Pedro antes de besarla.


Paula sintió que su espíritu se elevaba con la fuerza del corcho de una botella de champán al ser descorchada.


–Por favor, no me dejes marchar nunca más.


–Nunca –dijo Pedro con firmeza–. Y ahora, vamos a algún sitio antes de que nos arresten por escándalo público.




lunes, 8 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 66

 

Paula sintió los intensos latidos de su corazón. Se negaba a creer que aquello pudiera ser lo que quería, de manera que trató de bromear.


–¿Me estás diciendo que has disfrutado con el ballet?


–Bueno, he visto algunos paralelismos.


–Yo no estoy a punto de morir de pena –protestó Paula, repentinamente indignada. No le gustaba que Pedro pensara que era débil.


–Ya lo sé –Pedro sonrió–. No era a eso a lo que me refería. Te pareces a Giselle en tu capacidad de amar tan profundamente.


–¿Qué te hace pensar eso? –murmuró Paula, sintiéndose muy vulnerable.


–Tú lo das todo –inclinó su rostro hacia ella hasta que casi se tocaron–. ¿No vas a preguntarme qué hago aquí?


–¿Debería preguntártelo? ¿No quieres decírmelo?


–No debería haberte dejado en la estacada –dijo Pedro, repentinamente serio.


–Tú nunca me has dejado en la estacada –replicó Paula sinceramente.


–Sí lo he hecho.


–Tenías derecho a decirme que no.


–Te decepcioné y me decepcioné a mí mismo al dejarte ir sin decirte lo que sentía. Debería haberlo hecho, pero el orgullo me lo impidió. Y el dolor. Ahora me siento tan mal que estoy dispuesto a pedir perdón de rodillas tantas veces como haga falta. Me preguntaste si alguna vez había tenido que luchar de verdad por algo –continuó Pedro–. Dijiste que si lo hubiera hecho habría sabido cuando una lucha merecía el esfuerzo. Ahora estoy luchando, ¿y sabes por qué?


Paula negó con la cabeza.


–Estoy luchando por ti. No quería que te fueras. Debí decírtelo, pero no quería impedir que te fueras. No quería interponerme en tu camino y pensaba que tú no querías… –Pedro se interrumpió al ver que Paula lo seguía mirando como si fuera una aparición. Apoyó las manos en su cintura para atraerla hacia sí, pero Paula apoyó las manos contra su pecho para impedírselo.


–Te conozco, Pedro –dijo con aspereza–. Eres un sanador, no alguien que hace daño a otras personas. Odias la idea de hacer daño a alguien. Pero yo soy fuerte. No soy como Diana. No me voy a desmoronar.


–La verdad es que me gustaría que lo hicieras –Pedro la atrajo hacía sí–. Ojalá te hubieras abierto a mí y me hubieras dicho lo que sentías. No pasa nada por reconocer que uno está disgustado. No pasa nada por pedir ayuda. No tiene nada de malo necesitar algo de alguien. Sé lo fuerte que eres. Eres la persona más fuerte que he conocido, de manera que no siento ninguna lástima por ti. En todo caso la siento por mí, por tener que igualar el nivel de tu coraje. No creo que seas alguien a quien haya que rescatar. Más bien al contrario. Eres muy valiente, y muy independiente. No pretendo que dejes de hacer lo que deseas, pero quiero un lugar en tu vida y pienso luchar por conseguirlo, Paula. Creo que te estás perdiendo la mayor aventura de todas, conmigo. Quiero que seas así para mí –Pedro apoyó una mano en la mejilla de Paula y miró sus preciosos ojos azules, cargados de un dolor que estaba deseando aliviar–. Sabes que no quería ningún compromiso. Creía tener mi vida perfectamente planeada, pero entonces te conocí, y ahora sería capaz de hacer cualquier cosa por ti. Así que permanece conmigo. Apóyate en mí. Eso es lo que hacen las personas que se quieren. Siento que perdieras a tu familia, pero no puedes huir de volver a amar. Eso no sería vivir. Necesitas tus conexiones, tu historia. Necesitas tu hogar, y siento si al haber estado allí conmigo ha estropeado el lugar para ti. ¿Fue eso lo que pasó? –añadió, casi con temor.


–Oh, no, claro que no –dijo Paula con expresión angustiada–. Simplemente no podía aguantar más… había perdido en esa casa a todos los que amaba –se mordió el labio antes de añadir–: Incluyéndote a ti.


–Nunca me has perdido –dijo Pedro a la vez que le hacía alzar el rostro con delicadeza–. Pero no me dejes ahora en el desierto, Paula. Te quiero. Lo quiero todo contigo.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 65

 

El vuelo duró una eternidad. Una eternidad durante la cual Paula fue incapaz de dejar de pensar en Pedro. Si se lo hubiera pedido, se habría quedado. Habría caído literalmente en sus brazos. Pero Pedro se había limitado a decirle que se fuera.


De manera que había llegado a Londres y había acudido a todas las atracciones turísticas: el palacio de Buckingham, la Torre de Londres, el museo de cera… Al final de la primera y triste semana, enfadada consigo misma por seguir sintiéndose tan mal, sacó una entrada para acudir a ver el Royal Ballet en Covent Garden, algo que llevaba soñando hacer dos décadas.


El teatro era maravilloso, los bailarines eran maravillosos… pero su corazón no estaba allí. Contempló a los magníficos bailarines… y odió cada segundo. En el intermedio decidió salir del teatro. Y entonces fue cuando se detuvo en seco, sin saber qué diablos estaba haciendo, qué debería hacer, o qué quería hacer. Estaba totalmente sola en medio de una ciudad desconocida. Justo como creía que quería estar.


Pero lo cierto era que había cometido un grave error.


–Paula.


Se volvió. Nadie en aquella ciudad sabía quién era. Nadie sabía dónde se hallaba en aquellos momentos, de manera que, ¿quién podía estar llamándola?


Debía estar viendo fantasmas, porque había un tipo junto a la entrada del teatro que era igual que Pedro.


Parpadeó, pero la visión se encaminó hacia ella con paso firme.


–¿No te gusta el ballet? –dijo cuando estuvo más cerca–. ¿Por qué has salido antes de que acabara la función.


–No me ha parecido lo suficientemente realista.


Pedro alzó las cejas.


–Una chica es abandonada por un tipo y muere de pesar. Luego regresa como un fantasma y protege al tipo de otras mujeres desdeñadas. ¿Qué parte no te parece realista? –preguntó con una sonrisa.


Paula creía estar soñando.



–Odias el ballet, así que, ¿cómo es que conoces la historia de Giselle?


–Porque ya he visto el ballet tres veces –replicó Pedro con una sonrisa.


–¿Tres veces?


–Estoy seguro de que la mujer de la ventanilla piensa que soy un acechador, cosa que más o menos soy –al ver que Paula se quedaba mirándolo con expresión de total perplejidad, añadió–. Así que, ¿cuál es la parte que te ha parecido menos realista?


–No me ha gustado que la chica muriera de tristeza porque el chico la deja –murmuró Paula.


–¿Y qué crees que debería haber hecho? ¿Qué habrías hecho tú? –Pedro esperó un momento a que respondiera. Al ver que no lo hacía, respondió él mismo–. ¿Debería haber hecho el equipaje y haberse marchado a vivir una aventura?


–No, debería haberse enfrentado a él y haberle dicho lo que pensaba –contestó finalmente Paula, pensando que eso era lo que debería haber hecho ella.


–Me parece justo –dijo Pedro–. Pero creo que te gusta más la segunda parte. Porque en esa parte Giselle demuestra su fuerza. Hace lo posible por proteger al tipo porque lo ama de verdad. Y ser capaz de amar tan profunda y apasionadamente es maravilloso. Es poco común y es un regalo.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 64

 

Desde el ventanal de su habitación a oscuras, Pedro vio a Paula metiendo el teléfono en la nevera. No era lo que esperaba, pero, ¿de qué se extrañaba? Paula lo había puesto a congelar, como sus sentimientos.


Demasiadas horas después, esperó al pie de sus escaleras. Apareció a media mañana, preciosa pero con un aspecto terrible, ocultando la falta de sueño bajo una buena capa de maquillaje.


–Voy a llevarte al aeropuerto –Pedro se levantó para dejarla pasar.


–Estupendo –Paula forzó una sonrisa a través de sus pinturas de guerra.


–¿Llevas tu teléfono? –preguntó Pedro en el tono más desenfadado que pudo mientras entraban en el coche.


Paula no dejó de sonreír mientras asentía, pero Pedro vio cómo se frotaba nerviosamente las manos. Simuló ir a poner en marcha el coche y a continuación se dio una palmada en la frente.


Era obvio que no tenía intención de permanecer en contacto con él. Reprimió la rabia que le produjo comprobarlo. Debía conservar la calma. Paula era la primera mujer que lo dejaba plantado, y probablemente ese era el motivo de que se sintiera tan irritado.


Paula permaneció en silencio durante todo el trayecto al aeropuerto. Habría querido que Pedro se limitara a dejarla en la entrada, pero aparcó e insistió en acompañarla.


Quería perderlo de vista cuanto antes, pues temía perder la compostura en cualquier momento. Le dolía verlo tan cómodo respecto a su marcha, y eso era una prueba más de que había tomado la decisión correcta. Apenas pudo creerlo cuando Pedro la tomó por la barbilla y la miró con una expresión ligeramente burlona.


Menos mal que le había dicho que no la noche anterior. De lo contrario, no habría sido capaz de pasar una noche de mera pasión carnal. Se habría aferrado a él y le habría rogado que le diera todo lo que sabía que no quería darle.


Lo del teléfono había sido un gesto amistoso. Pero ella no quería su amistad. Se suponía que era su amante. Y se suponía que solo tendría que haberlo sido una vez. Pero no habían parado desde que se habían conocido, y su relación se había convertido en algo más…


Pero Pedro estaba redefiniendo su relación de un modo aún peor. Se mostraba preocupado y cariñoso, y quería que permanecieran en contacto como «amigos». Resultaba humillante cuando lo que realmente quería ella era…


¡No!


Sabía que no podía permanecer en contacto con él. Iba a dejar atrás aquella parte de su vida. Si realmente quería ser libre, tenía que cercenar todo contacto.


–Ya sé que tu abogado va a ocuparse de la venta de la casa y sus objetos –dijo Pedro–, pero yo también estaré al tanto.


Paula asintió y trató de sonreír para mostrar su gratitud. Miró por última vez los preciosos ojos negros de Pedro. Tenía la garganta tan atenazada por las ganas de llorar que fue incapaz de hablar.


–Espero que todo sea como lo has soñado –susurró Pedro.


Paula apenas asintió, porque de pronto supo que lo que realmente quería lo tenía ante sí. Quería que Pedro la amara, la deseara, que la abrazara y la retuviera a su lado… Pero él no quería hacerlo.


Parpadeó, tratando de reaccionar, pero se sentía paralizada.


Oyó que Pedro suspiraba profundamente antes de apoyar una mano en su hombro para hacerle darse la vuelta.


–Ve –murmuró a la vez que la empujaba con suavidad–. Vete ya.


Paula no se volvió mientras se alejaba de él con pasos de autómata



domingo, 7 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 63

 

Y entonces fue cuando lo supo. Paula podía estar muriéndose por dentro, pero había tomado una decisión y era la persona más fuerte que había conocido nunca. Había elegido su camino y lo estaba siguiendo, así que, ¿por qué tratar de interponerse en su camino? Si era aquello lo que quería, ¿por qué ponerle las cosas más difíciles?


–Te he comprado algo en Sídney –dijo, tratando de aligerar el tono mientras sacaba el nuevo teléfono del bolsillo y se lo alcanzaba–. No tienes que preocuparte por los gastos. Ya está todo cubierto.


Paula abrió los ojos de par en par.


–No puedo aceptar esto de ti, Pedro


–Claro que puedes –Pedro forzó una sonrisa–. Tiene una buena cámara… te vendrá bien para tus viajes…


Pedro


–Vivimos en la era de los móviles, Paula, y necesitas uno. Puedes utilizarlo de despertador, de linterna, tiene GPS… –Pedro se interrumpió al notar que Paula parecía cada vez más distante–. Puedes mandarme algún mensaje cuando quieras, o una foto…


Paula sonrió al escuchar aquello último y tomó el teléfono de las manos de Pedro.


–Lo que quieres es una foto sexy, ¿no?


–Solo quiero que puedas ponerte en contacto si lo necesitas…


–Me encantaría ponerme en contacto ahora –susurró Paula a la vez que se acercaba a él–. Aún hay algunas posturas de mi lista que no hemos probado –añadió a la vez que sacaba la lista de un bolsillo.


Pedro no llegó a ver la lista porque la furia hizo que lo viera todo rojo.


–¿Has arriesgado el cuello volviendo a entrar en la casa a por esa lista? –preguntó, contemplando con ira el maquillaje de Paula, su bonito vestido, sus zapatos… ¿se habría preparado para disfrutar de una última noche con él? ¿Tan solo era eso para ella? ¿Un objeto que utilizar?


–También habría ido a por tus cosas –dijo Paula en tono de disculpa–, pero no quería ponerme a husmear en tus asuntos personales –apoyó una mano contra el pecho de Pedro y bajó la vista–. Sube al estudio conmigo. Podemos compartir mi última botella de champán.


¿Acaso quería utilizarlo para olvidar el dolor que sin duda le había producido perder la casa?


Pero no pensaba permitir que se saliera con la suya. Si todo había terminado, que terminara ya. No pensaba seguir siendo su juguete hasta que decidiera descartarlo del todo.


Y además estaba muy enfadado.


–Creo que ya no tengo nada que enseñarte –dijo a la vez que hacía un supremo esfuerzo para apartarse de ella.


Herida en su orgullo, Paula observó cómo entraba en la casa. Había querido superar aquella última y horrenda noche divirtiéndose con el único hombre del mundo con que podía hacerlo. De hecho pensaba que aquella sería la única manera de superar aquella noche. Y necesitaba desesperadamente sentir a Pedro dentro de ella por última vez. Porque aquello no iba a repetirse nunca más.


Pero Pedro acababa de dejarla plantada. Y se sentía desolada.


Subió corriendo a su estudio para no desmoronarse allí mismo.


Se sentó en el borde de la cama y miró el teléfono que sostenía en la mano. Incapaz de resistirse, presionó el botón para encenderlo. La foto de la pantalla era de las Blade. El sonido de llamada elegido por Pedro era el de una de las canciones que habían bailado. Solo había un contacto en la lista: el de Pedro Alfonso, con foto y todo.


Paula miró a su alrededor y su mirada se posó en la nevera. Se acercó, abrió la puerta y metió el teléfono en el congelador. Luego se apartó como si lo que hubiera metido fuera una bomba.






SIN ATADURAS: CAPÍTULO 62

 

Pedro no podía creer que estuviera sucediendo aquello. No podía creer que Paula se sintiera tan tranquila.


–No tienes por qué vender –dijo con firmeza.


–No puedo permitirme arreglarla.


–¿Y el seguro?


Paula le dedicó una sonrisa carente de humor.


–No hay seguro, Pedro. No podíamos permitírnoslo. Ni para el coche, ni para la casa y su contenido, y no tengo ahorros de ninguna clase. Tuvimos suerte de que no se hundiera con el terremoto. He pasado el último año tratando de reparar los daños superficiales, pero no puedo permitirme las reparaciones que son imprescindibles ahora.


–Paula…


–Siento lo de tu alquiler –interrumpió ella–. No ha sido la mejor bienvenida después de tu viaje. Ni siquiera vas a poder quedarte aquí esta noche.


–Si yo no puedo quedarme, tú tampoco.


–No voy a quedarme. Mi vuelo sale a las tres de la madrugada.


–¿Qué?


–He adelantado mi viaje.


Aquello supuso una conmoción para Pedro.


–Así que vas a huir.


–No estoy huyendo –finalmente hubo un destello en la mirada de Paula… un destello de irritación–. Voy a seguir adelante con mi vida. Aquí ya no me queda nada.


–¿Yo no soy nada? –preguntó Pedro sin poder contenerse.


Algo volvió a destellar en la mirada de Paula antes de que aquella maldita sonrisa volviera a curvar sus labios.


–Claro que no eres nada. Has sido mi educador.


Pedro se sintió aturdido al escuchar aquello. ¿Paula seguía viéndolo tan solo como a un tío con el que pasar un buen rato?


–Creo que hay algo más Paula. Puede que no tengas la suficiente experiencia como para saberlo.


Paula se encogió de hombros con expresión despreocupada.


–Tengo la suficiente experiencia como para saber que no es más que una aventura. Ninguno de nosotros quería otra cosa.


Pedro sintió que su mundo se iba hundiendo con cada nueva palabra de Paula.


–Yo podría comprar la casa –dijo.


–No quiero que te sientas obligado a ayudarme.


–No es eso. Quiero la casa. Siempre he querido esta casa. Solo necesita una nueva cimentación. No la compraría por compasión.


–No puedes evitarlo, Pedro –dijo Paula, nuevamente sonriente–. Eres médico. Llevas en la sangre el afán de ayudar a los demás. Eres un buen tipo, pero no voy a permitir que te pongas caballeroso conmigo porque hayas tomado mi virginidad.


–No trates de decirme lo que debo o no debo hacer. Si quiero la casa, la compraré.


–Este es mi problema, Pedro, no tuyo –dijo Paula con exasperante calma–. Y no te preocupes, porque recuperarás tu fianza.


–Me da igual el maldito dinero.


–Solo tú puedes permitirte pasar del dinero.


–¿Qué quieres decir con eso? –preguntó Pedro, cada vez más irritado.


–Estás tan acostumbrado a hacer lo que quieres, a lograr tus objetivos. ¿Has tenido que luchar alguna vez de verdad por algo, Pedro? –preguntó Paula en tono más cortante.


–He tenido mis batallas.


–¿Decepcionar las expectativas de tu familia? –preguntó Paula burlonamente.


Pedro pensó que en aquellos momentos estaba muy lejos de obtener lo que quería. Aquello era una novedad para él. Y no le gustaba.


–Este lugar ya no merece mis esfuerzos. Ha llegado el momento de dejarlo.


–Paula… –empezó Pedro, pero se interrumpió al ver que ella se tensaba.


SIN ATADURAS: CAPÍTULO 61

 


Pedro frunció el ceño cuando el taxi se detuvo ante la casa de Paula; algo había cambiado en la casa. Tras pagar por el trayecto y salir notó cuál era la diferencia. El seto había sido recortado de manera que había un ancho paso hacia al interior.


Cuando entró vio a Paula en el jardín.


–¿Qué está pasando? –preguntó, conmocionado.


–Has vuelto antes de lo que esperaba –dijo ella con una sonrisa mientras bajaba las escaleras de su estudio calzada con unos zapatos de tacón.


Al ver el lugar en que antes estaba el huerto, Pedro se quedó boquiabierto.


–¿Qué diablos ha pasado aquí?


Paula apartó un mechón de pelo de su frente y Pedro notó que tenía un largo corto en el dorso de la mano.


–El huerto era demasiado grande. Seguro que no le habría gustado a ningún posible comprador.


–¿Un posible comprador? –repitió Pedro, perplejo.


–Voy a vender. Es lo mejor que puedo hacer –Paula volvió a sonreír–. Debería haberme decidido antes.


Pedro miró a su alrededor sin ocultar su desolación.


–¿Pero qué has hecho, Paula?


–He limpiado un poco el jardín –Paula rio como si la reacción de Pedro estuviera siendo exagerada–. A fin de cuentas, el lugar será comprado por alguna empresa constructora que lo rehará todo.


–¿Qué? –el corazón de Pedro latía con tal fuerza que no estaba seguro de haber escuchado bien.


–Tranquilo –dijo Paula, sonando muy segura de sí misma–. Echa un vistazo a la casa.


Al ver que no decía nada más, se volvió y vio una nota oficial clavada en la puerta. Había visto montones de notas parecidas en los meses posteriores al terremoto.


–¿Por qué han puesto esa nota en tu casa?


–Los cimientos han desaparecido. Ya se ha hundido un poco y por lo visto podría desmoronarse en cualquier momento.


–Los cimientos pueden arreglarse.


–No en esta ocasión.