lunes, 8 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 64

 

Desde el ventanal de su habitación a oscuras, Pedro vio a Paula metiendo el teléfono en la nevera. No era lo que esperaba, pero, ¿de qué se extrañaba? Paula lo había puesto a congelar, como sus sentimientos.


Demasiadas horas después, esperó al pie de sus escaleras. Apareció a media mañana, preciosa pero con un aspecto terrible, ocultando la falta de sueño bajo una buena capa de maquillaje.


–Voy a llevarte al aeropuerto –Pedro se levantó para dejarla pasar.


–Estupendo –Paula forzó una sonrisa a través de sus pinturas de guerra.


–¿Llevas tu teléfono? –preguntó Pedro en el tono más desenfadado que pudo mientras entraban en el coche.


Paula no dejó de sonreír mientras asentía, pero Pedro vio cómo se frotaba nerviosamente las manos. Simuló ir a poner en marcha el coche y a continuación se dio una palmada en la frente.


Era obvio que no tenía intención de permanecer en contacto con él. Reprimió la rabia que le produjo comprobarlo. Debía conservar la calma. Paula era la primera mujer que lo dejaba plantado, y probablemente ese era el motivo de que se sintiera tan irritado.


Paula permaneció en silencio durante todo el trayecto al aeropuerto. Habría querido que Pedro se limitara a dejarla en la entrada, pero aparcó e insistió en acompañarla.


Quería perderlo de vista cuanto antes, pues temía perder la compostura en cualquier momento. Le dolía verlo tan cómodo respecto a su marcha, y eso era una prueba más de que había tomado la decisión correcta. Apenas pudo creerlo cuando Pedro la tomó por la barbilla y la miró con una expresión ligeramente burlona.


Menos mal que le había dicho que no la noche anterior. De lo contrario, no habría sido capaz de pasar una noche de mera pasión carnal. Se habría aferrado a él y le habría rogado que le diera todo lo que sabía que no quería darle.


Lo del teléfono había sido un gesto amistoso. Pero ella no quería su amistad. Se suponía que era su amante. Y se suponía que solo tendría que haberlo sido una vez. Pero no habían parado desde que se habían conocido, y su relación se había convertido en algo más…


Pero Pedro estaba redefiniendo su relación de un modo aún peor. Se mostraba preocupado y cariñoso, y quería que permanecieran en contacto como «amigos». Resultaba humillante cuando lo que realmente quería ella era…


¡No!


Sabía que no podía permanecer en contacto con él. Iba a dejar atrás aquella parte de su vida. Si realmente quería ser libre, tenía que cercenar todo contacto.


–Ya sé que tu abogado va a ocuparse de la venta de la casa y sus objetos –dijo Pedro–, pero yo también estaré al tanto.


Paula asintió y trató de sonreír para mostrar su gratitud. Miró por última vez los preciosos ojos negros de Pedro. Tenía la garganta tan atenazada por las ganas de llorar que fue incapaz de hablar.


–Espero que todo sea como lo has soñado –susurró Pedro.


Paula apenas asintió, porque de pronto supo que lo que realmente quería lo tenía ante sí. Quería que Pedro la amara, la deseara, que la abrazara y la retuviera a su lado… Pero él no quería hacerlo.


Parpadeó, tratando de reaccionar, pero se sentía paralizada.


Oyó que Pedro suspiraba profundamente antes de apoyar una mano en su hombro para hacerle darse la vuelta.


–Ve –murmuró a la vez que la empujaba con suavidad–. Vete ya.


Paula no se volvió mientras se alejaba de él con pasos de autómata



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