Paula respiró profundamente y sonrió. No podía dejarse dominar por la triste después de haber obtenido justo lo que quería: la experiencia sexual más increíble. Y daba igual que ya se hubiera terminado. No pensaba colarse por Pedro, que le había dado todo lo que siempre había deseado: diversión, amabilidad y éxtasis. Después de aquello le resultaba fácil entender por qué algunas chicas se volvían locas por Pedro. Pero ella no iba a perder la cabeza.
Con una vez había sido suficiente. Lo cierto era que estaba agotada y apenas podía moverse.
Tras tomar una rápida ducha, se metió en la cama. La mezcla de agotamiento y satisfacción le hicieron sumirse en un profundo sueño, aunque lo último que pasó por su mente fue lo acontecido durante aquella increíble noche con Pedro.
–Paula.
Paula gimió y dio la vuelta en la cama. Estaba soñando con Pedro, con el modo en que había pronunciado su nombre una y otra vez cuando había alcanzado el orgasmo.
–¡Paula!
Pero lo cierto era que nunca lo había oído gritar así en sus sueños.
–¡Abre la maldita puerta!
Paula parpadeó, se apartó el pelo de la frente, se levantó y fue tambaleante hacia la puerta.
–¿Estás bien? –preguntó Pedro en cuanto la puerta se abrió–. Llevo rato llamando.
Llevaba unos pantalones cortos y una camiseta ceñida, y era obvio que había estado corriendo. La mente de Paula se llenó de imágenes en las que Pedro aparecía sin pantalones.
–Sí, claro –murmuró–. Estaba dormida. ¿Querías… algo? –preguntó, sintiendo que el aroma de Pedro, su altura, el ronco tono de su voz, estaban haciendo que su cuerpo reviviera. Tensó los músculos pélvicos para tratar de reprimir la sensación de estar derritiéndose.
–Estaba agotada. He pasado una noche bastante… agitada –dio un paso atrás al ver que Pedro se acercaba a la nevera, abría la puerta y sacaba la botella marcada con la V.
–¿Por qué no has abierto la botella de champán para celebrar tu nueva condición de exvirgen?
–Iba a reservarla para la cena –lo cierto era que Paula había olvidado por completo la botella–. Pero puede que la abra ahora –sentía la boca tan seca en aquellos momentos que no le pareció mala idea. Alargó la mano hacia la botella para que Pedro se la diera.
–Creo que aún no la mereces –dijo él, apartando la botella de su alcance.
–Como creo que ya sabes, ya no soy virgen.
–No estoy de acuerdo.
Paula miró a Pedro con expresión de asombro.
–Dime que no lo he soñado.
–No –Pedro rio–. Pero sigues siendo virgen en muchos aspectos. Has probado un poco de sexo estilo misionero. ¿No crees que deberías probar las demás opciones?
–¿En qué otras opciones estabas pensando? –preguntó Paula, fascinada.
–Intuyo que tienes una imaginación bastante fértil, Paula. ¿Qué otras opciones se te ocurren a ti?
Paula sintió que todo su cuerpo se acaloraba, pero no sabía si debía responder a aquello.
Pedro se inclinó hacia ella.
–No trates de hacerme creer que no has pensado en unas cuantas cosas.
De acuerdo, de manera que iba a ser más de una vez, pensó Paula. Gabe tenía razón; aún le quedaban muchas cosas por experimentar. Y quería probarlas todas con él.
–Puede que lamentes tu oferta. Mientras tú hacías ejercicio yo dormía, y no sé si vas a tener la energía suficiente para mantener mi ritmo –dijo en tono remilgado.
–Creo que me las arreglaré –Pedro carraspeó–. De manera que quieres seguir investigando esto, ¿no?
–No hay ningún esto entre nosotros –replicó Paula. No podía haberlo. Ella era libre.
–Me refería a tu naturaleza sensual. ¿No quieres explorarla un poco más? Aún no me has dicho si te han gustado más tus fantasías o la realidad.
–Todo esto es una especie de fantasía.
–De acuerdo –Pedro asintió–. Pero creo que hay un par de cosas para las que me necesitas en carne y hueso, ¿no?
Oh, sí, claro que lo necesitaba. Paula dio un paso más hacia Pedro.
–Me voy cuando termine la temporada.
–Ya habremos acabado para entonces –Pedro también dio un paso hacia ella–. ¿Qué otras formas habías imaginado de hacerlo, Paula? –preguntó con voz ronca–. ¿De pie, sentada, a cuatro patas, sobre la mesa, en la ducha…?
–Tú por detrás y yo vestida de chica vaquera, con botas… y sin pantalones.
Pedro carraspeó de nuevo.
–Por supuesto, eso también.
–¿Escribimos una lista? –preguntó Paula, que ya tenía un montón de ideas en la cabeza.
–Por supuesto, mientras yo pueda añadir mis propias ideas. Sujeta esto –Pedro entregó la botella a Paula y luego la tomó a ella en brazos para llevársela–. Y tiene que haber margen para la creatividad –añadió mientras salía.
A veces, la espontaneidad implicaba una ducha de champán.