sábado, 30 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 37

 

Pedro sujetó el cuerpo de Paula con fuerza cuando sintió que deslizaba una pierna en torno a la suya. Incluso a través de su braguita pudo sentir que estaba húmeda… y totalmente lista para él.


Estaba a punto de perder la cabeza.


–Pedro… –susurró Paula, ardiente, sensual, terriblemente tentadora.


Temblando de frustración, Pedro apoyó las manos en su trasero y la alzó para llevarla a la cama. La tumbó de espaldas y luego se situó sobre ella, apoyándose en los codos para hacerle sentir su pelvis.


Las pupilas de Paula se dilataron. Pedro vio cómo se ruborizaban sus mejillas, sus labios… Era evidente que quería aquello, que lo deseaba. Era posible que careciera de experiencia, pero también era evidente que tenía los instintos adecuados.


Inclinó la cabeza y volvió a besarla, pero el sonido de una alarma en el fondo de su cabeza empezó a aumentar de volumen. Si seguía adelante y hacía aquello, no podría perdonárselo a sí mismo. Ella había estado bebiendo y él no. Pero se sentía incapaz de no tocarla, de no satisfacerla, de satisfacerse. Pero solo le estaba permitido lo primero. No quería aprovecharse de su condición. Paula no podía estar segura de todo lo que le estaba ofreciendo. Tenía las defensas bajas a causa del champán.


Pero su forma de moverse, de gemir, su apasionada y hambrienta forma de besarlo lo estaban volviendo loco. ¿Cómo iba a resistirse a aquello? ¿Y cómo iba a negarle el placer que estaba buscando?


Se obligó a apartarse un poco y, mientras la besaba, deslizó una mano bajo su falda, apartó a un lado sus braguitas e introdujo lentamente un dedo en su húmedo y deslizante sexo. Gimió contra su boca al sentir lo preparada que estaba para él. Luego se centró en lo que quería hacer y empezó a acariciarla.


Debió hacerlo bien, porque el gemido que escapó de entre los labios de Paula fue la pura representación sonora del placer sensual. Sintió que los labios de su sexo se inflamaban ligeramente, preparándose para ser invadidos. Anhelaba introducirle más los dedos y penetrarla profundamente, con fuerza, hasta hacerle alcanzar un orgasmo que nunca olvidarían.


Buscó la liberación a su frustración besándola de nuevo, introduciendo y sacando rítmicamente la lengua de su boca. Más que un beso fue una brutal muestra de deseo incontrolado. Paula se arqueó apasionadamente contra él, haciéndose más accesible, más vulnerable, aún más imposible de resistir.


Pero Pedro resistió y siguió acariciándola íntimamente. Nunca había experimentado un deseo más intenso, casi doloroso. El corazón le latía con violencia en el pecho y tenía el cuerpo cubierto de sudor a pesar de que apenas se estaba moviendo. Contenerse le estaba reclamando el esfuerzo más intenso de su vida.


Sintió el ahogado gritito de Paula contra sus labios cuando las exquisitas sensaciones que la embargaban acabaron liberándose, pero no apartó sus labios de ella ni dejó de acariciarla con el dedo, aunque sin llegar a penetrarla. El cuerpo de Paula comenzó a vibrar cuando alcanzó el orgasmo. Pedro perseveró, implacable en su necesidad de llevarla a lo más alto, de ser testigo de la deliciosa expresión de placer que distendió su rostro, hasta que sintió que se quedaba totalmente laxa bajo su muslo. Solo entonces se apartó para tumbarse a su lado y abrazarla mientras trataba de regular su respiración y aplacar su deseo.


–Oh, Pedro –susurró Paula en un tono colmado de satisfacción.


–Shh –Pedro le acarició el pelo, y esperó a que el sueño se adueñara de ella.


Afortunadamente, Paula apenas tardó en quedarse dormida. Pero, a pesar de sus intenciones, Pedro fue incapaz de moverse. Estaba tan dolorosamente excitado y sensible que incluso el mero roce de las sábanas de algodón le hacía daño. Apretó los dientes mientras esperaba a calmarse, pero lo único que logró fue atormentarse con visiones de lo que podría haber hecho, de lo que en otra época habría hecho sin pensárselo dos veces.


Estaba claro que tener conciencia resultaba realmente incómodo.




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