sábado, 30 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 38

 


Cuando Paula despertó estaba sola en la cama. Parpadeó al ver las familiares paredes del dormitorio en que había despertado casi cada mañana a lo largo de su vida.


Pero ahora todo había cambiado, pensó al recordar.


Alzó las sábanas y vio que estaba vestida y que aún llevaba las braguitas puestas. Pedro ya no estaba allí, por supuesto. Recordó sus besos, casi feroces, el peso de su cuerpo, la forma en que la había acariciado hasta hacerle llegar.


Pero eso había sido todo.


En la próxima ocasión no pensaba permitir que eso fuera todo. Ahora sabía que Pedro soñaba con ella tanto como ella con él. Se quitó rápidamente toda la ropa. Se negaba a abandonar la cama hasta que Pedro llegara y disfrutara como ella. Era lo justo. De manera que se tumbó a esperar.


Afortunadamente no tuvo que esperar demasiado. Pedro apareció en el umbral vestido tan solo con unos vaqueros oscuros. Paula supuso que acababa de tomar una ducha, porque aún tenía el pelo húmedo y parecía recién afeitado. Pero parecía haber vuelto a adoptar su personalidad gruñona.


–¿Tienes dolor de cabeza? –preguntó Pedro con aspereza.


–No. No estaba bebida, Pedro.


–¿Tienes hambre? –preguntó él sin mirarla.


–Aún si…–contestó Paula en un tono claramente sugerente.


Pedro frunció el ceño.


Paula sonrió abiertamente. Quería alcanzarlo, hacerle salir de sus malditos límites.


–Lo recuerdo todo.


Pedro pareció más incómodo que nunca.


–Estabas bebida –dijo con firmeza–. Lo siento. No debería haber…


Paula lo miró de arriba abajo y entonces fue cuando se fijó en la evidencia de su excitación. El tamaño de su paquete no era para nada normal. Se irguió en la cama, sujetando momentáneamente la sábana contra su pecho, y luego salió de la cama sin molestarse en sostenerla.


Pedro… –murmuró. Mientras avanzaba hacia él deslizó las manos por sus costados y balanceó las caderas.


El se quedó mirándola con la boca abierta, paralizado.


Aquella reacción fue lo último que necesitó para perder los últimos restos de inhibición.


–No tienes que sentirte mal.


Las pupilas de Pedro parecieron dilatarse, oscureciendo aún más su ardiente mirada. Abrió la boca y volvió a cerrarla. Era la primera vez que Paula veía a un hombre ruborizándose.


–He estado pensando mucho en ti –susurró a la vez que se acercaba hasta quedar a pocos centímetros de Pedro.


–¿Y qué has hecho mientras pensabas en mí? –contestó Pedro con voz ronca.


Paula se pasó la lengua por los labios y sonrió.




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