viernes, 29 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 34

 


Sin pensárselo dos veces, se acercó a la cama. Hacía calor y Pedro estaba tapado tan solo por una sábana que lo cubría de la cintura para abajo. No llevaba camiseta, y Paula fijo instintivamente la mirada en su poderoso pecho, en sus marcados abdominales.


Pedro se movió un poco y abrió los ojos. Miró a Paula sin verla, gruñó y volvió a cerrar los ojos a la vez que murmuraba su nombre.


Como hipnotizada, Paula vio que deslizaba la mano bajo la sábana y la llevaba hacia su entrepierna, zona en que la sábana aparecía sospechosamente elevada y tensa. Suspiró, frustrado, buscando satisfacción.


Paula sonrió de oreja a oreja, encantada al saber que no era la única que se enfrentaba a unos sueños tan explícitos. Alargó una mano y deslizó un dedo por el esternón de Pedro en dirección a su ombligo.


–Estoy aquí mismo –murmuró.


–¡Pero qué…! –Pedro se irguió como una exhalación y apoyó instintivamente la mano sobre la de Paula–. ¿Paula? –preguntó con los ojos abiertos de par en par–. ¿Qué diablos haces aquí?


Paula trató de liberar su mano, pero él no la soltó.


–Me has dejado plantada –replicó.


–Paula… –Pedro apartó la mano de Paula de su pecho–. No puedes entrar así como así en la casa de otra persona.


–Por si te interesa saberlo, esta es mi casa. Pero no te asustes –añadió en tono sarcástico–. No he entrado para atacarte o seducirte. Solo quiero echarte la bronca.


–¿Y no puedes esperar a mañana?


–No, porque te has comportado como un memo.


–Eso no es cierto. He sido amable contigo y te he ayudado a tranquilizarte.


–¿Eso fue lo que te enseñaron en la facultad de medicina? No trates de actuar como si hubiera sido algo que tú mismo instigaste. Y no trates de negar que era algo que llevabas días deseando hacer, ni de simular que no va a suceder nada más íntimo.


SIN ATADURAS: CAPÍTULO 33

 


Paula subió las escaleras que llevaban a su dormitorio pisando fuerte, demasiado desafiante como para molestarse en no hacer ruido. No había luz en la casa, de manera que era posible que Pedro aún no hubiera llegado.


Cuando entró en su cuarto fue directamente a la nevera, sacó la botella reservada para celebrar su primera actuación en público, la descorchó y bebió directamente de esta.


Sabía bien.


Estaba acalorada y sedienta, enfadada y excitada, de manera que dormir iba a ser imposible. Salió al porche a beber el champán. Miró las ventanas de Pedro con el ceño fruncido, repasando mentalmente lo que pensaba decirle en cuanto volviera a verlo. Con cada sorbo de la botella empezó a sentirse más desafiante, más segura de sí misma.


Masculló una maldición.


Tenía una llave de la casa y pensaba echarle una buena bronca. Estaba en deuda con ella. ¿Por qué no entrar y decírselo a la cara?


Tras vaciar de un trago el resto de la botella, tomó las llaves y se encaminó hacia la puerta trasera de la casa. Abrió la puerta y pasó al interior. No sabía qué dormitorio habría elegido Pedro, pero eso no era problema.


Tras constatar que no estaba en la habitación de abajo, subió a la de arriba, su antiguo dormitorio. La puerta estaba entreabierta. La empujó y entró. Miró hacia la cama. Gracias a la luz de la luna comprobó que el muy miserable estaba profundamente dormido. ¿Cómo podía estar tan tranquilo mientras ella se sentía devorada por las fantasías de todo lo que quería hacerle… y de todo lo que quería que él le hiciera?



jueves, 28 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 32

 

Paula se quedó jadeando, incrédula. Negó con la cabeza, pero no le quedaba aliento para rogar más. Pedro la tomó con firmeza por el brazo y la guio por el pasillo de vuelta a los vestuarios. Empujó la puerta para que entrara y en seguida siguió alejándose por el pasillo.


–¡Ahí estás! –dijo Carolina desde dentro del vestuario–. Empezaba a preguntarme dónde te habías metido.


Paula no tuvo más opción que entrar. Se sentía tan caliente, tan excitada, tan asombrada… Sus labios se distendieron en una lenta sonrisa. Pedro había cambiado de opinión. Era suyo. Ya no podía negar lo que había entre ellos. Había sentido la intensidad con que la deseaba…


–¿Estás lista? –preguntó Carolina–. Tienes un aspecto estupendo.


Paula se miró un momento en el espejo y vio que sus ojos brillaban y que sus mejillas tenían un tono ligeramente colorado y saludable. Y su maquillaje seguía en perfecto estado.


–Estoy totalmente lista –dijo, radiante. Ya estaba deseando que todo acabara.


La música comenzó a sonar en la distancia y el sonido del multitud aumentó de volumen. Paula escuchó los silbidos, los aplausos. Rio mientras corrían por el pasillo y salían al estadio. Cuando empezó a bailar sintió que su cuerpo se movía con gran fluidez y libertad, totalmente relajado. Nunca se había sentido tan consciente de su cuerpo.


Después del partido, que, naturalmente, ganaron los Knights, Paula se cambió rápidamente. Había una pequeña fiesta en el estadio y, después, la mayoría de los jugadores y las bailarinas acudían a un club particular. Estaba deseando quedarse a solas con Pedro para recibir por fin el beso que tanto llevaba esperando. Y después… todo lo demás.


Entró en la sala en que se celebraba la fiesta junto a otro par de bailarinas, incapaz de contener la sonrisa. Su corazón latió con más fuerza mientras recorría la sala con la mirada. Pero, antes de terminar de hacerlo, supo que Pedro se había ido.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 31

 


Pedro retiró la mano de uno de los hombros de Paula para tomarla por la barbilla. El contacto fue como una droga para ella. Sintió que la ansiedad que sentía se transformaba en una lenta calidez. No era capaz de moverse, ni para alentarlo, ni para huir de él. Solo podía esperar. Y desear.


Pedro le acarició la mejilla con el pulgar y Paula sintió su aliento en la cara. Cerró los ojos instintivamente para centrarse en su cercanía, en su olor.


El beso que recibió fue delicado, y en seguida sintió que no le bastaba. El rescoldo que tanto tiempo llevaba latiendo en su interior se transformó en una llamarada.


–Vas a hacerlo genial –susurró Pedro con los labios contra la piel de su cuello–. Increíble –dejó un rastro de besos por su mandíbula–. Tú eres increíble.


Los miedos de Paula se esfumaron para dar paso a un intenso deseo. Quería tener a Pedro más cerca, aferrarse a él como una lapa. Tenía delante de sí lo que llevaba deseando varios días, atormentándola, cautivándola, pero fuera de su alcance.


–Sal al campo y diviértete –dijo Pedro.


Pero a Paula ya le daba igual el baile. La diversión estaba allí mismo.


Pedro lo hizo, pero no donde ella quería, sino en el cuello, a la vez que la deslizaba una mano por la espalda para atraerla hacia sí. Paula echó la cabeza atrás, totalmente entregada mientras él seguía besándola apasionadamente.


–Paula… –murmuró Pedro con voz ronca.


Paula sentía que el cuerpo le ardía.


–Bésame bien –quería sentir su boca, quería sentirse totalmente envuelta en su abrazo.


Sintió la respiración acelerada de Pedro, que presionó su abdomen contra ella sin dejar de besarla. Paula sintió cómo se endurecía contra ella.


Pedro… –rogó.


Él apartó el rostro con verdadero esfuerzo.


–Te besaré adecuadamente después del partido –murmuró.


–No –Paula balanceó instintivamente sus caderas contra él–. Ahora…


Pedro apoyó ambas manos en sus glúteos y la retuvo contra sí.


–No… por favor –Paula se frotó contra él, moviéndose lo poco que le permitieron sus manos, aunque casi bastó para que alcanzara un orgasmo–. Por favor…


–Vas a llegar tarde –Pedro volvió a inclinar la cabeza para besarla en el cuello a la vez que presionaba la pelvis con fuerza contra ella–. No puedes llegar tarde…


–No pares… no pares… –a Paula le dio igual mostrar lo desesperada que se sentía–. Bésame, bésame –rogó, sintiendo que sus erectos pezones anhelaban sentir el contacto de su boca, de sus dientes…


Pero entonces Pedro dio un paso atrás.


–Después del partido.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 30

 

El miedo de Paula era irracional, y era obvio que los racionales intentos de Pedro para tranquilizarla no iban a funcionar, de manera que solo le quedaba una opción: la distracción.


Pero solo con intención de tranquilizarla, se dijo. Un abrazo podía resultar reconfortante. Además, ya le iba a resultar imposible no tocarla. Deseaba hacerlo. Lo único que importaba en aquellos momentos era lograr que se sintiera mejor.


Paula estaba a punto de llorar. Trató de calmarse, pero, cuanto más lo intentaba, peor se ponía. Y tener allí a Pedro no estaba ayudando.


–Paula –dijo él a la vez que la tomaba por los hombros.


Ella alzó el rostro para mirarlo.


–Paula –repitió Pedro en un tono completamente distinto.


Paula se quedó momentáneamente paralizada, mirándolo. Pero Pedro no dijo nada más y se limitó a mirarla mientras una leve sonrisa le curvaba los labios. Paula lo contempló, fascinada, pues no era el tipo de sonrisa que había visto antes; era una sonrisa atrevida, cargada de promesas…



miércoles, 27 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 29

 


Pedro estaba casi listo para el partido. Había vendado un par de rodillas y tenía su botiquín portátil listo. Pero tenía la cabeza en otra parte. Se había vuelto loco por aquella provocativa y preciosa mujer a la que había puesto voluntariamente fuera de su alcance. Salió a dar una vuelta, decidido a recuperar la perspectiva. Caminaba por uno de los pasillos del estadio cuando estuvo a punto de pasar de largo junto a la sombra que se hallaba en los peldaños de una escalera. Pero su cuerpo reconoció de inmediato a Paula.


–¿Qué haces aquí, Paula?


–Nada. Descansar un momento. Vete, por favor.


–No –dijo Pedro con firmeza a la vez que se acercaba a ella–. Estás disgustada. ¿Qué pasa? ¿Te ha molestado alguno de los jugadores? –preguntó, apretando los puños.


–¿Qué? ¡No!


Pedro le creyó, pero también captó la emoción que emanaba de su voz. Había visto mucho miedo en su trabajo, y lo estaba viendo en Paula en aquellos momentos. Su forma de aferrar las manos juntas, el brillo de terror que había en su mirada…


–Dime lo que te pasa, por favor –dijo, preocupado, reprimiendo el impulso de abrazarla allí mismo para que se sintiera a salvo.


–Estoy bien. En serio. Solo me estaba tomando un respiro. El vestuario huele demasiado a perfume y a laca –Paula se dio cuenta de que estaba parloteando. ¿Por qué estaba parloteando?–. Quería dar un paseo para despejarme –miró a Pedro con los ojos abiertos de par en par, frenéticos–. Estoy nerviosa.


Pedro sintió un intenso alivio al saber que se trataba de eso, pero tenía demasiada experiencia sobre el asunto como para quitarle importancia y reírse de ella.


–Eres una buena bailarina. Lo harás muy bien.


Paula negó violentamente con la cabeza.


–Nunca había hecho antes. Nunca he bailado ante una audiencia.


–¿Qué? –tenía que estar bromeando.


–El estadio está lleno –Paula siguió hablando, cada vez más deprisa–, la televisión emite el partido y va a haber millones de personas viendo el partido. Hace años que no voy a una clase de baile. Bailé de pequeña, pero cuando la abuela se puso mala dejé de ir a clases. Soy autodidacta; no tengo la categoría suficiente para bailar junto a chicas profesionales y con experiencia. ¿A quién trato de engañar? No puedo hacerlo.


–Sí que puedes –dijo Pedro con firmeza.


Ella negó vehementemente con la cabeza, temblorosa, a punto de echarse a correr.


–Imagina que estás en el jardín y que nadie te está viendo –Pedro se acercó un poco más a ella y trató de hablar con mucha calma–. Bailas increíblemente bien en el jardín –la había visto a menudo y sabía cómo se movía. Un millón de veces mejor que cualquiera de las otras chicas.


Paula lo miró aún más asustada.


–No puedo hacerlo.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 28

 

Paula se sentía avergonzada e incómoda mientras se ponía el traje de baile. Pedro la estaba evitando. Aquella mañana había visto cómo agachaba la cabeza al ver que ella alzaba la mirada hacia las ventanas desde el jardín. También había visto cómo se había dado la vuelta en cuanto la había visto en el otro extremo de uno de los largos pasillos del estadio. De manera que estaba claro que había metido la pata hasta el cuello. Pedro no estaba en lo más mínimo interesado en ella; tan solo se había limitado a flirtear un poco para divertirse. Y ahora que conocía su pasado, probablemente temía que fuera demasiado frágil y pudiera volverse tan loca como su ex.


–¿Lista? –preguntó Carolina a la vez que echaba atrás su melena con un movimiento de la cabeza.


Paula asintió sin decir nada. Estaba claro que debía haber hecho más caso a la advertencia de Carolina sobre Pedro.


Pero en aquellos momentos debía enfrentarse a su primera noche de baile como una Silver Blade. Se miró en el espejo, tratando de convencerse de que si no se reconocía a sí misma, nadie más lo haría y, por tanto, no pasaría nada si hacía un completo ridículo en la pista. Pero estaba aterrorizada; toda su confianza se había esfumado. Trató de respirar profundamente, pero lo que necesitaba era aire fresco, no las nubes de laca acumuladas en el vestuario de las Blade.