Paula subió las escaleras que llevaban a su dormitorio pisando fuerte, demasiado desafiante como para molestarse en no hacer ruido. No había luz en la casa, de manera que era posible que Pedro aún no hubiera llegado.
Cuando entró en su cuarto fue directamente a la nevera, sacó la botella reservada para celebrar su primera actuación en público, la descorchó y bebió directamente de esta.
Sabía bien.
Estaba acalorada y sedienta, enfadada y excitada, de manera que dormir iba a ser imposible. Salió al porche a beber el champán. Miró las ventanas de Pedro con el ceño fruncido, repasando mentalmente lo que pensaba decirle en cuanto volviera a verlo. Con cada sorbo de la botella empezó a sentirse más desafiante, más segura de sí misma.
Masculló una maldición.
Tenía una llave de la casa y pensaba echarle una buena bronca. Estaba en deuda con ella. ¿Por qué no entrar y decírselo a la cara?
Tras vaciar de un trago el resto de la botella, tomó las llaves y se encaminó hacia la puerta trasera de la casa. Abrió la puerta y pasó al interior. No sabía qué dormitorio habría elegido Pedro, pero eso no era problema.
Tras constatar que no estaba en la habitación de abajo, subió a la de arriba, su antiguo dormitorio. La puerta estaba entreabierta. La empujó y entró. Miró hacia la cama. Gracias a la luz de la luna comprobó que el muy miserable estaba profundamente dormido. ¿Cómo podía estar tan tranquilo mientras ella se sentía devorada por las fantasías de todo lo que quería hacerle… y de todo lo que quería que él le hiciera?
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