miércoles, 27 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 27

 

Al mirar a Pedro vio en su rostro lo que nunca había visto en ningún otro.


–No necesito compasión, Pedro –dijo, molesta–. Hace más o menos un año habría estado bien –fue incapaz de no lanzarle un último reto–. Lo que necesito ahora es un poco de diversión y aventura. Ya ha pasado mucho tiempo –en aquella ocasión no habló en susurros, ni dedicó a Pedro una tímida sonrisa, sino que lo dijo con total sinceridad.


–No creo que lanzarse a lo más hondo sea la forma de arreglar las cosas –contestó Pedro de modo tajante.


Paula no podía creerlo. ¿El flirteo de hacía unos minutos solo había sido eso? ¿Pedro seguía negando aquello? No sabía cómo había adquirido su fama de playboy, pero estaba claro que se había equivocado con él. Y se sentía mortificada por haberse lanzado tan descaradamente a conquistarlo.


–¿Crees que no podría manejarlo? Me he enfrentado a más de lo que puedas imaginar –dijo, aunque no pensaba darle los detalles de su triste historia para ganar puntos. Ya estaba bastante enfadada consigo misma por haberle contado todo aquello. Lo último que quería era su compasión.


Pedro la miró atenta e intensamente durante unos segundos.


–Nos veremos en el partido mañana –dijo mientras se alejaba–. Baila con fuerza –añadió por encima del hombro


martes, 26 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 26

 

Durante el trayecto, con Pedro siguiéndola de cerca, Paula estuvo a punto de equivocarse de dirección en dos ocasiones. Al mirar por el retrovisor vio el destello de su sonrisa. Cuando llegó a su casa, salió del coche para abrir la puerta del garaje y luego aparcó en el interior. Pedro había aparcado fuera. Cuando entró se encaminó hacia donde Paula trataba de estirar una lona azul que apenas cubría los montones de cajas de cartón que había amontonado a lo largo de una de las paredes del garaje.


–Tienes un montón de cosas –comentó.


–Sí, no estoy segura de qué hacer con todo esto.


–¿No quieres quedártelo?


–No todo –allí estaban todos los recuerdos, las historias, sus vidas… Había repasado todo meticulosamente y no había encontrado las respuestas que buscaba–. Lo mismo pasa con el mobiliario –suspiró y se encaminó hacia la puerta que daba al jardín–. Me he librado de algunas cosas, pero ya has visto el resto que tengo amontonado arriba –resto del que tampoco se animaba a desprenderse.


–¿No conoces a nadie a quien pudiera interesarle? –preguntó Pedro mientras la seguía.


–No. Mi madre era hija única, como yo –no tenía tías, ni tíos, ni primos. Ella era la única que quedaba de su familia.


–¿Y tu padre?


Paula endureció lo suficiente su corazón para poder responder.


–No sé nada de él.


–¿Ni siquiera su nombre? –bromeó Pedro.


–No –contestó Paula de mala gana.


–Oh –Pedro carraspeó y apartó la mirada–. Lo siento.


–No pasa nada. No hay ni un solo documento en esas cajas, y tampoco he recibido ayuda de ningún departamento burocrático –se obligó a sonreír. Nunca habían sido capaces de ayudarla.


Pedro le devolvió la sonrisa.


–¿Esta era la casa de tu madre?


–No. Mi madre vivía en el Reino Unido. Me criaron mis abuelos. Esta es su casa.


–¿Y te la dejaron a ti?.


Paula asintió.


–¿Cuándo?


Pedro no lo sabía, pero estaba llevando la conversación a un terreno muy pantanoso.


–Mi abuela murió cuando yo tenía dieciséis años. Mi abuelo murió hace un año.


–Lo siento –Pedro se volvió ligeramente para mirar la preciosa casa, cosa que Paula agradeció, porque mantener la sonrisa le estaba costando verdaderos esfuerzos–. ¿Dónde está tu madre ahora?


Paula cerró los ojos un segundo.


–Murió cuando yo tenía ocho años.


–Vaya –murmuró Pedro–. Eso tuvo que ser muy duro.


Paula se encogió de hombros.


–Vivía en el extranjero. Yo me crié con mis abuelos, así que apenas la conocía. He vivido aquí toda mi vida.


De pequeña había vivido con la idealista esperanza de que su madre volvería algún día y respondería a todas sus preguntas. Pero aquello no sucedió, y cualquier posibilidad de obtener respuestas quedó enterrada junto al último miembro de la familia. Había pasado años revisando aquellos papeles y tratando de asimilar las cosas. Finalmente lo había guardado todo en cajas selladas.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 25

 


Paula tuvo que aprender a conducir por necesidad, para poder acudir al hospital o a una farmacia en caso de urgencia. Podría haberse sacado el carné, pero también había querido disfrutar un poco vengándose de las autoridades, de las instituciones que la habían abandonado a ella y a su familia. No habían contado con ningún apoyo. Recibieron la visita de un trabajador social al principio y luego nada. Paula acababa de cumplir los diecisiete y su abuela acababa de morir, dejándola sola a cargo de su abuelo en el comienzo de lo que acabó siendo una larga enfermedad. No había contado con nadie.


Pedro la miró con expresión seria y alargó una mano hacia ella.


–Dame las llaves.


Paula suspiró dramáticamente.


–¿Quién te crees que eres?


–Dame las llaves o llamo a la poli.


Paula se quedó boquiabierta ante el inconfundible tono de amenaza de Pedro.


–No serías capaz.


–Pruébame –replicó Pedro sin apartar la mano–. Dámelas.


Paula se quedó un momento mirándolo. Finalmente le entregó las llaves de mala gana.


Pedro giró sobre sí mismo, abrió la puerta del coche y se sentó ante el volante con una sonrisa de oreja a oreja. Luego abrió la ventanilla.


–Siempre he querido conducir uno de estos. ¿Puedo conducirlo a casa?


–¿Y tu coche? –preguntó. Se trataba de un coche deportivo que debía valer una fortuna y que se hallaba aparcado a pocos metros del suyo.


Pedro sacó unas llaves de su bolsillo y se las dio.


–Condúcelo tú.


–Ni hablar.


Pedro rio.


–¿Por qué no?


–Porque vale ochenta veces más que el mío –protestó Paula mientras se esforzaba por seguir enfadada con él–. No podría permitirme pagar una posible reparación si lo rayo, o algo peor.


–Qué prudente –dijo Pedro con una molesta expresión de suficiencia.


–¿Y qué si lo soy?


–Sigue así –dijo Pedro.


Paula frunció el ceño al escuchar aquello.


Pedro sostuvo la puerta para que Paula ocupara el asiento tras el volante.


–Conduce con cuidado… –se inclinó hacia la ventanilla y añadió en un ronco murmullo–: A menos que quieras que te lleve yo.


Paula lo miró un instante. Luego hizo un mohín y batió las pestañas.


–Ya sabes que quiero que me lleves… –susurró–… pero no en mi coche.


Pedro rio mientras se erguía y cerraba la puerta. Luego metió la mano por la ventanilla y le acarició con los nudillos la mandíbula a Paula.


–Sigue practicando. Estoy seguro de que algún día obtendrás el título de muñeca retozona.


Paula le dedicó una mirada de pocos amigos a la vez que arrancaba el coche.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 24

 


Los jugadores empezaron a retirarse unos minutos después, dispuestos a retirarse temprano aquella noche. Pero los que estaban hablando con Paula seguían allí. Cuando esta se encaminó hacia los vestuarios, Pedro hizo lo mismo.


–¿Te vas? –preguntó cuando la alcanzó.


–Sí, me voy.


–¿Sola? –Pedro lamentó de inmediato haber añadido aquello, pero estaba tan embobado por ella que no pudo evitarlo. Aquello empezaba a resultar patético.


–Es la noche anterior al primer gran partido de la temporada. ¿De verdad crees que alguno de los jugadores estaría dispuesto a irse de juerga conmigo?


Al parecer los chicos eran más profesionales que él. Volvió la mirada hacia el grupo de jugadores y vio que varios los observaban. Salió del estadio con Paula sin importarle que lo vieran. Si pensaban que estaba con ella, mejor.


Se encaminaron juntos hacia el aparcamiento. Pedro se sorprendió cuando Paula se detuvo junto a un coche y sacó una llave del bolsillo.


–¿Este es tu coche?


–Lo es.


Pedro parpadeó un par de veces antes de deslizar una mano por el capó. Luego frunció el ceño.


–¿No tenías una de esas botellas de champán para celebrar el día en que te sacaras el carné de conducir? –entrecerró los ojos–. Enséñame tu carné de conducir.


–Lo haré en cuanto usted me enseñe su insignia, oficial –dijo Paula arrastrando la voz y disfrutando enormemente de poder burlarse de él. Estaba de buen humor porque Pedro no había querido que flirteara con los jugadores y porque la había acompañado al salir sin importarle que los vieran juntos.


–No puedo creer que santa Inocencia conduzca ilegalmente.


Paula estuvo a punto de derretirse al escuchar su risa.


–¿Por qué me llamas santa Inocencia?


–Oh, vamos. Porque eres una santa. Tú misma me dijiste hasta qué punto.


Paula suspiró.


–No creo que la virginidad tenga nada que ver con que una chica sea buena o mala. Creo que necesitas superar tus estereotipos femeninos.


–Quién fue a hablar de estereotipos. ¿Qué me dices de tu nuevo peinado, de tus falsos pechos, de tu repentina decisión de bailar en público? Lo cierto es que vives en un escondite y no te dedicas precisamente a salir de fiesta. Eres Paula, no la sexy Paula. Estás jugando a hacerte la vampiresa, la sofisticada, pero no sé por qué.


–No estoy jugando a nada –dijo–. ¿Acaso crees que soy una niña que ha estado jugueteando con el maquillaje de su mamá? Me viste antes de que fuera a la peluquería, ¿y qué? Soy capaz de ser más mala de lo que puedas imaginar.


–Lo cierto es que sí puedo imaginarlo –dijo Pedro con voz grave–. Pero, si eres tan mala, ¿por qué no tuviste relaciones sexuales con tu novio en el asiento trasero de este coche?


Ruborizada, Paula le dio un empellón.


–Porque habría sido irrespetuoso –contestó con sinceridad… y sin aliento.


Pedro apoyó la espalda contra el coche.


–No más irrespetuoso que conducir sin carné. ¿Cómo es que nunca te ha detenido la poli?


Paula se encogió de hombros a la vez que se esforzaba por no inclinarse para que su boca entrara en contacto con la de Pedro.


–Siempre conduzco con mucho cuidado.


–¿Quién te enseñó a conducir?


–Mi abuelo. Este coche era un auténtico orgullo para él, y yo lo respetaba, así que nunca se me habría ocurrido correr el riesgo de dejarle manchas de leche en sus asientos de cuero.


Pedro sonrió al escuchar la burda palabra utilizada por Paula.


–¿Y por qué no te has sacado el carné?


–He estado muy ocupada. Además, una L en la ventanilla trasera del coche estropearía su aspecto.



lunes, 25 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 23

 


–¿Has visto a la nueva bailarina? –preguntó Damián a Pedro mientras observaban a los jugadores, que estaban haciendo los últimos ejercicios de entrenamiento del día–. Tu chica del picotazo ha entrado en el grupo y lo hace muy bien. La Sexy Paula–dijo Damián con una sonrisa maliciosa.


Pedro estuvo a punto de saltar.


–¿Quién la llama así? –preguntó.


–Javier y un par de los nuevos. Le han echado el ojo nada más verla.


Era posible que Paula se hubiera teñido el pelo, que se hubiera pintado con esmero los ojos y que hubiera hecho algo para realzar su busto, pero todo eso era superficial. En el fondo solo era una chica inocente. Era cierto que quería dejar de serlo, pero esa no era la cuestión. Y Pedro no quería que alguno de aquellos patanes se aprovechara de ella. Lo cierto era que quería hacerlo él.


–Solo es una niña –dijo, esforzándose por sonar indiferente.


Inevitablemente, las bailarinas y los jugadores se reunieron cuando terminaron sus respectivos entrenamientos. Los entrenadores observaban atentamente a todos para asegurarse de que los chicos no se metieran en líos la noche antes de un gran partido. Paula permanecía a un lado del círculo de bailarinas, sin decir nada. Probablemente porque era nueva. Pero solo era cuestión de tiempo que alguno de los jugadores la abordara. Un instante después, dos de los jugadores se acercaron a ella. Estrecharon su mano, pero fue otra bailarina la que charló con ellos mientras Paula mantenía una enigmática sonrisa.


Pedro no le gustó que estuviera tan cerca de ellos. Mientras los observaba, Paula le lanzó una mirada de reojo y a continuación dedicó una sonrisa al tipo que estaba a su lado. Pedro supo que lo había hecho deliberadamente, para tomarle el pelo.


Pero la idea de que estuviera ligando con algún otro le resultaba intolerable.


Cuando Paula se acercó a arrojar la lata del refresco que estaba bebiendo a la basura, Pedro aprovechó la oportunidad.


–No hagas ninguna tontería –sabía que se había comportado como un memo con ella en más de una ocasión, y lo lamentaba, pero no quería que cometiera un error a causa de su orgullo herido. Por supuesto, como el completo canalla que era, lo que más lamentaba era no haberla besado.


–No sabía que te preocupara lo que pudiera hacer –replicó Paula.


Pedro vaciló. Paula sonrió, atrayendo la atención de este hacia sus brillantes labios.


–Tú ya tuviste tu oportunidad –dijo en tono petulante.


–¿Serías capaz de irte con cualquiera? –preguntó Pedro, consternado.


–No con cualquiera. Los estoy evaluando. Tú los conoces bien; ¿me recomiendas alguno?


–Eso no es gracioso.


No lo era, pero Paula rio de todos modos.


–Ninguno de esos chicos te serviría –dijo Pedro con firmeza.


–Ninguno es tan bueno como tú, ¿no? –replicó Paula en tono burlón.


–Solo creo que estás cometiendo un error –un terrible error, pensó Pedro. Y el mero hecho de pensarlo lo estaba matando.


–Lo que estoy haciendo es seguir adelante con mi vida. Quiero hacer muchas cosas. Esta es solo una de ellas. Ahora mismo estoy disfrutando coqueteando.


Pedro apoyó una mano en su brazo para evitar que se alejara.


–Algunos de esos chicos no saben cuándo parar –advirtió.


Paula sonrió de oreja a oreja.


–¿Y quién ha dicho que quiera que paren? –dijo, y a continuación se alejó de nuevo hacia el grupo de chicas, dejando a Pedro boquiabierto.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 22

 

En aquella ocasión fue Paula la que se quedó boquiabierta. ¿Quién habría imaginado que Pedro poseía una vena romántica?


–¿Estabas enamorado de la primera chica con la que te acostaste?


–Eso es distinto.


–¿Por qué? ¿Acaso son distintas las cosas para los hombres? ¿Por qué no puedo yo tener sexo por el mero placer de tenerlo, por curiosidad? ¿Por qué tuviste tú relaciones sexuales la primera vez?


–No malgastes tu virginidad con algún canalla. Es un regalo que deberías hacer a alguien que lo aprecie.


Paula gruñó de frustración.


–Nunca imaginé que serías tan anticuado. Tu reputación no es cierta.


Pedro tomó a Paula por el brazo.


–¿Por eso me has elegido a mí? ¿Por algo que has escuchado, por algo que crees saber?


–Te he elegido porque eres un hombre excitante. También corre el rumor de que eres muy bueno en la cama y de que no estás interesado en comprometerte en una relación. Esos son tres puntos esenciales en mi lista.


–La mayoría de las mujeres tienen anotado lo contrario en su lista –espetó Pedro, que dedicó a Paula una mirada incandescente–. ¿Por qué tú no?


–Porque yo tampoco quiero atarme a una relación. Nunca.


Pedro rio brevemente con incredulidad.


–Así que para ti no va a haber matrimonio ni niños.


–Nunca.


–Nunca es demasiado tiempo para una mujer joven como tú –dijo Pedro a la vez que aflojaba la mano con la que aún sujetaba el brazo de Paula.


–No te pongas condescendiente conmigo. Sé lo que quiero y lo que no quiero –Paula no quería volver a experimentar el dolor que podía conllevar una familia. Tenía el gen de la necesidad de ser libre y no pensaba estropear su vida como lo hizo su madre por tener un hijo, ni una relación larga.

 

–Lo que quieres y necesitas es a alguien adecuado –replicó Pedro con aspereza.


–¿Y tú no lo eres? ¿No eres un amante lo suficientemente bueno?


–No trates de retarme –contestó Pedro a la vez que le soltaba el brazo–. No te va a funcionar.


–Ah, ¿no? –Paula bajó la mirada hacia la cintura de Pedro para constatar abiertamente su estado de excitación–. Solo eres humano, Pedro.


–Así es. Soy un humano, no un animal. Poseo autocontrol y libertad de elección –Pedro respiró profundamente y luego le apartó con sorprendente delicadeza la trenza a Paula del hombro–. ¿Piensas utilizar tus inocentes artimañas para tentarme a perder el control?


Paula se limitó a mirarlo, porque lo cierto era que le habría gustado poder hacer aquello.


–¿Crees que puedes jugar con fuego, Paula?


–¿Y tú eres el fuego? –replicó ella en tono burlón–. Está claro que no eres el ardiente amante del que había oído hablar. Tan solo eres un arrogante insufrible.


–¿No acabas de darme tú un motivo para serlo? Estoy haciendo lo que considero mejor para ambos. Y, además, tú no eres lo suficientemente tentadora para mí.


Paula sabía que lo único que pretendía Pedro con aquello era librarse de ella.


–Hacer que me enfade no va a servir para que te desee menos –dijo con total sinceridad. Ahora quería verlo de rodillas, temblando de deseo por ella–. Sé que soy más que suficientemente tentadora para ti. Puede que sea virgen, pero no soy estúpida.


–Ese es otro motivo para decir no –dijo Pedro mientras se apartaba unos pasos de ella–. Esta conversación ha acabado. Simularemos que nunca ha tenido lugar. Apenas nos conocemos, y eres mi casera. Eso es todo –añadió antes de volverse para alejarse.


Paula permaneció donde estaba, con las piernas separadas, deseando a pesar de sí misma volver a entrar en contacto físico con él.


–Te recuerdo que eres tú el que ha empezado esto.


Pedro se detuvo. El hecho de comportarse como un caballero estaba sobrevalorado, y resultaba casi imposible. Pero ya no había elección; averiguar que Paula carecía por completo de experiencia había anulado la posibilidad de que hubiera algo entre ellos. Se negaba a ser la causa de la decepción emocional y el colapso mental de otra jovencita.


–Creo que eso sería discutible, pero estoy dispuesto a aceptar que yo también cometo errores. Este ha sido un gran error, y no vamos a empeorar las cosas –dijo, aunque sabía que era difícil que empeoraran más.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 21

 


Pedro dejó caer las manos a los lados y dio un paso atrás.


–¿No es esa la fantasía de todo hombre? –preguntó Paula, que perdió en un instante toda su confianza.


–No la mía. No. No quiero acostarme con una completa novata que no sabe lo que está haciendo, que se quedará tumbada como un tronco esperando a que yo haga todo el trabajo.


–No soy una completa novata –replicó Paula, tratando de no hundirse emocionalmente–. La virginidad es un mero tecnicismo –dijo, furiosa por el hecho de que Pedro pudiera enfriarse tan rápidamente. Había sentido la necesidad y el deseo que emanaban de su cuerpo–. Sé que estás interesado –añadió en tono desafiante–. Se nota por tu forma de mirarme.


Paula dio un paso hacia él y recuperó la seguridad al ver que no se apartaba.


–Y yo sé cómo tocar. No voy a ser ningún tronco inmóvil.


–¿En serio? –Pedro permaneció muy quieto–. Demuéstralo.


Se arrimó aún más a él, aunque no tenía intención de lanzarse a por lo evidente. No pensaba ponerle las cosas fáciles. Pensaba hacerlo sufrir por aquella humillación. Ladeó la cabeza de manera que sus labios quedaron a escasos centímetros del cuello de Pedro a la vez que exponía el suyo. Sopló con delicadeza contra el pulso que vio palpitar justo bajo su barbilla.


Pedro se contrajo.


Paula le deslizó un dedo por el antebrazo y sintió el calor que emanaba de su piel, la tensión de sus músculos. Se humedeció los labios con la lengua y luego los apoyó contra la salada piel de Pedro.


Él permaneció quieto como una estatua. Una estatua que respiraba con fuerza.


–He tenido un novio. Sé algunas cosas –susurró Paula contra su garganta–. Y he hecho unas cuantas… –deslizó la mano por el pecho de Pedro y rodeó con un dedo el tensó pezón que sobresalía contra su camiseta.


Acercó sus caderas a las de él y le volvió a posar los labios en el cuello. Llevaba tanto tiempo deseando saborearlo…


Al sentir su inmediata respuesta, presionó las caderas contra su poderosa erección, aunque se apartó en seguida.


Lanzó una rápida mirada a su rostro. Tenía los ojos firmemente cerrados, la mandíbula tensa, los brazos a los lados, con los puños cerrados. Paula experimentó un placer embriagador al ver cómo le afectaba.


Se puso de puntillas, le mordisqueó con delicadeza el lóbulo de la oreja y susurró: –No voy a limitarme a permanecer quieta, Pedro.


Además, le habría resultado imposible. Sus caderas parecían tener voluntad propia y habían empezado a rotar.


Finalmente, Pedro la atrajo con fuerza hacia sí, le clavó los dedos en las caderas y presionó con fuerza contra su vientre. Paula dejó caer atrás la cabeza para contemplar su ardiente mirada mientras le dejaba hacer.


–¿Por qué ahora? –preguntó Pedro entre dientes.


–Es un buen momento –dijo Paula, y era verdad.


–¿Y por qué yo?


–¿No es obvio? También es obvio que tú también me deseas.


–Solo un gay permanecería impasible ante una maniobra como esta, pero eso no significa que yo vaya a seguir adelante.


Paula sintió que su piel se enfriaba. Se irguió al sentir que Pedro se apartaba de ella.


–¿Por qué no?


–Me siento halagado, Paula –dijo él a la vez que la soltaba–. Pero no estaría bien.


–No soy ninguna niña.


–No, pero no tienes mucha experiencia. No creo que te hayas detenido lo suficiente a pensar en ello.


–No pienso reservar mi castidad para ningún príncipe azul. Han sido más las circunstancias que mi voluntad lo que ha hecho que siga virgen.


–No me digas que eres una virgen accidental –dijo Pedro en tono irónico.


–Supongo que lo soy –contestó Paula con naturalidad.


–Para eso es la otra botella de champán, ¿no? –dijo Pedro lentamente–. La botella con la V. ¡Cielo Santo! No se puede ser tan premeditado respecto de algo así.


–¿Por qué no? ¿No es mejor encontrar a alguien adecuado que tener una experiencia impulsiva con alguien inadecuado? –Paula quería un buen amante, y sabía que Pedro lo sería. Su reacción física ante él era muy intensa, y una auténtica novedad.


–¿Y esto no es impulsivo? –Pedro se pasó las manos por el pelo y luego se agachó para tomar la manguera y volverla hacia el jardín.


–Pensaba que apreciarías mi honestidad, pero veo que estaba equivocada –Paula respiró profundamente para controlar su enfado–. No volveré a cometer ese error.


–¿Qué quieres decir?


–La próxima vez que le haga una proposición a algún hombre no volveré a mencionar la palabra «virgen».


Pedro se quedó boquiabierto.


–¿Planeas ofrecerte a algún otro?


–Puede que hoy no, pero espero que pronto.


–Deberías desear a alguien de quien estés enamorada y que esté enamorado de ti.