En aquella ocasión fue Paula la que se quedó boquiabierta. ¿Quién habría imaginado que Pedro poseía una vena romántica?
–¿Estabas enamorado de la primera chica con la que te acostaste?
–Eso es distinto.
–¿Por qué? ¿Acaso son distintas las cosas para los hombres? ¿Por qué no puedo yo tener sexo por el mero placer de tenerlo, por curiosidad? ¿Por qué tuviste tú relaciones sexuales la primera vez?
–No malgastes tu virginidad con algún canalla. Es un regalo que deberías hacer a alguien que lo aprecie.
Paula gruñó de frustración.
–Nunca imaginé que serías tan anticuado. Tu reputación no es cierta.
Pedro tomó a Paula por el brazo.
–¿Por eso me has elegido a mí? ¿Por algo que has escuchado, por algo que crees saber?
–Te he elegido porque eres un hombre excitante. También corre el rumor de que eres muy bueno en la cama y de que no estás interesado en comprometerte en una relación. Esos son tres puntos esenciales en mi lista.
–La mayoría de las mujeres tienen anotado lo contrario en su lista –espetó Pedro, que dedicó a Paula una mirada incandescente–. ¿Por qué tú no?
–Porque yo tampoco quiero atarme a una relación. Nunca.
Pedro rio brevemente con incredulidad.
–Así que para ti no va a haber matrimonio ni niños.
–Nunca.
–Nunca es demasiado tiempo para una mujer joven como tú –dijo Pedro a la vez que aflojaba la mano con la que aún sujetaba el brazo de Paula.
–No te pongas condescendiente conmigo. Sé lo que quiero y lo que no quiero –Paula no quería volver a experimentar el dolor que podía conllevar una familia. Tenía el gen de la necesidad de ser libre y no pensaba estropear su vida como lo hizo su madre por tener un hijo, ni una relación larga.
–Lo que quieres y necesitas es a alguien adecuado –replicó Pedro con aspereza.
–¿Y tú no lo eres? ¿No eres un amante lo suficientemente bueno?
–No trates de retarme –contestó Pedro a la vez que le soltaba el brazo–. No te va a funcionar.
–Ah, ¿no? –Paula bajó la mirada hacia la cintura de Pedro para constatar abiertamente su estado de excitación–. Solo eres humano, Pedro.
–Así es. Soy un humano, no un animal. Poseo autocontrol y libertad de elección –Pedro respiró profundamente y luego le apartó con sorprendente delicadeza la trenza a Paula del hombro–. ¿Piensas utilizar tus inocentes artimañas para tentarme a perder el control?
Paula se limitó a mirarlo, porque lo cierto era que le habría gustado poder hacer aquello.
–¿Crees que puedes jugar con fuego, Paula?
–¿Y tú eres el fuego? –replicó ella en tono burlón–. Está claro que no eres el ardiente amante del que había oído hablar. Tan solo eres un arrogante insufrible.
–¿No acabas de darme tú un motivo para serlo? Estoy haciendo lo que considero mejor para ambos. Y, además, tú no eres lo suficientemente tentadora para mí.
Paula sabía que lo único que pretendía Pedro con aquello era librarse de ella.
–Hacer que me enfade no va a servir para que te desee menos –dijo con total sinceridad. Ahora quería verlo de rodillas, temblando de deseo por ella–. Sé que soy más que suficientemente tentadora para ti. Puede que sea virgen, pero no soy estúpida.
–Ese es otro motivo para decir no –dijo Pedro mientras se apartaba unos pasos de ella–. Esta conversación ha acabado. Simularemos que nunca ha tenido lugar. Apenas nos conocemos, y eres mi casera. Eso es todo –añadió antes de volverse para alejarse.
Paula permaneció donde estaba, con las piernas separadas, deseando a pesar de sí misma volver a entrar en contacto físico con él.
–Te recuerdo que eres tú el que ha empezado esto.
Pedro se detuvo. El hecho de comportarse como un caballero estaba sobrevalorado, y resultaba casi imposible. Pero ya no había elección; averiguar que Paula carecía por completo de experiencia había anulado la posibilidad de que hubiera algo entre ellos. Se negaba a ser la causa de la decepción emocional y el colapso mental de otra jovencita.
–Creo que eso sería discutible, pero estoy dispuesto a aceptar que yo también cometo errores. Este ha sido un gran error, y no vamos a empeorar las cosas –dijo, aunque sabía que era difícil que empeoraran más.
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