sábado, 16 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 75

 

Al final del día, Pedro supo lo que tenía que hacer. Era algo que había sabido que tenía que hacer desde Nueva York, pero que había sido incapaz de realizar. Tenía que romper el vínculo que lo unía a Paula y dejarla regresar a su vida. En aquellos momentos, con la opinión que Paula tenía de él, sería mucho más fácil. Era lo mejor para ella. Por supuesto, si la decisión de cerrar Vista del Mar se hacía realidad, ella se quedaría sin trabajo junto con el resto de los empleados y también su hermano. Sin embargo, los dos eran individuos inteligentes. A través de sus contactos, Pedro se aseguraría de que les ofrecieran trabajo en otra parte. Era lo menos que podía hacer por ellos a largo plazo.


No obstante, a corto plazo, lo que tenía que hacer por Paula era librarla de su acuerdo, pero primero tenía que realizar una llamada muy importante. Debía llamar a su padre.


Cuando Pedro terminó la llamada a su padre, Paula ya se había marchado a casa. Pedro se sentía completamente vacío por dentro. A pesar de que su padre se había enfadado con él por haberle engañado deliberadamente, había parecido más desilusionado por el hecho de que su relación con Paula no hubiera sido real. Sacó un antiácido del cajón y se lo tomó para aliviar la quemazón que sentía en el estómago. Había hecho daño a muchas personas. ¿Por qué? Por un trozo de tierra en el que él no tenía intención alguna de vivir o de cultivar. Su padre seguramente ya había dado luz verde para que pusieran la granja en la agencia inmobiliaria que se encargaría de venderla. Se sintió fatal por ello, pero no podía haber seguido con aquella mentira.


Todas aquellas generaciones de Alfonso a los que había querido honrar y recordar, los trabajadores hombres y mujeres cuya ética había sido tan fuerte como su sueño para aquellas tierras. Los había deshonrado con su comportamiento egoísta.


Tardaría un tiempo en suavizar la tensión con su familia. Su teléfono móvil no dejaba de recibir mensajes de sus hermanos que le exigían que les aclarara si todo había sido una farsa. Había caído en lo más bajo, pero aún le quedaba una cosa por haber. Cuanto antes la hiciera, mejor.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 74

 

Paula observó al hombre que amaba y se dio cuenta de que, en realidad, no lo conocía. Estaba allí, frente a ella, tan familiar y, al mismo tiempo tan desconocido. Paula comprendió que no tenía ni idea de quién era Pedro Alfonso.


Lo observó mientras él se mesaba el cabello y suspiraba.


–Mira, sé que estás muy disgustada por eso, pero tienes que comprender que me trajeron aquí para hacer un análisis en profundidad de la situación económica de Industrias Worth y realizar recomendaciones en base a lo que descubra. Hacer otra cosa supondría que no estoy haciendo mi trabajo según me han enseñado mis habilidades.


–Malditas sean tus habilidades –susurró ella con los ojos llenos de lágrimas.


Pedro se sorprendió de cuánto le dolía saber que había enojado y había disgustado a Paula tan profundamente. Lo peor de todo era saber lo mucho que había bajado en su estima. Acababa de comprender lo mucho que le importaba su opinión.


Sabía que los resultados del informe no serían recibidos con alegría por el Consejo de Dirección. A nadie le gustaba tener que dejar en el paro a tantos trabajadores, fuera cual fuera el clima económico, pero la conclusión estaba tan clara como la tristeza en el rostro de Paula.


–Es un informe preliminar, Paula. No hay garantía de que Rafael lo lleve a cabo.


–Pero es más que probable, ¿verdad?


Pedro asintió. No podía mentirla sobre algo que tanto la afectaba. Temblaba de incredulidad. Pedro extendió la mano para volver a tocarla, pero ella dio un paso atrás.


–No, por favor –dijo con voz temblorosa.


–¿No? Simplemente estoy haciendo mi trabajo.


–Simplemente no creo que pueda estar contigo en estos momentos.


–¿En estos momentos o nunca?


Ella lo miró con la sorpresa.


–Yo… no lo sé. Necesito pensar al respecto. Necesito marcharme.


Pedro observó en silencio cómo ella se daba la vuelta y se marchaba de su despacho. Durante el resto del día, ella permaneció distante. Respondió a las preguntas que él le hizo, pero utilizando la menor cantidad de palabras posibles.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 73

 

Desde que regresaron de Nueva York, había habido mucho trabajo en la oficina, pero Paula había empezado a sentir una distancia en Pedro que no era capaz de definir. En el despacho, él era el mismo jefe centrado y exigente que ya conocía. Aunque no hubieran sido amantes, ella habría disfrutado trabajando para él. Pedro la desafiaba en muchos sentidos y acrecentaba sus habilidades, de modo que ella ya era capaz de afrontar tareas con una seguridad que no había conocido antes.


Sin embargo, en lo que se refería a su tiempo como pareja, las cosas eran muy diferentes. Ya no salían tanto como lo hacían al principio. Pedro parecía satisfecho con cocinar para ella en la suite o en pedir comida de uno de los restaurantes del club de tenis. En muchos sentidos, le parecía que él estaba dejando pasar el tiempo y eso le preocupaba.


Apartó aquellos molestos pensamientos y se centró en el paquete que acababa de llegar del despacho de Pedro en Nueva York hacía unos minutos. Mientras archivaba y daba prioridad a cada carta, su atención se vio atraída por un informe encuadernado. La fecha coincidía con el fin de semana que los dos habían pasado en Nueva York. ¿Estaría relacionado con las horas que la había dejado sola en el hotel? Llena de curiosidad, comenzó a hojear las páginas.


Su curiosidad no duró mucho tiempo y se vio reemplazada por el miedo. El informe estaba relacionado con una empresa de Nueva Jersey, algo que no era tan inusual. Lo que sí era extraño era la comparativa de productividad y gastos con la sucursal de Empresas Cameron en Vista del Mar. Ella examinó las cifras y sintió pánico. Sin embargo, fue el testimonio que Pedro había escrito lo que la horrorizó aún más.


El informe parecía una recomendación para cerrar las instalaciones de Vista del Mar y trasladar la fábrica a Nueva Jersey. Paula cerró el informe con manos temblorosas. No era de extrañar que Pedro no hubiera querido que ella lo acompañara a Nueva Jersey. Desde el principio, sus planes eran otros.


Sin pensárselo dos veces, se levantó y llevó el informe al despacho de Pedro. Entró sin llamar a la puerta.


–¿Me podrías explicar esto? –le preguntó después de dar un portazo.


–Ah, ya ha llegado –comentó Pedro.


–Sí, ya ha llegado. ¿Cómo has podido hacer esto?


–Paula, es sólo un informe. Tranquilízate.


–¿Que me tranquilice? No, no puedo tranquilizarme. ¿Tienes idea de lo que esto supondrá para las personas que trabajan aquí cuando tú le recomiendes al señor Cameron que cierre la fábrica? No sólo destruirá las vidas de todos los que trabajan aquí, sino que destruirá también Vista del Mar.


Pedro se levantó y se acercó a Paula. Le quitó el informe de las manos y lo arrojó sobre la mesa antes de atrapar las manos de ella entre las suyas.


–Tu reacción es exagerada.


–No lo es. Pensé que eras mejor que esto, Pedro. Pensaba que habías empezado a interesarte por proteger a las personas que trabajan aquí, algunas de ellas desde hace generaciones. Si tú haces esto, no sólo destruirás los corazones de cientos de personas, sino que destruirás la esperanza de los jóvenes que viven aquí. Empresas Cameron es la mayor empresa de la zona. Si cerramos, esta zona morirá porque todo el mundo tendrá que marcharse para buscar trabajo.


–La gente tiene que mudarse constantemente –dijo Pedro. Su voz sonaba muy tranquila.


–Aquí no. En Vista del Mar no. Estamos chapados a la antigua. Cuidamos de lo nuestro. Creemos en la familia. No todo tiene que ver con el poderoso dólar.


–Industrias Worth lleva años perdiendo dinero. ¿Por qué si no lo hubiera comprado Cameron? ¿Te lo has preguntado alguna vez?


–En ese caso, debe de haber otro modo. Un modo mejor. Tú eres el cerebro en esto. Encuentra una solución.


–Esta es la solución más sencilla. La más sencilla y la más eficaz. Está todo ahí en blanco y negro.


Paula negó con la cabeza.


–Sé lo que hay en el informe, Pedro. Lo he leído y lo he comprendido, pero tiene que haber otro modo.


Cuando él no respondió, Paula apartó las manos de las suyas.


–No me puedo creer que me haya equivocado tanto contigo –dijo amargamente–. Tú no eres el hombre que yo había creído que eras. Pensaba que valorabas la lealtad.


–Así es.


–Entonces, ¿por qué esto?


–Los sentimientos no forman parte de la ecuación.


–Los sentimientos lo son todo en esta ecuación. Los sentimientos aluden a personas. Personas de verdad y no números. Si sigues adelante con esta recomendación, no serás nada más que un ejecutivo de sangre fría y sin corazón, como Rafael Cameron. Tú viniste aquí, no comprendiste nada del corazón de Vista del Mar y ahora estás a punto de regresar a tu estructurado mundo en Nueva York. ¿Dónde está tu compasión? ¿Acaso las has tenido alguna vez?


viernes, 15 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 72

 

Pedro sintió que se le hacía un nudo en la garganta. No podía negar lo que Facundo había dicho. De hecho, sus palabras definían claramente la clase de relación que los dos hermanos tenían.


–Y porque la quiero –añadió Facundo–, yo jamás haría nada que le hiciera daño deliberadamente, como engañar a mi jefe. Sin embargo, creo que tengo pruebas sobre quién has estado estafando a Empresas Cameron. Si le interesa la verdad.


–¿Qué clase de pruebas? –preguntó Pedro.


No creía a Facundo, por muy apasionado que hubiera sido su discurso sobre el amor que sentía hacia Paula. Sabía que, generalmente, donde había humo, había fuego.


Facundo se metió la mano en el bolsillo trasero de sus pantalones y sacó una hoja de papel doblada.


–Está todo ahí.


Le entregó el papel a Pedro y le explicó sus notas. Pedro se puso inmediatamente en estado de alerta. Parecía que las ordenadas notas de Facundo indicaban algo. No obstante, si era lo suficientemente inteligente para presentar la información de aquella manera, lo sería también para poder crear un rastro falso. Sin embargo, los datos eran suficientes para crear dudas en la mente de Pedro.


–¿Qué le parece? –le preguntó Facundo.


–Creo que esto merece ser investigado –dijo Pedro con cautela–. Gracias por hacérmelo ver. ¿Te puedo preguntar si me lo ibas a comunicar pronto o acaso lo ha precipitado esta reunión?


–Primero quería estar seguro. Cuando me mandó llamar hoy, pensé que este sería tan buen momento.


–¿Le has hablado a alguien más de lo que has descubierto?


–No. Necesitaba estar seguro.


–Muy bien. Dame tu número de móvil. Tal vez tenga que llamarte fuera del horario de trabajo para pedirte más información.


Facundo le dio el número. Pedro lo grabó en su teléfono móvil y luego le dijo a Facundo que podía marcharse. Se sorprendió cuando Facundo permaneció inmóvil.


–¿Algún problema?


–No exactamente. Sólo algo que tengo que decir.


–Tú dirás.


–No haga daño a mi hermana.


Las palabras eran muy sencillas, pero había suficiente fuego en los ojos de Facundo como para que Pedro supiera sin ningún género de dudas que lo decía en serio.


–No lo haré –respondió.


Después de que Facundo se marchara, Pedro permaneció varias horas en su despacho, trabajando. Cuando hubo terminado, supo una verdad, una verdad que debería haberle alegrado profundamente, pero que sólo sirvió para hacerle ver que había sido un completo canalla. Había visto sólo lo que quería ver, lo que podía utilizar para su propia ventaja. Sin embargo, ya estaba todo muy claro. La información que tenía entre sus manos era irrefutable.


Facundo Chaves era inocente.





MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 71

 

El lunes por la mañana, envió un mensaje a Facundo Chaves y requirió su presencia en su despacho al final de la jornada laboral. Pedro no quería que los dos hermanos se encontraran allí. Paula le había dicho que no podía cenar con él aquella noche porque tenía muchas tareas en casa con las que debía ponerse al día. Por lo tanto, decidió que lo mejor era que ella se marchara algo más temprano.


Estaba pensando en el informe que había redactado sobre el viaje a Nueva Jersey cuando alguien llamó a su puerta.


–Adelante –dijo mientras dejaba el bolígrafo y cerraba el informe que había estado leyendo.


Facundo Chaves entró por la puerta y la cerró a sus espaldas. Era la segunda vez que se encontraba cara a cara con el hermano de Paula y se sorprendió de las similitudes que había entre ambos. Aunque los rasgos de Paula eran más suaves y más redondeados, no se podía negar el parecido familiar entre ellos en el color del cabello y en los ojos. Los de Paula lo miraban suavemente y con una combinación de deseo y admiración, pero los de Facundo Chaves dejaban pocas dudas sobre la antipatía que sentía hacia Pedro.


–Siéntate –le ordenó Pedro. Se levantó y rodeó el escritorio. Entonces, se apoyó sobre él y miró fijamente a Facundo, que le devolvía la mirada–. ¿Cómo te van las cosas, Facundo?


–Usted lo debería saber bien. Mi supervisor responde ante usted a diario, ¿no?


Pedro aplacó la ira que instintivamente sintió por el descaro y el desprecio que Facundo sentía hacia su autoridad.


–Así es y, aparentemente, todo va bien.


–¿Qué diablos quiere decir con eso de «aparentemente»? –preguntó Facundo en tono beligerante.


–Tranquilízate. Tu supervisor se ha fijado en la atención que muestras por los detalles y en el hecho de que, durante las dos últimas semanas, has mantenido con rigidez los procedimientos de operatividad de la empresa. Me alegra ver que has aceptado esta oportunidad de limpiar tu nombre.


–Yo no tenía nada que limpiar. Ya se lo he dicho antes y lo seguiré diciendo hasta que alguien me crea. No he estado robando a Empresas Cameron.


Pedro levantó una mano.


–Está bien. Me alegra ver que estás mejorando. Sin embargo, hay otra faceta en la que vas algo retrasado.


–Mire, si está buscando una excusa para despedirme…


–No. Esto no tiene nada que ver con el trabajo.


–Entonces, ¿de qué se trata?


–De Paula.


–¿De Pau? ¿Qué quiere decir? Gracias a usted, apenas la veo.


–Sin embargo, ella sigue sintiendo la necesidad de estar a tu lado, Facundo.


–Por supuesto. Es mi hermana mayor. ¿Acaso no tiene usted hermanos mayores que siempre traten de decirle lo que tiene que hacer? ¿Le dejan tomar sus decisiones todo el tiempo?


Las palabras de Facundo estaban muy cerca de la realidad, lo suficiente para colocar a Pedro de nuevo en posición de ataque.


–Me gustaría que me dijeras exactamente cuándo vas a tomar responsabilidad de tus propios actos, Facundo. Ponerte de pie sin que tu hermana esté a tu lado para protegerte o para evitar que te hagas daño. Ella ha puesto su vida en suspenso por ti. Ha renunciado a oportunidades que podría no volver a tener en toda su vida por ti.


–¿Acaso cree que no lo sé? ¿Por qué cree que estoy aquí trabajando tan duro para ayudarla económicamente?


–En lo que se refiere a ti, no sé qué pensar, Facundo. Aparentemente, te comportas como un niño mimado. Tienes que dejarla marchar. Dejar que sea ella misma.


–Eso está bien viniendo de usted.


Facundo se levantó de la silla y comenzó a andar por el despacho. Pedro se tensó.


–¿Cómo has dicho? –le preguntó con frialdad.


–Lo que quiero decir es que, al menos, yo no estoy utilizándola activamente en una mentira, tal y como lo está haciendo usted. Yo quiero a mi hermana. Haría cualquier cosa por ella, que es mucho más de lo que usted puede decir. Por supuesto, usted tiene dinero y puede darle cosas bonitas y llevarla a lugares emocionantes, pero, al final del día, ¿adónde regresa? A su casa, porque a pesar de todo lo que hemos pasado, ella me quiere y sabe que yo la quiero a ella.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 70

 

Cuando se despertaron a la mañana siguiente, Pedro quiso aprovechar al máximo el tiempo que les quedaba. No tenían que estar en el aeropuerto hasta por la tarde para regresar a San Diego, por lo que la invitó a un brunch en la Russian Tea Room. Mientras degustaban huevos revueltos y salmón ahumado hablaron poco, aunque sus caricias y sus largas miradas expresaban perfectamente lo que necesitaban decirse el uno al otro.


Después del almuerzo, se dirigieron a Central Park, donde él contrató un coche de caballos para que los llevara por el parque. Tener a Paula acurrucada contra su cuerpo durante el paseo fue una sensación agridulce. No hacía mucho que se conocían, pero ella parecía la mujer adecuada para él. Cuando el paseo terminó y regresaron de mala gana al hotel para recoger su equipaje y tomar un taxi que los llevara al aeropuerto, Pedro experimentó la abrumadora sensación de que estaba cerrando una puerta sobre lo que, posiblemente, había sido una de los episodios más luminosos de su vida.


Aquella noche, Pedro tuvo mucho tiempo para pensar, solo, en su cama del club de tenis. Paula había insistido en regresar a su casa diciendo que su hermano la esperaba.


Pensó en Facundo Chaves. ¿Cuántos años tenía? ¿Veinticuatro? Sin embargo, parecía depender mucho de su hermana. Pedro podía entender que los hermanos se apoyaran, pero eso debía de ser algo mutuo y parecía que la relación entre Paula y su hermano era completamente unilateral. Pedro no dudaba de que Facundo había estado muy mimado por su hermana. No estaba bien que ella siguiera protegiéndolo a esa edad. Debería ser responsable de sus gastos y permitir que su hermana siguiera adelante con su vida.


Resultaba evidente que Paula había disfrutado mucho con el viaje a Nueva York. Le gustaba viajar y disfrutaba viendo lugares nuevos. Pedro pensó en cómo podía ayudarla a expandir sus horizontes, a mostrarle los lugares más emocionantes del mundo. Entonces, recordó que él mismo había decidido dejarla marchar.


Mientras trataba de dar forma a su almohada por centésima vez, tomó una decisión. No podía acompañar a Paula en los viajes que sabía que tanto ansiaba hacer, pero podía hacer algo para que le resultara más fácil. Liberarla y permitirle que hiciera todo lo que ella siempre había deseado hacer.


Podría tener una charla de hombre a hombre con Facundo y darle algunos consejos para que creciera. Satisfecho con su decisión, se quedó dormido por fin.




jueves, 14 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 69

 


Pedro acarició la suave piel de Paula hasta que ella se quedó dormida. Su respiración se hizo más profunda y tranquila. Sin embargo, Pedro no pudo encontrar el alivio del sueño para sí mismo. No hacía más que pensar en lo que Pau había dicho. En los temores que tenía sobre su hermano, en las responsabilidades que había tenido durante los últimos diez años. En solitario.


De repente, no le gustó lo que le había hecho al obligarla a actuar como su prometida. Se había aprovechado de su debilidad, del amor que sentía hacia su hermano, y lo había utilizado en beneficio propio. Pensó en lo ocurrido aquella noche, en lo contenta que su familia se había puesto de verlo allí con Paula, en el hecho de que, aparentemente, él estuviera sentando la cabeza con ella para disfrutar de un largo y feliz futuro juntos.


Los había traicionado a todos. A Paula y a sus padres. A sus hermanos y a sus cuñadas. Toda su familia había recibido a Paula con los brazos abiertos. Su generoso espíritu demostraba la familia cariñosa y animosa que era. Y le había demostrado a él lo canalla que era por haberles mentido del modo en el que lo había hecho.


Ver a todos juntos aquella noche, sabiendo que ya no tenía presión para casarse, le había permitido relajarse y disfrutar de la velada. Tanto que por fin había logrado apreciar a su familia y comprender lo que querían de él. Sólo deseaban que él compartiera el amor y la seguridad que se conseguían con relaciones como las suyas.


¿Cuándo había perdido de vista lo importante? ¿Cuándo se había mostrado tan decidido a ser el mejor en su profesión que había borrado la decencia con la que lo habían criado?


Se vio a través de unos ojos nuevos y no le gustó lo que vio.


A medida que la noche fue pasando, Pedro pensó en la clase de hombre en la que se había convertido y sobre lo que podía hacer para rectificar las cosas. Tenía que empezar con Paula. Tenía que comportarse como un caballero y dejarla ir, liberarla del draconiano acuerdo con el que la había sometido.


Todo en su interior le decía que era lo que tenía que hacer. Sin embargo, abrazaba con más fuerza a la mujer que dormía plácidamente junto a él.


Sí. Tenía que dejarla ir, pero aún no. Lo decidió mientras cerraba los ojos y permitía que el sueño se apoderara por fin de él.


Aún no.