A Paula le costó encontrar las palabras adecuadas, palabras que no sonaran como una descarada mentira. Encontrar el equilibrio entre la verdad y lo que satisfaría a su amiga no iba a ser fácil.
–Es diferente a todo lo que he experimentado –dijo por fin–. Nos conocimos en febrero. ¿Te acuerdas que te dije algo de un beso el baile de San Valentín?
Sara asintió y con su silencio animaba a Paula a continuar.
–Bueno, pues ahí empezó todo. Acabamos de pasar el fin de semana en San Diego. Ha sido maravilloso.
Entonces, le contó a Sara detalles del fin de semana que acababa de compartir con Pedro.
–Vaya –dijo Sara cuando Paula hubo terminado–. Me alegro mucho por ti. Te mereces a alguien especial. Has puesto tus necesidades en un segundo plano durante demasiado tiempo. Es hora de que empieces a pensar en ti.
Paula tragó el sentimiento de culpabilidad que experimentó al escuchar las palabras de su amiga. No era justo engañarla, pero para salvar el trabajo de Facundo tenía que ser muy celosa de la verdad.
–Gracias, Sara. Bueno, ya está bien de hablar de mí. Dime, ¿cómo está tu abuela?
Sara se echó a reír.
–Ya conoces a la abuela Kat. Es genial. Ya me ha liado para que la ayude a planear su fiesta de cumpleaños para dentro de un par de meses. ¡Como si necesitara ayuda!
Paula dejó que la conversación de Sara ocupara la atención y respiró aliviada al ver que había conseguido apartar del centro de la conversación el tema del compromiso de Paula. Unos minutos después, se dio cuenta de que Sara parecía estar esperando a que ella respondiera a algo.
–Lo siento, ¿qué has dicho? –preguntó Paula.
–Disculpas aceptadas. Supongo que estás demasiado ocupada reviviendo ese fin de semana. No puedo culparte. En todo caso, acabo de fijarme en ese tipo de allí. ¿Te resulta familiar? Creo que le conozco de alguna parte.
Paula miró hacia donde su amiga le había indicado y vio a un alto vaquero que se dirigía hacia el edificio principal. Llamaba la atención entre tantos trajes y no de un modo escandaloso. Ciertamente, había algo familiar en su aspecto e incluso en el modo en el que se movía, pero Paula no podía concretar más.
–Sé a lo que te refieres –comentó encogiéndose de hombros–, pero no sé de qué. Tal vez tenga un doble en alguna parte. Dicen que todos lo tenemos.
–Sí, claro… –susurró Sara antes de mirar su reloj–. ¡Dios mío mira la hora que es! Tengo que marcharme. Esta noche empiezo antes mi turno y tengo muchas cosas que hacer antes. Me ha encantado volver a verte. No lo dejes tanto tiempo la próxima vez, ¿de acuerdo?
Paula abrazó a su amiga. Le habría gustado decirle la verdad, compartirla con la única persona que seguramente la comprendería mejor que muchos, pero sabía que no podía.
–No lo haré. Cuídate.
–Por supuesto –dijo Sara. Se puso de pie y comenzó a recoger la basura.
–Déjalo. Tú has traído la comida. Lo mínimo que puedo hacer yo es recoger. Gracias por invitarme a almorzar.
–De nada. La próxima vez te toca a ti –comentó Sara con una sonrisa–. Nos vemos pronto, ¿de acuerdo?
–Claro.
Paula se despidió de su amiga con la mano mientras que Sara se dirigía al aparcamiento. Durante un instante, permaneció sentada en el banco. Cerró los ojos. Estar con Sara había sido una bocanada de aire fresco, pero tenía que regresar al trabajo y a ser la mejor prometida que Pedro Alfonso pudiera desear jamás.