El lunes por la mañana supuso el retorno a la rutina que Paula tanto ansiaba. Allí, en su despacho, podía centrar el cien por cien de su energía en su trabajo. Pedro estuvo reunido todo el día y, después de la intensidad del fin de semana, se alegró del espacio que ese hecho le proporcionaba.
Aquel día tenía muchas ganas de ver a una de sus más queridas amigas, Sara Richards. Había quedado con ella para almorzar. Paula se había sorprendido mucho cuando Sara se había casado con Carlos Dobbs. No le había parecido que Carlos fuera su tipo a pesar de que siempre había estado enamorado de Sara, pero habían conseguido que lo suyo funcionara hasta que todo se rompió cuando él falleció en un accidente de automóvil hacía tres años. Paula siempre había admirado la fuerza de su amiga. Sara trabajaba como camarera en el restaurante del club de tenis y Paula había evitado cenar allí con Pedro. Una cosa era mentir al resto del mundo sobre su compromiso, pero no a una de sus mejores amigas.
Sin embargo, Sara no se rendía. Le había dejado a Paula un mensaje en el móvil para decirle que iba a ir a buscarla para almorzar aquel mismo día. A Paula no se le ocurrió ninguna razón para seguir posponiendo lo inevitable. Se miró en las puertas del ascensor mientras bajaba para reunirse con su amiga. Afortunadamente, nadie podía decir con sólo mirarla que había disfrutado del fin de semana más sensual de toda su vida.
–¡Dios mío! ¡Estás fabulosa! –exclamó Sara en el momento en el que la vio–. ¿Qué has estado haciendo? Aunque, si lo pienso bien, tal vez no deberías decirme nada. Sólo me pondría celosa.
Paula sintió que se ruborizaba de vergüenza.
–Sara, sigo siendo yo –dijo, riendo.
–Sí, bueno. Eso ya lo sé, pero me gusta mucho lo que has hecho. En serio, estás maravillosa. Y hay más. Tienes un aura de luz a tu alrededor. Es un hombre, ¿verdad? Cuéntamelo todo. Gabriela me ha dicho que has salido en la Gazette como la mujer misteriosa que acompaña a un cierto ejecutivo de Empresas Cameron. ¿Es cierto? –quiso saber Sara mientras la miraba con curiosidad–. Aunque no estoy segura de que debiera perdonarte por dejar que me entere de tu vida amorosa por las revistas.
–Te prometo que te lo contaré durante el almuerzo –comentó Paula, riendo–. ¿Dónde quieres comer?
–¿Qué te parece si comemos fuera? Hace calor y he traído un par de bocadillos y de refrescos sin azúcar. ¿Te parece bien?
Paula se sintió aliviada. Al menos podrían disfrutar de su mutua compañía en la relativa intimidad de los jardines que rodeaban el edificio de Worth sin preocuparse de quién pudiera escuchar su conversación. Parecía que todo el mundo quería saber de ella desde que todos los que trabajaban en la empresa se habían enterado de su compromiso con Pedro. Incluso más desde que, aquella mañana, había llegado a trabajar con el anillo.
–Me parece estupendo. Gracias.
Después de que se sentaran en un banco, Sara sacó el almuerzo. Tras repartirlo con Paula, le dio un bocado al suyo con sumo placer. Entonces, miró a Paula.
–Es bueno en la cama, ¿verdad? –dijo Sara sin andarse por las ramas.
Paula estuvo a punto de atragantarse con el refresco que se estaba tomando.
–¿Cómo dices?
–Tiene que ser maravilloso. Estás radiante y mira cómo vas vestida. ¿Quién es?
Paula respiró profundamente.
–Pedro Alfonso.
–Me estás tomando el pelo. ¿El director financiero de Empresas Cameron? ¿Uno de los hombres más importantes de Rafael?
–Efectivamente.
Sara se recostó sobre el banco y miró a su amiga. Paula supo exactamente el momento en el que los ojos de Sara repararon en el anillo.
–¿Estás prometida con él? ¿Y no me lo habías dicho?
Sara le agarró la mano y observó boquiabierta la belleza de las piedras.
–Todo es muy repentino –dijo Paula–. A mí también me ha tomado por sorpresa.
–Efectivamente no hace mucho que os conocéis. ¿Estáis seguros de esto? No es propio de ti precipitarte.
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