Su coche se materializó a través del tráfico y se detuvo frente a ellos. Pedro no respondió al comentario de Pau. Se limitó a abrir la puerta y a dejarla pasar delante de él. Paula se preguntó si habría metido la pata con aquellas palabras.
–¿Tienes hambre? –preguntó Pedro.
Paula se dio cuenta de que estaba muerta de hambre. Los ligeros aperitivos que habían consumido en la cama junto con el champán los habían mantenido hasta entonces, pero ella necesitaba algo de más sustancia.
–Sí.
–En ese caso, es una suerte que haya reservado para cenar –dijo guiñándole el ojo.
Ella lo miró a través de la semioscuridad del coche y sintió que se le hacía un nudo en el pecho. Había algo sobre Pedro que la atraía a todos los niveles y que la había atraído desde el primer momento que lo vio y que parecía profundizarse a cada minuto que pasaba con él.
Cuando estuvieron por fin sentados en el íntimo restaurante que Pedro había elegido, Paula se sintió como si cada célula de su cuerpo estuviera sincronizada con las de él. Dejó que él decidiera lo que iban a cenar porque prefería observarlo. Pedro observó el menú con la misma concentración con la que se dedicaba a todo.
Sacó un pie del carísimo zapato y se lo deslizó por la pantorrilla sabiendo que nadie podía ver lo que estaba haciendo gracias al larguísimo mantel. Él ni siquiera se inmutó hasta que el dedo gordo comenzó a trazar la parte interna del muslo.
Pedro la miró y ella vio el deseo.
–Creía que habías dicho que tenías hambre –susurró él.
–Así es. Tengo mucha hambre.
Subió el pie un poco más hasta que encontró la excitada y firme masculinidad de Pedro. Apretó el pie contra ella y sonrió mientras él se rebullía en el asiento. Se sentía muy poderosa. Ella había provocado aquella reacción en él y, en aquellos momentos, tenía toda su atención.
–¿Tenemos tiempo para cenar? –preguntó él.
–Sí, pero que sea rápido…
–Te prometo que la cena será rápida, pero el resto de la velada… –musitó mientras ella lo apretaba de nuevo–. Creo que voy a necesitar que pagues por esto, Paula Chaves.
–Creo que podré hacerlo –bromeó ella–. ¿Y tú?
–Como si hubiera alguna duda al respecto.
Pedro metió una mano por debajo de la mesa y le agarró el pie. Entonces, comenzó a acariciárselo suavemente. Ella no habría imaginado nunca que los pies tenían zonas erógenas. En pocos instantes, comenzó a experimentar un deseo inigualable.
De repente, él le soltó el pie tras darle un suave golpecito antes de apartarlo.
–Tengo algo para ti –dijo Pedro mientras se metía la mano en el bolsillo de la chaqueta.
–No, Pedro, en serio. Ya me has dado mucho.
–Esto es una parte necesaria de nuestro acuerdo, Paula…
Ella se quedó inmóvil. La ilusión que ella neciamente se había permitido construir se esfumó. Recuperó la compostura y se recordó que su relación era simplemente una mentira.
–Dame la mano izquierda –le dijo él mientras abría un estuche de joyería.
Paula no podía ver lo que había en su interior, pero extendió la mano tal y como le había pedido.
–Cierra los ojos –añadió Pedro.
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