jueves, 7 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 44

 


El lunes por la mañana supuso el retorno a la rutina que Paula tanto ansiaba. Allí, en su despacho, podía centrar el cien por cien de su energía en su trabajo. Pedro estuvo reunido todo el día y, después de la intensidad del fin de semana, se alegró del espacio que ese hecho le proporcionaba.


Aquel día tenía muchas ganas de ver a una de sus más queridas amigas, Sara Richards. Había quedado con ella para almorzar. Paula se había sorprendido mucho cuando Sara se había casado con Carlos Dobbs. No le había parecido que Carlos fuera su tipo a pesar de que siempre había estado enamorado de Sara, pero habían conseguido que lo suyo funcionara hasta que todo se rompió cuando él falleció en un accidente de automóvil hacía tres años. Paula siempre había admirado la fuerza de su amiga. Sara trabajaba como camarera en el restaurante del club de tenis y Paula había evitado cenar allí con Pedro. Una cosa era mentir al resto del mundo sobre su compromiso, pero no a una de sus mejores amigas.


Sin embargo, Sara no se rendía. Le había dejado a Paula un mensaje en el móvil para decirle que iba a ir a buscarla para almorzar aquel mismo día. A Paula no se le ocurrió ninguna razón para seguir posponiendo lo inevitable. Se miró en las puertas del ascensor mientras bajaba para reunirse con su amiga. Afortunadamente, nadie podía decir con sólo mirarla que había disfrutado del fin de semana más sensual de toda su vida.


–¡Dios mío! ¡Estás fabulosa! –exclamó Sara en el momento en el que la vio–. ¿Qué has estado haciendo? Aunque, si lo pienso bien, tal vez no deberías decirme nada. Sólo me pondría celosa.


Paula sintió que se ruborizaba de vergüenza.


–Sara, sigo siendo yo –dijo, riendo.


–Sí, bueno. Eso ya lo sé, pero me gusta mucho lo que has hecho. En serio, estás maravillosa. Y hay más. Tienes un aura de luz a tu alrededor. Es un hombre, ¿verdad? Cuéntamelo todo. Gabriela me ha dicho que has salido en la Gazette como la mujer misteriosa que acompaña a un cierto ejecutivo de Empresas Cameron. ¿Es cierto? –quiso saber Sara mientras la miraba con curiosidad–. Aunque no estoy segura de que debiera perdonarte por dejar que me entere de tu vida amorosa por las revistas.


–Te prometo que te lo contaré durante el almuerzo –comentó Paula, riendo–. ¿Dónde quieres comer?


–¿Qué te parece si comemos fuera? Hace calor y he traído un par de bocadillos y de refrescos sin azúcar. ¿Te parece bien?


Paula se sintió aliviada. Al menos podrían disfrutar de su mutua compañía en la relativa intimidad de los jardines que rodeaban el edificio de Worth sin preocuparse de quién pudiera escuchar su conversación. Parecía que todo el mundo quería saber de ella desde que todos los que trabajaban en la empresa se habían enterado de su compromiso con Pedro. Incluso más desde que, aquella mañana, había llegado a trabajar con el anillo.


–Me parece estupendo. Gracias.


Después de que se sentaran en un banco, Sara sacó el almuerzo. Tras repartirlo con Paula, le dio un bocado al suyo con sumo placer. Entonces, miró a Paula.


–Es bueno en la cama, ¿verdad? –dijo Sara sin andarse por las ramas.


Paula estuvo a punto de atragantarse con el refresco que se estaba tomando.


–¿Cómo dices?


–Tiene que ser maravilloso. Estás radiante y mira cómo vas vestida. ¿Quién es?


Paula respiró profundamente.


Pedro Alfonso.


–Me estás tomando el pelo. ¿El director financiero de Empresas Cameron? ¿Uno de los hombres más importantes de Rafael?


–Efectivamente.


Sara se recostó sobre el banco y miró a su amiga. Paula supo exactamente el momento en el que los ojos de Sara repararon en el anillo.


–¿Estás prometida con él? ¿Y no me lo habías dicho?


Sara le agarró la mano y observó boquiabierta la belleza de las piedras.


–Todo es muy repentino –dijo Paula–. A mí también me ha tomado por sorpresa.


–Efectivamente no hace mucho que os conocéis. ¿Estáis seguros de esto? No es propio de ti precipitarte.




miércoles, 6 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 43

 


Paula hizo lo que él le había pedido y esperó. El corazón se le sobresaltó un poco cuando él atrapó su dedo anular entre los suyos propios e hizo deslizar sobre él el frío metal.


–Perfecto. ¿Te gusta?


Pedro no le soltó la mano y, cuando Paula abrió los ojos, estos se le llenaron de sorpresa al ver el maravilloso anillo que él le había puesto en el dedo. Los diamantes de corte esmeralda relucían alrededor de un enorme rubí rectangular. El aro de oro era muy sencillo y cedía toda la gloria a las piedras que lo coronaban.


–Es lo más hermoso que he visto nunca –susurró Paula. Los ojos se le habían llenado de lágrimas.


Más que nada en el mundo, deseó que aquello fuera real. Que el hombre que estaba sentado frente a ella estuviera enamorado y que estuviera uniendo su vida a la de ella. Parpadeó para contener la humedad que se le estaba formando en los ojos y trató de recuperar la compostura.


–Te prometo que tendré mucho cuidado –dijo ella mientras retiraba la mano.


–Me costó encontrarlo más de lo que había imaginado –admitió Pedro–, pero en cuanto lo vi, supe que eras tú.


Sus palabras eran como pequeñas astillas de cristal que desgarraban los sueños de Paula. Se había dejado llevar por la fantasía de ser la prometida de Pedro con demasiada facilidad. Necesitaba recordarse toda la verdad: que simplemente era una herramienta para conseguir una finalidad.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 42

 


Su coche se materializó a través del tráfico y se detuvo frente a ellos. Pedro no respondió al comentario de Pau. Se limitó a abrir la puerta y a dejarla pasar delante de él. Paula se preguntó si habría metido la pata con aquellas palabras.


–¿Tienes hambre? –preguntó Pedro.


Paula se dio cuenta de que estaba muerta de hambre. Los ligeros aperitivos que habían consumido en la cama junto con el champán los habían mantenido hasta entonces, pero ella necesitaba algo de más sustancia.


–Sí.


–En ese caso, es una suerte que haya reservado para cenar –dijo guiñándole el ojo.


Ella lo miró a través de la semioscuridad del coche y sintió que se le hacía un nudo en el pecho. Había algo sobre Pedro que la atraía a todos los niveles y que la había atraído desde el primer momento que lo vio y que parecía profundizarse a cada minuto que pasaba con él.


Cuando estuvieron por fin sentados en el íntimo restaurante que Pedro había elegido, Paula se sintió como si cada célula de su cuerpo estuviera sincronizada con las de él. Dejó que él decidiera lo que iban a cenar porque prefería observarlo. Pedro observó el menú con la misma concentración con la que se dedicaba a todo.


Sacó un pie del carísimo zapato y se lo deslizó por la pantorrilla sabiendo que nadie podía ver lo que estaba haciendo gracias al larguísimo mantel. Él ni siquiera se inmutó hasta que el dedo gordo comenzó a trazar la parte interna del muslo.


Pedro la miró y ella vio el deseo.


–Creía que habías dicho que tenías hambre –susurró él.


–Así es. Tengo mucha hambre.


Subió el pie un poco más hasta que encontró la excitada y firme masculinidad de Pedro. Apretó el pie contra ella y sonrió mientras él se rebullía en el asiento. Se sentía muy poderosa. Ella había provocado aquella reacción en él y, en aquellos momentos, tenía toda su atención.


–¿Tenemos tiempo para cenar? –preguntó él.


–Sí, pero que sea rápido…


–Te prometo que la cena será rápida, pero el resto de la velada… –musitó mientras ella lo apretaba de nuevo–. Creo que voy a necesitar que pagues por esto, Paula Chaves.


–Creo que podré hacerlo –bromeó ella–. ¿Y tú?


–Como si hubiera alguna duda al respecto.


Pedro metió una mano por debajo de la mesa y le agarró el pie. Entonces, comenzó a acariciárselo suavemente. Ella no habría imaginado nunca que los pies tenían zonas erógenas. En pocos instantes, comenzó a experimentar un deseo inigualable.


De repente, él le soltó el pie tras darle un suave golpecito antes de apartarlo.


–Tengo algo para ti –dijo Pedro mientras se metía la mano en el bolsillo de la chaqueta.


–No, Pedro, en serio. Ya me has dado mucho.


–Esto es una parte necesaria de nuestro acuerdo, Paula…


Ella se quedó inmóvil. La ilusión que ella neciamente se había permitido construir se esfumó. Recuperó la compostura y se recordó que su relación era simplemente una mentira.


–Dame la mano izquierda –le dijo él mientras abría un estuche de joyería.


Paula no podía ver lo que había en su interior, pero extendió la mano tal y como le había pedido.


–Cierra los ojos –añadió Pedro.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 41

 

Paula exhalaba un aura de suprema satisfacción mientras salían del teatro. Hasta aquel momento, Pedro se había mostrado muy atento con ella y era un amante muy considerado. Tenía el brazo entrelazado con el de Pedro y sentía que su sensible pecho rozaba contra el brazo de él mientras salían por la puerta del teatro. Incluso a través de la tela de su traje podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo y sentir también cómo ardía el suyo.


Casi no había podido concentrarse en la representación de El violinista en el tejado, aunque había adorado aquella historia desde la infancia. Durante toda la velada, no había hecho más que pensar en el hombre que tenía a su lado, el hombre que la había desnudado para gozar con ella.


Si ella fuera una gata, estaría ronroneando en aquellos momentos. No fue hasta que la vista se le vio cegada por un repentino fogonazo que Paula se dio cuenta de que ya no estaban entre el resto de los espectadores que salían del teatro, sino que estaban en la acera, esperando al coche y al chófer.


–No te preocupes –murmuró Pedro mientras miraba a su alrededor para ver de dónde había salido el flash–. Será sólo un reportero buscando chismes.


–Pues de nosotros no van a averiguar mucho, ¿verdad?


–No lo sé. Con el aspecto que tienes esta noche, probablemente impriman la fotografía para vender más ejemplares.


Paula le golpeó juguetonamente sobre el pecho.


–Estás bromeando.


Sin embargo, los ojos de Pedro la miraron con seriedad.


–Te aseguro que no estoy bromeando. Estás espectacular.


–Si eso es cierto, es gracias a ti. Tú me has convertido en esto.


martes, 5 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 40

 


Más tarde, no sabía cómo, estaban desnudos y tumbados juntos en la cama. La carne ardía por la necesidad que sentían el uno por el otro. Los detalles no importaban, pero varias cosas permanecerían en la memoria de Pedro para siempre.


El modo en el que le temblaban las manos mientras exploraba el cuerpo de Paula. El descarado gozo que ella mostraba ante sus caricias. El agudo suspiro de placer cuando él la llevó al orgasmo. Su sabor al hacerlo. Entonces, la abrumadora sensación de penetrar en su cuerpo, de sentir cómo ella lo apretaba con fuerza antes de alcanzar otro clímax tras el cual Pedro se unió a ella y los dos permanecieron flotando, suspendidos por el placer, antes de regresar lentamente a la realidad.


Permanecieron allí algún tiempo, con las piernas enredadas, los corazones desbocados, los dedos acariciándose el uno al otro antes de que Pedro pudiera volver a pensar racionalmente.


Ya no estaba seguro de si él era el seductor o el seducido. Algo había ocurrido mientras hacían el amor. Había dejado de ser algo que él quería hacer y se había convertido en algo mucho más grande. Algo más. Algo que no quería examinar muy detalladamente y mucho menos en aquellos momentos cuando había tanto en juego.


Tenía que concentrarse en eso. Aún tenían mucho tiempo antes de que tuvieran que prepararse para el espectáculo de aquella noche y Pedro tenía muchas ideas sobre cómo podían emplear el tiempo hasta entonces.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 39



Cuando ella retiró la copa de los labios, permaneció en ellos una ligera humedad que lo tentaba, que lo desafiaba. Pedro le quitó la copa de las manos y la volvió a poner sobre la mesa junto a la suya. Entonces, tomó a Paula entre sus brazos.


Cuando los labios de él sellaron los de ella, sintió y oyó la rendición de Paula. Había ocurrido del mismo modo cada vez que él la había besado aquella última semana. El suave murmullo que ella hacía lo embriagaba de un modo que no podría hacerlo ningún otro estimulante. Todo su cuerpo se centró en aquel sonido y todos los nervios se tensaron de anticipación.


Ella lo abrazó, como si casi no pudiera sostenerse sin él. Su beso era tan abierto y tan entregado como él había esperado. Pedro adoraba su sabor, su textura. Tenía que agarrarse a la cordura, recordarse que aquella seducción debería progresar poco a poco, no estallar en una explosión de incontrolada necesidad. Sin embargo, por mucho que se esforzara, su cuerpo pedía más. Y lo pedía en aquel mismo instante.


De mala gana rompió el beso y vio con placer cómo ella se arrepentía de que así hubiera sido. Le agarró la mano y la condujo hacia la escalera. Lentamente comenzaron a subir. En lo alto, volvió a tomarla entre sus brazos.


Los botones de su blusa de seda se desabrocharon con facilidad. Él dejó que su mirada se diera un festín con aquella suave y delicada piel. El encaje blanco cubría sus generosos pechos y, por mucho que le gustara, ocultaba lo que tanto deseaba ver. Le deslizó la blusa por los brazos y absorbió sus pequeños gemidos de placer con los labios mientras él deslizaba los dedos por los brazos, persiguiendo a la tela hasta que cayó al suelo.


Paula había estado toda la semana atormentándolo con unas prendas que sugerían y ocultaban a la vez sus femeninas curvas. Era la mujer más sensual que había conocido nunca y, al mismo tiempo, también la más modesta. Aquella yuxtaposición resultaba intrigante y provocadora al mismo tiempo, pero, por fin, ella estaba a su merced para que él pudiera descubrirla.


Con un sencillo giro, el broche del sujetador cedió y aquellos gloriosos pechos se derramaron ante él. Le deslizó las manos por las costillas para colocarlas bajo los cremosos senos antes de cubrirlos con las manos suavemente. Ella contuvo el aliento cuando Pedro le acarició los rosados pezones con los pulgares y los hizo endurecerse bajo sus dedos.


Depositó pequeños besos desde la comisura de la boca hasta la mandíbula mientras gozaba con el peso y la firmeza que tenía entre las manos. Cuando inclinó la cabeza un poco más y atrapó un tierno pezón entre los dientes, un profundo gemido escapó de la garganta de Paula. Él dudó un instante antes de lamer la aureola. Estaba seguro de que ella le mandaría parar, pero Paula le hundió los dedos en el cabello y le inmovilizó la cabeza para que siguiera.


La satisfacción se apoderó de él. Pau deseaba aquello tanto como él. No se arrepentiría de nada, de eso estaba seguro. Se lo daría todo hasta que no le quedara nada.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 38

 


Pedro esperó en la planta de abajo mientras Paula investigaba lo que la suite tenía que ofrecer. ¿Se había dado cuenta de que sólo había reservado un dormitorio? Había sido una decisión consciente por su parte aunque si ella protestaba no tendría ningún problema en reservarla otra habitación para ella. Sin embargo, en su opinión había llegado el momento de que llevaran su relación a un nivel más allá. Ella se sentía cómoda con él física socialmente, aunque si quería que convenciera a sus padres de que verdaderamente era su prometida lo tendría que estar aún más. Pedro había esperado tomarse su tiempo para seducirla, pero había recibido un correo electrónico de su madre aquella semana en el que ella le comentaba que su padre estaba entrevistando a agentes inmobiliarios de Nueva Zelanda que se especializaran en fincas rústicas. Retrasarlo aún más sería correr un riesgo que Pedro no estaba dispuesto a afrontar.


Miró a Paula mientras ella bajaba por la escalera para dirigirse de nuevo al salón.


–¿Champán? –le preguntó él.


Pau dudó. ¿Iba a comentar en aquel instante su oposición a que durmieran juntos? Pedro contuvo el aliento hasta que ella pareció decidirse y se acercó a él.


–¿Por qué no? Sería un modo genial de empezar el fin de semana.


Pedro se relajó. Todo iba saliendo según lo esperado. Con habilidad, abrió la botella de champán y sirvió el líquido dorado en las copas que había sobre la mesa. Entonces, tomó ambas y le ofreció una a Paula.


–Por nosotros –dijo él.


Pau lo miró con seriedad en sus ojos oscuros.


–Por nosotros –replicó antes de chocar suavemente su copa contra la de él.


Sin dejar de mirarla, Pedro se llevó la copa a los labios y bebió. Ella repitió lo que él hacía sin dejar de mirarlo. Pedro sintió que el deseo que llevaba toda la semana conteniendo comenzaba a desenroscarse y a cobrar vida.