–Tengo entradas para un espectáculo en vivo esta noche. ¿Te gustaría ir? Podríamos ir a San Diego después de trabajar y había pensado que nos podíamos quedar allí a pasar la noche… a pasar el fin de semana. ¿Cuánto tiempo te hace falta para preparar una bolsa de viaje?
Paula se irguió en la silla. Detuvo las manos sobre el teclado en el que había estado redactando un informe para Pedro. Llevaban tres días trabajando juntos, sin contar el día en el que la había llevado de compras, y todas las noches habían cenado juntos o en su suite o en uno de los restaurantes que había a lo largo de la costa. Todas las noches, él se había limitado a darle un beso de buenas noches y todas las noches ella se había marchado a su casa ansiando más. Para todos, eran la pareja comprometida que todos creían que era, pero, para Paula, cada día se hacía más difícil separar la verdad de la realidad.
¿Un fin de semana en compañía de Pedro? La idea la excitaba y la aterraba a la vez. Sin duda, Facundo se mostraría contrario, pero la perspectiva de pasar cuarenta y ocho horas a solas con Pedro Tanner era preferible al agobiante ambiente de casa. Se sintió inmediatamente muy desleal por tener ese pensamiento. No era culpa de Jason que él no fuera feliz, pero, ¿por qué tenían que ser los dos infelices? Paula respiró profundamente y respondió.
–Me encantaría. ¿Cuándo necesitas que esté preparada?
–Si has terminado con ese informe, te podrías marchar a casa ahora y yo podría pasar a recogerte –dijo tras mirar el carísimo reloj que llevaba puesto–, en unas dos horas. Eso nos dará tiempo de sobra para ir en coche, registrarnos en el hotel y comer algo. El espectáculo empieza a las ocho y luego podemos ir a cenar más tarde.
–¿Quieres que me ocupe de las reservas del hotel? –le preguntó ella.
–Ya lo he hecho yo –dijo Pedro mientras la miraba por primera vez.
Había algo en los ojos de Pedro que le hacía olvidar lo que estaba haciendo. El pulso se le aceleró. ¿Habría reservado una habitación o dos? Lo descubriría muy pronto.
Se obligó a romper el silencio y miró de nuevo la pantalla del ordenador. Inmediatamente, terminó el documento y lo mandó a la impresora.
–Estaré lista para marcharme dentro de unos minutos. ¿Necesitas mi dirección? –le preguntó ella con tanta compostura como pudo conseguir.
–No hace falta. Tengo todos tus datos.
No era de extrañar, dada la investigación a la que la había sometido a Facundo y a ella.