sábado, 2 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 29

 

Vio cómo los cálidos dedos de Pedro rodeaban la mano que ella tenía en el regazo. Entrelazó los dedos con los de ella y se lo llevó a los labios para darle un beso en los nudillos.


–Siento que la velada haya tenido que terminar así, Paula.


–No ha sido culpa tuya.


–No, pero me enoja que tú hayas tenido que sentirte incómodamente simplemente por ser tú. Hermosa.


Aquellas palabras fueron como un bálsamo para el alma de Paula, pero sabía que no debía ni podía aceptarlas.


–No. No soy hermosa –dijo mientras levantaba la mano para acallar las protestas de él–. No estoy diciendo eso para que tú puedas discutir sobre ese punto conmigo. Conozco mis limitaciones y hablando de las mismas –añadió mientras soltaba la mano que él aún tenía agarrada–, tenemos que hablar de cómo vamos a llevar este asunto en el trabajo.


Pedro la observó con cautela. El silencio se extendió entre ellos hasta resultar incómodo. Por fin, él se aclaró la garganta y tomó la palabra.


–Es fácil, ¿no te parece? Tú te comportarás como si fueras mi prometida y mi asistente personal a la vez.


–Pero esto del compromiso es tan repentino… ¿No crees que la gente va a hablar? ¿Estás seguro de que es eso lo que quieres? –protestó ella.


–Nadie se atreverá a hablar de nuestra relación a nuestras espaldas ni tampoco a la cara. De eso puedes estar segura, Paula. Me aseguraré de que no seas tema de conversaciones habituales.


–Tú no puedes controlar la naturaleza humana. La gente va a hablar.


–Si los amenazo con despedirlos, te aseguro que no lo harán –gruñó él en la oscuridad.


–Te ruego que no lo hagas. Después de que hayas regresado a Nueva York, yo tendré que seguir trabajando con estas personas.


Pedro lanzó un gruñido antes de asentir con la cabeza.


–Está bien –dijo de mala gana–. No amenazaré con despedir a nadie, pero dejaré muy claro que nuestra relación no es asunto de nadie más que de nosotros.


«Pues buena suerte con eso», pensó Paula con una triste sonrisa.


–Gracias. Ahora, en el trabajo, ¿va a saber todo el mundo que estamos… juntos?


–Sí –dijo él–. Creo que eso terminará con las conjeturas desde el principio. Eso me recuerda que tenemos que comprarte un anillo. Maldita sea, eso lo tendría que haber pensado hoy. A la gente le extrañará que no lleves uno.


Paula sintió que se le hacía un nudo en la garganta. ¿Un anillo? Ni siquiera lo había pensado. Sólo pensar en lo que diría Facundo cuando llegara a casa con su nuevo guardarropa era suficiente para provocarle escalofríos.


–¿De verdad es necesario? ¿No podríamos esperar un poco para eso? La gente va a pensar que es todo demasiado precipitado.


–Quiero que lleves mi anillo aunque sólo sea para tu protección, Paula –afirmó él solemnemente–. Nadie se atreverá a cuestionar nuestra relación. Tenemos que mantenernos tan pegados a la realidad como sea posible. Si alguien pregunta, podemos decir que nos conocimos en el baile de San Valentín y que nos hemos estado viendo muy discretamente desde entonces, pero que ahora hemos decidido sacarlo todo a la luz. ¿Te causará eso a ti algún problema entre tus amigas?





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