sábado, 2 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 28

 


Paula estaba sentada al lado de Pedro sobre el fresco asiento de piel mientras el coche se alejaba suavemente de la entrada de Jacques’. Era como si estuvieran aislados en una burbuja protectora. La sensación le resultaba profundamente más tranquilizadora que el momento en el que el jefe de contabilidad la había reconocido en el restaurante con Pedro. La horrible mirada que se le reflejó en los ojos le había dado náuseas. Era exactamente la clase de mirada que había estado tratando de evitar toda su vida.


Lo peor de todo aquello era que la esposa de aquel hombre trabajaba en Recursos Humanos y era una verdadera chismosa. A Paula no le sorprendería descubrir que era el principal tema de conversación antes de las nueve de la mañana siguiente.


Miró por la ventana para contemplar el paisaje, pero no consiguió captar ningún detalle de lo que veía. Lo único que podía hacer era castigarse en silencio por haber sido tan idiota. ¿Quién creía que era? Se había permitido creer que ella podía pertenecer a aquel mundo, pero hacía falta mucho más que ropa y maquillaje para dar el salto. En realidad, no era nada más que una herramienta de un juego muy elaborado que Pedro Alfonso había diseñado y en el que ella se había mostrado dispuesta a participar.


Había sido divertido vestirse así aquella noche, permitir que sus sentidos se vieran exaltados por el glamour de la ropa que llevaba puesta y dejar que la mujer que tanto se esforzaba por ocultar saliera a la superficie. Sin embargo, por mucho que deseara que todo fuera verdadero y real, no lo era.


Todo había terminado por aquella noche. Tendría que marcharse a casa y enfrentarse a las silenciosas acusaciones de su hermano. O no tan silenciosas, dada la inclinación que Facundo tenía a decir lo que pensaba. Sabía que a su hermano no le gustaría aquella nueva versión de Paula, en especial por el hombre que había sido artífice de todo aquello.


Además, estaba el mañana. El trabajo. En silencio, dio las gracias a Patricia por la consideración con la que había ayudado a Paula elegir su nuevo guardarropa de trabajo. Aunque las prendas eran más ajustadas que las que solían llevar normalmente, resultaban bastante sutiles a la hora de enfatizar sus evidentes atributos. Al menos, no se vería sometida a la clase de mirada del restaurante.


Resultaba extraño cómo la mirada de un hombre podía hacer que se sintiera incómoda. Incluso sucia. Sin embargo, un fuego seguía ardiendo lentamente bajo todo aquello a pesar de todas sus preocupaciones.


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